Dom 13.01.2008
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MúSICA > EL DVD DE AC/DC, LA BANDA MáS BáRBARA DEL MUNDO

La gran bestia rock

Sus shows despliegan una potencia tan arrolladora que palidece y atemoriza a cualquier otra banda. Sus discos también. Y sus integrantes, también. Por eso, en su último DVD, AC/DC recorre su carrera sin entrevistas ni remembranzas nostálgicas, sino a través de esas electrificantes presentaciones en vivo. Como acompañamiento para quienes se aventuren frente al televisor, Radar reconstruye la vida de esta banda de unos hermanos escoceses que llegaron a Australia de chicos, sobrevivieron con dignidad la muerte de su cantante y desde allá abajo se abrieron camino hacia la cima del mundo.

› Por Mariana Enriquez

Nadie quería tocar con ellos. Que fueran grupo soporte de cualquier banda –y abrieron para grandes como Aerosmith o Black Sabbath en los años ‘70– podía convertirse en una pesadilla para el número central. Porque los destrozaban, musical y moralmente. Porque era una vergüenza salir al escenario después de ellos, que dejaban el escenario electrizado y exhausto. Eso queda muy claro en Plug Me In, el nuevo DVD de AC/DC que recopila shows de toda la carrera del grupo, de 1975 a 2003; un DVD que es además una propuesta radical que viene a resumir la personalidad de la banda, porque no es un documental convencional con entrevistas a los protagonistas, amigos y conocidos para armar el detrás de la música. Plug Me In es sólo música, no hay un detrás, solamente el rock’n’roll más feroz del mundo es capaz de contar su historia, sin sentimentalismo, sin explicaciones, directo a la yugular.

Pero hay una historia, claro. Y empieza en Escocia en los años ‘50, cuando la familia Young, sumergida en la pobreza de la posguerra, decidió mudarse a Australia –a los suburbios de Sydney– con sus ocho hijos. William Young, el patriarca, era músico, y estimuló la pasión por los instrumentos en sus tres hijos menores, George, Malcolm y Angus.

Para 1965, George ya era una estrella como líder de los Easybeats, los Beatles australianos. Pero el éxito no duró mucho, un poco por el aislamiento y la imposibilidad de acceder a los mercados de Europa y Estados Unidos, y otro poco por malas decisiones comerciales y traiciones de la discográfica. Hacia 1968, George Young había abandonado los Easybeats. Pero tenía nuevas esperanzas musicales encarnadas en sus dos volátiles, casi salvajes, hermanitos: Malcolm y Angus, los dos tan pequeños de tamaño por una intoxicación con plomo que sufrieron en la infancia, los dos guitarristas excepcionales y rockeros fundamentalistas. Fue George el que los convenció de formar una banda, y el que se transformó en guía espiritual y más tarde en productor. Fue su propia esposa la que propuso el nombre AC/DC después de echarle una ojeada a la parte de atrás de su máquina de coser, donde estaban las siglas.

George también entendía de espectáculo. Al principio, su idea para llamar la atención era que el grupo usara diferentes disfraces, al estilo de Village People (un grupo que, claro está, no existía en 1974, cuando se formó AC/DC). Pero nadie estaba muy entusiasmado: a los muchachos de suburbio y clase trabajadora no se les da muy bien el artificio. Sólo Angus accedió a usar un uniforme de colegio privado, el mismo que usa hasta hoy, y que lo congeló para siempre como adolescente hiperhormonal y sobreexcitado. “El look era una conexión directa con mis ideas de estudiante”, contó. “Cuando salía del colegio, que odiaba, entraba corriendo a casa para agarrar la guitarra, y el entusiasmo no me permitía cambiar de ropa. Después veía Bugs Bunny, El Correcaminos, todos esos dibujitos de personajes locos que se pegan y corren. Esa mezcla es mi personaje sobre el escenario.”

El mismo entusiasmo que conserva hasta hoy, y que se ve en el nuevo DVD desde el primer hasta el último tema, desde los shows en fiestas de fin de curso en Melbourne hasta los grandes estadios del nuevo siglo. Angus Young se convulsiona sobre el escenario con sus shorts, mueve el cuello al ritmo de la guitarra de atrás para adelante hasta que su cabeza parece querer separarse del cuerpo; cuando decide moverse del lugar, lo hace con el paso del pato de Chuck Berry, pero a velocidad de tornado. Y cuando la adrenalina ya está a punto de matarlo, se tira al suelo y gira sobre sí mismo. También se baja los pantalones, en una actitud desafiante que mucho después tomaría Charly García (¿se habrá inspirado realmente en Angus, o es sólo la intuición rockera?). Pero el hiperkinético y trastornado pequeño Young (tenía 18 cuando comenzó a tocar, y parecía de 12) no estaba solo. Lo acompañaba la mayor leyenda del rock australiano, y una de las más grandes del rock mundial: el cantante Bon Scott, otro escocés que había crecido en la lejana y aislada Perth, peleador callejero, poeta soez, marinero y trabajador del puerto de Fremantle, el de la sonrisa pícara, los tatuajes –todo un tabú en la época– y las miles de infecciones por enfermedades de transmisión sexual. El hombre que tocaba descalzo y en diminutos shorts de jean, que amaba a las mujeres gordas y muy altas (algunas inmortalizadas en canciones como “Whole Lotta Rosie”) y que es recordado por todos como un caballero, aunque dos veces tuvo que hacerse a nuevo la dentadura destrozada primero en un accidente, luego a trompadas por un padre indignado, y que podía tomar cuatro litros de whisky por día.

Detrás de escena, mientras tanto, los otros dos Young. George, el cerebro. Malcolm, el hombre de negocios de carácter horrible, de perpetuo malhumor. Dicen todas las fuentes y todas las biografías de AC/DC que no existió jamás una banda tan disciplinada, que ensayara más o con mayor tenacidad, que tuviera tan claro el objetivo de conquistar el mundo. Y todo con un rock básico –más que básico, crudo, primal, nada sofisticado, sexual–; un rock que en realidad continúa la línea de Chuck Berry y los Stones, aunque en varios momentos de la carrera de AC/DC se los definió como punk (cosa que enloqueció al susceptible Malcolm) y heavy metal (cosa que no le gustó a nadie). Ellos hacen rock y nada más. Hasta admitieron haber grabado discos básicamente iguales, pero qué les importa.

ALTO VOLTAJE

Así se llamó el primer disco de AC/DC, y es la mejor manera de definir su contenido. Es también la primera canción de Plug Me In, en el show televisivo King of Pop Awards, 1975. No están tocando en vivo, nadie lo hacía en los ‘70, pero toda la bestialidad y la picaresca están ahí, desde el encanto amenazante de Bon Scott hasta el descontrol psicótico de Angus. Ese disco contiene canciones inmortales: la simpleza de Scott para las letras estaba llena de verdad. Nadie como él supo narrar el camino a la fama de los rockeros suburbanos, poco sofisticados y, sí, prejuiciosos y machistas. No era fácil darse a conocer en Australia entonces. Las distancias del país resultan atroces, y no es nada agradable cruzar el desierto en una camioneta, encerrado en la parte de atrás junto a los equipos. Además, una cosa son las grandes ciudades como Melbourne o Sydney, y otra los pequeños pueblos del interior donde, según cuentan Murray Engleheart y Arnaud Durieux en la biografía definitiva del grupo AC/DC: Maximum Rock & Roll, “la banda venía a desordenar el orden masculino prevaleciente”. Todo ese hacerse de abajo quedó escrito en “It’s a Long Way to the Top if you Wanna Rock’n’Roll”, uno de los muchos grandes clásicos: “Yendo por la ruta hacia el show/ Parando en las banquinas/ Tocando rocanrol/ Robados/ Drogados/ Golpeados/ Con los huesos rotos/ Tomados, dejados/ Les digo, amigos, es más difícil de lo que parece/ Es un largo camino a la cima si uno quiere rocanrol/ Hotel, motel/ Dan ganas de llorar/ Las mujeres se hacen las difíciles y uno sabe por qué/ Nos ponemos viejos/ Grises/ Nos estafan y roban/ Nos pagan poco, nos venden de segunda mano/ Así es tocar en una banda”. Y la construcción del chico de clase trabajadora que le escapa a la fábrica para correr hacia la banda (el mismo imaginario explotarían, y casi con las mismas palabras, los Oasis en los ‘90), quedó plasmada en “Rock’n’Roll Singer”, de 1975: “Mi papá trabajaba de 9 a 5 cuando mi mamá estaba embarazada/ Para cuando me tuvo, ya sabían lo que yo iba a ser/ Dejé la escuela y me dejé crecer el pelo/ No podían entender/ Querían que me respetaran por ser un doctor o un abogado, pero yo tenía otros planes/ Quería ser un cantante de rock’n’roll/ Una estrella de rock’n’roll”.

Cuando triunfaron en Estados Unidos a fines de los ‘70, los AC/DC tenían su base de fans en lugares como Jacksonville, Florida o Texas. Siempre gustaron primero en la periferia. Quizá por eso en la Argentina siguen siendo la gran banda de rock suburbana: ayudó a su popularidad por aquí que todos los discos tuvieran edición local, incluso el célebre álbum en vivo que, en castellano, se llamó Si quieres sangre, la conseguiste.

La diferencia con los grupos de suburbio que de una u otra manera tomaron el fundamentalismo rockero anti-pop y anti-artificio de AC/DC es que los australianos tienen un talento enorme, apocalíptico, y son verdaderos estudiosos del rock y el blues. Como dijo Malcolm Young una vez: “Nadie es punk, qué pavada. Punks son los negros. Mis héroes del blues de principios de siglo. Ellos lucharon por ser aceptados, ellos la pasaron horrible. Después vinimos los blancos y los copiamos. O nos ‘influenciaron’, digamos. Eso es todo”.

Son intencionalmente brutos, y es muy pero muy posible que lo hagan para molestar. Al principio, los fans de la banda eran sobre todo chicas adolescentes, cosa que deleitaba al lascivo Bon Scott (Angus no estaba tan entusiasmado: es casi un monje que no toma alcohol, le gusta la leche chocolatada y el té, y está casado desde 1980). Tan intensa era la pasión femenina que, en un legendario concierto, una chica se subió al escenario, le sacó a Scott el micrófono y se lo introdujo en la vagina. Pero la cosa fue cambiando a fines de los ‘70, cuando AC/DC se convirtió en una banda de hombres, escuchada en talleres mecánicos y garajes. “Eso me venía bien. Siempre quise que AC/DC fuera una banda callejera. Y les gusta a los tipos. Qué se le va a hacer: somos una banda de tipos, para tipos. Mi mujer dice que no nos considera machistas, ni misóginos, y ella sabe de lo que habla. Pero hay algo hormonal masculino en nuestro grupo, es cierto. No es, y nunca quisimos que fuera amenazante”, dice Malcolm Young.

Y no lo es. A cualquier chica le encanta bailar “You Shook Me All Night Long” (en Plug Me In, la versión elegida es de un show en Tokio, 1981). Aunque seguramente no recibirán tan bien la noticia de que “The Jack”, ese sensual y lento blues bestial, rima con “The Clap” que es gonorrea, así que el coro “ella tiene a Jack” debe ser interpretado de otra manera completamente distinta.

Pero nadie se enojaba con Bon Scott. Estaba claro que era un chico callejero y groserote, con un gran corazón. El mundo entero se lamentó cuando murió tan tontamente, borracho y congelado en el asiento delantero de un coche en Londres –desmayado, no pudo volver a su departamento– en 1980, poco después de lanzado el disco Highway to Hell, el que lo iba a convertir en el cantante de rock más famoso del mundo.

DE VUELTA EN NEGRO

La muerte de Bon Scott transformó a AC/DC en la banda de rock más grande del mundo. Fue, es, una horrible paradoja. Es el único grupo de la historia del rock que logró sobrevivir con tanto éxito a la muerte de su cantante. Y cuando hablamos de éxito, queremos decir que AC/DC es, hoy por hoy, la quinta banda con más discos vendidos en Estados Unidos, después de Los Beatles, Pink Floyd, The Eagles y Led Zeppelin (les ganan largamente a sus héroes, los Rolling Stones). Back in Black fue el disco homenaje a Bon, lanzado apenas un año después de su muerte: es que seis meses después del entierro del cantante ya tenían reemplazo. Y qué reemplazo: Brian Johnson, otro tipo grande de edad (Scott les llevaba casi diez años a sus compañeros), del norte de Inglaterra, ex cantante de una ignota banda llamada Geordie, con un acento tan cerrado que ni sus compañeros de banda le entienden a veces; un hombre tan poco ambicioso que cuenta: “Me probaron tres veces para AC/DC. No sabía si les gustaba mi trabajo, ni mi voz, y me daba miedo ponerme en los zapatos de una leyenda como Bon. Pero me dije: ‘Si no funciona, tengo una historia para contar todas las noches en el pub’”. La famosa gorra de Brian Johnson no es por Baretta, como cree mucha gente –el parecido es accidental–: la usaba en la fábrica donde trabajaba, y el objetivo era que el pelo no se le llenara de los productos químicos y la goma que volaba por el taller.

Brian Johnson obtuvo el trabajo, y grabó con AC/DC el disco más exitoso, el que llevó de gira la enorme campana que casi se les cae encima varias noches (por la canción “Hell’s Bells”, el réquiem para Bon). Y se quedó hasta hoy, con los altibajos, los discos malos como Flip the Switch y los “retornos” como Ballbreaker, producido por Rick Rubin, de 1995. En vivo, su encanto queda claro: es como un tío borracho que tiene las mejores historias y las cuenta a grito pelado. Dicen que no van a separarse nunca. En Plug Me In queda claro que verlos en vivo todavía es una experiencia que deja a la gente sorda y temblando. O, como describe a AC/DC uno de sus más fieles fans, Gene Simmons de Kiss: “Es como ver a un grupo de soldados de un lado de la colina, mientras el batallón de uno está del otro lado. Nada da menos miedo que ver un grupo de soldados marchando de forma sincronizada y con los rostros inexpresivos. Pero cuando uno ve soldados que marchan a tiempo, sí, pero se golpean el pecho y aúllan y bajan como bárbaros la colina, uno tiene escalofríos en la columna vertebral. Uno dice: ‘Puta madre, ¡esto es real!’. Da miedo. Cuando uno ve bárbaros, uno dice: ‘Cuidado’. Y los respeta. Y ellos son bárbaros”.

Plug Me In, el nuevo DVD triple de AC/DC que recorre actuaciones del grupo en TV, estadios y teatros entre 1975 y 2003 (más algunos bonus de rarezas y entrevistas), se consigue en Buenos Aires distribuido por Sony.

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