MúSICA > MICAH P. HINSON Y LLOYD COLE: EN DISCO Y EN VIVO
Los dos son expertos en sufrimiento y eximios artesanos de canciones. Uno desde hace más de veinte años, el otro tiene poco más de veinte años. Y ahora ambos acaban de presentar sendos discos nuevos que demuestran que el talento para sufrir no tiene edad.
› Por Rodrigo Fresán (desde Barcelona)
Micah P. Hinson nació en Abilene, Texas, EE.UU., 1981. Lloyd Cole nació en Buxton, Derbyshire, UK, 1961. Dos décadas de diferencia –el infranqueable abismo continental que separa a los veintipico de los cuarentaipico– y, sin embargo, calidad pareja y la presentación en sincro de sus dos nuevos y brillantes discos en una misma sala de conciertos de una misma ciudad. Micah P. Hinson presenta un sábado su Micah P. Hinson & The Opera Circuit y, al lunes siguiente, Lloyd Cole hace lo propio con Antidepressant. Y la suerte de estar ahí, viendo y oyendo a los dos, a una edad en la que cada vez cuesta más salir pero estos dos te hacen sentir como en casa. El primero con sus juveniles y apasionadas canciones a las que sólo se accede con el corazón recién roto y la espalda apenas enderezada y una voz prematuramente envejecida. El segundo con maduras canciones fruto de varios infartos existenciales y que se entonan con voz fresca y agridulce. La guitarra como instrumento autobiográfico disparando violentas canciones tranquilas, blues optimistas, el muy vivo fantasma de Leonard Cohen rebotando de uno a otro y, según Cole, rimando “la lucha por no convertirse en un cínico de mediana edad” y, según Hinson, afinando “la batalla por sobrevivir a la juventud”. Esas cosas a las que cantan las inteligentes canciones de amor, las canciones de amor propio. Canciones con descorazonada cabeza roja y corazón oscuro que dicen el amor es mío, mío, mío y no me importa que me lo devuelvas un poco chocado mientras siga andando, latiendo, marcando el ritmo imposible de seguir –pero fácil de investigar, si se tiene el más difícil de los talentos– de eso que hemos dado en llamar, a falta de un nombre mejor, sentimientos.
Micah P. Hinson ha tenido una vida movida. Ya lo contamos en estas mismas páginas con motivo de su magistral debut del 2004: Micah P. Hinson and The Gospel of Progress. Uno de esos álbumes perfectos que –nutriéndose de muchas fuentes diversas, Hinson asegura que su héroe es John Denver– parece haber surgido de la nada sonando exactamente como eso que todos esperábamos pero no sabíamos cómo describir. Hinson viene seguido a Barcelona a cantar sus canciones que evocan amores tempestuosos e incursiones delictivas de drugstore cowboy y meses en prisión o en desintoxicaciones. El nuevo disco de Hinson –luego de la invocación de ese fantasma de demos desnudos y vestidos a posteriori que fue The Baby and the Satellite, del 2005– continúa esa estela pero, ahora, escrito y grabado desde el triunfo de quien se sabe no the next big thing sino the big thing now. Voz desesperada y guitarra agónica y melodías más de cajón musical que de cajita musical y arreglos mucho más interesantes y finos. Ahí están la funeraria “My Time Wasted” y la zombie-mariachi “Jackeyed” (que merecería ser un hit) y la polka de ultratumba “Diggin a Grave”. Todas ellas grabadas horizontal y con la espalda destrozada: porque un amigo de Hinson le dio una palmada en la espalda una noche de bares y Hinson –golpeado justo en un nervio clave y secreto– se vino abajo y ya no se levantó durante meses. Por lo que los músicos fueron a él y así se registró el más sano de los discos enfermos. Y en Europa en general y en Barcelona en particular, Hinson ya es un héroe: portada de la revista Rockdelux (organizadora de este minifestival donde Hinson es cabeza de cartel) y críticas exultantes en todas partes y el tipo que no se la cree demasiado y, entre un tema y otro, prefiere elogiar a Richard Hawley, a quien define como “alguien con un talento tan grande que me hace doler las tripas”. El concierto de Hinson (alguien con una facha que hace pensar en un primo campesino y sureño de Elvis Costello) empieza con susurros y termina con alaridos y todos, absolutamente todos, salimos sonriendo pensando de cuán orgullosos nos sentiremos, de aquí a un par de décadas, cuando afirmemos “nuestras espaldas más allá de toda salvación” que nosotros lo vimos en el principio, cuando Micah P. Hinson tenía poco más de veinte años de vida y unos ochenta años de vivencias.
Lloyd Cole –así lo atestiguan las delicadas y, para lo que es él, muy optimistas canciones de su flamante Antidepressant– y no voy a explicar a esta altura quién es y cuál es la importancia de Lloyd Cole y el que no lo sepa que pase a la próxima nota y a otra cosa. Sólo diré que la vida no tiene por qué ser justa (Hinson, sabor del año, tocó en la sala grande del Apolo mientras que a Cole le toca la pequeñita, a nivel suelo; la de arriba esta noche está ocupada y llena hasta los bordes por ese chiste/invento que es Juliette Lewis and The Licks) y Cole sale y hace chistes al respecto (“Tal vez debería vestirme de cuero negro, je je je”, dice sin reírse) y el público no llegamos a sumar, calculo, doscientas personas. Y la cosa empieza rara: porque Cole, un tanto regordete, aparece sobre el minúsculo escenario vestido en plan Daktari by Banana Republic y se pone a lanzar ruiditos y acordes desde una computadora y no canta. Diez minutos después, mira por primera vez al público, sonríe torcido y agarra una guitarra acústica y, sorpresa, de entre bambalinas surge Neil Clark, exquisito guitarrista/insignia y co-autor de varias de las más grandes canciones de The Commotions. Y empieza la fiesta, fiesta íntima, pero fiesta al fin. “Traffic”, “Like Lovers Do”, “Cut Me Down”, “Why I Love Country Music”, “2CV”, “No More Love Songs”, “Pay For It”, “Butterfly”, las flamantes “The Young Idealists”, “How Wrong Can You Be?”, “Woman in a Bar”, “NYC Skyline” y, luego de varias maravillas después, un final con los ya standarts “No Blue Skies”, “Music in a Foreign Language”, “Are You Ready to Be Heartbroken?” y “Jennifer She Said”. Y esta última canción (sobre un pobre tipo que, en el momento preciso de tatuarse un nombre de mujer se da cuenta que la piel no se inventó para eso) bien podría estar en la garganta de Hinson y “Close Your Eyes” (canción de Hinson que abre sus recitales donde se pide a la mujer que cierre los ojos y que no diga nada porque con los ojos cerrados y en silencio no habrá preocupaciones) podría formar parte del repertorio de Cole. Y de repente es lunes a la medianoche y arriba la alguna vez actriz del momento Juliette Lewis continúa berreando, pero aquí abajo, como corresponde, Lloy Cole canta que “Ella entra en un bar / Y ahí estás tú / Ya no estás enojado / Ya no eres joven / Ya nada te distrae / Ni siquiera Scarlett Johansson”. Y el mensaje de Cole es sencillo: las chicas de moda pasan de moda. Hasta es posible que los chicos de moda que no se llamen Micah P. Hinson (y a los que tampoco les interese demasiado una rubia top) también pasen de moda. Pero los tipos con voz dorada y versos de plata se quedan para siempre cantando canciones grandes en sitios pequeños donde el tamaño y la edad no importan.
Veinte años no es nada.
Cuarenta, tampoco.
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