CINE > EL DIABLO EN LA SEñORITA JONES, CLáSICO PORNO DE LOS ‘70
Una mujer se suicida y como es virgen, puede ir directo al cielo. Pero quitarse la vida resulta un obstáculo. Entonces la señorita Jones decide ganarse el infierno. Con esta trama, novedosa en el porno de los ’70, y novedosa ahora también porque ya no existe el porno narrativo, la actriz Georgina Spelvin y el director Gerard Damiano (el de Garganta profunda) filmaron un clásico que, como tal, reflejó una época. Y ahora se puede ver como hace mucho no era posible: en fílmico y en pantalla grande.
› Por Mariano Kairuz
“Jean-Paul Sartre hubiera estado muy orgulloso de esta película.” Palabras de Georgina Spelvin a Gerard Damiano, respectivamente actriz y director de El diablo en la señorita Jones, uno de los títulos fundamentales de la llamada “era dorada” del porno, los años ‘70. Un trono que comparte con un opus casi inmediatamente previo de Damiano, una pequeña sorpresa que abrió el cine del sexo explícito al público masivo en su estreno neoyorquino, llamada Garganta profunda. La alusión al Huis clos (A puerta cerrada) del escritor francés no es producto de un delirio de Spelvin sino que se exhibe en la película de manera tan explícita como la interacción genital. El infierno al que es enviada Miss Jones no es una caldera gigante sino que son efectivamente los demás.
Están los que desdeñan aquella época explosiva del XXX como una efímera moda de películas pornográficas con pretensiones de más. Otros hablan de un porno-chic: ver la extensa cobertura revisionista de Richard Corliss publicada en la revista Time hace unos años: That Old Feeling: When Porno Was Chic (disponible online, aunque sólo en inglés). Pero algo pasó realmente en esa década, la de films como Mona (1970), Detrás de la puerta verde (1972) y los citados: una cierta liberación –o el espejismo de una liberación–, un momento en el tiempo encerrado entre el coger y la nada; una pulsión irrefrenable y quizás incluso el inicio de algo así como un “existencialismo carnal”.
Las anécdotas que rodean a las películas, así como los episodios de las vidas de sus realizadores, actores y actrices, suelen ser mucho más divertidas que las películas en sí. Muchas de sus estrellas publicaron extensas autobiografías; algunas han tenido destinos trágicos o arrebatos de arrepentimiento cristiano (el caso de Linda Lovelace, la protagonista de Garganta profunda, que murió hace un lustro en un accidente automovilístico). Georgina Spelvin aún no publicó la suya, aunque sí la escribió, y su historia se conserva en unas cuantas entrevistas. La mujer se llama Michelle Graham y tenía 36 años, algunos más que la porno-star promedio, cuando saltó al estrellato con El diablo en la señorita Jones en 1973. Aunque ya tenía alguna experiencia como actriz en el teatro, y alguna más en el cine triple X, llegó al rodaje de la película de Damiano casi accidentalmente, cuando le ofrecieron cocinar para el equipo de producción. Para muchos, Spelvin es la película: su actitud, pero también su cuerpo no privilegiado y su cara no especialmente atractiva, le daban una naturalidad y una credibilidad que no abundaban en el género. Pero además, esto era porno con guión, un rubro en el que Damiano había demostrado ser un talento superior: Garganta profunda (la de la chica con el clítoris en la garganta) era una comedia delirante, con canciones originales y un montaje imaginativo que ilustraba el orgasmo “perfecto”. Su estreno en Nueva York y el largo y sonoro debate por su prohibición afianzaron por unos años al porno en la cultura popular norteamericana, sacándolo de los circuitos de exhibición marginales (fueron muchos famosos a verla, y hasta se la programó en el Festival de Cannes).
Poco más de un año después, con El diablo..., Damiano se puso un poco más serio y montó una puesta en escena que por momentos tenía una crudeza cercana a la del cine independiente de su época. En especial para su escena inicial, el punto de partida de esta rareza: el suicidio de Justine Jones en una bañera. (Un dato sugestivo: Damiano editó la escena al ritmo de la canción “Como un puente sobre aguas turbulentas”, de Simon & Garfunkel, en el cover de Roberta Flack, estableciendo su atmósfera triste, con la esperanza de que el dúo le vendiera los derechos para usarla, cosa que no sucedió). Una vez muerta, la señorita Jones es atendida por un burócrata del otro mundo que le informa que, aunque ha reunido méritos suficientes para asegurarse un lote en el cielo, el haberse quitado la vida ella misma la inhabilita para ocuparlo. Entonces la virgen (!) Justine decide que –como decía el slogan de la película– “si hay que irse al infierno, que sea por una buena razón”, y elige el camino de la lujuria. Acto seguido se le asigna un “profesor” (Harry Reems, versátil estrella del medio, también protagonista de Garganta profunda) y sobreviene una sucesión de sexo vaginal, oral, anal, de a dos, de a tres, hétero y lésbico, además de una sesión de autosatisfacción con una manguera, una banana, unas uvas, una serpiente, etcétera. Habiéndose ganado el derecho a seguir camino al infierno, Justine descubre que, ahora que conoce placeres a los que no tuvo acceso en vida, quedará confinada para la eternidad a una pequeña habitación con un hombre (el propio Damiano) que no está interesado en el sexo y parece haber perdido la cordura.
Spelvin hizo varias películas más y nunca renegó del porno. Aunque sí desmitificó el “fenómeno” que tuvo lugar en los ’70: “No, no creo que estuviéramos haciendo una declaración política con nuestros fuck-films”, contestó en una entrevista. “Era tan sólo una pequeña alegría que servía a la hora de pagar el alquiler. ¿Cien dólares por día? Ahí voy. Mientras tanto estábamos ocupados editando películas sobre las atrocidades del agente naranja y haciendo lo posible por sacar a Norteamérica de Vietnam y a Nixon de la Casa Blanca.” El diablo... tuvo seis secuelas entre los ’80 y los ’90 y una remake con Jenna Jameson (y un cameo de Spelvin) en 2005.
El legado es innegable: Garganta profunda y sus compañeras generacionales recibieron un tratamiento inusual de la prensa, que llegó a cubrir sus estrenos a la par de los estrenos “comunes”. El influyente Roger Ebert celebró en su momento desde el Chicago Sun la aparición de El diablo... en una crítica donde apreciaba la interpretación de Spelvin y la atmósfera general del film (“es la primera película porno que veo que parece ser sobre su protagonista en lugar de usarla meramente como el objeto de variaciones sexuales”). Y en 1974 entrevistó a Damiano, quien le dijo que para él “el porno pronto será cosa del pasado: lo único que lo ha mantenido vivo tanto tiempo son el FBI y la administración Nixon. Sin la censura que anima la curiosidad del público, todo hubiera terminado hace seis meses”.
Para los amantes del porno “clásico”, el género murió efectivamente con el paso al video. El diablo en la señorita Jones fue recuperada por la Filmoteca Buenos Aires, que la programó en fílmico (porno en celuloide, como hace mucho no se puede ver), para su ciclo veraniego de cine erótico, junto con bizarrías tales como Flesh Gordon, parodia sexual del héroe espacial de Alex Raymond de un nivel de producción notable, con efectos especiales y animaciones de figuras cuadro a cuadro. Y mucho sentido del humor, un detalle que el sexo en el cine (y el cine en general) no ha valorado lo suficiente desde su última, ya lejana, edad de oro.
El diablo en la señorita Jones se proyectará el próximo jueves 17 a las 24, en el marco del ciclo “Sexo en trasnoches”, que va todos los jueves, viernes y sábados de enero a las 00, en el Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415.
Programacion:
Jueves 17: El diablo en la señorita Jones, de Gerard Damiano.
Viernes 18 y sábado 19: Cine porno mudo + música en vivo (una selección de stag-movies, cortos en blanco y negro previos a la explosión del porno profesional).
Jueves 24: Miranda, de Tinto Brass.
Viernes 25 y sábado 26: Flesh Gordon, de Michael Benveniste y Howard Ziehm.
Jueves 31: The Rocky Horror Picture Show, de Jim Sharman.
Viernes 1º y sábado 2 de febrero: Flesh Gordon.
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