Dom 28.01.2007
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POR ANGEL BERLANGA

Los papeles perdidos

› Por Angel Berlanga

¿Qué material de Osvaldo Soriano queda aún por recopilar en un libro? Dispersos entre los diarios y las revistas en las que escribió a lo largo de casi treinta años, aguardan artículos, crónicas, semblanzas, despedidas y entrevistas que están a la altura de los que editó en un puñado de volúmenes recopilatorios. Como es obvio, buena parte de su vasta obra periodística pierde potencia al abordarla fuera de su coyuntura, pero son decenas los textos que conservan intactas su agudeza y contundencia, su humor y su eficacia caricaturesca, puesta unas veces en la exageración y el desparpajo y otras en la singularidad de su mirada. Textos que, por otra parte, dan muestra de su fidelidad y entusiasmo con los temas que lo obsesionaban, del tránsito de unos géneros a otros y de la evolución de un estilo que siempre tuvo en cuenta al lector, sin que esto implique abandonar su propio ideario.

Cada tanto Soriano echaba una ojeada a los artículos y relatos que había publicado en la prensa, los reunía, les daba cierto orden y los editaba. Muchos de sus textos periodísticos están ligados directamente a la ficción no sólo por estilo: ahí aparecen los temas, las historias y hasta los personajes que nutrirían después sus novelas. En un artículo de la revista Humor publicado antes de volver del exilio, al que tituló “Encuentros con gente de talento”, por ejemplo, narra el cruce en un hotel de Flandes “con un negro cincuentón” que le contó que había sido durante siete años “primer ministro de Burundi” y que había conspirado para establecer “un gobierno nacional y más o menos popular”: ahí está el Michel Quomo que se alía en Bongwutsi con el cónsul Bertoldi, el protagonista de A sus plantas rendido un león. En Artistas, locos y criminales, editado en 1984, el primero de los cuatro volúmenes recopilatorios que publicó en vida, se reúnen una serie de textos dados a conocer originariamente entre 1972 y 1974 en La Opinión: entre ellos está “Laurel y Hardy, el error de hacer reír”, en cuya introducción Soriano anota: “Mientras escribía este homenaje no me daba cuenta de que estaba trazando la línea narrativa de Triste, solitario y final. Más aún: tres de los cuatro relatos breves aquí reproducidos anticipan a los que, corregidos y reescritos, fueron intercalados en la primera parte de la novela”.

En “Tandil-Buenos Aires, 1969”, aparecido en el cuarto de los libros de este tipo, Piratas, fantasmas y dinosaurios, Soriano reprodujo lo que considera su “primer artículo”, el que escribió para entrar en Primera Plana acerca de la Semana Santa tandilense; en Arqueros, ilusionistas y goleadores, que reunió muchos de sus relatos futboleros y fue editado el año pasado, se reproduce su último relato, “Algunas lecciones”, protagonizado por el Míster Peregrino Fernández y publicado en este diario, en el que estuvo desde su primer número. En el medio, entre las páginas de Panorama, La Opinión, El Cronista, Humor, Crisis y El Periodista, entre otras publicaciones, además de los textos que también rescató en Rebeldes, soñadores y fugitivos y Cuentos de los años felices, hay unas cuantas piezas preciosas.

Están las despedidas que publicó en este diario a Miguel Briante, a Marcello Mastroianni, a Tato Bores, a Alberto Olmedo. Están los retratos de patéticos dictadores como Onganía, Lanusse, Videla. Están las ágiles y esperpénticas “Llamadas internacionales” que publicaba los domingos de verano, la actualidad argentina de los ’90 en clave de grotesco. Están las entrevistas: a Cortázar, a Quino, a Simenon. En cultura de La Opinión publicó textos notables: hay una nota sobre Hermenegildo Sábat, por ejemplo, que lo pinta impecablemente. Artículos sobre Alejandro Dumas y Ernest Hemingway, sobre Dal Masetto y sobre Bayer. Textos sobre sus temas: el cine, los gatos, el boxeo, el fútbol, la política, la historia. Sobre su oficio, sobre libros y autores. En Cartas, un artículo inédito que aborda la relación entre lectores y escritores, anotó: “Fueron los franceses los que, por larga experiencia, adoptaron la católica metáfora del purgatorio. Según ellos, escritor que muere, obra que desaparece, hasta que al cabo de un largo purgatorio, si de verdad lo merece, entra definitivamente en el paraíso”.

La crónica acerca de Muhammad Alí que se reproduce en la subnota que acompaña a esta nota, publicada en diciembre de 1974 en la revista Crisis, es una muestra, nomás, de la prosa periodística de Soriano.

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