CINE > LO NUEVO DE KIM KI-DUK
Muchos conocen a Kim Ki-duk por la budista y cristalina Primavera, verano, otoño, invierno y primavera otra vez, estrenada el año pasado. Pero esta fábula moral no es el mejor ejemplo del cruel cine del director coreano. Acaba de estrenarse Hierro 3, y mientras se espera El arco –ya presentada en el Festival de Mar del Plata– es un buen momento para conocer mejor al especialista en sadismo y silencio.
› Por Mariano Kairuz
Es como si hubiera dos Kim Ki-duk, pero no. Una vez que vemos al protagonista de Hierro 3 reventar a un hombre lanzándole al cuerpo violentas pelotitas de golf con, precisamente, su hierro 3, parece que estamos “de vuelta” frente al Kim Ki-duk del sadismo y la crueldad de antes de Primavera, verano, otoño, invierno y primavera otra vez. Es decir, el de antes de la única de las doce películas de este director coreano de 45 años que se había estrenado en Argentina hasta ahora, el del film “budista” de este autor criado en el cristianismo. Pero Kim Ki-duk es uno solo, el que alguna vez dijo que sus películas nacen “del odio”, y hay mucho odio en Primavera (el que ese monje-metáfora que la protagoniza intenta atemperar y transformar en otra cosa), como lo hay en todos los personajes secundarios de Hierro 3, una de sus películas más misteriosas. Sí, es probable, sin embargo, que exista un público más dispuesto a someterse a la cristalina fábula moral de Primavera..., que a los salvajes arranques del protagonista de Bad Guy, o al sadomasoquismo (con anzuelos de pesca en genitales femeninos) de La isla, por mencionar dos de sus películas conocidas básicamente a través del circuito festivalero (el porteño incluido). Los films de Kim Ki-duk nunca facturan mucho dinero, ni siquiera en Corea, pero tampoco tienen grandes presupuestos, lo que le permite hacer básicamente lo que le viene en gana. Esas historias nacidas del odio, “no hacia alguien o algo específico, sino proveniente de esa sensación que he tenido a lo largo de mi vida viendo cosas que no entiendo, y que son la razón por la que hago películas: para entender aquello que veo y no entiendo”, según explicó en una entrevista. Esos relatos en los que muchas veces los personajes casi no hablan, como es el caso del protagonista de Bad Guy (el cafishio brutal al que la chica se entrega casi con total sumisión, lo que a Kim Ki-duk le ganó el odio de grupos feministas) y que es llevado al extremo y convertido prácticamente en el corazón mismo de Hierro 3.
“La razón por la que en mis películas hay personas que no hablan es que algo las ha herido profundamente. Su confianza en otras personas se ha visto destruida por promesas incumplidas.” Esto lo dijo unos años atrás, pero parece definir a la perfección a ese homeless que en Hierro 3 recorre las calles en su moto y se mete en los hogares vacíos de las familias que están de vacaciones, como un okupa fugaz, para vivir en ellas un par de días y luego irse dejándolo todo igual o mejor, más limpio y más ordenado que como lo encontró. Y a la mujer, herida física y emocionalmente por su marido, que se une en su viaje silencioso.
Los protagonistas de Hwal, o El arco (su siguiente film, presentado en la competencia oficial del recién concluido Festival de Mar del Plata y de inminente estreno comercial en Buenos Aires), tampoco se hablan: él es un anciano con un bote pescador, y ella una adolescente a punto de alcanzar la edad legalmente necesaria para que ambos puedan consumar la parte física de su relación. Se trata de una historia de celos en la que el arco (y flecha) del título sirve para espantar a los innumerables pretendientes que se le acercan a ella.
En las entrevistas suelen preguntarle a Kim Ki-duk cuánto hay de autobiográfico en sus películas. Se sabe que su padre lo instó a alistarse y pasar un tiempo en el ejército surcoreano, que no tiene una educación formal como director de cine, y que tras algunos años trabajando en diversas “fábricas” (así suele contarlo) ahorró para comprarse un pasaje a París, donde estudió pintura. Y que probablemente algo de eso que llama la “semi abstracción” de sus películas provenga de allí. Algo que asocia tenuemente a sus historias con lo sobrenatural.
Cuando sus personajes dejan de hablar parecen ingresar a un mundo que no es del todo el mundo real. Kim terminó convenciéndose de que podía eliminar los diálogos de sus películas al descubrir que podía disfrutar una película en un idioma que desconociera, y sin subtítulos. “Lospersonajes de mis películas no son tontos, simplemente no creen en la comunicación verbal. Cuanto más vive uno, menos cree en la palabra hablada. Hablar es lo más conveniente para los seres humanos, pero yo quiero mostrar el comportamiento y la naturaleza humana antes que a gente hablando. No hay mentiras en los movimientos de los seres humanos; son honestos, ya sean buenos o malos.”
Hierro 3 va incluso más allá de esta declaración; tras eludir a los personajes que quieren forzar a hablar al protagonista, los movimientos corporales se van volviendo más precisos, en busca de un objetivo muy específico: dominar el cuerpo hasta hacerlo invisible, y borronear la línea entre realidad y sueño. Que es lo que Kim siempre quiso, que lo emparienta difusamente con algunos de los vanguardistas del cine de ochenta años atrás y que queda definitivamente explicitado con una frase impresa al final de Hierro 3: que la realidad, que es cruel –ya sea en un barrio prostibulario de Corea, en un pueblo de pescadores como el de La isla o en la vida matrimonial de la mujer de Hierro 3–, a veces pueda ser sueño, cuanto menos por el rato que dura la película.
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