Dom 25.02.2007
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HISTORIETA > CARLOS VOGT, TESTIGO PRIVILEGIADO DE LA EDAD DE ORO

Mis dibujos y yo

Amigo de Hugo Pratt mientras vivió en Argentina y colaborador de guionistas que hicieron historia como Oesterheld o Robin Wood, la historia de Carlos Vogt como dibujante recorre la edad de oro de la historieta local. Luego de reeditar —y agotar— Pepe Sánchez, acaba de publicar Abbeyard, la excusa ideal para repasar los mejores momentos de Misterix, las peores opiniones sobre el autor de El Eternauta, y el ascenso y caída de editorial Columba, donde se hizo famoso dibujando una historieta única e hilarante llamada Mi novia y yo.

› Por Martín Pérez

Un hombre está casado con una mujer de corazón de piedra, y conoce a una prostituta de corazón de oro. Pero esa prostituta muere a manos de un enigmático asesino, y el hombre –que trabaja en la policía de Londres hacia fines del 1800– se ve involucrado en una trama que incluye a una suerte de Jack el Destripador, policías embusteros y adúlteros, y varios fantasmas que vagan por la ciudad buscando alguien que los vea y los escuche. “Será una historieta con mucha sangre, putas y fantasmas”, aseguró la guionista Viviana Centol la primera vez que se sentó a discutir la trama de Abbeyard de Scotland Yard. Según escribe Carlos Vogt en el prólogo del flamante volumen que recopila la historieta completa –producida originalmente para una revista italiana–, una entusiasta Centol agregó: “¡A los ingleses les encantan los fantasmas!”. “A mí, no”, apunta que fue su muy seria respuesta. Y agregó, presumiblemente aún mas serio: “Me dan miedo”. Continúa Vogt en su prólogo juguetón: “Viviana Centol me miró incrédula. ‘Pero... esto va a ser una comedia’, consideró necesario aclarar. Yo encendí un cigarrillo con mano temblorosa y suspiré: ‘Ah. Menos mal’”.

Y sí, menos mal. Porque Abbeyard es un policial que se podría leer apenas como una historia más sobre Jack el Destripador. Pero el chispeante guión de Centol, que en realidad suele escribir cuentos e historietas destinados a un público infantil, abre la puerta para que el dibujo de Vogt recuerde aquellas extrañas historias con paso de comedia ligera, a medio camino entre el trazo del clásico norteamericano Roy Crane y la línea clara de la historieta francesa de los ochenta, influencias y referencias –respectivamente– que lo han transformado en una rara avis del género local. Publicado por la misma editorial que reeditó su clásico Pepe Sánchez (cuya primera tirada se agotó en quince días), Abbeyard es apenas un divertimento de dibujante jubilado para Carlos Vogt. Porque su reconocible trazo atraviesa en realidad lo mejor de la edad de oro de la historieta en la Argentina, comenzando por sus comienzos apadrinado por José Luis Salinas, el primer gran dibujante clásico del género local, y terminando con sus series estelares dentro de una editorial aún más clásica como Columba, con títulos que parecían inmortales –hasta que súbitamente desaparecieron de los quioscos– como El Tony o Intervalo.

Entre ambos extremos, Vogt dibujó para revistas hoy míticas como Misterix y Rayo Rojo, ilustró guiones de Oesterheld para su editorial Frontera, fue amigo de Hugo Pratt mientras vivió en Argentina, trabajó codo a codo junto a Robin Wood y –principalmente– fue testigo privilegiado del comienzo pero también del fin de la época en que aquella literatura dibujada era una verdadera industria del entretenimiento. “Una editorial como Columba tenía no sólo una imprenta propia, sino también árboles plantados para hacer papel –recuerda–. Pero cuando las revistas empezaron a venderse menos, todo eso sirvió de muy poco.”

Lo estabamos esperando

Cómodamente sentado en el que parece ser su sillón preferido de un pequeño living ubicado en la parte delantera de su casa en Olivos, Carlos Vogt confiesa que lo que más extraña de aquellos años de oro de la historieta local eran esos días semanales de entrega para Misterix, a mediados de los años cincuenta. Porque entonces coincidía en la redacción con quienes poco antes habían sido sus ídolos: Eugenio Zoppi, que dibujaba Misterix; Hugo Pratt, que hacía Sargento Kirk; y Solano López, el dibujante de Bull Rockett. “Apenas me llevaban unos años, pero para mí eran como mis maestros”, comenta Vogt. “Nos podíamos quedar horas en el bar, discutiendo sólo de historieta. Esas son las charlas que más extraño hoy en día. Escuchar, por ejemplo, a Hugo Pratt decir que la historieta se terminaba en Milton Caniff. Porque para él no había nadie más”, recuerda con una sonrisa. Pero para poder llegar a aquel día de entrega en Misterix, Vogt debió afilar el lápiz –y limpiar su pincel– desde muy temprana edad.

Alemán por donde se lo mire, Carlos nació en 1933, y vivió gran parte de su infancia en el barrio de Belgrano. “Nací dibujando”, asegura. “Antes de aprender a leer ya estaba retratando a mis familiares.” Como cualquier joven en esa época sin televisión, los días de la semana del joven Vogt se dividían entre revistas como Billiken y Patoruzú (los lunes), El Pato Donald (martes), El Tony (miércoles), Patoruzito (jueves) e Intervalo (viernes). Como su madre estaba lejanamente emparentada con el dibujante José Luis Salinas, Vogt solía tenerlo como referente, así que cuando cumplió los 18 y terminó la escuela secundaria, fue a verlo a su estudio y le preguntó: “¿Ahora qué hago?”. Salinas le recomendó perfeccionar su conocimiento de la figura humana con un libro de Andrew Loomis (que Vogt aún tiene en su biblioteca) e ir a golpear a las puertas de las editoriales. Arrancó trabajando en las revistas de la editorial Muchnik, como Poncho Negro, Superhombre o Hazañas. Vogt recuerda que había muy buenos escritores encargándose de los guiones, pero que por lo general evitaban firmar con su nombre: no era algo de lo cual vanagloriarse. Vogt también usaba un seudónimo: Silvester. Así firmó su primer dibujo para un guión de Oesterheld, el del western Doc Carson. Cuando Muchnik cerró sus revistas de historietas, Vogt fue a golpear la puerta de editorial Abril, donde esta vez le abrieron. “Lo estábamos esperando”, le dijo Julio Almada, guionista de Fuerte Argentino. Lo pusieron a trabajar con el italiano Alberto Ongaro y dejó de lado el seudónimo: Misterix y Rayo Rojo eran otra cosa. Vogt aún recuerda la primera reseña que hicieron de su trabajo en la revista Dibujantes. El tema eran los nuevos talentos, él era uno de ellos, y en el mismo número compartió el halago con un joven mendocino: Joaquín Lavado, más conocido actualmente como Quino.

El aleman y el tano

“Alemán, venite que tengo algo que decirte”, cuenta Vogt que le pidió Pratt por teléfono una tarde. Se reunieron y fueron a dar una vuelta en auto hasta el bar de siempre, pero no bajaron. Se quedaron charlando, y ahí fue que Pratt le dijo que en una semana se volvía a Europa. “Fue algo emotivo... ¡a fin de cuentas era tano!”, se ríe Vogt, que recuerda que debió terminar entonces una historieta que Pratt dejó inconclusa al irse. El paso de Pratt por Argentina coincidió con la época de oro de la historieta local: llegó para dibujar en las revistas de Césare Civita, el dueño de Abril. Después se fue con Oesterheld a Frontera, llevándose su Sargento Kirk. Y por último reclutó a los dibujantes para que trabajasen para los británicos de Fleetway, y tuvo tiempo de regresar a Misterix cuando ya no era de Abril antes de volver a Europa. “Cada vez que el tano compartía tu mesa, todos estábamos pendientes de lo que haría... ¡era todo un personaje!”, se acuerda Vogt. “Ibamos a Nino, un bar que estaba en el bajo de Vicente López, donde se podía bailar”, precisa. Para ejemplificar lo bien que se llevaba con Pratt, Vogt cuenta que una vez el Tano dibujó una tapa para Frontera donde aparecían todos sus personajes. “Había uno sólo en esa ilustración que no era de él: Lucky Yank, que dibujaba yo con guiones de Héctor.”

Mujeriego y bebedor, es leyenda que a veces Pratt solía pasársela de juerga, y cuando llegaba el momento de la entrega dibujaba todo a las corridas y de cualquier manera. “Es verdad, solía hacer eso”, concede Vogt. “Pero aún en esas páginas hechas a las apuradas, siempre había una secuencia, o un solo cuadrito, que nos dejaba a todos deslumbrados. Hugo terminó siendo el mejor de todos nosotros”, asegura casi para la historia. Con el mismo destino también cuenta que, dentro del medio, nadie tenía una buena opinión de Oesterheld. Por un lado, porque había convocado a los mejores dibujantes a trabajar en Frontera con la promesa de ser socios en una cooperativa, algo que nunca sucedió. Y también porque, en un momento de crisis de la editorial, Oesterheld viajó a Europa para vender material, y nunca pagó por nada de eso. “Vendió material mío, y yo nunca cobré”, confirma Vogt. “Si Oesterheld no hubiese sido un mártir del mundo de la historieta, se lo recordaría como uno de los más hijos de puta del medio. Palabra de Hugo Pratt”, señala, confirmando la legendaria enemistad entre el guionista de El Eternauta y el dibujante italiano, que cuando se instaló en Europa luego de su capítulo argentino publicó sus historietas sin preocuparse por mencionar –cuando correspondía– la autoría de Oesterheld.

Después de aquella emotiva despedida, Vogt cuenta que volvió a encontrarse con su amigo el Tano recién varias décadas después, cuando volvió a la Argentina para una Bienal de la Historieta realizada en Córdoba. “Pero ya estaba gordo y distante, como aplastado por las circunstancias.” A Oesterheld, después del affaire Frontera, lo volvió a ver cuando fue a pedir trabajo a Columba, a comienzos de los ’70. “Le dije a Ramón que le pusieran una oficina, y eso hicieron. Nunca más lo volví a ver.” Cabe aclarar que Vogt nunca tuvo un vínculo muy cercano con Oesterheld. Recuerda que cuando él estaba viviendo en La Falda, recibió una carta convocándolo a su proyecto de Frontera, invitación que declinó. Pero cuando la editorial ya estaba en marcha, una noche fue con su mujer a la casa de Oesterheld en Beccar. El guionista quería que Vogt dibujase Doc Carson para sus revistas. “Me acuerdo que después de la cena, mientras nuestras mujeres se quedaron charlando, me invitó a su garaje, donde trabajaba. Había una biblioteca enorme, llena de pocket books en inglés. Eran su inspiración. De la misma manera en que un dibujante se inspira en la técnica de sus ídolos, Oesterheld había tomado de esos pocket el cambio en el lenguaje y mentalidad que le permitió revolucionar la historieta y hacer algo único en el medio.”

Codo a codo con Robin Wood

Lector confeso de El Tony e Intervalo desde su infancia, la primera vez que Vogt escuchó hablar de la editorial Columba en sus tertulias junto a otros dibujantes fue en la época de su primer trabajo en Muchnik. “Me voy a dar una vuelta por Columba”, dijo, y sus colegas lo disuadieron. “Te llenan la página de cuadritos, explicando cosas que ya dice el dibujo”, le dijeron. Alejada de los cambios y las modernidades, la conservadora Columba fue la editorial que sin embargo sobrevivió al final de la edad de oro de la historieta argentina, cuando Abril y Frontera desaparecieron. “Ese vicio de llenar las páginas de texto se terminó en Columba cuando apareció Robin Wood”, explica Vogt, que extraña aquellas épocas con trabajo seguro y paga al día. Aunque acepta que tanto a él como a otros dibujantes más de una vez les hicieron agrandar los tamaños de las mallas de baño de las señoritas, porque mostraban demasiado. “La preocupación de la editorial era la veda explícita de tres temas: La pornografía, el sexo explícito y la apología del delito”, apunta.

Así como califica a Oesterheld como un gran cuentista, Vogt cree que Wood era un dramaturgo excepcional, que apareció de la nada en Columba. Era un joven de orígenes humildes, que dejó guiones en la recepción y un día se apareció por la editorial quejándose porque los habían publicado sin avisarle. “¿Usted es Robin Wood? Pase por caja porque tiene dos cheques para cobrar”, le dijeron. Y del enojo por no tener un peso en el bolsillo y ver su nombre en una revista, Wood pasó a darse un banquete en el restaurante más cercano y comenzar una carrera como guionista estrella. “Se venía al estudio que yo tenía en un hotel bohemio de Belgrano R, y trabajábamos codo a codo”, cuenta Vogt, que lo inmortalizó como el protagonista de Mi novia y yo. “Cuando dibujé el primer guión no lo conocía, pero salió muy parecido. Después él se dejó un jopo para parecerse aún más al personaje, y se fotografió con una pipa en la mano para salir en la apertura de la historieta”, cuenta Vogt, que consiguió junto a Wood –un autor serio de la editorial, con personajes como Nippur de Lagash y Dennis Martin, entre otros– una historieta inédita y desopilante con la vida cotidiana de una pareja muy particular, en la que mezclaba técnicas de la revista Mad con la tradicional Archie, y que hacía que los lectores masculinos leyesen con culpa, pero con mucho disfrute, una revista de historietas orientada hacia las lectoras femeninas como Intervalo.

El tradicionalismo de Columba permitió que sus revistas atravesasen sin novedad también las décadas del setenta y el ochenta, con el único atisbo de modernidad de dejar de adaptar obras literarias y pasar a hacerlo con películas. “La clave estaba en los lectores del interior”, explica Vogt, que se jubiló cuando Columba amagó modernizarse y casi en el mismo movimiento desapareció. “Extraño esas épocas de Pepe Sánchez, pero también las charlas con Hugo Pratt, los tiempos de Joe Gatillo”, dice hoy Vogt cuando la charla va a llegando a su final. “Aunque confieso que nunca me sentí más orgulloso que cuando Robin Wood me dijo, leyendo Mi novia y yo, que lo había hecho reír con sus propios chistes. No hay mejor elogio que ese de un guionista hacia un dibujante.”

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