› Por Andres Cascioli
Abogados y militares se alternaron desde siempre en el manejo de nuestro sufrido país. La pequeña historia de la revista Humor Registrado se inscribe en uno de esos tantos momentos en que los uniformados se sentían dueños y señores de la Argentina y de los argentinos. Ibérico Saint Jean, un general de la dictadura, lo expresó con siniestra crudeza cuando anunció que acabarían con los rebeldes, los familiares, los amigos y todo aquel que simpatizara con las ideas de aquellos.
La amenaza no quedó sólo en palabras: persiguieron, asesinaron, secuestraron, torturaron y, además, robaron las pertenencias a miles de ciudadanos. Y unas 30.000 personas carecenunca se sabrá con certeza cuántascarece fueron víctimas de un método terrorista inédito en la historia argentina: la desaparición.
Para “limpiar” tanta mugre ante el mundo, la dictadura recurrió en 1978 al Mundial de Fútbol. Ese contexto significó al mismo tiempo una oportunidad: la de aprovechar el auge de nuestro deporte más popular para salir con Humor Registrado, cuyo nombre fue elegido deliberadamente para pasar desapercibido y no molestar a los cancerberos de turno. Ellos estaban prestando atención a otra cosa.
Después de todo, el nombre no importaba. Lo importante eran los códigos que habíamos creado y que se reflejaban en el diseño de las portadas, en los titulares, en las secciones y en el talento de los dibujantes, guionistas y redactores que conformaban nuestro equipo.
Humor tenía un antecedente inmediato en Chaupinela, revista parida en 1975, en una oficina prestada, un verdadero cuchitril donde empezó a germinar la idea de lo que sería tres años después una publicación más madura. Pero ese precalentamiento, durante el gobierno peronista piloteado por “Isabelita”, sería muy valioso. López Rega y sus secuaces de la Triple A perseguían por esos días a periodistas, actores e intelectuales que tuvieran tufillo a “zurdo”.
Y se daba entonces una paradoja: mientras para los militares éramos “comunistas” (de acuerdo con las enseñanzas adquiridas en la escuela de Panamá), para el gobierno de Isabel y López Rega éramos “gorilas”. Años después careceya en plena restauración democráticacarece la acusación cambió: se nos empezó a tildar de “radicales”.
Con el equipo de Humor creamos nuestra propia zona liberada, porque percibíamos nuestro ámbito como un refugio, un espacio de libertad. Y la gente lo notaba. Por eso, rápidamente (un año, apenas) triplicamos las ventas.
Ya no estábamos solos. Sentíamos el decidido apoyo de los lectores.
Empezaron a sumarse, además, periodistas que no encontraban espacio en otros medios, ya que existía una fuerte censura en la mayoría de las publicaciones, salvo aquellas que manifestaban abiertamente su apoyo a la dictadura y eran recompensadas económicamente.
El gobierno militar no permanecía inmutable, desde luego, ya que utilizaba una fórmula de amedrentamiento muy eficaz: los juicios por calumnias e injurias, en los que se valía de grandes estudios particulares de abogados a los que pagaba muy bien por sus servicios.
Como editor responsable de Humor debí enfrentar más de treinta juicios de este tenor, sentado en el banquillo de los acusados frente a esos delincuentes que entonces nos gobernaban, asesorados por aquellos que alguien definió muy certeramente como “aves de rapiña”. Malos abogados y peores militares: la vieja fórmula de la dominación y el engaño.
Después, mucho después, llegaría el castigo para los máximos responsables de aquella infamia.
Pero el país olvidó castigar a los sostenes e ideólogos: los empresarios, que se enriquecieron con el “Proceso” y lograron que todos termináramos pagando sus deudas en dólares; los economistas, que crearon una deuda de más de u$s 40.000 millones y derivaron gran parte del presupuesto para sostener a los represores, y que aún años después siguen dictando “cátedra” y engañando a la gente a través de los medios; los comunicadores, que mintieron a televidentes y lectores, atacaron a las Madres de Plaza de Mayo y aplaudieron las decisiones económicas de la dictadura y siguen impunes.
Todos ellos, que estaban detrás del telón de esa obra macabra, siguieron lamentablemente gozando de sus beneficios. Nosotros, desde la pequeña trinchera de Humor, hicimos lo que estaba a nuestro alcance en aquellos tiempos duros: denunciarlos y reírnos tanto de los protagonistas de la obra como de sus guionistas.
Muchos argentinos creen que nuestro trabajo valió la pena. Yo pienso lo mismo.
Andrés Cascioli murió el jueves pasado, 25 de junio, a los 72 años. Este texto lo escribió para el libro 30 años de humor político y otras perversiones (2006), en el que recopiló su obra. La tira de Rep se publicó originalmente en la contratapa de Página/12 el 1º de junio de este año a manera de homenaje, para que Cascioli, convaleciente del cáncer que finalmente le provocaría su muerte, alcanzase a leerlo en vida.
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