FAN > UN PINTOR ELIGE SU OBRA DE ARTE FAVORITA:
› Por Marcelo Galindo
Die Zirkusreiterin es el único cuadro de Ernst Ludwig Kirchner de cuyo proceso de producción se conservan varios registros fotográficos. Ahí mejor que en ninguna otra parte podemos entender la lógica bajo la que el pintor alemán construía sus cuadros y ver paso por paso todo lo que quedo atrás del caballo. Kirchner agrandó todo lo que pudo ese caballo blanco y agregó una bailarina desnuda para tapar a otros dos personajes. Después plantó los dos banderines, le agregó el moño a la señora de adelante y dio por terminado el cuadro.
Kirchner solía empezar sus cuadros pintando algunas imágenes que aparentemente le interesaban bastante poco o personajes que por algún motivo deseaba hacer caer en el olvido para después poder ponerse a agrandar a los que le gustaban y usarlos como fondo para las bailarinas.
Los personajes que se dispuso a tapar en Die Zirkusreiterin eran lo que el llamaba Konservatoriums Pferd es decir “piezas de conservatorio”. En este caso se trataba de un Konservatoriums Stücke, un caballo negro con cara de piano que quedó abajo del caballo blanco junto con una muchacha que no hace falta ser muy listo para darse cuenta, observando sus antiguos retratos, de que se trata de su ex novia. Es la misma nariz, la misma frente alargada y los mismos ojos que solía dejar al descubierto en sus cuadros cuando todavía la amaba.
Y la posición también bastante caprichosa de la bailarina como resultado: son sus piernas los brazos de la otra. Y el borrón que dibuja la cara de uno de los espectadores también: lo que fue su cabeza.
¿Puede llegar a verse?
El trabajo de Kirchner influyó sobre todo el grupo Die Brücke (El puente).
Eric Heckel, impresionado por la efectividad de las pinturas de Kirchner, usó en algunos de sus cuadros las técnicas de ocultamiento del maestro alemán que, al ver los resultados de esas pinturas, se sintió realmente tocado en lo personal.
Cinco años después Ernst pintó a Eric y luego lo tapó con su autorretrato.
Pero Eric también supo ser vengativo al retratar a su ex compañero de El Puente y ya que “había percibido las oscuras heridas que la guerra había dejado en el ánimo y la mente de Kirchner, fue así como lo retrato: con el cuerpo torcido, la mirada perdida y el brazo izquierdo entumecido y tenso, como si se tratase de una prótesis de madera o acero”.
Al año siguiente Ernst se fue a vivir a la montaña para trabajar la tierra y para pastorear unas cabras. Para abandonarse por completo a la pintura y alejarse a un tiempo del puente y el nazismo.
Si la técnica de ocultamientos le procuró forzar las formas hacia unas superficies deformes y angulosas, vivir en la montaña lo erigió como amante de unas espléndidas paletas de heladería que usó durante un largo tiempo para pintar sus paisajes alpinos.
La primera vez que vi Die Zirkusreiterin fue en el invierno de 1999.
La segunda vez fue hace unos pocos meses, en una edición alemana donde la reproducción además viene acompañada de cuatro fotografías que muestran su proceso de creación.
Así mi fascinación pasó de lo increíble y desproporcionado de las figuras a la lógica constructiva de esa desproporción.
A partir de este segundo acercamiento y del descubrimiento de la técnica de los ocultamientos, el bueno del caballo y el gesto libre en la caída de la bailarina cambiaron de signo: ni bondades ni libertad.
Curiosamente ese mismo año Ernst había sido invitado por un amigo a prestar falsa declaración en un juicio en el que se lo acusaba por robo de armamento militar.
El pintor, que en principio había consentido, a último momento se arrepintió.
No se presentó para dar su declaración y su amigo fue condenado.
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