PERSONAJES > LA TIGRESA ACUñA
Es la número uno de la AMB en su categoría, buena parte de sus rivales le duran menos de un minuto, es la gran responsable de que se reglamentara el box femenino en la Argentina y pasa por su mejor momento: la semana pasada retuvo el título mundial Supergallo y el público la dejó adentro de Bailando por un sueño. Pero la Tigresa Acuña no se conforma con eso y está decidida a darle al box todo el glamour que nunca tuvo (y a cobrar lo mismo que los hombres por hacerlo).
› Por Natalí Schejtman
“¡Muy bien, flaca, corregiste lo que te dije!” El que le habla a Marcela Acuña es Ramón Chaparro, su entrenador, marido y secretario privado. Es, también, el responsable de su pegadizo sobrenombre y el que despierta en la Tigresa el animalito doméstico en el que se transforma cuando asiente con cierto gesto embobado el comentario, en el gimnasio municipal de Caseros. Ramón le había corregido que no levantara tanto las piernas para bailar, al comenzar el ensayo de Bailando por un sueño. A la tarde, en ese mismo lugar –un galpón con bolsas que caen del techo y paredes estampadas con dibujos de Bonavena, Monzón, Gatica y, obvio, la heroína local– le estará escrutando ganchos y rectos. Se conocieron cuando ella tenía 7 años y empezó a entrenar full contact (boxeo con patadas) con Chaparro en Formosa. A los 15 de ella, él –22 años más– dejó a su mujer y cuando oficializaron la pareja, provocaron tal sismo que hubo portazos familiares, huidas y hasta un llamado a la policía, reacciones que se ablandarían con el tiempo. Aunque prefiere verla boxear, no le saca los ojos de encima cuando baila, y ante las divagaciones que puede despertar tener de esposa a una boxeadora, Ramón aclara que la Tigresa no es ninguna fiera, a pesar de un apodo ganado por bravucona: “Sólo una vez pegó en la calle. Un tipo la estaba molestando. Ella le dio en la boca del estómago y lo dejó gateando. Estaba embarazada de tres meses”.
Siempre le gustaron los deportes de contacto, pero la decisión de ser boxeadora la tomó a los 19, en frente de la tele: “Nos juntábamos a ver las peleas de Tyson o de De la Hoya. Una vez vimos a Christy Martin peleando por televisión, ésas fueron las primeras peleas de mujeres que se empezaron a transmitir. Y ahí un compañero empezó: ‘La única que le puede ganar a Christy Martin es la Tigresa’.” Así comenzó un recorrido sinuoso, porque el deporte en la Argentina no estaba reglamentado. La Tigresa y Ramón se mudaron a Buenos Aires para poder agilizar ese trámite, recibiendo negativas compulsivas que apelaban, entre otras cosas, a que todavía no estaban hechos los estudios para conocer los efectos de los golpes en el cuerpo de la mujer. Mientras, ya había logrado dar dos peleas “dignas” (perdió en las dos) con Martin y con Lucía Rijker en el exterior. Hasta que después de insistir tanto –y recibir muestras varias de discriminación– llegó la reglamentación en el 2001 y obtuvo la Licencia Número Uno, nombre del documental que la tiene como protagonista, con fecha de estreno en el 2007: “Soy una mujer que traspasó las costumbres: haber boxeado en la Argentina, ser campeona mundial en el Luna Park... Hice mucha historia”.
La Tigresa nunca tuvo perfil bajo, pero este año sus garras mediáticas están más afiladas que nunca: les quita dramatismo a las piñas, elige resaltar el logro más que el sacrificio y hace una apología de las uñas de manicura: “Cuando decís una mujer boxeadora, por ahí te imaginan con muchos músculos, mal hablada, sin nada de maquillaje, sin nada de feminidad. Pero a mí me gusta darle un toque femenino a todo lo que hago. Y al boxeo, que he elegido como mi profesión, le quiero dar eso, un toque de glamour. Ya que al principio la gente decía que era un show, a mí se me ocurrió la gran idea de decir: bueno, ¿les parece que es un show? Hagamos un show. Obviamente nos estamos matando a golpes, eso no cambia. Pero yo le agrego vestimenta, botitas, top, batas bien llamativas, peinados, maquillajes, música. Nunca tuve la oportunidad de ver qué piensan mis rivales de todo ese quilombo, pero yo te puedo asegurar que llegar con bombos y platillos las saca de concentración y mal. En el mundo, algunas pelean con polleritas. Una de mis rivales, Anahí Gutiérrez, tenía abajo una tanga así, mal. Yo le doy un toque de glamour más con que viene toda la gente del espectáculo. Siempre digo: ¿querían show? Yo les doy show.”
La madre de La Tigresa, ya fallecida, soñaba con que su hija bailara danzas españolas: “Después se dio cuenta de que lo que me gustaba era tirar piñas y patadas y me acompañó en eso. Mirá lo que son las cosas...”. “Las cosas” son que ahora el show business quiso explotar otra faceta de la boxeadora y logró que el sueño de su madre tuviera una inesperada concreción. Tinelli captó la popularidad creciente de La Tigresa –ayudada por su relación con Natalia Oreiro, a quien entrena junto con Ramón para el rol de “La Monita” en Sos mi vida– y compró ese combo de coquetería, aguante y humildad. “Yo no bailo bien, pero he mejorado un montón. Me gusta porque la gente ve que no sólo soy una deportista, sino que puedo ser muy mujer y muy sensual.” Cuando se lo ofrecieron, temía que el público se lo tomara a mal, pero otra vez Ramón y sus hijos Maximiliano y Josué la convencieron. Ya fue nominada tres veces por el jurado para abandonar la competencia, pero dos veces el público la salvó. Mañana se sabrá si sigue o se va. De todas formas, La Tigresa vislumbra una larga vida en los medios y ya tiene diseñado un papel a su medida: “Me encantaría hacer tipo un Rocky femenino, tipo Nikita... Pelearme en la calle. Ser una heroína”.
Es la número uno AMB en la categoría Supergallo, buena parte de sus rivales pugilistas le duran menos de un minuto (chequear si no la última pelea contra Paola Herrera en el Luna Park) y por ahora sigue siendo la cara de un deporte reglamentado en gran parte gracias a ella. Pero La Tigresa no quiere dejar de lado otra reivindicación: la abismal diferencia de ganancia que existe en el boxeo entre hombres y mujeres. “Yo soy tricampeona mundial y todavía vivo alquilando y no tengo un medio de movilidad. Por eso siento que estamos muy ligados con Javier, mi soñador en el programa de Tinelli. El quiere una casa para sus abuelos, que son muy humildes. Y yo quiero dejarles una casa a mis hijos.” Dice que está resignada, que los beneficios de la paridad van a ser disfrutados por las próximas generaciones, pero no pierde de vista el objetivo de la casa propia: “Todo el mundo cree que ahora porque estoy mediática yo ya tengo casa, auto y departamento para ir en Mar del Plata. Ahora que estoy en la tele todos me dicen ‘Ahora sí te comprás la casa’. Pero escuchame, ¿vos sabés lo que vale una casa? Así como sigan subiendo los alquileres y las propiedades no sé cuándo voy a poder comprar”.
“Cuando decís mujer boxeadora, por ahí te imaginan con músculos, mal hablada, sin maquillaje ni feminidad. Pero quiero darle al boxeo un toque de glamour. Le agrego vestimenta, botitas, top, batas llamativas, peinados, maquillajes, música. ¿Querían show? Yo les doy show.”
“Ella decía que no se iba a pelear y al final fue la primera que se peleó”, se sonríe Ramón mientras La Tigresa sigue bailando. Se refiere al enfrentamiento que su mujer tuvo con la jueza Moria Casán en Bailando por un sueño. Con las reglas del espectáculo bien aprendidas, ella ya se encargó de decir que “está todo bien con Moria” y “mandarle un saludo grande” mirando a cámara desde la mesa de Mirtha Legrand, rodeada de vedettes que parecían entusiasmadas con eso de tener una nueva amiga boxeadora. Florencia de la V, desde su flamante rol de columnista de la revista Paparazzi, la había alertado sobre las contrincantes televisivas: “Estas diosas vienen con vidrio picado en la bombacha. Es más, creo que es preferible cruzarse con el Tyson de la buena época”. Pero en lo de Mirtha, todas se mostraron amorosas: mientras le preguntaban cuándo iba a ser la próxima pelea, Marcela hablaba de la Locomotora Oliveras, campeona CMB (de su misma categoría Supergallo) y su rival más declarada, diciendo que a veces sentía que se quería colgar de ella y que hablaba mal a sus espaldas. “¡Se te quieren colgar de tus guantes!”, decía una vedette. “En todos los rubros pasa lo mismo.”
Marta es la vecina cubana de los Chaparro-Acuña y gracias a su buena mano para los peinados fue la responsable del pelo de La Tigresa en las peleas más resonantes. Pero desde hace pocos días, la boxeadora menciona con nombre y apellido a la peluquería de Puerto Madero que ahora se encarga de su pelo. No es que la fama se le haya subido a la cabeza: “Marta siempre lo hizo de buena onda, para salvarme y darme una mano. Quiere lo mejor para mí, pero ella tiene otro trabajo... No tiene tanto tiempo. Ahora me está ayudando con el baile. Como es cubana, conoce todos esos ritmos latinos y me ayuda a mover más la cintura”. El nuevo coiffeur marcó la llegada a su cabeza con un cambio de look radical, que pudo verse esta semana en lo de Tinelli y lo de Mirtha Legrand. La jornada de peluquería duró tanto que La Tigresa llegó dos horas tarde a un homenaje que le estaban haciendo en la Casa del Boxeador y decidió, entonces, cancelar su asistencia al cumpleaños de Beatriz Salomón. Eso es cintura.
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