Dom 26.11.2006
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PERSONAJES > PIPO LERNOUD REPASA SU VIDA

El club de Pipo

Pionero del hippismo, habitué de la mítica La Cueva de Tanguito y Litto Nebbia, letrista de Miguel Abuelo, fundador de Expreso Imaginario, la revista que defendió y difundió el rock bajo la dictadura, precursor de la vida ecológica y factótum de la Historia de los 30 años del rock argentino, Pipo Lernoud acaba de cumplir 60 años. Y la fiesta de cumpleaños, musicalizada por un trío inaudito y engalanada por varias generaciones de músicos, escritores, periodistas y un largo etcétera, fue una excusa perfecta para repasar con él una vida buscando "otra cosa".

› Por Juan Andrade

Ayer nomás, Pipo Lernoud entraba sorprendido y visiblemente emocionado al bar palermitano en el que se habían dado cita sus amigos para celebrar sus 60 años. En la fachada, un cartel anunciaba que el lugar se había convertido en "El Club de Pipo". Adentro lo esperaban desde los socios de aquellas noches de naufragio urbano en las profundidades de La Cueva, hasta los primeros agricultores orgánicos con los que entró en contacto a partir de la mítica revista Expreso Imaginario. Dos clases distintas de pioneros, con los que supo mezclarse a lo largo de su vida. Rockeros en actividad, hippies retirados, periodistas, productores ecologistas, intelectuales, entre otros exponentes de faunas diversas, aguardaban pacientemente su turno para darle un abrazo. Miguel Grinberg, Juan Carlos Kreimer, el Gordo Martínez y Pedro Aznar estaban entre ellos, mientras que otros como Charly García lo saludaron vía telefónica. Y él iba de acá para allá, bajito, canoso y ágil para abrirse paso en medio de la pequeña multitud, comentando en voz baja, como con cierto pudor: "Sabía que iban a hacer algo, pero no esperaba todo esto".

De fondo se escuchaban las voces de Bob Dylan o de Miguel Abuelo, pero cuando comenzaron a proyectar sus fotos sobre una pantalla gigante los que sonaron fueron Los Gatos haciendo "Ayer nomás", un clásico cuya letra le pertenece. Las imágenes puntearon los hitos de su trayectoria: Pipo con pintura en la cara encabezando la reunión de los hippies en plaza San Martín en la primavera de 1967; Pipo posando con el Coliseo Romano o con el Taj Mahal a sus espaldas, en alguno de los viajes que emprende por estos días como vicepresidente de la Federación Internacional de Movimientos de Agricultura Orgánica; Pipo hijo; Pipo junto a su mujer, María Calzada, embarazadísima; Pipo padre. Al otro lado del salón su madre, Mabel, seguía la secuencia con un brillo orgulloso en la mirada. Tal vez en algún momento haya recordado al chico que supo acumular expulsiones desde el colegio primario, o al joven al que le reprochaba su conducta rebelde, ella que lo había criado para que fuera un señorito. Y la respuesta exculpatoria que recibió a cambio: "Mamá, los que me educaron fueron Tanguito y Miguel Abuelo..."

El clímax de la fiesta se produjo pasada la medianoche, con una especie de reunión cumbre rockera. El ex Manal Alejandro Medina, el ex Almendra Rodolfo García y el ¿ex? Redondo Skay Beilinson subieron al escenario y le dieron forma a una zapada monumental, a la que terminó sumándose el propio homenajeado. Con el súper-power-trío de fondo retorciéndose en solos feroces que subrayaban sus palabras, leyó un fragmento de la presentación que escribió para Los Beatniks en plenos años ‘60: "Basta de taparrabos. Desnudos seamos. Porque para que sepas quién soy tengo que desnudarme, mostrarme, darme. Si no, me muero. Me hago isla y me muero. Los que niegan la desnudez me matan. ¡Basta de asesinos en el timón!".

Mañanas campestres

En el televisor mudo del comedor diario de los Lernoud, la CNN informa sobre la derrota de George Bush en las elecciones legislativas. Sobre la mesa, alguien dejó olvidada una Guía completa de Dylan de Nigel Williamson. Junto a la ventana, una silla sostiene una pila de La Mano, el mensuario del que es cofundador y miembro del consejo de dirección. Pipo enciende la hornalla y prepara café porque, comenta, todavía no se repuso de la parranda de anoche. Se lo ve contento y, según advierte, locuaz. Y en eso está, hablando de esto y de lo otro, cuando, por alguna casualidad, menciona una de las fotografías proyectadas durante el cumpleaños, una en la que se lo ve de pie junto a un caballo, sosteniendo la rienda, con anteojos y vestido con bombacha de gaucho. "Me la sacaron en el campo de mi abuelo, en Alberdi, cerca de Junín. Debía tener unos 7 años. No iba mucho, sólo en las vacaciones de invierno o cosas así. Pero más o menos sabía andar a caballo, lo mínimo. Yo creo que ahí empecé a escribir poesía. Para mí siempre fue muy fuerte el campo", suelta casi al pasar. Pero lo que puede ser nada más que un recuerdo de la infancia tendrá otro peso al final de la entrevista. Por ahora digamos que el asunto adquiere otro sentido si uno recuerda que fue uno de los primeros letristas del rock argentino, y que sintió el llamado de la tierra del que hablaban los hippies y se instaló en 1967 en Capilla del Monte. "Me había hartado del delirio galopante de los rockeros, de Buenos Aires. Y nos fuimos a vivir con Tanguito y Miguel Abuelo a una especie de establo de piedra que había al lado del río. Ellos se fueron al poco tiempo, pero yo me quedé un año plantando rabanitos", cuenta, con una risotada final.

Desde entonces su vida fue un constante ida y vuelta entre la ciudad y el campo, entre los frutos del rock y los del suelo. Aunque tendría que pasar más de una década para que aquel impulso se convirtiera en una realidad concreta. Pipo escribía una columna sobre ecología en el Expreso Imaginario, la para muchos célebre "Guía práctica para habitar el planeta Tierra". Un buen día, en los tempranos años ‘80, alguien puso un aviso en la publicación anunciando un "Curso de agricultura orgánica". No sólo asistió, sino que fue un puntapié inicial para meterse de lleno en el tema. Primero formaron la cooperativa Al Pan Pan con la gente del Expreso, que les permitía comprar y repartir frutas y verduras a mejor precio y calidad. Sigue Pipo: "Después íbamos a hacer cursos a lo de un flaco en Ranchos, que fue el primero que sabía de agroecología. Y justo murió mi viejo, y yo heredé el pedacito de campo de Alberdi. Entonces le pedí a este flaco que me ayudara a administrarlo, me puse a hacer tambo orgánico. No me ocupaba de las vacas personalmente, porque en ese momento tenía Canta Rock. Fue una revista muy exitosa, vendíamos como cien mil ejemplares, ganaba un toco de guita. Por eso con mi mujer dijimos: ‘Nos mudamos a un lugar al que podrías volver después de una fiesta... si no estamos muy en pedo’ (risas). Y nos fuimos a Ranchos: salía a la noche con Los Redondos y después me iba al campo. Durante mucho tiempo me pasaba el fin de semana yendo a recitales y haciendo reportajes, y después me iba dos o tres días a hacer la huertita. Era producción en serio: soja orgánica, miel, pollos, zapallos. Para mí que la gente que viene de lo orgánico no entiende lo del rock, porque los productores son medio caretas. Y los rockeros no entienden lo del campo. Todos cantan: ‘Vamos al campo, nena’. Pero eso de tener que levantarse temprano a laburar... mejor ni hablar".

¿40 años no es nada?

Después de fundar Expreso Imaginario, que hizo escuela en ese subgénero que conocemos como "periodismo de rock", que abrió cabezas y se las rebuscó para hablar sobre la libertad y la contracultura en medio de la última dictadura, Pipo estuvo al frente de la exitosa Canta Rock, que apoyó y de alguna manera sostuvo el boom del rock argentino pos Malvinas. Pero de la efervescencia comenzó a quedar sólo la espuma, y la publicación cerró su exitoso ciclo. Así fue como, entre 1988 y 1994, se dedicó básicamente al reparto de verduras. Además de montar El Rincón Orgánico junto a su mujer, también tuvo tiempo de escribir el libro Tanguito y La Cueva cuando se estrenó la película. La rutina era más o menos así: "Veníamos los lunes y los martes para tomar los pedidos y hacer el reparto. Y nos volvíamos al campo, las chicas iban al colegio allá. Yo estaba recopado, medio escribiendo una novela. Pero en esa época estabas muy incomunicado, tener un teléfono costaba un montón de guita: no existían ni el celular ni Internet. Y justo en ese momento Alberto Ohanian me contrata para hacer una exposición sobre los 30 años del rock. Ahí decidimos hacer al revés: nos vinimos a vivir a Buenos Aires, e íbamos al campo los fines de semana".

La muestra se llamó Rock Nacional 30 años y quedó inaugurada formalmente en 1996. Antes, durante un año, Pipo trabajó con un equipo de investigación integrado por músicos como Rodolfo García y periodistas como Alfredo Rosso y Claudio Kleiman, que habían formado parte de las filas del Expreso. "Escribimos una enciclopedia, para la que revisamos todos los diarios, revistas o publicaciones que hubiera sobre rock. Llamábamos a los músicos para chequear los datos. Fue un laburo impresionante. Además, me sirvió para volver a meterme en el rock, del que me había distanciado por unos años. Y eso me shockeó: podés ser conocido, tener una cosa hecha, pero te vas tres años y cuando volvés estás en bolas total. Vino una nueva generación, se creó un nuevo ambiente y yo no conocía a nadie. Y a mí me conocían como leyenda, pero no desde un lugar práctico. La verdad, es una hinchada de bolas ser una leyenda. No sirve para nada. La gente tiene una idea de vos que no tiene nada que ver con lo que sos. No podés dialogar con una persona mano a mano porque está lleno de ideas sobre vos."

¿Cómo viviste los 30 años siendo parte de la historia?

–Fue alucinante. Para mí la muestra fue la primera oportunidad para repensar el rock, desde el rock. ¿Cómo vemos estos 30 años? ¿De qué hablaron los músicos? ¿Cómo evolucionó? Quería iniciar un debate cultural, porque pensaba: el rock tiene tres décadas; Charly, Spinetta y León son personajes nacionales, no son más "rockeritos". Entonces quería discutir en los suplementos culturales cuál fue el aporte del rock. Y contraponerlo al tango y al folklore. ¿Qué significó cultural, ideológicamente? ¿Qué tiene para proponer? ¿Cuál es la política del rock? ¡Y no me dieron bola! Los diarios o la prensa rockera decían: "Ay, el museo del rock". Para ellos no tenía sentido hablar del pasado del rock, porque era una cosa en evolución y lo único que importaba era lo nuevo.

Bueno, este año cumplió 40. ¿Qué lectura se puede hacer?

–El rock ya es cultura. En el sentido de que es parte de la vida de la gente. Adriana Franco sacó un libro sobre el rock y la ciudad: hay 500 canciones que hablan de Buenos Aires. Tiene una tradición, como el tango. Pero también se ha perdido la cosa de movimiento: hoy sirve tanto para vender zapatillas como para ponerle música a un programa de Tinelli, cuando hace quince o veinte años no existía ni en la televisión ni en las radios. Hoy todo es rock. Las publicidades tienen el espíritu de los pibes del rock. Se ha vuelto mainstream: estamos en plena era del Pepsi Music. Cuando pensás en la industria del entretenimiento, la misma palabra te lo dice: perdiendo el tiempo, distrayéndose: entre-tenerse. Y, en realidad, el mensaje del rock es "pensá por vos mismo", "de nada sirve / escaparse de uno mismo". Tampoco quiero sostener una ideología pesada, pero en este momento la carcasa de la industria del entretenimiento es el rock. Hay mucha guita en juego. Y cuando las corporaciones empiezan a hacer mucha guita, la cosa pierde totalmente sentido. Pero de ninguna manera creo que La Cueva fue lo mejor y que después vino la noche. ¿Mi época era la mejor? ¡Las pelotas! Era una pálida, ibas en cana todo el tiempo, no te entendían, no podías coger con tu novia. Yo tengo la teoría del 5 por ciento: siempre hay un 5 por ciento de flacos que están buscando otra cosa. Y ahora mismo, seguro, hay unos flacos en un garaje componiendo unos temas alucinantes.

Zen o no Zen

Difícil, casi imposible precisar el momento en el que la mirada que tenemos sobre el mundo pudo haber comenzado a teñirse con nuevos colores, formas, dimensiones, sonidos, palabras, ideas. Sin embargo, desde su adolescencia Lernoud escribía una especie de diario con una prolija letra manuscrita. En ellos puede leerse, en pleno 1966: "Feliz de empezar el nuevo cuaderno. Junio, un mes formidable, quizás el más rico de mi vida. Ahora todo empieza. Arriba con: nueva poesía, novela, aprender a amar, Moris, Pajarito, música barroca, Beatles, Shakers, gente de La Cueva, probables publicaciones, libertad en todo". En la página siguiente, una línea demoledora: "Hoy (desde el 28 de junio) un gobierno militar en este país de mierda". Y un poco más adelante, otras preocupaciones: "Sólo falta resolver: los hombres, ¿‘forman cuerpo con la duración’, o son compartimentos estancos incomunicables?". El que habla ahora es el hombre que vivió otras cuatro décadas: "Desde esa época, siempre me presentan como Pipo Lernoud, poeta y periodista. Es por las letras de Miguel Abuelo, porque nadie leyó mis poemas: nunca los publiqué. Pero ahora que cumplo 60, pensé: todo el mundo dice que soy poeta, voy a justificarlo publicándolos. Entonces, con cuadernos de distintas épocas, armé un libro que se va a llamar Sin tiempo y sin memoria, por una letra que hice con Miguel y que después usó Pappo en "El hombre suburbano": "Las cosas que yo veo son cosas sin historia/ Sin tiempo y sin memoria, son cosas nada más". La mayoría de los poemas tienen que ver con la misma experiencia... Parezco un tipo muy activo, pero yo me veo como una persona contemplativa a la que le interesa la metafísica (se ríe). Y eso se refleja en mis poemas, que hablan del significado del mundo, de quiénes somos. Me interesa mucho lo espiritual, la meditación, las experiencias psicodélicas, que abren la mente y te colocan en un punto en el cual vivís el mundo más allá de tu cultura, de tu ideología, de tu reputación y de lo que te enseñaron tus padres. Los yogas decían, 500 años antes de Cristo, que la experiencia espiritual se sostiene mediante el nacimiento, porque uno nace con la capacidad de conectarse y ver, mediante el ayuno, las drogas o el baile extático. Hay todo un espacio de comprensión del mundo no verbal, no teológico, que me interesa mucho desde chiquito. Freud hablaba de la experiencia oceánica que tiene el chico cuando se siente parte del universo. Y decía que es normal tenerla en la niñez, estando, por ejemplo, en la playa o en el campo", argumenta, justo antes de hacer una breve pausa. ¿Sería muy rebuscado o freudiano sostener en este punto de la nota que es imposible no volver al retrato que le tomaron a los siete años en el campo de su abuelo, el lugar en el que según él empezó todo? Sigue Pipo, embalado: "Las puertas de la percepción de Huxley, Castaneda y los budistas zen hablan de eso. Yo creo en el espiritualismo revolucionario, en el sentido de darse cuenta de que todo esto es pasajero, que somos parte del flujo de energía y que estamos permanentemente cambiando, que estamos compuestos de lo que comemos y del aire que respiramos. La física moderna lo tiene clarísimo, y la ecología también. Por eso me interesó tanto la agricultura orgánica. Esa temática medio delirante, de la que no hablo muy seguido, es el eje central de mis poemas: todo el tiempo estoy volviendo sobre lo mismo. En el libro hablo de lo que me pasó al juntar poemas de todas las épocas: fue como mirar las líneas de Nazca, que con la distancia empiezan a tomar forma. Porque fue así, de golpe me di cuenta de que había una coherencia. Y lo mismo me pasó anoche cuando pasaban las fotos: sentí que todo el tiempo había estado en la misma búsqueda, haciéndome las mismas preguntas. Como diría Atahualpa, las preguntas que se hace un hombre solo a sí mismo".

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