CINE > UNA GUíA PARA NO PERDERSE EN EL FESTIVAL INTERNACIONAL DE MAR DEL PLATA
POR MARIANO KAIRUZ
El próximo jueves empieza la 23ª edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, que hasta el 16 de noviembre y bajo la presidencia de José Martínez Suárez (el director de Dar la cara y Los muchachos de antes no usaban arsénico) y la dirección artística del coleccionista e historiador (y ex director del Bafici) Fernando Martín Peña, presentará desde la obra del cineasta militante boliviano Jorge Sanjinés hasta películas de acción tailandesas, pasando por las adaptaciones de Borges, grandes obras del cine polaco y copias en fílmico de clásicos de Jean-Pierre Melville. A continuación, lo más destacado de una programación deslumbrante.
La directora Kathryn Bigelow se abrió camino en Hollywood como la única de su sexo –quizá con la excepción de Mimi Leder, la responsable de El pacificador– capaz de cargarse al hombro una película de acción casi como las de su ex pareja James Cameron. Y más de una: ahí están K-19 (sobre el primer submarino nuclear ruso) y la saga de apocalipsis y realidad virtual Días extraños, entre otras. Y ahora la flamante The Hurt Locker, una de las pocas películas inspiradas por la actual guerra en Medio Oriente que ha conseguido –junto con Redacted, de Brian De Palma– transmitir la sensación de que ya no hay regreso de ese corazón de las tinieblas contemporáneo. El guión del escritor y periodista Mark Boal (autor de la historia de la reciente La conspiración) sigue a un escuadrón antibombas cuyos soldados, que arriesgan su pescuezo en cada misión, deben lidiar con un nuevo jefe, el sargento William James, que va perdiendo progresivamente la cordura. De algún modo, y siguiendo la oscura senda de Apocalypse Now, se trata de una película sobre la locura y la guerra, todas las guerras; una de las aperturas más poderosas posibles para un festival de cine.
Junto con Aniceto, de Leonardo Favio, The Hurt Locker abre el 23 Festival de Mar del Plata el próximo jueves.
El ruso Valery Polyakov es el astronauta que más tiempo ha pasado, de corrido, en el espacio: un año y dos meses a bordo de la estación MIR. El documental Cosmonaut Polyakov, de la directora rumana Dana Ranga, le toma testimonio durante casi dos horas. A lo largo de ese tiempo, el hombre sideral cuenta a cámara, casi siempre en la misma posición, sin moverse de ese set que reproduce una cápsula espacial, cómo fue formar parte de la carrera por la conquista del espacio en los años de la Guerra Fría; las durísimas instancias físicas y psicológicas del entrenamiento que debían atravesar él y sus camaradas astronautas (y a las que no todos sobrevivían), y también cómo era soñar con viajar a las estrellas viviendo bajo la estrecha vigilancia de la KGB. Ranga lo filma convencida de que la astronáutica es una disciplina tanto científica como poética y el relato de Polyakov se mueve entre esos dos mundos, sin descartar la zona más política de su biografía, o esa sensación, cuando regresó de su largo viaje al espacio a principios de los ‘90, y se encontró con la Unión Soviética en plena disolución, de haberse convertido en un exiliado en su propio país.
Cosmonaut Polyakov integra la sección “Cabezas parlantes”, en la que se destacan también los films 24 City (lo nuevo de Jia Zhang-ke) y The Confessions of Roee Rosen.
Mariano Cohn y Gastón Duprat, los creadores de Televisión abierta y directores del documental Yo presidente estrenan su ópera prima de ficción en la competencia internacional: El artista, un relato protagonizado por el enfermero de un geriátrico (interpretado por el músico Sergio Pángaro) cuya asociación con uno de sus pacientes (el escritor Alberto Laiseca, actor-narrador fetiche de Cohn y Duprat) lo convierte en una estrella (fraudulenta) del universo de las artes plásticas, las galerías, las colecciones, la crítica. Entre otros, hacen “de viejos”, catatónicos ante el televisor, León Ferrari, Fogwill y Horacio González. Y hay más producciones nacionales nuevas entre la selección internacional (Vil romance, de José Campusano), en la latinoamericana (Gallero, de Sergio Mazza; el documental Regreso a Fortín Olmos, de Jorge Goldenberg y Patricio Coll; y Salamandra, de Pablo Agüero) y, por supuesto, en la argentina (con nueve títulos).
Además se han programado dos retrospectivas de cine clásico argentino: en “Juegos de escena: el teatro en el cine argentino”, se verán adaptaciones como Los tres berretines (1933); Mateo (Tinayre, 1937) y las imprescindibles Esposa último modelo (Schlieper, 1950) y Los de la mesa 10 (Feldman, 1960). Mientras que en la “Antología de cómicos argentinos” tienen su lugar la pionera Nobleza gaucha (1915), El negoción (1959), y, entre otros, Niní Marshall, Olmedo y Porcel, Pepe Biondi y Tato Bores.
La película búlgara Zift empieza con un hombre (apodado “La polilla”) que sale de prisión después de pasar varios años falsamente acusado de asesinato. Pero su salida no implica sino el paso a otro tipo de confinamiento: la opresiva ciudad de Sofía en los años ’60. Una odisea noir –que remite de manera más o menos directa a varios clásicos del género–, filmada en blanco y negro, con relato en off y hasta una potencial femme fatale, Zift es la historia de un hombre de destino maldito, y sus encuentros con personajes extraños y marginales (en bares, hospitales, cementerios) que lo devuelven, entre alucinaciones, a un pasado no clausurado. El catálogo del último festival de Toronto –donde fue recibida con reacciones asombradas, por tratarse de la ópera prima de su director, Javor Gardev–, la define como un film “que forja una atmosférica parábola sobre la libertad, la justicia y el cambio social”. Una desventura que actualiza un tema de siempre, que ha dado grandes films en el pasado; una historia de desesperación en la jungla de asfalto.
Zift integra la competencia internacional de este año, de la cual conviene no perderse tampoco El cant dels Ocells (lo nuevo del director catalán Albert Serra, el de Honor de Cavallería), y Medicine for Melancholy. Tampoco hay que pasar por alto –ya en otra sección– Chelsea on the Rocks, recorrido por el mítico Chelsea Hotel neoyorquino –donde durmieron, fumaron y se inspiraron Mark Twain, Bukowski, Tennessee Williams, Dylan, Joplin– de la mano de Abel Ferrara.
El director tailandés Prachya Pinkaew se hizo conocido hace un lustro con una película de acción llamada Ong Bak; una aventura centrada en el ancestral sistema marcial del Muay Thai, protagonizado por la estrella Tony Jaa. Ahora, nuevamente junto al coreógrafo de las peleas de aquel film, Panna Rittikrai, volvió a sorprender con una rareza llamada Chocolate, que cuenta las aventuras de Zen, la hija autista de una mujer mafiosa que se vio forzada al retiro. Zen debe salir a cobrarse las deudas que un grupo de gangsters tiene con su madre, ahora que ésta está enferma y necesita dinero para su tratamiento. Y ocurre que, a pesar de sus limitaciones para relacionarse socialmente, Zen es una verdadera máquina de pelear, lo que da lugar a una serie irrepetible de escenas encantadoramente coreografiadas, a pura patada voladora y con mucho sentido del humor. Otra pequeña maravilla de la sección “Trashnoches” es JCVD, la vuelta al ruedo de Jean-Claude Van Damme, haciendo prácticamente de sí mismo: una estrella belga del firmamento de las artes marciales cinematográficas que se fue al descenso, contando sus miserias y con muchas ganas de volver.
Más “Trashnoches”: desde el film del lejano Este The Good, the Bad and The Weird (aventura con mapa del tesoro en el desierto de Manchuria en los años ’30), el regreso del icono del horror brasileño Zé do Caixao con Encarnación del demonio y el último delirio del animador independiente Bill Plympton: Idiots & Angels.
En la presentación del foco sobre la obra del cineasta militante boliviano Jorge Sanjinés, el especialista en cine político e investigador del Conicet Mariano Mestman hace referencia a un cine que, si bien no puede hacer la revolución por sí sola, aspira a ayudar a hacerla posible. La filmografía de Sanjinés, escribe, “aportó como pocas a construir la memoria visual y sonora de las clases populares, de indígenas, mineros y campesinos, en Bolivia y no sólo allí. Sanjinés protagonizó con el grupo Ukamau el Nuevo Cine Latinoamericano desde los ’60, en sus períodos de mayor radicalidad y en aquellos más difíciles. Y logró dialogar con la riqueza expresiva de ese movimiento”. Se darán: La nación clandestina (1989, la historia de un indio aymara exiliado que regresa a su pueblo para bailar hasta morir); Las banderas del amanecer (de 1983; recoge los testimonios de los protagonistas directos de la resistencia contra el golpe sangriento del coronel Natusch); El coraje del pueblo (1971, que recrea la masacre de 1967 destinada a aplastar a los obreros y estudiantes que planeaban sumarse a la guerrilla del Che); Yawar Mallku (1969, sobre el plan norteamericano para esterilizar a las mujeres campesinas sin su consentimiento); y su ópera prima Ukamau, definida como una “alegoría sobre la reivindicación del poder y la soberanía indígena”.
Un divertido documental habita las medianoches (“Trashnoches”) de este festival. Su título es Not Quite Hollywood, y recorre el cine popular de terror y acción (y otros géneros), australiano, de los años ’70. Aparte de poner en evidencia un universo de delirio creativo que hoy parece perdido, Not Quite Hollywood menciona una serie de títulos que, uno tiende a creer, jamás tendremos oportunidad de ver. Uno de ellos es Patrick, de Richard Franklin, la historia de un asesino serial psíquico, que puede matar desde la rigidez de su estado de coma. La buena noticia es que la película está viva e integra la selección de “Rescates” de este año, junto con otra que los amantes del giallo (el gore italiano, a lo Argento) no van a poder dejar pasar: Un hacha para la luna de miel (1970), de Mario Bava, protagonizada por un diseñador de vestidos de novia de quien se apodera, sin causas evidentes, una locura homicida. Tratándose quizá de la sección más heterogénea del festival, en “Rescates” cabe también la película La espiral, de Armand Mattelart y Jacqueline Meppiel, que sigue a la Unidad Popular en Chile desde su triunfo en elecciones en 1970 hasta el golpe de estado del ’73.
Y otras dos retrospectivas imperdibles que tendrán lugar en el 23 Festival: una de cine de la “Escuela polaca”, con films de los años ’60 de Polanski, Wajda (de quien también se da su obra más reciente, Katyn), Munk, Kawalerowicz y Skolimowski, entre otros; y una con doce obras maestras, en fílmico, de Jean-Pierre Melville: entre ellas, las fundamentales El samurai (1967), El ejército de las sombras (1969) y El círculo rojo (1970).
La sociedad entre Edward James Olmos (1947) y Robert M. Young (1924) se remonta a 26 años atrás, cuando el primero (más conocido como el Teniente Castillo en la serie División Miami, director de la película sobre banditas de chicanos en California, American Me, y presidente del festival de cine latino de Los Angeles) protagonizó La balada de Gregorio Cortez, la historia mítica pero real de un tex-mex que escapó a través del desierto de cientos de texas rangers y se convirtió en icono de la reivindicación de los derechos de los mexicanos en Estados Unidos. El Festival de Mar del Plata ha programado un foco dedicado Young y Olmos que incluye, además de La balada, la ópera prima del primero, Alambrista! (de 1977, sobre un ilegal que cruza de Michoacán a California; para cuyo retrato Young se pasó un año viviendo entre inmigrantes indocumentados); Caught (de 1996, un melodrama matrimonial con Olmos como el propietario de una pescadería en Brooklyn, y Maria Conchita Alonso como su insatisfecha mujer); y un film de Olmos como director: Walkout! (2006), la historia del levantamiento de los estudiantes chicanos de los bachilleratos de Los Angeles que tuvo lugar en 1968.
La voz de la mujer ubica con precisión el comienzo de esta historia: “3 de noviembre, Hartford”. La mujer se llama Allis, y su voz grabada forma parte de un extenso archivo de registros familiares –de audio tomado en dictáfono, y de imágenes en Súper 8–, que ella y su marido Charley realizaron durante los años ’50 y ’60, y con las que dieron forma a la narración de su vida como matrimonio, como padres, como miembros exitosos de una sociedad que creía en el progreso; y de la violenta descomposición de todo aquello. Hay un contrapunto entre lo que indican las imágenes y lo que va revelando el audio, que como nunca termina de explicitarse –atisbamos apenas algo del secreto comportamiento sexual de la pareja, del intensivo tratamiento psiquiátrico al que se entregó la familia, de la misteriosa muerte de Charley–, adquiere un efecto perturbador. Allis guardó celosamente todos estos materiales bajo el rótulo Must Read After My Death (“Debe leerse tras mi muerte”), que es de donde proviene el título de la película que su nieto, el director Morgan Dews, armó casi exclusivamente con ellos, extrayendo todo su poder hipnótico, un poco a la manera de Capturando a los Friedman y Tarnation.
Must Read Alter My Death se proyecta en la sección “Biografías”, donde también se verán, entre otras Valentino: the Last Emperor (documental sobre el legendario modisto) y A Very British Gangster, que sigue al violento capomafia de Manchester Dominic Noonan.
Para esta edición del festival marplatense se ha programado una muestra de películas relacionadas de manera más o menos directa con la obra de Jorge Luis Borges. Su curador, Edgardo Cozarinsky, dispuso que no se vieran las películas más revisitadas (Invasión, por ejemplo) que podrían haber integrado la sección, sino otras de más difícil acceso; una selección heterogénea y algo extraña en la que caben, entre otras, La estrategia de la araña (1970), de Bernardo Bertolucci (sobre “Tema del traidor y del héroe”); la rusa The Guest (1987, de Aleksandr Kaidanovski sobre “El evangelio según Marcos”); la mexicana Tres de copas (1986, de Felipe Cazals sobre “La intrusa”); la experimental española Variaciones 113 (2003, de Javier Aguirre, con Javier Bardem e Inés Sastre, y grabaciones de la voz del escritor); y entre otras, El hombre de la esquina rosada (1962, René Mugica). Además de una selección muy diversa de cortometrajes, y el documental Borges, un destino sudamericano, para el que, en 1975, el director José Luis Di Zeo llevó al escritor al campo y lo hizo empuñar un cuchillo, generando una escena que remite a algunos de sus cuentos (y una referencia directa a “El sur”), a la cual pertenece la foto de acá arriba.
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