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Antes de dar por terminada su segunda temporada, hablaron con Radar los protagonistas de “Grey’s Anatomy”, uno de los representantes más exitosos de la última generación de los dramas de hospital. De yapa, un repaso de la historia del género, del “Dr. Kildare” y “Mash” a “Centro Médico” y “ER”, el éxito que desde hace una década logra que no falten médicos en el cable.
› Por Mariano Kairuz
“En los Estados Unidos tenemos uno de los mejores sistemas médicos del mundo... para el que puede pagarlo.” Puede que no se trate de una declaración muy reveladora, pero adquiere cierto relieve cuando sale de boca de Kate Walsh, alias la doctora Addison Shepherd, una de las protagonistas de uno de los últimos –y tal vez inesperadamente exitosos– avatares de esa sala de partos en incesante labor que es el drama de hospital. Junto con Chandra Wilson, TR Knight y Justin Chambers, Walsh, una de las protagonistas de “Grey’s Anatomy” que hablaron con Radar semanas atrás, en plena segunda temporada de la serie, sobre el entrenamiento por el que ellos mismos han debido pasar para meterse en los barbijos de sus personajes y sobre cuánto creen que hay de verdadero en todo eso que vienen mostrándonos los quirófanos catódicos desde hace ya más de cincuenta años.
Al comienzo de La muerte del Señor Lazarescu, película rumana exhibida en el último Bafici, un hombre mayor se siente mal y acude a su vecino, que llama entonces al servicio de emergencias médicas. La mujer que llega en la ambulancia le sugiere que su dolor de cabeza puede deberse a algo más que su exceso de alcohol y decide llevárselo a un hospital. Mala noche para una internación de urgencia: ha habido un accidente en la ciudad y todas las salas públicas parecen estar ocupadas. Pero eso no es lo peor para el pobre hombre, sino el largo peregrinar de hospital en hospital, en busca de un tomógrafo, de una cama, de algún especialista, presenciando las discusiones, las vueltas burocráticas y las miserables pujas de autoridad que dilatan por horas su atención. Conforme avanza la noche, va sonando más fuerte la posibilidad de un tumor, pero no hay medicina salvadora para Lazarescu. En esta película, los médicos son personajes poco encantadores, apenas profesionales más o menos eficaces y muchas veces insensibilizados por las adversas condiciones de su trabajo. Nada más lejos de “ER: Emergencias” y sus médicos superestrellas.
Es más: la muerte es apenas una eventualidad en todos esos dramas de hospital de la televisión norteamericana que vinieron detrás de la siempre taquicárdica “ER” y de su contemporánea pero ya difunta “Chicago Hope”, programas narrados exclusivamente desde el punto de vista de los doctores, imparables salvadores de vidas. El esquema goza de excelente salud: si bien a estas dos series las antecede una tradición tan larga como la televisión norteamericana, desde que “ER” pegó el batacazo hace once años, su descendencia se sigue multiplicando al día de hoy como una epidemia, en variantes tan diversas como “Scrubs” o “Doctor House” (una es una comedia, la otra un drama protagonizado por un cínico especialista en enfermedades infecciosas).
Dentro de este panorama, “Grey’s Anatomy” intenta no repetir pero tampoco cambiar demasiado las cosas. Creada por la guionista Shonda Rhines, “Grey’s Anatomy” es un juego de palabras entre el libraco Anatomy of the Human Body, del doctor Henry Gray, texto de estudio básico que se publica desde mediados del siglo XIX; el nombre de la protagonista, Meredith Grey; y el del hospital Seattle “Grace”. La serie asume una actitud a mitad de camino entre la comedia y la telenovela para centrarse en las desventuras románticas y las ambiciones profesionales de un grupo de médicos recién recibidos que se sacan los ojos por una oportunidad de jugar con el escalpelo sobre un cuerpo con vida. Los guiones de Rhines explotan la avidez de “acción” de los que recién empiezan para mostrar algunos de los aspectos más salvajes de profesión y práctica, resguardándose de hacerlo todo demasiado cínico.
Si se les pregunta a los actores de “Grey’s Anatomy”, podría decirse que lo más perturbador acerca de la proliferación inagotable de la televisión médica es lo que está pasando por afuera de la pantalla antes que en los guiones. Por sus presuntas necesidades de producción, el drama de hospital se mete con la realidad de una manera invasiva: actores y guionistas (y a veces también las cámaras) se internan en los pasillos y en las enfermerías y en las salas de operaciones para “entrenarse” en el “lenguaje corporal”, y la jerga y la dinámica del hospital. Aun cuando, como es el caso de “Grey’s Anatomy”, las intenciones de la serie sean más cercanas a la comedia romántica que a la denuncia institucional.
TR Knight es el joven doctor George O’Malley, personaje perdida y vanamente enamorado de la protagonista. De sus experiencias de entrenamiento para la serie, por ejemplo, dice haber aprendido algo fundamental del trabajo quirúrgico: su asepsia “moral”. “Todo queda listo para que el cirujano entre, haga su trabajo y se vaya, sin importarle si está tratando a una persona buena o mala”, cuenta Knight. Pero si algo marcó su preparación para el programa, no fue tal vez tanto el contacto directo con el quirófano como otro programa televisivo, que vio hace unos años: “Una serie grabada en Boston para la televisión pública, que sigue a los residentes a lo largo de siete años, desde que se reciben. Es muy útil ver a estos tipos que eran chicos cuando empezaban, y ver cómo empiezan a sentirse viejos, cómo ya no los sorprende ni apasiona todo lo que pasa, y cómo eventualmente terminan volviéndose cínicos”.
Hay que relajarse y disfrutar, apuntan tanto la protagonista Kate Walsh como Justin Chambers, que interpreta a Alex Karev, el residente “irresponsable” del programa. Después de todo, dicen, esto es una telenovela. “Lo bueno de poder hacer estos dramas es tener la oportunidad de decir esas frases que uno jamás diría en la vida real”. No es la vida real, por lo general, la que irrumpe en la televisión médica (aunque a veces sí se traten problemas tales como el de quiénes pueden y quiénes no pueden pagar realmente los tratamientos médicos, o el de la donación de órganos, o el del al parecer común abuso de narcóticos por parte del personal de los hospitales), sino al revés.
Tarde o temprano, asegura Chambers, uno no puede evitar ubicarse en el lugar del paciente. En especial si, como él y el resto de los actores, debieron asistir a un quirófano en plena operación. Una operación de verdad, donde el paciente se corta, se abre, y a veces hasta se muere. “Así como no me gustaría que a un residente le dieran tanta libertad para hacerme todo lo que nuestros personajes les hacen a los pacientes –dice Chambers–, tampoco me gustaría que hubiera un actor ahí mirando mientras los médicos me abren al medio.”
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