DESPEDIDAS > MARILYN CHAMBERS, LA LINDA DEL PORNO
› Por Mariano Kairuz
Fue la princesita rubia y sodomizada de eso conocido fugazmente, en los ’70, como porno chic. Los años en que un puñado de películas triple X con pretenciones argumentales, y a veces mucho sentido del humor, alcanzaron a un público masivo y “curioso” y hasta fueron reseñadas por los críticos más serios de los diarios norteamericanos junto a otros estrenos comerciales. Marilyn Chambers tenía 21 años cuando filmó Detrás de la puerta verde, una de las películas seminales –si cabe la expresión– de este fenómeno. Según la candorosa leyenda cimentada por ella misma, llegó al casting convocado por los famosos y algo infames productores/directores, los hermanos Mitchell, sin saber de qué se trataba, cuando todavía abrigaba esperanzas de hacer carrera en Hollywood, y ahí se quedó. La semana pasada, Chambers se sumó a la lista de ángeles trágicos del porno y el erotismo, cuando su hija adolescente la encontró muerta en su casa. Aunque varios días después aún no se conocían las causas de la muerte, y no había ninguna sordidez a la vista, Marilyn se había ido antes de tiempo, a los 56 años.
Lo que distinguió a Marilyn C. de sus compañeras de profesión no fue necesariamente su osadía, aunque sí se la suele considerar una pionera del sexo explícito interracial (una chica de aura angelical como ella en acrobática performance con un negro en calzas no era poca cosa en los ’70, ni siquiera para un género marginal como el porno). Tampoco fue su particular carisma, ni sus dotes interpretativas: en la película no pronunciaba ni una palabra. Pero, entre las otras damas del chic porn –como Georgina Spelvin, de El Diablo en la señorita Jones, o Linda Lovelace, de Garganta profunda–, fue una de las pocas que era linda de verdad. Para los caballeros que las prefieren rubias, poco antes de su debut en el XXX, fue la encantadora cara de una campaña de un jabón para la ropa, el Ivory Snow Soap Box (campaña levantada cuando su figura pública alcanzó una temperatura masiva). Su pelo de propaganda de shampoo, sus rasgos suaves y juveniles y su sonrisa le habían ganado también un par de papeles menores en películas no pornográficas –una con Barbra Streisand–, pero como su suerte no mejoraba se mudó de Los Angeles a San Francisco. Ahí se animó a algunos trabajos de stripper, y eventualmente acudió al casting de los Mitchell. Ya estaba por dar media vuelta cuando los hermanos la convencieron de quedarse, encandilados por su parecido con Cybill Shepherd, una de las bellezas ascendentes del momento. Un parecido relativo, aunque lo cierto es que Chambers sí compartía con la actriz de Taxi Driver un aire de chica “típicamente norteamericana, suburbana y delicada a la vez”. Para los especialistas Freixas y Bassa (en su libro El sexo en el cine y el cine de sexo), tenía “el prototipo de la mujer WASP que iba a enloquecer a Woody Allen: rubia de ojos azules, de aspecto nórdico, físico estilizado, típica girl next door”. Aunque según algunas versiones, el verdadero argumento con que Jim Mitchell logró convencerla de trabajar para él fue bastante menos elegante que el de su physique du role: “Tienes el rostro perfecto –se dice que le dijo– que todos los chicos querrían para restregar su miembro.” La película, en la que Chambers se somete a una larga orgía de múltiples penetraciones –frente a una concurrencia “refinada” que se suma al desparramo–, no fue el artefacto revolucionario que ella esperaba, y la única carrera actoral que le proveyó fue en el mismo porno.
Bueno, no la única, en rigor. A Marilyn se la suele considerar también la primera actriz crossover, es decir, que pasó del cine mainstream al condicionado ida y vuelta. A mediados de los ’70 David Cronenberg le asignó el protagónico de su película Rabia, en la que haría de depredadora sexual, pero sin escenas de sexo explícito. “Aunque siempre se la consideró una chica corriente –dijo el director–, tiene una mirada dura, una temeridad que le iba muy bien a su personaje esquizofrénico, que pasaba de la gentileza y la dulzura a la depredación.” Chambers no recordaba aquella colaboración con demasiada felicidad: “Soy una gran admiradora de Cronenberg. Pero en su momento ni él ni su productor Ivan Reitman eran nadie, así que me llamaron para capitalizar mi nombre, y creo que funcionó. Para ellos, no para mí, ya que la gente nunca dejó de verme como una actriz sólo de cine adulto”.
Pero la chica nunca se amargó: se tomó cada trabajo que se le presentaba con la mayor alegría posible, dejó un par más de imaginativos –y freaks– triple X de aquella última etapa de gloria, como Resurrection of Eve, de los MItchell, e Insaciable, con el legendario John Holmes, y se ganó la vida como lo hacen las actrices porno cuando no están filmando (con presentaciones sexuales en vivo). En los ’80 y ’90 tuvo varios “regresos”, en general haciendo repetitivas variaciones de sí misma. Esta semana hubiera cumplido 57; hace menos de diez años había vuelto una vez más a lo suyo, al polvo de cine, en una película dirigida por una ex colega suya con un poco de ese ingenio que caracterizó a los ’70. Una película llamada –mucha “explotación” pero también algo de homenaje– Todavía insaciable.
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