CINE > LA RABIA: EL CAMPO SEGúN CARRI
Para bien o para mal, en el momento en que el campo argentino está en el centro de las discusiones políticas y mediáticas, Albertina Carri estrena La Rabia, una película donde la pampa es todo menos bucólica: opresiva, terrible, feroz. Por eso, en esta entrevista presenta esta historia de infidelidad, sexo e infancia que a ella le sirve para hablar de la pasmosa naturalización de la violencia.
› Por Mariano Kairuz
A lo largo de su filmografía, Albertina Carri fue acercándose al campo de manera inexorable. Incluso aunque su primer largometraje (No quiero volver a casa, 2000) fue su película más urbana, esa misma urbanidad fue una de las claves para su regreso a la pampa con La Rabia. Y es que Carri tiene una larga relación personal con el campo. Es haber estado, haberse ido y haber vuelto; haber sido local en ambos mundos, lo que le permitió registrar cómo se ve el campo desde la ciudad, para luego desarmar esa visión. Entre su ópera prima y La Rabia, que acaba de estrenarse esta semana, el paisaje abierto pudo funcionar también como un espacio de liberación, donde airearse después de tanta claustrofobia, en Los rubios, y ser el escenario de una de las secuencias más significativas de una película que parte de la ciudad, como fue Géminis.
“Me mudé al campo a los 4 años, al año de que desaparecieron mis padres” –cuenta–. Para mí y para mis hermanas fue un refugio, un exilio interno. Estábamos más protegidas en esa naturaleza anónima; el campo en mi vida personal es un lugar para esconderse y zafar de otro lugar mucho más hostil. Viví ahí durante 6 años, así que soy más urbana, pero mi familia tenía una relación muy profunda con el campo desde siempre. La mudanza en ese sentido no me dejó un recuerdo traumático; ya veníamos de varios años de cambiar de parientes, era un cambio más. El campo en el que viví queda cerca de un paraje que se llama La Rabia, en la provincia de Buenos Aires; la película la filmamos en Roque Pérez, que queda ahí nomás. Es un lugar muy apacible, encantador; es el lugar donde se dispara la fantasía, y a partir de una cierta libertad de pensamiento que me dio, creo que es el lugar que me salvó la vida. Un lugar al que sigo yendo, al que acudo; lo necesito, estoy cerca. Estoy conectada con esa experiencia, es una parte estructural muy fuerte de mi personalidad, de mi aparato afectivo. Sin el campo yo sería otra persona.”
La Rabia empieza con un paisaje que remite a esa postal bucólica que es para que el que no lo habita ni lo trabaja todos los días. Pero el cuadro se rompe enseguida con la irrupción violenta de unos de sus protagonistas, Ladeado, que revienta un animal, envuelto en un saco, contra un árbol. Un poco más tarde, el plano de una comadreja que gruñe enojada, como rabiosa, dentro una jaula, se convierte en una de las imágenes más poderosas de la película. Hay una furia latente, una cosa a punto de estallar; un estado de naturaleza que parece empatar a hombres, mujeres y animales, que quedan contenidos en esa imagen. Para entonces es una certeza: el campo de La Rabia no es precisamente un paraje para el descanso. “Siempre me dejo invadir por la geografía en mis películas –dice Carri–, pero en este caso está la doble experiencia del campo vivido desde adentro y desde afuera. La vida en el campo es muy dura; puede ser un espacio recreativo en relación a la familia de Géminis, que es la gente que usa el campo como lugar de visita, que va al campo a vestirlo de fiesta. Esta vez quería contar ese campo mucho más rudo y profundo, donde está muy naturalizada la relación con los animales. Para mí lo estaba: recuerdo cómo comprábamos los pollitos, les poníamos la luz y los alimentábamos y los cuidábamos, y cuando crecían los matábamos y los comíamos. Después tomé una distancia y todo eso me dio impresión y de ahí salen esas escenas tan carnívoras y sangrientas de la película, que son la vida real en el campo: la naturalización absoluta de la violencia.”
Los protagonistas de La Rabia son los peones, los que incorporan esa violencia naturalmente en su vida cotidiana. Ahí están la familia de Ale (Analía Couceyro), Poldo (Víctor Hugo Carrizo) y la hija de ambos, Nati (Nazarena Duarte); y la familia de Pichón (Javier Lorenzo) y su hijo Ladeado (Gonzalo Pérez). Nati, que no habla, presencia algunos de los encuentros de su madre con Pichón, escapes sexuales salvajes, cargados de agresividad. La nena no habla pero se expresa a través de dibujos que se van volviendo progresivamente pornográficos. Ladeado parece ser el más resistente de todos: al trabajo duro del campo, a la ineficacia del padre, a los maltratos de Poldo. Y por otro lado está Mercedes (Dalma Maradona), a quien vemos en un par de situaciones sugestivas con Poldo. Vectores dramáticos que construyen un camino seguro hacia la tragedia.
Un tiempo atrás, antes de La Rabia, antes incluso de Géminis, Carri quiso adaptar Hormiga negra, el folletín de Eduardo Gutiérrez, atraída por su refutación de “la idea bucólica del campo que tiene que ver con cierta otra literatura”. Los intentos de adaptación fueron, dice, divertidos pero imposibles, aunque de aquel proyecto sobrevivió su objetivo central. “Mostrar ese campo sangriento y vengativo y ese gusto por la muerte, que la pampa argentina tiene mucho. Aunque toda la historia de la Argentina es sangrienta, no sólo la parte que le corresponde al campo. La matanza del indio y la persecución del gaucho son hechos violentos que fueron engendrados desde la ciudad. Aclaro esto porque no creo que haya una dicotomía entre la gente de campo y la de ciudad al estilo civilización y barbarie. Pero la brutalidad en la ciudad pasa por otro lado. La película también se instala en ese espacio llamado el campo para hablar de una sociedad sin ley, con personajes expuestos a su propia fuerza. La estrategia de la anécdota es poder hablar de personajes desnudos con menos mediaciones para sus pulsiones, situar personas en un contexto donde no son necesarias las sucesivas máscaras que nos impone la ciudad para circular. Es una ficción y como toda ficción tiene un grado de abstracción, y el campo es utilizado como metáfora de la supervivencia.”
La película llega a su estreno con un timing raro y el campo especialmente presente en la conciencia colectiva del país. “Lo que me resultó curioso del relato de los medios del conflicto del campo es cómo, al menos al principio, se volvió a la visión romántica: se hablaba del campo como si los que se estuvieran levantando fueran los peones. Eso de que a la Sociedad Rural se la siga llamando el campo, cuando el terrateniente es el que persiguió al hombre que trabajaba la tierra... cuánta desmemoria. Con todo esto que pasó, finalmente estoy contenta de que La Rabia sea tan sangrienta, porque en algún momento había tenido mis dudas sobre ese aspecto.”
Las referencias del guión no se agotan en Hormiga negra. “Siento que hay un parentesco lejano con Palo y hueso, de Nicolás Sarquís (1967, sobre cuento de Saer), que me encanta. También recordé la primera película de Gaspar Noé, el mediometraje Carne, que empieza con la matanza muy brutal de un caballo. La relación de los niños está influenciada tanto por La noche del cazador, de Charles Laughton, como por El espíritu de la colmena de Víctor Erice, en la que está la idea de la fantasía desatada por la naturaleza del lugar, ese paisaje seco y abandonado en el que se refleja el espíritu que solo ven la niñas. En el primer libro de McEwan Primer amor, últimos ritos encontré la ominosidad de los niños en estado puro. Una delicadeza para la crueldad, aparecen en esos cuentos una cantidad de cuerpos de niños desnudos o muertos, una rata asesinada a palazos, niñas abusadas y una fineza en el relato. Y fue muy importante Porca tierra, de John Berger, cuentos de campesinos en diferentes partes de Europa. Berger elucubra una teoría sobre el campesinado; dice que son sobrevivientes, pero que no pertenecen a ninguna clase social ni sistema político, ni capitalismo ni socialismo; que siempre están afuera, porque tienen costumbres muy arraigadas, una enorme resistencia al cambio. Y en la película son sobrevivientes: hasta los más violentos son vulnerables a esa inmensidad, a ese paisaje. Es muy exacta la idea de sobreviviente: no entran en ningún sistema.”
La Rabia abreva en todo eso, dice Carri, y en escenas muy específicas de un cineasta especializado en la carne. “Para las escenas de sexo hice un estudio exhaustivo de las películas de Cronenberg: siempre hay algo caliente, deforme y que traspasa la barrera del sexo convencional, y eso es lo que convierte esas escenas en algo mucho más cercano al estado de subjetividad que tiene la pasión en la vida real. Lo que más me interesa de la manera que cuenta ese momento tan íntimo es que no son escenas que busquen el realismo en lo real, sino más bien en lo intransferible del deseo”.
Al principio de la película, un cartel nos adentra en el tipo de violencia que estamos a punto de presenciar. Se lee: “Los animales que aparecen en la película vivieron y murieron de acuerdo a su hábitat”. Luego habrán de venir la caza de una liebre por una jauría de perros y el carneo de un chancho. El público del festival de Berlín, parte del cual puede ser muy ajeno a mucho de lo que se ve en La Rabia, recibió esa advertencia inicial más que bien. “Era el estreno internacional, así que tenía algo de miedo. Pero cuando apareció el cartel en pantalla hubo una carcajada en toda la sala, y me dije ‘genial, qué humor negro, éste es mi público’ –dice Carri–. Es el país del cerdo, hacen salchichas de todas las maneras posibles, pero agradecieron ver esa escena, como una toma de conciencia. Comprobé que para el que entra en la película, su violencia es inherente a esa historia, ese paisaje y esos personajes.” Toma de conciencia: si es verdad que somos lo que comemos, nunca deja de ser pertinente lidiar con cómo se liquida nuestro plato principal. “Asumir que lo que comemos es cadáver.”
–Sí. No como pollo por las hormonas y la mala alimentación que reciben, por lo maltratados que son desde que nacen. Me encantaría ser vegetariana pero no tengo la suficiente espiritualidad para llegar a eso: me gusta la carne y soy muy consciente de cómo se mata. Aunque ahora las vacas van hacia el mismo camino que los pollos; las están criando en estos feed lot inmundos, en los que se alimentan con balanceado y comen y cagan en el mismo lugar y comen su propia mierda, porque es balanceada. Somos tan animales como los animales a los que matamos, así que por qué pensar en los otros como depredadores, cuando los más predadores somos nosotros. En La Rabia se mata por supervivencia pero termina habiendo algo de gusto por la matanza. Algo muy impresionante del campo es que un tipo de suicidio común sea degollarse: es una de las cosas más espantosas que hay, es doloroso y lento, pero tiene que ver con cómo se mata a los animales.
“Tengo una relación larga y amorosa con la animación, como con el campo”, dice Carri. Dibujos y muñecos siempre se animaron en sus películas; desde las muñecas porno de Barbie también puede eStar triste, pasando por los playmobil con sus pelucas cambiantes como las de los “rubios” en Los rubios, y ahora los dibujos rabiosos, las pinturas deformes, monstruosas, por las que Nati canaliza mucho de lo que la rodea y no puede decir con palabras, y que terminan cobrando(se) vida(s). “La animación permite romper con el problema de la representación en el cine, con esa exigencia del verosímil, de que el cine se parezca a la vida. Mientras que la pintura tiene otras libertades, otras fronteras; el cine es estructurado, te exige, por más que hagas algo de vanguardia, un cierto grado de realismo. Y la animación es una gran amiga que acá me ayudó a representar lo irrepresentable. Si en Los rubios era la ausencia, acá va en contra de la idea de los niños como reservorio de la ingenuidad. Los chicos absorben todo. La gran pregunta era cuál es el imaginario de Nati, que no habla pero que ve todo esto. No podía ser una animación demasiado figurativa; por eso me planteé buscar momentos donde la película se convierta en algo totalmente anómalo, que te exponga a algo emocional, por más que le busques una vuelta argumental. En la ficción hay siempre un exceso de trama por más que uno trate de evitarlo. En el documental uno tiene zonas liberadas, además de que su realización tiene un condimento de azar muy fuerte. La animación también me permitió liberar zonas, crear agujeros negros dentro de la historia. Aunque hay que decir que una película con sexo, animales y niños también tiene su medida de azar importante.”
–Sí. Ya le dije a mi equipo: “La próxima vez que se me ocurra filmar con niños o animales, me dan un palazo en la cabeza”.
La Rabia se puede ver en el Malba (Av. Figueroa Alcorta 3415), los viernes y sábados a las 22 hs., y durante toda la semana en Hoyts Abasto en horario corrido.(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux