Absurdo y humor negro se conjugan en una lejana novela de Griselda Gambaro que hoy vuelve a rodar.
› Por Angel Berlanga
Una felicidad con menos pena
Griselda Gambaro
Norma
122 páginas
Una felicidad con menos pena es la segunda novela de Griselda Gambaro y propone, por vía de un registro que de arranque se instala en el absurdo y de a poco rumbea para el grotesco y el humor negro, una indagación en torno de ciertas deformidades que devienen de la muy humana costumbre de dar y recibir, sus conveniencias, sus contraindicaciones, sus secuelas. En ciertas situaciones de precariedad o zozobra afectiva y/o material, muestra esta narradora y dramaturga, lo que entusiasma como remedio puede terminar resultando enfermedad y hasta muerte.
El narrador y protagonista de esta novela, escrita en 1967, es un indigente que recibe de un extraño que pinta muy amable una invitación tentadora: dejar la casilla en la que vive y mudarse a la casa de su benefactor. Las expectativas, pronto, pasan de exageradas a mínimas y de mínimas a nulas, porque Eduardo, o Eustaquio, o Heriberto, el anfitrión, es sobre todo dueño de una miserabilidad que parece no tener fondo: amarroca cada una de sus pertenencias, deja de convidar lo poco que daba y circunscribe su vida a un único ambiente, porque mantiene los otros veinte cerrados con candado. El sitio, además, de a poco va poblándose; primero llega un amigo un tanto tonto, luego una vecina gorda y una muchacha negra y flaca y desamparada con su bebé, más tarde unos primos del dueño de casa y finalmente cualquiera: la habitación se abarrota de gente que se instala allí y el relato torna ya a una lógica todavía más delirante y pesadillesca regida por las condiciones que impone el dueño del lugar –que engorda sin pausa y no se despega de su silla– y la aceptación de los huéspedes.
Por la simpleza, el desparpajo y cierta torpeza de percepción del narrador (que no tiene nombre) al contar, por su relación con un “superior” delirado que lo ampara y del que depende y por la atmósfera y la trama casi surrealista anclada en un espacio cerrado, urbano y contemporáneo, Una felicidad con menos pena es bastante hermana de Nada que ver con otra historia, su siguiente novela, publicada en 1972 y reeditada hace un par de años: allí el narrador es Toni, una especie de Frankenstein creado por un militante y estudiante de veterinaria. Gambaro ha dicho sobre esta etapa de su obra que todavía andaba buscándose como escritora, que ambas novelas tienen estructuras simples que siguen una historia central y que, con el tiempo, sus textos fueron haciéndose más complejos.
En la pieza, con semejante amontonamiento, “crecían unos tufos” tales “que hasta los microbios morían anonadados”. Ese hacinamiento y el despliegue de arbitrariedades del anfitrión y de su amigo Atilio, que anda por el lugar con una lanza de hierro que obtuvo a cambio de algunas de las veinte camisetas que llevaba superpuestas, son los instrumentos de los que se vale Gambaro para pintar uno de sus temas recurrentes: la crueldad del hombre. Como suele pasar, las mujeres son las que más la ligan. Si el escenario y la situación suenan muy delirantes puede pensarse en esto: Buenos Aires, sus alrededores, y las otras veinte provincias. Se intuyen algunas otras líneas sugeridas del contexto sociopolítico: acaso eso dependa de la razón o el delirio de cada lector. La autora, fiel a las reglas implícitas de su novela, no larga prenda al respecto. Duerme, en la tapa del libro, un cuzco sufrido: alude al Boby, el perro del narrador, que la pasa muy mal. ¿Peor o mejor que los bípedos de estas páginas? Y bueno, una pregunta lleva a la otra, y con tantas horas de trabajo, tanto arreglate con ese hueso, tanto lengüetazo al amo...
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