TEATRO > CRISTINA BANEGAS Y DOMINIQUE SANDA HACEN PUIG
Aunque parecen de una teatralidad apabullante, adaptar las obras de Manuel Puig nunca ha sido fácil, pero más de una vez ha sido exitoso. A una semana del estreno de Misterio del ramo de rosas, con las grandes Cristina Banegas y Dominique Sanda, Radar recorre los secretos detrás de las adaptaciones hasta la fecha, de la película ganadora del Oscar de Héctor Babenco a las del off Corrientes, pasando por la de Valeria Lynch como la Mujer Araña.
› Por Natali Schejtman
Si el cuadro consiste en una conversación entre dos mujeres y se sabe que Manuel Puig está detrás, un rastrillaje arroja varios títulos. Tal vez de los menos conocidos, Misterio del ramo de rosas es una obra de teatro que Puig escribió en 1987 y que, así como recupera elementos de obras anteriores (como el diálogo de Choli con Mita, en La traición de Rita Hayworth), navega en el clima más bien despojado que un año más tarde explotaría en Cae la noche tropical, ese célebre diálogo de dos hermanas que, sin poder confiar demasiado ni en sus propios cuerpos avejentados, se amparan en las palabras. Y cómo.
Pero ésta es una obra de teatro. Y ahí están ensayándola Cristina Banegas y Dominique Sanda, como lo hicieron en el ’89 Anne Bancroft y Jane Alexander en Los Angeles, con Puig mezclado entre el público. Una es una paciente adinerada, profundamente irascible e internada por su propia voluntad, a causa de una depresión que la lleva a rechazar la comida. La otra, una enfermera dócil, inteligente y misteriosa. El diálogo entre ellas recorre momentos de furia y de dulzura seca, y estaciona unas cuantas veces en ensoñaciones en las que cada una deviene algún personaje de la historia íntima de la otra, esos que traen los asuntos pendientes que hoy las tienen tan tristes, e intentan resolverlos.
Detrás de la puesta de Misterio del ramo de rosas aparece la voz consejera de Graciela Borges –que conoció la obra mientras interpretaba a Ana María en Pubis angelical, la película de Raúl de la Torre–, amiga personal de José Miguel Onaindia, ex director del Incaa y actual miembro del consejo directivo de la Fundación Internacional Argentina, una entidad que ya firmó una muestra sobre Cortázar, en el 2004, y otra sobre Puig –con la ayuda de su hermano Carlos y su mítica madre Male, recién fallecida–, como antesala y precalentamiento para la presentación de la obra que en estos días se estrena en el Multiteatro. Según Onaindia, apenas tuvo la obra en sus manos, gracias a una serie de casualidades, supo que quería hacerla. Y en teatro: “Hay una gran dificultad para trasladar la literatura de Manuel al cine porque es muy oral. Creo que es una literatura que al teatro le queda mejor”.
Dos corrientes acercan la obra de Puig al teatro. Primero, una discreta parte de su obra directamente pensada y escrita para la representación teatral, de la que Beatriz Viterbo publicó varios títulos entre los que se encuentra Misterio del ramo de rosas. Pero, además, sus novelas contienen elementos que las vuelven tentadoras para el escenario, como la ausencia de un narrador prescriptivo o su desvanecimiento en las voces de los personajes, así como el estanco en que muchas veces están ellos atrapados en términos materiales –una cárcel, un hospital, un cuerpo achacado por la vejez–, algo que funciona como combustible para un desplazamiento voraz por medio de las palabras.
En todo eso y mucho más habrán pensado los dramaturgos y productores que se animaron a trasladar al teatro obras de Puig. También en esa cosa espectacular y extravagante que a primera vista se asocia con el mundo de las divas de Hollywood, la cosmética y el cine en Puig, colorida carne de representación visual. Ejemplos, sin embargo, no abundan. Uno fue Boquitas pintadas, pensada por Renata Schussheim y Oscar Araiz, y estrenada en 1997 y el 2003. Araiz recuerda: “Hicimos algo experimental, con mucha utilización de lo corporal. Y llevamos elementos del lenguaje cinematográfico. Como la novela recorre un abanico muy amplio de modos expresivos, era interesante esa diversidad como desafío teatral”. Durante la segunda reposición, Jean-François Casanovas apareció como actor invitado. Justo él, que tiene anécdotas de primera fuente sobre el romance entre Puig y el teatro. Durante los ’80, el grupo Caviar viajó a Río de Janeiro por una contratación, y gracias al vínculo Schussheim-Puig, el escritor pasó a curiosear en los ensayos: “Lo sedujo la forma de trabajar que teníamos y ofreció escribir una obra para nosotros. Cada quince días viajábamos Renata y yo hacia Río, y él nos iba contando lo que había escrito. El teatro tiene la posibilidad de hacer cuadros, una puesta más pictórica. Yo creo que Puig está perfecto para el teatro, con esa especie de aroma a foto...”. Finalmente, la obra nunca se llevó a escena, sobre todo porque había un tema que tenía que ver con Margaret Thatcher que quedaba fuera de época. Casanovas, de todas formas, todavía fantasea con llevar a Puig al teatro: “Elegiría esa obra, claro. ¡La escribió para mí!”.
Además del estreno de Misterio... en el circuito off (bajo la dirección de Mónica Buscaglia) y Boquitas pintadas, no hubo muchos otros intentos de poner a Puig atrás de un telón en Buenos Aires (Misterio... fue estrenada en varios países del mundo). A pesar de cierta esencia teatral que ahora señalan algunos, la adaptación más resonante de Manuel Puig fue al fílmico. De las tres películas basadas en sus obras –Pubis angelical (De la Torre), Boquitas pintadas (Torre Nilsson) y El beso de la mujer araña (Babenco)–, la de Babenco, hablada en inglés, fue, obviamente, la más sobregirada (hasta ganó un Oscar por la actuación de William Hurt). Si en la novela la importancia está puesta menos en las películas que cuenta Molina que en el hecho y la forma de contarlas, la película optó por un montaje de los fragmentos de las películas que vinieran a reemplazar los incipientes relatos, y por una caracterización corporal exagerada del protagonista acompañado por unos pocos objetos (estaba en una cárcel) explotados para “propiciar” la imaginación (unas fotos, una toalla que usaba para simular un turbante y así). De El beso de la mujer araña, además de una adaptación para teatro del propio Puig, existió una versión de comedia musical made in Broadway, a cargo de Harold Prince, que tuvo su calco criollo estrenado en la calle Corrientes en el año ‘95. A propósito del estreno de esta comedia, Graciela Speranza, autora del libro Manuel Puig, después del fin de la literatura, indagó sobre qué posibilidades expresivas daba esta puesta a la obra: “Sobre un diseño inspirado en el laberinto circular de la Prisión Modelo de Cuba y en los grabados neoclásicos del arquitecto italiano Giovanni Piranesi –una mezcla sutil de claustrofobia e infinitud–, con un sofisticado sistema de proyecciones sobre las 26 rejas gigantescas que componen el marco escenográfico, las películas de Molina conviven con su relato, en una síntesis fuertemente dramática de ficción y realidad. Como nunca antes, Molina vive el relato de sus películas y pone en escena la metáfora del cine como fantasía liberadora”.
El combo del endiosamiento de estrellas de cine más el afán de lo coloquial y pueblerino atravesado por algunas pinceladas del camp pueden sugerir algunos elementos más generales de cuáles son los dones de una diva y cuánto de eso se juega cuando sube el telón. En esa dirección ahonda Speranza: “El gusto de Puig por la representación y el teatro deriva posiblemente de su gran sensibilidad para percibir la performance femenina. Mucho antes que las feministas y los estudios de género, Puig descubrió que el sexo, o mejor dicho el género, no es una esencia sino una suerte de disfraz, una representación. Por eso admiraba a las ‘mujeres exageradas’ de Hollywood. Veía en ellas una fuente de arrolladora libertad sexual que quizás está por detrás de toda verdadera performance. Hay un comentario suyo que me encanta: ‘Para mí, una danza de Rita Hayworth significa la alegría de tener un cuerpo. Expresa el triunfo de la vida sobre la muerte, el triunfo de la sexualidad vivida sin culpa, vivida con toda la alegría que el mundo ha ido olvidando a través de siglos de represión’”.
“El gusto de Puig por la representación y el teatro deriva posiblemente de su gran sensibilidad para percibir la performance femenina. Mucho antes que las feministas y los estudios de género, Puig descubrió que el sexo no es una esencia sino un disfraz, una representación. Por eso admiraba a las ‘mujeres exageradas’ de Hollywood.”
Graciela Speranza
Alan Pauls elige detenerse, en principio, en los textos que Puig escribió para cine y teatro, y advierte que en su mayor parte, y al lado de su literatura, le resultan pálidos: “Me parece que a Puig sólo le interesaba el cine y el teatro en la medida en que podía vampirizarlos en la literatura. El cine y el teatro son el núcleo tradicional, conservador, incluso casi paródicamente conservador, que su literatura recupera, pero pervirtiéndolos por completo con toda clase de innovaciones formales”. Pauls, por otro lado, recala en las películas que se hicieron con base en Puig, que utilizaron en general las estrategias más gancheras, lo cual llevó a un equívoco: “Lo importante en el caso de El beso... es que son dos personajes que se cuentan cosas. El relato entre ellos es un objeto precioso y el cine lo resuelve con la aparición de la película. Un Puig ‘original’ sería muy difícil de llevar al cine comercial. Hay películas de Marguerite Duras que tiene más que ver con Puig, simplemente porque hay un trabajo con la palabra y con la falta de imagen que me parece mucho más puiguiano que las películas que se han hecho sobre Puig. Ese es un malentendido radical. Cuando el cine se interesa por Puig, se interesa por esa especie de parafernalia cultural... Veo difícil que se descarte todo ese material”. Pero imaginando cómo sería Puig (el de las novelas, sobre todo, que sería el “más Puig”) en el teatro, elige la cautela: “Es cierto que recuperaría un valor verbal. Yo le tengo un poco de miedo a cierta solemnidad del teatro, eso es bastante ajeno al universo Puig y su literatura lo retrabaja muchísimo, por medio de su forma de introducir el mecanismo de la reproducción o la copia, por ejemplo”.
La versión de Misterio del ramo de rosas a cargo de Luciano Suardi apuesta a esfumar los límites entre la realidad –el cuarto de hospital, el diálogo presente entre enfermera y paciente– y los flashes en los que las dos van cambiando de personajes. A diferencia de la versión original, en la que Puig apuntaba que la fantasía entraba cuando se abría un armario de la escenografía, en ésta todo es menos abrupto. Hasta la habitación –un cuadrado perfecto, todo blanco– está instalada entre unos rosales y una especie de césped contiguos a los bordes de la habitación. “Me interesa la poética de lo cotidiano que hay en Puig”, dice Suardi, director de La espuma o Teresa R., a la hora de explicar su interés por la obra. “También creo que Puig tenía una mirada del mundo impregnada por el cine, atravesada por el filtro de la ficción, mediatizada. Por eso no quise que fuera tan abrupto el paso de una situación a la otra. Me interesó que los límites fueran imprecisos.”
Cristina Banegas, en la piel de una paciente bravísima, se endurece y se ablanda de acuerdo con el paso entre realidad y ensoñación, como si lo hiciera gracias a la magia de alguna pócima secreta. De repente, casi sin darse cuenta, es otra. La imponente Dominique Sanda conserva para el papel de enfermera en sus primeros días de trabajo esa ingenuidad matizada de recién llegada. Para las dos, Misterio... fue un material dramático encantador desde el comienzo: “Me sorprende la cantidad de lecturas que tiene una obra en apariencia simple. Sigo leyéndola y encontrando nuevas cosas. Puig es muy sutil”, dice la actriz de Novecento, El conformista y Garage Olimpo, entre otras, asentada en la Argentina hace unos siete años y entusiasmada con adentrarse en las fauces del teatro local con un estreno ambicioso como éste. Esa fascinación por las bambalinas la lleva a escuchar con interés las descripciones que su compañera hace del sofisticado sistema con el que se agrega todos los días unos cuantos mechones de canas. Banegas, además, se confiesa enamorada del autor, que ya venía trabajando con sus alumnos de taller: “El tenía una manera muy particular de escribir. Escuchaba las voces de sus tías, y primero lo decía antes de escribirlo. O sea que primero era una palabra dicha, no una palabra escrita. Creo que de ahí surge también su enorme ductilidad para construir los discursos de los personajes”. En la obra se lo escucha a Puig: diálogos punzantes, un baile entre los sueños y las condiciones reales, y esas mujeres que van y vienen, entre el color de los rosales y la palidez de la habitación, sin dejar nunca de hablarse...
Misterio del ramo de rosas. A partir del miércoles 30, de miércoles a domingo en el Multiteatro (Corrientes y Talcahuano).
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