CINE
Después de Bajo la arena, donde hizo brillar a la olvidada Charlotte Rampling, el francés François Ozon quería filmar una remake de Mujeres, el clásico de George Cukor. No pudo ser: Julia Roberts y Meg Ryan tenían los derechos. Pero Ozon fue obstinado, y sorteó la frustración de la manera más inspirada: mezcla de policial inglés, musical pop y melodrama con tacones, 8 mujeres aglutina al Olimpo femenino del cine francés y se da un lujo superior: entreverar en un forcejeo erótico a Fanny Ardant con Catherine Deneuve.
› Por Horacio Bernades
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les femmes
Todo empezó con Mujeres, típica producción Metro de finales
de los 30 (decorados lujosos, cast poblado de superestrellas y vestuario
exquisito) y, a la vez, obra maestra quintaesencial de George Cukor, que dedicó
su obra entera al culto reverente y malicioso del alma femenina. Haciendo honor
a su título, en Mujeres no aparecía un solo hombre, lo que literalizaba
al extremo el slogan oficial de la Metro (El estudio donde hay más
estrellas que en el cielo). Joan Crawford, Norma Shearer, Rosalind Russell,
Paulette Goddard y Joan Fontaine presidían un gineceo en estado de ebullición.
Allí la gracia, la seducción y el glamour se llevaban de maravillas
con la conspiración, la envidia y la maledicencia y viajaban sin escalas
de la peluquería a la manicura, de la manicura a la perfumería
y de la perfumería a las grandes tiendas.
Nacido en 1967 y considerado un verdadero enfant terrible del cine francés,
Ozon quería que la película que siguiera a Bajo la arena fuera
una remake de Mujeres. Pidió los derechos y se encontró con que
Julia Roberts y Meg Ryan los tenían reservados desde hacía rato.
Hélas! Pero vedada Mujeres, ¿por qué no filmar 8 mujeres,
una obrita a la Agatha Christie escrita por un tal Robert Thomas a comienzos
de los 60, que Hitchcock, según dicen, había pensado en
llevar al cine? Ozon tampoco contaría con Crawford & Cía,
pero eso no era tan problemático: reclutaría al firmamento entero
del cine francés.
Tras resucitar a Charlotte Rampling en Bajo la arena obsequiándole
de paso uno de los mejores vehículos de su carrera, Ozon convocó
a Catherine Deneuve y Fanny Ardant, siguió con Isabelle Huppert y Emmanuelle
Béart, les sumó las surgentes Virginie Ledoyen y Ludivine Sagnier,
adosó a la corpulenta morocha Firmine Richard y por fin coronó
el pastel con la guinda más jugosa: la increíble octogenaria Danielle
Darrieux, gloria viviente del cine francés y protagonista de clásicos
exquisitos como El placer, La ronda y Madame de.... Le faltó, sí,
una estrella: la sublime Romy Schneider, de cuya muerte acaban de cumplirse
veinte años. Pero igual se las arregló para conseguirle un papel:
la ex Sissy aparece en una foto, como ex patrona de la criada Emmanuelle Béart.
Flores
malsanas
De qué otro modo podría empezar 8 mujeres si no con una rosa,
un clavel o una margarita acompañando el nombre de cada una de sus estrellas.
¿Imagen cliché? Sin duda: la obra en la que se basa el film está
llena depersonajes de cartón como los de Clue, aquel whodunit de mesa
tan popular en los 70. Sin embargo, esas flores son menos Corín
Tellado de lo que parece a primera vista. Si se las observa con cuidado, ¿no
lucen acaso ligeramente malsanas, como adornos de una corona fúnebre?
Si algo evoca 8 mujeres, con su único decorado, su húmedo encierro
y sus códigos de escenario (nieve de utilería que cae detrás
de una ventana, planta diseñada al milímetro, movimientos férreamente
regimentados, risas y llantos de boulevard), es el mundo estético de
Gotas que caen sobre rocas calientes, cuyo origen teatral Ozon no hacía
más que subrayar. Basta ver el travelling inicial de 8 mujeres recorriendo
el parque que rodea a la mansión campestre, rozando complacido una nieve
demasiado azulada y un cervatillo demasiado Disney, para verse sumergido en
el technicolor hollywoodense años 50. Mis referencias estéticas
fueron los musicales de Vincent Minnelli y los melodramas de Douglas Sirk,
confirma Ozon, que una vez más lleva sus opciones al extremo.
No sólo copia con deleitada precisión los azules eléctricos
y rojos chillones de la Metro o la Universal circa 50 sino que canjea
el banal jueguito de salón estilo quién-lo-hizo por un sinnúmero
de placeres culpables, odios familiares, esqueletos en el ropero, crímenes
de cálculo y pasión y sexo reprimido y desatado alla Douglas Sirk.
Y en el camino jaspea el drama del modo aparentemente más caprichoso:
escalonando, a intervalos regulares, ocho números musicales hiperartificiosos,
uno por cada dama. Ya en Gotas..., Ozon cortaba el espeso clima sado-maso con
una inolvidable versión grupal de Explota mi corazón,
de Rafaella Carrá. Pero aquí y allá el capricho es sólo
aparente: sígase el devenir de esas canciones y se verá cómo
detrás de lo trivial asoman angustia, pena y dolor.
El rojo
y el azul
En 8 mujeres, las canciones asumen un hondo sentido confesional para quien las
canta y baila. (Las cantan y bailan siempre en presencia de alguna otra: no
es cuestión de actuar para nadie.) Pero además atraviesan la película
como un collar crecientemente dolorido, viajando del burbujeo adolescente de
la primera hacia la oscuridad terminal de las últimas.
Por otra parte, esas canciones condensan en sí la magia misma del pop,
tal vez la única forma artística capaz de cementar las melodías
más banales con la lírica más desgarrada. Quien tenga alguna
duda, preste atención a lo que cantan la femme fatale Fanny Ardant (A
quoi sert de vivre libre, ¿De qué sirve vivir en libertad?),
la cocinera con un secreto Firmine Richard (Pour ne pas vivre seul,
Para no vivir solo) o la falsa inválida Danielle Darrieux
(Il ny a pas damour heureux, No hay amores felices),
y verificará aquello que la misma Ardant decía en La mujer de
la próxima puerta (François Truffaut) sobre la hermandad de las
baladas cursis y la verdad de los sentimientos.
A propósito de Truffaut, sólo a Ozon, que parece permitírselo
todo, podía ocurrírsele homenajear al autor de La historia de
Adela H. como lo hace en 8 mujeres: con un revolcón erótico entre
la Ardant y la Deneuve. Ambas ruedan entreveradas por el piso de la casona,
frente a los ojos alelados del resto del elenco y la totalidad de los espectadores.
El forcejeo entre rubia y morocha una de azul eléctrico, de rojo
carmesí la otra confirma a Ozon como rey de la paleta pop y geómetra
del artificio. Artificio detrás del cual, como un espejismo, suele ocultarse
alguna forma de verdad.
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