Dom 26.04.2009
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Retrato de familia

La vida de Aitana Alberti es azarosa y singular. Nacida en Argentina, vive actualmente en Cuba y tiene fuertes raíces españolas, comenzando porque sus padres fueron nada menos que Rafael Alberti y María Teresa León. Acaba de llegar a Buenos Aires para participar del IV Festival de Poesía de la Feria del Libro que arranca el próximo miércoles.

› Por Juan Pablo Bertazza

Totalmente de acuerdo”, dice estar Aitana Alberti cuando se le comenta el garrafal error de las mujeres que tratan, a toda costa, de disimular y hasta esconder su edad cuando, en realidad, no habría mejor idea que dejar que los demás admiraran la vitalidad pese (y también gracias) al paso del tiempo. “Igual, por más que quisiera, la verdad es que en todas mis biografías dice que nací en Buenos Aires en 1941, así que no tengo salida”, cuenta la única hija de Rafael Alberti y María Teresa León, quien supo hacerse un nombre propio a fuerza de su notable labor como escritora –publicó Poemas, Y de nuevo nacer y Pupila al viento, entre otros títulos–, traductora, guionista, editora y divulgadora de los poetas de la generación del ’27, a quienes ha difundido a través de la Televisión Española y la Televisión Cubana. Invitada al IV Festival de Poesía de la Feria del Libro (que arrancará el próximo miércoles con la participación del mexicano José Emilio Pacheco y los homenajes a la editorial Ultimo Reino y al poeta Daniel Chirom), Aitana se sorprende por el cambio impresionante de Palermo, “con tanta gente, y tanto movimiento, no tiene nada que ver con lo que era antes”. Y lo dice con conocimiento de causa porque pasó toda su infancia en la esquina de Las Heras y Ugarteche, durante el largo exilio de sus padres, “un exilio que, en ese momento, nadie se imaginaba que sería tan prolongado”, según explica.

Otra característica que sorprende de Aitana Alberti, además de su juventud y vitalidad, es que, a diferencia de los escritores hijos de grandes escritores, no le molesta que le pregunten sobre sus padres a quienes siempre califica de “seres extraordinarios”. Y a los que honró en varias de sus obras, como en el hermoso poema “Retratos de familia”: “María Teresa y Luba con Ilya y Rafael// los cuatro conversando// después de tantas y tan terribles cosas// mientras afuera el sol iba aboliendo el tiempo// y fijaba esta imagen en mi ser para siempre”. Así, responde con toda apertura cuando se le pregunta, por ejemplo, sobre la culpa que su padre había reconocido sentir por la muerte de Lorca.

“El escribió un poema maravilloso que empieza diciendo: no tuviste tu muerte, la que a ti te tocaba. Mi padre decía que Federico era pura inocencia, solar, alegre y feliz, más allá de sus dramas oscuros. Y, más allá de ser de izquierda y partidario de la República, no estaba afiliado al Partido Comunista como mi padre. Lorca era el último al que deberían haber matado, decía Rafael, lo lógico era que el primero hubiera sido mi padre que había escrito poemas tremendos contra la burguesía, el clero y la Iglesia española.”

¿Con qué nacionalidad habría que presentarte?

–Siempre digo que soy argentino-hispano-cubana: nací en Buenos Aires en 1941, al inicio del largo exilio de mis padres. Después me fui sola a vivir a España, a Málaga. Es decir que soy española por mis raíces, argentina por mi lugar de nacimiento y cubana porque llevo casi 26 años viviendo en la isla.

La publicación de tu primer libro implica toda una anécdota ¿no?

–Yo tenía trece años y escribía en cuadernos y escondía todo. Mi madre se dio cuenta –las madres se dan cuenta de todo– y me empezó a revisar cosas hasta que encontró el material. Se lo mostró a mi padre y decidieron hacerme un regalo de cumpleaños publicándome lo que tenía escrito. Hicieron una selección y lo sacó Losada, con la imprenta López, y me lo regalaron. Se llamó Poemas de Aitana Alberti. Casi me muero. No quería que vieran nada hasta que me terminaron convenciendo. Lo que sí, después me daba terror escribir porque tomé conciencia de las cosas que escribía mi padre, fue un carga bestial, seguía escribiendo pero no publicaba nada. Recién en Cuba, y a una edad avanzada, me di cuenta de que ésa era una actitud absurda y ahí publiqué, justamente, Y de nuevo nacer. Hoy me interesa mucho más la prosa. Sobre todo desde que publiqué Inquilinos de la soledad, un volumen de cuentos con historias familiares, uno de los cuales, aunque no lo diga directamente, habla del regreso de mis padres a España.

En el año ‘62, los militares fueron a buscarlos a su casa, ¿no?

–Cuando estaba Guido, después de Frondizi. Era un lunes a las 3 de la mañana, y yo estaba sola en mi casa, tenía 17 años, tocaban el timbre y golpeaban la puerta de una forma enloquecida. Pensé que había habido un incendio o algo así. Pregunto y me dicen que era la policía y tuve que vestirme porque no podía recibir a la policía en bata. Las perras me volvían locas con sus ladridos, y entraron los tipos preguntándome por mis padres que estaban en una casa de fin de semana en Castelar. Entonces revisaron todo de arriba a abajo y hasta pasaron la mano por la almohada de la cama de mis padres. Antes de que entraran agarré la agenda de teléfonos, la rompí y la tiré por la ventana. Ahí llamé a un amigo de la familia y fuimos todos a vivir ahí durante un mes. Al año voy a la biblioteca de la Facultad de Derecho, que está en frente de donde vivíamos, y ahí estaba de civil, infiltrado, uno de esos tipos. Y le digo al gordo: “Mirá vos, estudiando Derecho”.

¿Qué significa para vos venir al Festival de Poesía de Buenos Aires?

–Es precioso estar en esta ciudad que siento tan mía, sobre todo las zonas aledañas al Botánico, donde viví durante toda mi infancia. Y aunque hoy para mí este barrio es un mundo desconocido, sé que estoy en mi patria secreta. Aunque las calles cambien y haya mucha gente nueva y tanto movimiento que nada tiene que ver con aquellos tiempos, aquella patria es la que estoy visitando y reencontrando ahora.

¿Tuviste muchos amantes acá?

–Dos novios oficiales (risas).

¿Son mejores amantes los argentinos que los españoles?

–Mirá, los españoles sólo son amantes de la cueva de Altamira.

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