Dom 18.02.2007
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STEPHEN KING DESPIDE A ANNA NICOLE SMITH

Hermosos y malditos

› Por Stephen King

Aquí tienen un cuento de hadas. Es bueno: todos lo conocen y lo adoran. Es del Libro de la Fama y la Celebridad en Estados Unidos. ¿Están listos, niños? Erase una vez un polvoriento pueblito de Texas llamado Mexia, donde vivía una pobre (pero bonita) niña llamada Anna Nicole Smith. Trabajaba en Jim’s Krispy Fried Chicken para ayudar a la economía familiar, pero albergaba sueños más grandes. Las paredes de su habitación estaban cubiertas de posters de Marilyn Monroe. Su corazón ardía con el deseo de ser una estrella. ¿Y saben qué? En parte por su belleza pero sobre todo por su trabajo duro, ¡su sueño americano se hizo realidad! ¡Sí! Fue a fiestas en una mansión, publicaron su foto en una revista poblada de chicas bonitas, se convirtió en una modelo famosa, se casó con un rico y apuesto príncipe, incluso tuvo su propio programa de televisión. Y, por supuesto, ¡vivió feliz para siempre!

Ese es el cuento de hadas. Sólo que, como suele suceder, está ridículamente equivocado. Como la mayoría de nosotros sabemos a esta altura –por la televisión, especialmente el cable, donde fue Todo Anna Todo El Tiempo en las 48 horas que siguieron a su muerte– la señorita Smith era en realidad Vickie Lynn Hogan (el tipo de nombre que parece reservado exclusivamente para chicas de secundaria que quieren triunfar). El tipo que la contrató para modelar jeans la despidió. Se crió en una familia de clase media, en Houston. La mansión y la revista pertenecían a Hugh Hefner, quien se dio cuenta de que los norteamericanos de mediana edad y clase media, especialmente en sus 50 y 60, no podían acceder a la suficiente cantidad de tetas y culo. Su príncipe fue un billonario de 89 años que tenía un incómodo parecido con Tobin Bell, el que hace de loco en las películas de Saw. ¿Y el programa de televisión? Salía por E!, que existe en esa rama de estaciones de cable donde plantas extrañas florecen por un tiempo, y después mueren. El show de Anna Nicole debutó con ratings fuertes pero pronto se derrumbó.

Y no hubo final feliz –salvo para las revistas y los programas que viven de los chimentos y se sacian con la muerte–. Esos tipos tuvieron una verdadera fiesta, que va a continuar por semanas.

Como dije, éste es el cuento de hadas que todos conocemos, y éste parece ser el final que a todos nos... ¿gusta? No, no voy a creer eso, me niego a creer que disfrutamos de estos finales. Pero sí es el tipo de finales que entendemos mejor. Quizá haya una parte de nosotros que cree que los famosos, especialmente los bellos, son como Icaro: condenados a volar demasiado cerca del sol para después caer. Y quizás, en un lugar secreto de nuestros corazones, pensamos que se lo merecen.

La fábrica de celebridades de Estados Unidos es especialmente peligrosa para las mujeres. Pensemos en las antepasadas míticas de Smith: Jean Harlow, muerta a los 26 (uremia, con el alcohol como factor contribuyente); Jayne Mansfield, 34 (muerta en un choque de autos cuando corría hacia una entrevista); Marilyn Monroe, a los 36 (sobredosis de barbitúricos). Una vez que se apuntan ésas, las represas se abren y los nombres de las mujeres famosas –algunas talentosas, otras no, todas muertas demasiado jóvenes– vienen a la mente: Bridgette Andersen, por drogas, a los 21; Rebecca Schaeffer, asesinada por un acosador a los 21; la cantante Selena, asesinada por ex presidenta de su fan club a los 23. Hay muchas más, pero el ejemplo más perfecto de la maquinaria de la fama norteamericana puede ser Karen Carpenter, que era mucho más talentosa que Smith, aunque no tan bonita. Carpenter murió a los 32. De anorexia, la enfermedad de las chicas del cuento de hadas norteamericano.

Carpenter se mató de hambre. Smith peleó una oscura y pública batalla con el peso y la depresión en los últimos días de su vida, y puede haber abusado de ciertas píldoras recetadas –sólo el tiempo y las opiniones de médicos expertos nos darán la respuesta–. Mujeres como Karen Carpenter y Anna Nicole Smith tenían que salir en público y verse muy bien, porque los fotógrafos siempre están allí. Para mujeres en su posición, verse bien es no ser gorda. Y sonreír siempre. ¿No hay cintura? ¿No hay sonrisa? Adiós y buena suerte.

Los talentosos y los hermosos son los especiales –o así dicen–. Se los hace pasar a una habitación donde está servido un espléndido banquete. Es todo para ustedes, les dicen. Coman y beban lo que quieran. Este es su final feliz. Por supuesto, el precio que se paga –en mi opinión, especialmente el que pagan las mujeres– es la objetivación del cuerpo y el casi total sacrificio del yo privado. Es un gran banquete, sí, pero con frecuencia la persona famosa descubre que ella es el postre. La máquina de la fama funciona muy bien, pero de vez en cuando necesita un sacrificio.

Terminó la hora del cuento, chicos. ¡Se han portado muy bien! Ahora pueden comer el postre.

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