FOTOGRAFíA > MASARU EMOTO
Las fotos de estas páginas son del japonés Masaru Emoto y lo que hay en ellas no son sólo cristales de agua expuestos a diferentes pensamientos. Son, también, el resultado de una idea intrépida: que el agua (y por lo tanto lo que conocemos como realidad) se modifica ante pensamientos y palabras. Avalado por las Naciones Unidas, y antes de venir a Buenos Aires, el mismo Emoto explica su trabajo. (Y se despega de ese fenómeno siniestro que manipula su tesis, en forma de película y libro, y que ya cultiva adeptos por millones.)
› Por Soledad Barruti
En su laboratorio de Japón, el médico alternativo de 65 años Masaru Emoto se dedica a fotografiar cristales de agua. El procedimiento es más bien sencillo. En una cámara frigorífica se exponen gotas de agua a 25 grados bajo cero. En ese tiempo cada gotita forma diminutos cuerpos de hielo, invisibles para el ojo humano. Con la ayuda de un microscopio que permite un aumento del 200 por ciento, cuando la gota asciende su temperatura a sólo 5 grados bajo cero, aparecen, como los dibujos de un calidoscopio sin color, varios hexágonos tallados. Como diamantes rotos en simetría perfecta o azúcar escarchada en un vidrio. Flores de pétalos filosos o colmenas sin abejas en un reino de cristal.
Guiado únicamente por su intuición, Masaru elige uno, apunta y dispara. Lo que captura es algo que dura pocos segundos antes de volverse de nuevo agua y desaparecer completamente. Así, ya cuenta con más de 50 mil fotografías que, además de una imagen, asegura, son un mensaje o un espejo que refleja en formas preciosas o distorsionadas, palabras, canciones e incluso intenciones.
Porque antes de congelarla, Masaru expone el agua a diferentes y sutilísimos estímulos de vibraciones de voz, de instrumentos o de pensamientos individuales y colectivos. También escribe palabras que luego pega de cara al agua contenida en algún recipiente transparente. Son palabras bellas y horribles. Músicas suaves o estridentes. Pensamientos de miedo o de euforia. Y el resultado, lo que traduce cada gota en esas imágenes captadas por la cámara de Masaru, es asombroso. Por ejemplo, la foto de una gema perfecta con pequeños adornos en sus vértices es en realidad la del cristal de una gota que había sido expuesta la palabra “felicidad”. O la de un diamante sin puntas, como un retoño marchito, a la palabra “indefensión”. Un cristal grande que contiene o se fusiona con otro más pequeño, recibió a la palabra “pareja”. Su trabajo con música muestra cómo una molécula adopta formas armónicas y precisas ante Edelweiss y no logra volverse nada expuesta a cualquier disco de heavy metal. Hay de todo en el registro de Masaru. Sus preferidas –en todos los idiomas en los que probó– son las fotografías que obtiene de agua expuesta a las palabras “gracias” o “amor”. Y la que más impresiona es la que registró con agua extraída de Nueva York luego del 11 de septiembre. El la tituló “Pesadilla”. Y sin dudas, está ahí: el ojo de una yegua negra aterrada. No hay formas geométricas en esa foto, tan sólo un perfil afilado, una mirada estremecedora, diluida entre las sombras.
En el universo de la ciencia, Masaru tiene varios detractores. Son los que argumentan que sus experimentos no son tales desde el momento en el que no pueden ser realizados bajo las condiciones fijas y establecidas que requiere el procedimiento de doble ciego (esto sería, que alguien por ejemplo dé un estímulo al agua sin decirle al fotógrafo cuál fue para que su mirada no se condicione). Por otro lado, lo acusan de elegir qué fotos mostrar y no contar exactamente cuáles otras descartó y por qué. Pero a Masaru eso parece no importarle. No reniega de la ciencia, ni se dice a sí mismo científico. Más bien es un explorador en busca de un sentido propio para la vida en sí misma. “Lo que yo estoy investigando gira en torno de preguntas como: ¿por qué existen los seres humanos?, ¿qué es la vida?, ¿qué es el agua? La ciencia no ha encontrado respuestas a ninguna de esas preguntas por el momento. Aunque estoy seguro de que la ciencia se va a involucrar de otro modo cuando la conciencia del mundo crezca.”
Las investigaciones de Masaru se basan en las teorías de la física cuántica, donde los científicos dan cuenta de que todo es más sutil que el ojo humano y que el microcoscopio más exacto es inútil para ver un átomo. Que la materia a niveles subatómicos se vuelve indefinible y se comporta de formas inaprensibles. Que los electrones que componen cada molécula pueden ser vistos como partículas y como ondas. De las dos formas a la vez y en cada forma se comportan según sus propias leyes. ¿Materia o energía? Todo depende de lo que se quiera mirar.
Masaru elige dejar de ver al planeta como cosa material y redescubrirlo desde las ondas. Entrar a “una nueva dimensión o un mundo de fantasía”. Ese mismo espacio al que corresponden las palabras y los pensamientos. Ese mundo en el que existen explicaciones para el aleteo en fuga de las mariposas que anuncian terremotos a kilómetros de distancia, para los presentimientos tan preciosos que tienen algunos y para el éxito de los muñequitos vudú. Y, por supuesto, para el agua que se vuelve cristal traduciendo en su propio idioma la compasión y también el odio.
Así, Masaru ha recopilado su trabajo en varios libros que enseguida fueron best sellers. El más difundido fue Los mensajes del agua, traducido a más de 20 idiomas. En 2005, la ONU le abrió las puertas de Nueva York en el marco de la inauguración de la Década Internacional del Agua para convertirlo en orador estrella del foro ¿Cómo pueden las dimensiones espirituales de la ciencia y la conciencia ayudar a las Naciones Unidas y a la Humanidad a conseguir mejores estándares de vida en un ambiente de mayor libertad?
Tres experiencias signaron la vida de Masaru con
relación al agua. Y las tres, cada una en su medida, describen el camino y el carácter de este hombre poco común que habla del agua sin dejar de lado su adoración por la cerveza; que estudió relaciones internacionales porque le interesaba mucho más la humanidad que la ciencia y sólo tenía a mano esa carrera, pero que terminó zambulléndose en la medicina alternativa.
La primera experiencia pudo haber sido su propio final precipitado. Tenía seis o siete años y vivía en Yokohama, una ciudad de cielorrasos infernales, pero que da al océano. Una de esas mañanas de marea baja y orilla inmensa, Masaru fue a buscar almejas a la costa. Cuando el mar le llegó a los tobillos no sintió ningún peligro. Y así, sin darse cuenta, la corriente se lo tragó. Con brazadas y pataleos intentó ganar una batalla inútil que terminó gracias al rescate de un barco pesquero que pasaba por ahí. Podría haber sido su momento epifánico. Pero ése lo tiene dedicado a un episodio inmensamente más trivial y mundano. Fue 15 años después. “Un día, jugando al golf en California, me lastimé la pierna. Me acompañaban unos científicos locales que enseguida me ofrecieron embeber la lastimadura en las aguas del lugar. ‘Tienes que creer en ellas’, me dijeron. Me mojaron la pierna y dejó de dolerme. Desde entonces he estado interesado en el estudio del agua.”
Y desde entonces, Masaru empezó primero a curar con agua (con un método similar al de la homeopatía) y luego, se instaló en un laboratorio para investigarla.
El último episodio ocurrió hace poco –ya con su mujer, su hija, sus gatos, y un día a día dedicado a las gotitas heladas– y tiene la grandilocuencia de los milagros. Con una diabetes que lo persigue desde hace más de 30 años, Masaru tenía un pie gangrenado al que los médicos no encontraban más remedio que la amputación. Internado en el hospital, pidió a todos los que pudieran que, desde donde fuese que estuvieran, emitieran vibraciones de cura, y él bebería el agua encargada de recibirlas. El resultado, a los pocos días y para asombro de los médicos, fue exitoso. ¿La explicación? Si al agua se le imprimen las vibraciones de las palabras y de pensamientos, y nuestro cuerpo está compuesto en un 70 por ciento por agua, algo similar ocurre debajo de la piel. Agua con agua y cada célula se vuelve también cristal perfecto. El llama Hado a esta agua cargada de vibraciones y asegura que todos pueden crearla y beberla diariamente, escribiéndole mensajes en la botella o hablándole nomás. “La curación al ciento por ciento no es posible sólo con buenas intenciones, pero nadie se puede curar si no tiene la intención de hacerlo. Porque la curación se alcanza cuando se recupera la armonía, la vibración normal. Y el agua, por su capacidad para almacenar información, es la portadora ideal de ese equilibrio, capaz de neutralizar la frecuencia de las enfermedades.”
Pero la misión más importante de Masaru no tiene que ver con la medicina alternativa sino con que su método pueda ser empleado para alcanzar la paz en el mundo. Y hacia eso va con sus investigaciones, con sus fotos, con sus libros, charlas y posts diarios en Internet. Con el poder sugestivo que contiene la belleza de cada una de sus fotos. “El agua es el espejo de nuestros pensamientos y de nuestras palabras. Entonces, si nos dispusiéramos a tener pensamientos y palabras más bellas, toda el agua que existe se volvería bella también. Y en su fluir volvería al mundo un lugar más hermoso. Un lugar de paz. Porque el futuro no está determinado. El futuro está en la vibración de nuestros pensamientos.”
Pensamientos que, coordinados entre muchos, asegura Masaru, se vuelven más potentes y eficaces pudiendo cambiar el cauce disfuncional por el que avanza la humanidad. Una gran misión de paz diaria que alcanza la cresta cuando cada 25 de julio reúne la mayor cantidad de gente posible en alguna región del mapa para practicar la “ceremonia de amor y gratitud hacia el agua”. Un rezo comunitario sin oración, simplemente ofreciendo señales de agradecimiento, de silencio, de respeto por todo lo que existe a la orilla de un lago, a los pies de una cascada, frente a un océano tan furioso que descarga tsunamis. Con la misión en marcha la cadena sólo tiene que crecer y tironear para conseguir más adeptos. Masaru ya está en gestiones con la ONU para hacer que sus libros lleguen a la mayor cantidad de gente –habló de 650 millones de niños– posible. Porque “creo que el mundo de los humanos es como el de los microorganismos”, dice Masaru. “Hay un 10 por ciento de bacterias buenas que trabajan para que el mundo sea un lugar mejor; otro 10 por ciento que, como bacterias malas, operan para su destrucción. Y el 80 por ciento restante son bacterias oportunistas. Lo que quiere decir que, si el 10 por ciento bueno crece, puede influenciar a ese 80 por ciento que parece estar sentado sobre un muro.”
Aunque a una no logró seguirla por la rapidez de los diálogos en inglés y a la otra no la vio, en las gacetillas de prensa que promueven las muestras y charlas de Masaru Emoto siempre se recuerda que su trabajo inspiró dos de las películas/documentales más taquilleras de los últimos años. La primera, What the Bleep Do we Know (algo así como ¿Qué m... sabemos?, 2004, estrenada acá en cines aunque sin pena ni gloria), es un intento fallido de reencontrar a la ciencia con la espiritualidad. Una especie de Alicia en el País de las Maravillas a nivel sensorial y molecular que propone como tesis la idea de que el mundo que llamamos real está hecho de vibraciones alterables a través de nuestros pensamientos. “Tienes el poder para crear tu propia realidad”, dicen finalmente, echando por la borda cualquier sutileza. Pero, aún peor, dejando la puerta abierta para que dos años después haya aparecido otra película que aborda el tema, pero volviéndose directamente un disparate de usos e intenciones en los antípodas del trabajo de Masaru. Porque si en todo lo que hace él se respira alguna reminiscencia hippie, donde el espíritu humano se vuelve uno con la naturaleza para fluir a través del agua en un mensaje de amor contra la guerra, El secreto apareció a devorarlo con la potencia salvaje de la mejor publicidad para hacer de su causa un spot larguísimo que enaltece y boga por los derechos de las codicias más miserables que mueven al mundo de hoy. Con personajes que dicen cosas como “tengo todo lo que quiero: una casa de 4 millones y medio de dólares, una mujer que adoro, vacaciones por el mundo y siempre un lugar para estacionar”, lo que expone El secreto es, de nuevo, que la realidad, si se deja de ver como materia, se puede moldear a voluntad, puertas adentro y caiga quien caiga. Estrenada sólo en Internet, la película no tendría mayor relevancia de no ser por el impacto que tuvo enseguida en todos los ámbitos: dos libros (The Secret y The Secret Gratitude, escritos por Rhonda Byrne, con ediciones que batieron el record de 2 millones de ejemplares vendidos casi inmediatamente), demasiadas páginas (en Google, hay 246 millones en inglés y casi 4 millones y medio en español), debates, foros, campañas, tiendas, formadores con sueldo en euros, clubes con membresía, fans multimediáticos que le dedicaron varios programas especiales como Oprah, Ellen Degeneres o Larry King y finalmente (aunque la película sea australiana) el anuncio de un nuevo paradigma de Estados Unidos hacia el mundo. Acá mismo, alcanza con preguntar a conocidos: las oficinas de Recursos Humanos de grandes empresas hacen copias para repartir entre sus empleados.
“Ponga su atención en aquello que desee. ¿Millones? ¿Exito? ¿Mujeres? Usted no está aquí para lograr que el mundo sea como usted quiere que sea. Está aquí para crear a su alrededor el mundo que usted elija, y permitir que exista también el mundo que otros elijan vivir.” Póngase las pilas, entonces. Pensamiento positivo, éxito asegurado. Time is now. Just do it. Impossible is nothing. Si en el medio el mundo estalla, que vuele la casa del chanchito menor, porque de este lado del muro, las paredes de las mansiones serán de sólidos ladrillos.
Masaru Emoto se presentará en Buenos Aires el 3 de noviembre en el Auditorio de Belgrano (Virrey Loreto 2348) a las 20, donde expondrá sus fotografías y dictará la conferencia El ser humano y el agua, durante la que explicará cómo aprender y obtener energía del agua. Entradas en el Auditorio de Belgrano o a través de Top Show (www.topshow.com.ar) Teléfono: 4000-2800.
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