Dom 03.05.2009
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PERSONAJES > LA ARROLLADORA CARRERA DE CARLA GUGINO

Carla che ti fa bene

› Por Mariano Kairuz

Haciendo un poco de memoria pop se la puede rastrear hasta quince años atrás, cuando protagonizó el video de la canción “Always” de Bon Jovi, una telenovela de 6 minutos en la que ella, que ya exhibía esas formas redondas, contundentes, generosísimas, encontraba a su novio con otra. Un año antes, Carla Gugino (Sarasota, Florida, 1971) había hecho su entrada en el cine como la hija del personaje de Robert DeNiro en Mi vida como hijo. Y con DeNiro volverían a reunirse década y media más tarde, para ese thriller berreta de policías honestos y policías manodura que es Las dos caras de la ley, aunque esta vez como amantes con una inclinación por el sexo violento. En el medio, Carla cultivó con esmero su imagen de bomba sexual haciendo, entre otras cosas, varias películas infantiles y versiones de comics.

Hoy, a los 37, está por todas partes: fue hace muy poco, en la adaptación de Watchmen, la súper-heroína retirada Sally Júpiter, alias Silk Spectre, devenida irresistible sex symbol público de traumática historia –tal vez la primera paladín de la justicia víctima de una violación–. En pocos días más se la podrá volver a ver en una de terror (La profecía del no nacido) y ahora mismo se puede matar la espera metiéndose en el cine para ver una remake de Disney, La montaña embrujada. Que tampoco es para descartar así nomás, si tenemos en cuenta que fue justamente una saga de películas para chicos, los Mini-Espías de Robert Rodríguez, la que empezó a exprimir como ninguna otra los abundantes encantos de Carla G. Tras filmar aquella trilogía –en la que era presentada, en un guiño para sus espectadores adolescentes y para padres acompañantes, con el título bastante calentón, casi porno, de Spy Mama–, el mexicano favorito de Hollywood la incrustó en nuestras retinas con apenas un par de escenas de su adaptación en blanco y negro digital de la historieta para adultos Sin City, desnudándola con fabulosa gratuidad para el papel de una policía lesbiana que protege al malogrado personaje de Mickey Rourke. No más de un par de minutos de tetas –perdón por el exabrupto, pero es imposible describir con pudor el impacto de esas imágenes–, filmadas con cuidadosa composición de luces y sombras, dándole a la pantalla, al menos por un momento, todo el peso específico, la materialidad, el volumen y la densidad que el resto de ese experimento de computadora no tenía.

Lo cierto es que esta chica –que se crió entre una experiencia algo hippie con su madre en California y una vida de privilegios con su padre en Florida–, hizo desde sus comienzos toda una carrera de personajes brutalmente sexuales. En 1996 filmó una película poco vista llamada Jaded, en la que era violada por dos mujeres: apenas antes de esa escena, podía verse a las tres corriendo desnudas por la playa; un poco después, ella sola en la ducha volviendo sobre la traumática experiencia, filmada con puro morbo de cine de explotación sexual. Su pareja de ya más de una década, el cineasta Sebastián Gutiérrez, la convirtió en sus películas en una suerte de Coca Sarli norteamericana (en El beso de Judas, una de las primeras películas que la compartieron con un público internacional), luego en sirena (mitológica, con aletas y todo), en vampiresa, y ahora en una actriz porno de nombre sugestivo –Electra Luxx–, para un díptico que aún espera estreno. Es una secuencia voraz que ella misma ha abrazado, en cuerpo y en espíritu. Porque puede que sus ojos claros provengan de sus raíces irlandesas, pero su redondez viene adjuntada a su apellido. Fellini decía que le encantaban las mujeres carnosas, porque una mujer que no ama la comida no es buena en la cama. “Creo que hay algo cierto en eso”, dice, y los periodistas norteamericanos que tuvieron el privilegio de entrevistarla desayuno de por medio, suelen describir sus frugales platos mañaneros con huevos y pastelería chocolatosa. “Yo soy parte italiana, y la perspectiva italiana te dice que ames tus curvas”, agrega, como si hiciera falta, Carla, segura de esa belleza ¿renacentista? que porta, esa en la que la luz rebota en todos los lugares correctos, iluminándonos hasta casi cegarnos.

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