NOTA DE TAPA
Parte fundamental de una generación que supo hacer humor bajo la férrea censura del franquismo, después sátiro mordaz de los años de democracia y aún hoy editorialista cotidiano de la España actual, Andrés Rábago es sorprendentemente poco conocido en nuestro país. Por eso, la muestra de sus trabajos actuales que se organiza por primera vez en Buenos Aires es una excusa ideal para conocer la larga historia de este español que firma como El Roto y es considerado por muchos como un descendiente artístico de Goya. A continuación, Quino, Rep, Divinsky y Sasturain lo presentan. Y él mismo dice lo suyo.
› Por Martín Pérez
Ante un dibujo que acabo de pintar.” Así es como responde la voz que llega del otro lado del teléfono cuando se le pregunta dónde es que está. El que responde es Andrés Rábago, alias El Roto, y la verdad es que es difícil imaginarlo en otro lugar. Porque los dibujos de El Roto son de esos difíciles de dejar de mirar, de esos que hay que memorizar para poder tener tan claro algo que siempre estuvo ahí, pero que nunca se entendió tan cabalmente como ante semejante dibujo y su correspondiente texto. Por eso es que hay que tomarse su tiempo ante un dibujo de El Roto. Y ahí es justamente donde está Andrés Rábago al atender el teléfono, tomándose su tiempo. Pero la respuesta llega con una sonrisa, que bien podría querer decir también: “¿En qué otro lado quieres que esté?”. El Roto responde desde su estudio ubicado en el último piso de un edificio del barrio Chamartín de Madrid, pero bien podría estar en otro lugar. Por ejemplo, viajando hacia Buenos Aires para estar presente en su primera exposición en estas tierras, que se inaugura pasado mañana en el Centro Cultural de España en Buenos Aires, y que será presentada el miércoles con una mesa redonda de la que participarán Quino, Rep y el editor Daniel Divinsky. “Nunca visité la Argentina, y ésta era una buena oportunidad para hacerlo”, concede. “Pero está tan incómodo el tema de los aeropuertos, que lo he dejado para otro momento”, agrega el dibujante, que se disculpa por no conocer mucho a los humoristas de este lado del charco. Pero asegura que no sólo le sucede con los argentinos sino que en realidad está bastante desconectado de todo lo que se refiere al humor. “Es que mis intereses están más del lado de la pintura. Lo que aprendí, lo aprendí más de los pintores que de los dibujantes”, confiesa este madrileño que ya roza las seis décadas de vida, que comenzó su carrera haciendo humor contra Franco y hoy es prácticamente un editorialista más del diario El País. “Lo que yo hago no es humor sino sátira. Y la sátira desde siempre fue un mecanismo para fustigar al poder. Para ayudar en la crítica contra los poderosos. Esa es la función de la sátira, que viene desde muy antiguo. Y sigue siendo, desde mi punto de vista, enormemente válida.”
Cuando Andrés Rábago comenzó con su oficio, Franco estaba donde estuvo durante mucho tiempo y donde parecía que se iba a quedar para siempre.
–Se podía, claro que se podía. Es más, algunos de los trabajos que hice entonces tienen aún vigencia y fuerza. Pero se hablaba y se dibujaba de otra manera, con un lenguaje sesgado, que el lector debía interpretar. Pero siempre había formas de eludir la censura.
Según precisa Rábago, durante su carrera utilizó varios heterónimos, que fue cambiando una y otra vez. Además de El Roto, que es como firma actualmente, en aquellos tiempos iniciales otra de sus firmas más comunes fue la de Ops, con la que comenzó a hacerse conocido. “El de Ops era un dibujo más críptico y metafórico, sin palabras”, explica. “Era la dictadura, y uno no se podía expresar libremente. Pero, con la democracia, esa forma de trabajar fue perdiendo su sentido, porque las cosas se podían decir claramente. Y así fue surgiendo un nuevo heterónimo, que fue el de El Roto, en donde los dibujos ahora sí hablaban. Pero cuando la sociedad era muda, mis dibujos eran mudos. Digamos que mi dibujo ha seguido el proceso que siguió la sociedad en la que vivo. Pero es algo que no me di cuenta tan claramente en su momento. Sólo sentía una cierta incomodidad para seguir dibujando sin palabras. Notaba una cierta contradicción, y no sabía muy bien a qué se debía. Posteriormente me di cuenta de que era un problema de lenguaje. Había una contradicción entre el lenguaje y la sociedad.”
Firmando como Ops, Rábago publicó en varias revistas míticas de la resistencia contra el franquismo. Aunque asegura que no le gusta ser historiador de sí mismo, hay dos que destaca principalmente. “Triunfo y Hermano Lobo fueron muy especiales”, recuerda. “Triunfo porque era la revista de la progresía, la que llevaba bajo el brazo todo aquel que estaba contra el régimen. Y Hermano Lobo porque allí pude aprender y desarrollar más este difícil oficio. En ella publicaban los dibujantes más importantes, como Chumy Chúmez, Perich, Summers, Forges. Pero fue una revista efímera, no llegó a durar más de dos años. Y aún así es mítica.”
Los dibujos de El Roto que estarán expuestos hasta el mes de febrero en Buenos Aires forman parte de un libro llamado Vocabulario figurado. Son trabajos publicados en el diario El País en los últimos dos años, recopilados por el autor eligiendo una palabra clave dentro del texto, y ordenándolos para que pareciese un diccionario, donde se explican esas palabras de otra manera que en los diccionarios oficiales. Si se busca la palabra dinero, por ejemplo, se encuentra una viñeta en la que dialogan dos hombres sin rostro. “Hacer dinero sirve para ganar elecciones”, dice uno de ellos. Y el otro apunta: “Y ganar elecciones sirve para hacer dinero”. Unas páginas más adelante, economista está explicada con otro diálogo:
–Es que me estaba sujetando un economista.
A pesar de trabajar con una didáctica tan contundente, El Roto no concede en condenar los tiempos que le han tocado vivir. “Es verdad que éstos son los trabajos que he publicado en los últimos dos años, y que han sido dos años de crisis mundiales y nacionales bastante terribles. Probablemente los dibujos sean más amargos, pero mi mirada es siempre la misma. Vivimos tiempos complejos, pero todas las épocas han tenido sus dificultades. Por eso no creo que debamos ser pesimistas”, asegura el hombre de los dibujos más oscuros del mundo.
–Porque no me interesan los individuos concretos sino los arquetipos. Por eso, o bien miran de costado, o están de espaldas. Son intercambiables...
–Porque siempre me ha interesado un dibujo reflexivo, nunca he buscado el ejercicio del humor. Lo que a mí me interesa desde hace mucho tiempo es ayudar a crear una estructura de pensamiento. Y la sátira es muy útil en ese sentido. Ayuda a clarificar zonas confusas, dado que es un lenguaje en blanco y negro, con zonas muy precisas. Por eso es que ayuda a romper esa especie de magma en el que nos movemos, donde es difícil saber cómo son las cosas, qué es verdad y qué es mentira, por culpa de los intereses de medios y los poderosos, que buscan justamente eso, crear confusión. La sátira ayuda a romper esas zonas grises, a clarificar.
–Es que la sátira tiene invariablemente una mirada más sesgada de las cosas. Está claro que en el mundo hay cosas más o menos luminosas, pero la sátira no se ocupa de eso. Por eso es que puedes parecer pesimista cuando no lo eres. Lo puedo resumir de esta manera: dibujo oscuro para ver claro.
¿Significan las palabras lo que los diccionarios nos dicen que significan? En el primer cuarto del pasado siglo, tras los horrores de la Gran Guerra, unos cuantos escritores y artistas lo pusieron en duda. La mayor parte de los ismos de aquel entonces deben su existencia a esa duda, a la irrealidad de la palabra, a la irrealidad de la realidad. Tras la Segunda Guerra Mundial, tras los holocaustos que acompañaron al Holocausto, la cuestión se radicalizó todavía más: ¿era posible seguir escribiendo después de todo aquello, utilizar las mismas palabras que habían servido para organizar o justificar lo sucedido? Para muchos –creadores y críticos– era evidente que no, que había que buscar otras formas de expresión. Sólo que, vencida la reacción traumática, el escritor realizó una vez más lo que tantos otros se han visto obligados a realizar a lo largo de los siglos: rehacer el idioma, recuperar las palabras, todas las palabras, tras limpiarlas de cualquier clase de adherencia por el mismo procedimiento por el que fueron ensuciadas, invirtiendo su significado, convirtiéndolas en expresión de lo contrario que habían expresado. Si libertad o libre habían sido convertidas en sinónimo de opresión, al ironizar sobre tal mutación, al convertirla en disparate objetivo, se daba a la palabra una nueva acepción redentora. Utilizar literalmente, fuera de contexto, el discurso totalitario de un dirigente político, por ejemplo. En cualquier caso, el instrumento fundamental –aunque no el único– en la tarea de recuperar palabras es la ironía.
Lo es, desde luego, para El Roto en sus colaboraciones diarias, mezcla de dibujo y palabra, recogidas en el libro Vocabulario figurado. Me atrevería incluso a decir que tal conjunción es lo que mejor lo distingue de otros buenos dibujantes satíricos de la prensa periódica: el papel que la palabra desempeña en su obra. Palabras de contenido social, político, religioso, económico o filosófico que han llegado a ser sinónimo de lo contrario de lo que significan, pero que debidamente limpiadas por la ironía no parece sino que hayan recuperado su libertad de movimiento.
Antecedentes, que yo sepa, no hay muchos aunque sí muy ilustres. El más próximo en la idea, ya que no en el tiempo, sería Daumier y sus obsesiones respecto de médicos y juristas, para él leguleyos y matasanos. Pero en España tenemos a otro todavía más ilustre: Goya, el Goya de los Caprichos, los Disparates y de los Desastres. La mezcla de ingenuidad y maldad, de piedad y horror es muy semejante en ambos. Pienso, por ejemplo, en el Capricho titulado Aquellos polvos... Tremendo. Ni sarcástico ni mucho menos gracioso. Y es que, ¿son graciosos los dibujos de El Roto? Con frecuencia, más bien espantan.
Pero hay otro rasgo todavía más específico común a las estampas de Goya y de El Roto: el carácter inequívocamente hispánico de la realidad representada. Los horrores de Goya no son alemanes o rusos, ingleses o turcos. Son hispánicos. Y los personajes de El Roto, pertenezcan al pueblo llano o a las elites financieras, son esencialmente hispánicos, así en su cándida inocencia como en su rapaz estolidez. Marx precisó con gran agudeza la alineación que aquejaba a la clase obrera de su tiempo, distinta de los diversos tipos de alineación propios del estado de bienestar y de la sociedad de consumo, hoy mucho más vigentes. No prestó atención, en cambio, a la alineación que padecía el hombre de empresa de su tiempo y que siguen padeciendo los hombres de empresa actuales. Una alineación regida en lo fundamental por la estupidez, por brillantes que sean sus resultados desde un punto de vista técnico: estupidez en el ámbito subjetivo –en cuanto ese tan oscuro como poderoso hombre de negocios que representa El Roto habrá vivido su vida tan poco como el obrero de los tiempos de Marx la suya–, y estupidez en el ámbito objetivo, toda vez que lo que él entiende por crear o construir significa en realidad destruir. Pues bien, el inexpresivo fatalismo con el que semejantes seres se expresan no es ni estadounidense ni británico ni alemán, sino de profundas raíces hispánicas, todo y todos sometidos a ese fatalismo tan inexorable como el de los pasos de Semana Santa. Al igual que la bondad y la dejadez que recoge en otras ocasiones, la irreflexión y la banalidad, la candidez y las determinaciones más despiadadas. Por encima de los grandes negocios, del delito ecológico, de la corrupción, del fanatismo religioso, del consumismo o de la mentalidad multimedia, los desastres recogidos por el vocabulario figurado de El Roto se hallan presididos por la estupidez.
¿Cómo entender, pues, ese Vocabulario? ¿Invitación a la reflexión? Sí. ¿Breves fábulas de contenido moral? También. ¿Un anatema susceptible de conjurar el mal, de abrir un margen de esperanza? Apenas. Se diría que la única enmienda en la que El Roto cree es la que resulta de un buen escarmiento, de una ejemplar catástrofe. Y lo malo es que bien podría tener razón.
Al terrible Andrés Rábago lo conocimos siempre por ser otro. Antes de ser Roto estuvo largamente descosido, sin hilvanes siquiera que lo sujetaran a cualquier tipo de humor establecido en esa época de iniciación suya, en las postrimerías sombrías y esperanzadas del franquismo. Este dibujante que nunca tuvo cara –al menos para mí– era por entonces una sigla, una contraseña, una exclamación, un exabrupto sin palabras: OPS (así, todo con mayúscula) era demasiado. Así firmaba Abrego cuando lo descubrimos en algún ejemplar de Hermano Lobo que aún tenemos de comienzos de los setenta, así firmaba el libro Los hombres y las moscas de Editorial Fundamentos, con prólogo de Manuel Vázquez Montalbán en el ’71, así lo leeríamos junto a otros talentos abiertos y diferentes en la gloriosa “Madriz” que armó Felipe Hernández Cava desde la subvención del Ayuntamiento de Madrid ya durante el destape y en la segunda parte de esa década prodigiosa para el tebeo –así han dicho siempre los clásicos castizos de la cosa– español. OPS era tan oscuro y severo, tan diferente de todos entonces, como lo es El Roto hoy, pero lo era desde la raíz más profunda de la España Negra. Su modernidad retro enlazaba obviamente los caprichos goyescos con la modernidad de Topor, la tradición satírica con el humor absurdo y negro del grupo Pánico. El horror cotidiano, la presencia insuperable de la muerte como un menú insoslayable. El que más rompía y el más enraizado, OPS –como El Roto–, recargaba las tintas al máximo, dibujaba y pensaba y comentaba en voz baja y sonrisa torcida, casi imperceptible detrás de la mueca. Con Chumy Chúmez, con Gila –cada uno a su sombría, brutal manera–, con esa escuela desescolarizada y salvaje entraban en la aparente Vida Nueva post Caudillo con la calavera en la mano, con la bayoneta en las vísceras, con la libreta de apuntes al baño y al cuartel, al cementerio y a la cuna alambrada. Verdadero monstruo proteico, irreductible, Abrego (OPS + El Roto) nunca se reconvirtió, nunca se hizo europeo en el peor de los sentidos (casi todos). No cabe elogio mayor: hoy, Roto, antes OPS, un descosido, nunca se emparchó, no hay costura que cierre esta herida abierta.
Admiro a El Roto desde que firmaba como Ops en una vieja revista llamada Hermano Lobo. Tal cual dice Goytisolo en el prólogo de Vocabulario figurado, sus dibujos están muy emparentados con Goya. Pero además creo que sigue la tradición de los humoristas españoles, capaces de pasar rápidamente de la ternura a la brutalidad. Es que España es así. Cuando uno ve una foto de una plaza de toros, es notable la diferencia entre luz y sombra. Cuando uno está en Madrid se da cuenta de que realmente es así: la sombra es verdadera oscuridad y el sol enceguece. El Roto también es muy así. Y la parte oscura la maneja muy bien. Por eso su estilo gráfico es como de fotos quemadas. El suyo es ese tipo de humor, como el de Chaplin, del que uno se ríe para no echarse a llorar. Con mi mujer tenemos varios de sus chistes recortados, pero hay uno que salió no hace mucho, que es de mis preferidos. Aparece un hombre hablando por unos altoparlantes, se supone que ante una multitud, y dice: “Les pedimos por su bien que permanezcan asustados”. Yo sé que él dice que hace sátira y no humor, pero hace tiempo que no me preocupo por esas distinciones. A mí su trabajo me hace recordar mucho a Gila y a Chumy Chúmez. Pero es cierto que sin Goya cuesta imaginarse que hubiese salido El Roto.
Testimonio recogido por Radar.
El Roto dibuja un mundo de miedo. Con este nuevo trabajo suyo, Vocabulario figurado, acabamos preguntándonos ¿es éste el mundo en el que vivimos?, ¿qué hicieron, qué hicimos de él?
El Roto hizo un vocabulario y les puso nombre a las cosas que nos suicidan a diario, desnudando palabras como Lucro, Manipulación, Telebasura, Muros, Torres, Transgénicos, Porcentajes, con dibujos que las ponen definitivamente en sus lugares. Dice Goytisolo sobre este opus rotoso: “El instrumento fundamental –aunque no el único– en la tarea de recuperar es la ironía”.
Andrés Rábago, que así se llama este satírico madrileño que también firmó como OPS, está inscripto en una tradición que viene de Daumier, de Goya, de Grosz y de Chumy Chúmez. La influencia que puede ejercer El Roto sobre cualquiera de los dibujantes es temible. Si caés en ella es muy difícil de salir. Hay que temerle.
El dibuja a las instituciones, no a los personajes identificables. Atacar a las instituciones es algo que los grandes diarios no soportan. Por eso es un milagro que El País publique todos los días a este autor imprescindible. Un hombre de la sátira, como él se reivindica, y no un humorista, que eso se modifica con el tiempo, pasa de moda.
El título –modificado– del viejo ¿foxtrot? puede ayudar a ubicar la inubicable obra de El Roto. Si Discépolo definió alguna vez el tango como “un pensamiento triste que se baila”, podría afirmar que cada cuadro de El Roto es un pensamiento triste (o amargo) que se ilustra.
Así como hace tiempo dejó de ser posible hablar de “los chistes” de Quino para aludir a sus páginas de humor, ahora devenidas simplemente “sus páginas”, hay que cuidar la terminología para nombrar lo que publica El Roto diariamente en El País de Madrid. Porque son aforismos desolados sobre la Humanidad, España, el mundo y sus alrededores, subrayados por sus viñetas negras: goyescas, como bien las califica Luis Goytisolo, con la diferencia de que con las de Goya, a veces, uno se sonríe.
Si alguien corona la “lectura” de alguno de esos trabajos con un “Ja”, equivocó la onomatopeya: sólo se puede pensar “Ay”, si se la comprende bien.
Días después de las elecciones argentinas en las que muchos votamos a Kirchner para evitar males mayores, en el cuadro alusivo de El Roto aparecía una ciudad en escorzo con una persona agazapada contra uno de los muros y este epígrafe, que cito de memoria: “Ciudadano argentino huyendo del candidato al que acaba de votar”. ¿Habría una síntesis mejor?
Como bien dice Goytisolo, “lo que mejor distingue a El Roto de otros buenos dibujantes satíricos de prensa es el papel que la palabra desempeña en su obra”.
Al contrario del gran Crist que dibuja y luego piensa qué texto pondrá en sus envíos diarios a Clarín, es casi evidente que El Roto reflexiona primero sobre alguno de los temas contemporáneos: el miedo a la inmigración, los contratos laborales basura, la televisión despreciable, la contaminación, y luego dibuja para acentuar en el lector la zozobra que la idea produce. ¿Eso es humor? No podría afirmarlo, pero sí que es certero y demoledor.
La muestra Vocabulario figurado inaugura el martes 21 a las 19 hs. en el Centro Cultural de España en Buenos Aires (Paraná 1159).
Estará abierta hasta el 10 de febrero.
La mesa redonda con Quino, Rep y Daniel Divinsky es el miércoles a las 18.30.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux