HISTORIETA >LOS CUADRITOS QUE SE RíEN DEL JUDAíSMO DESDE ADENTRO
De qué se tratan las historietas en que se ironiza sobre los ortodoxos, se ríen del dolor que causa la circuncisión, se aprovecha para viajar a Israel “porque es gratis”, se desprecia el lujo crecido al calor del menemismo y hasta exponen “la turba asesina” que se lanza al grito de “¡Antisemita!”. Primero página de Internet que creció boca a boca y ahora libro (Reírse es kosher, Sudamericana), el trabajo de Pablo Tajer y Daniel Sacroisky ya armaron revuelo en la comunidad... y eso que los ortodoxos todavía no lo leyeron.
› Por Violeta Gorodischer
Si el sentido común y la corrección política dicen que los judíos son los únicos que pueden hacer chistes sobre judíos, Pablo Tajer y Daniel Sacroisky subieron la apuesta al hacer público ese permiso. La idea fue poner sobre el tapete un tipo de humor muy interno, basado en observaciones del judaísmo local. Y entonces la cosa cambia. Porque este tipo de humor es crítico de por sí. Pero si a eso sumamos el formato historieta y la cuota de acidez necesaria para mostrar “ciertos tics, hipocresías y vicios del judaísmo argentino”, la aparente inocencia de un libro como Reírse es kosher empieza a cambiar de tono. ¿Qué pasa cuando los trapitos sucios ya no se lavan en casa sino que se sacuden ahí, a la vista de todos? Los autores de esta propuesta son dos jóvenes que se definen como judíos, pero “no muy judíos” (tipología recurrente en varias de las tiras). Daniel Sacroisky fue siempre a colegios públicos, no hizo bar-mitzvá, no ayuna en Iom Kipur, no sabe hebreo ni rezos ni nada. Su máximo contacto con el judaísmo fue haber jugado en las ligas infantiles de básquet del club Hebraica, fuente de inspiración de varios de sus guiones. Pablo Tajer, en cambio, tuvo una educación algo más “religiosa”: primario en el Weitzman, secundario en la ORT, bar-mitzvá, hebreo, fines de semana en el club Cissab, etc., etc., etc. Así y todo, a sus 28 dice que no cree en Dios, ni hace ayuno, ni va al templo. Hasta tiene una novia católica (herejía paisana si las hay). Los dos aseguran que la idea del libro surgió de casualidad. Ninguno tenía taaan presente su judaísmo hasta que empezaron a hacer los dibujos y pensar los guiones. “Apareció naturalmente”, dicen. Un conocimiento tan arraigado que ni cuestionamiento amerita. Subieron las tiras a la web y armaron una página bautizada www.reirseeskosher.com.ar. Entonces el boca en boca empezó a correr. Que había dos pibes judíos haciendo tiras donde un hermano y una hermana tenían sexo porque “estar siempre entre judíos iba a terminar mal”; donde un judío ortodoxo hacía barrer los papeles del Muro de los Lamentos ante la llegada de un contingente de japoneses; donde el amigo judío de los que dicen “tengo un amigo judío” acusaba de robo a la mucama, insultaba a los gays, despotricaba contra los “negros sucios” bajo el lema “hay que matarlos a todos”. Una de las más comentadas fue la tira “del chinito”. Partido de fútbol entre los clubes Hacoaj y Zueng Cho Li. Los niños judíos arremeten: “Volvé al súper, chino sucio”, “Limpiame la ropa, tintorero”, “Dale chino, si no ves nada con los ojos así”. Hasta que el nene atacado explota: “¿Qué te pasa ruso?”. Y entonces aparece la turba asesina al grito de “Antisemita, mátenlo”. Pues bien: resulta que el chiste se basa en una historia real. “Le pasó a mi hermano, que tenía un amigo oriental”, cuenta Tajer. “Fue a jugar al fútbol a un club y todo el tiempo le decían chino de mierda. En un momento se cansó, le dijo a uno judío de mierda, y se armó un quilombo terrible: vino la policía, los padres de los nenes, todos encarando al chinito a ver por qué había dicho eso”. Claro que en las tiras hay muchos otros matices basados en la propia experiencia. Más suaves, quizás. Sacroisky, por ejemplo, dice sentirse ciento por ciento identificado con el pibe que “de judío sólo tiene el apellido” y que usufructúa el legado familiar para faltar al trabajo en época de festividades. O con el viaje a Bria que hizo hace tres años “porque era gratis”. Se trata de un programa creado en el 2000 mediante el cual todos los jóvenes judíos de 18 a 26 años pueden viajar a Israel en un plan educativo de diez días, en forma gratuita. Si fomentar el sionismo era el objetivo vox populi de este tipo de propuestas, Daniel dice que él se quedó más impresionado por la impunidad con que los organizadores querían armar parejas “para continuar la religión”. De ahí esas tiras donde los chicos llegan a Tel Aviv y los organizadores de Bria los reparten en habitaciones de un hotel alojamiento, o las postales de fiestas en distintos clubes de la comunidad (Hebraica, Hacoaj, Macabi, Cissab) donde, como en un déjà vu, se repiten siempre las mismas caras.
A mediados de 2008 Sacroisky y Tajer recopilaron las tiras, presentaron el proyecto de libro a Sudamericana y la aceptación fue casi inmediata. Con el propósito de hacerlo accesible a todos (“está bueno que los no judíos vean que también hay autocrítica dentro del judaísmo, que nos abrimos y no es todo un tupper”) incluyeron un glosario “moishe-castellano” para que nadie ignore el significado de palabras de jerga como “goi” (no judíos), “shikse” (forma despectiva de llamar a la mucama), “kreplaj” (pasta tradicional similar a los sorrentinos) o “madrij” (coordinador de grupos), entre otras. A la hora de mencionar influencias, los autores dudan. Burman sí, puede ser, “pero el tipo tiene un judaísmo de raíz, la historia va por otro lado”. A lo mejor Ariel Winograd, con la película Cara de queso. Esa crítica al desborde new rich de la época menemista y la metáfora country-gueto de una comunidad que vive encerrada en sí misma. No mucho más. Mencionan cómics y autores de historietas como Persépolis, El gato y el Rabino, Langer, Tute, Fontanarrosa. Pero sobre todo, hablan de la movida del judaísmo cool de Nueva York. Eso fue lo que “les voló la cabeza”. Desde la revista Heeb (algo así como una Barcelona kosher, donde aparece en tapa un rabino vestido de Superman, por ejemplo) hasta las bombachas con las inscripciones “jewcy” (judío+jugoso) que circulaban en los negocios fashion de la Quinta Avenida. “Yo vi un enfoque más dinámico, mucho más moderno”, dice Tajer. “Acá era todo bastante antiguo y aburrido. ¿Por qué la comunidad local no podía empezar a sumar algo así?”. Así fue como la dupla tuvo especial incidencia en la reciente organización del Pesaj Urbano y los carteles que empapelaban Buenos Aires (“Esta semana bajoneá con matzá”). Así fue también como llevaron el libro a los stands de YOK (una organización de judaísmo joven cuyo leitmotiv es “Judaísmo a tu manera”) donde, paradójicamente, tuvieron su primer choque con un judío religioso. “El tipo pasó, agarró el libro y apenas vio el título lo tiró con gesto de asco, bastante elocuente”, recuerda Sacroisky. Pero el episodio no pasó a mayores, ni entonces ni ahora. El supuesto riesgo de meterse con el judaísmo ortodoxo hace agua por la simple razón de que dentro de la comunidad judía no hay contacto entre ortodoxos y no ortodoxos. “No los ves más que si estás obligado a consultarles algo por un trámite, si tenés que hablar con alguien en AMIA, o si te los cruzás en el templo. Si tuviéramos contacto fluido sería un golpe terrible”, dice Pablo. No quisieron meterse con la posición política de Israel, ni hacer chistes con la situación mundial, y hasta dudaron de incluir esa tira donde un judío se queda sin pilas en la afeitadora eléctrica y debe enfrentarse a un bigotito “a lo Hitler”. Si según su propia definición, las tiras tocan aspectos que hasta ahora no fueron profundizados por el género y desmitifican ciertos temas “intocables” dentro del judaísmo: ¿a qué vienen tantos pruritos? “Sería irresponsable meternos con algo que no conocemos del todo, que nos es un poco ajeno porque no estamos ahí”, dice Tajer con respecto a la situación de Israel. “Acá mismo, si surge el tema en una mesa, hay dos posiciones tan extremas que cuesta hablarlo: apenas defendés a Israel, te dicen que sos un fascista asesino, apenas lo criticás, te tildan de antisemita. Eso te impide discutir y nos limita a la hora de hacer chistes”. Sacroisky, por su parte, dice que si bien está claro “que Israel se fue un poco al carajo con los últimos ataques” vivir a millones de kilómetros, lejos de la violencia y la paranoia extremas, es razón suficiente para quedarse calladitos la boca. “Preferimos hablar de lo que nos rodea, lo que conocemos bien.” Pese a tanto reparo, las críticas empezaron a llegar. Desde muchos que los tildaron de “inasimilados que arruinan a su propia religión”, hasta otros que les dicen que son “malísimos y tienen que dedicarse a otra cosa”. Sin embargo, ellos prefieren rescatar un mensaje que les dejaron hace muy poco en la página web. “Era una mujer ortodoxa. Decía que no siempre lo había sido y que los ortodoxos no se ríen de nada, que no pueden porque hay muchas cosas intocables. Por eso lo que nosotros hacemos le generaba alivio”.
A la hora de ubicar el momento en que empezaron a “desconfiar” de su ser judíos, Sacroisky y Tajer tienen que mirar hacia atrás. En el caso de Sacroisky, la duda apareció allá lejos y hace tiempo, en esos famosos partidos de básquet entre Hacoaj y Hebraica a los que fue hasta los 12 años. “Los padres siempre se agarraban a trompadas”, cuenta. “Se puteaban, se agarraban mal por la competencia de los hijos. Esa cosa medio sacada, la turba asesina en versión light, hizo que me retirara del básquet y me alejara del club”. En el caso de Tajer la cosa fue un poco más tarde. “A mí me pasó cuando viajé a Israel con Tapuz, que es como Bria. Tenía 18 años. Les salió al revés, porque ahí fue cuando empecé a dudar de las tradiciones y de la existencia de Dios. No pasó nada en particular, simplemente me senté a pensar.” ¿Justo ahí? “Y sí, es en esos momentos cuando uno se sienta a pensar en eso, porque estás ahí.” Más allá de la desconfianza, ellos se sienten judíos. No reniegan de sus raíces. Tampoco están enojados con la religión. Dicen que en el libro incluyeron chistes naïf para que no se lea todo como puro rejunte de bronca. “No es lo único que pensamos del judaísmo. Son observaciones: algunas más tontas, otras más ácidas”, se atajan. Lo cierto es que tal vez era necesario explorar las propias contradicciones para llevar a cabo un proyecto que arremete con varios aspectos del judaísmo en sus distintos niveles. Incluyendo el personal. Ni ellos mismos se habían dado cuenta, por ejemplo, de la figura recurrente de “la turba asesina” que aparece en al menos cuatro tiras y con la que, de hecho, cierran el libro (todos los persiguen por “antisemitas”). Sacroisky confiesa haber tenido más de un conflicto por no sentirse del todo judío y meterse en esto (“lo hablé mucho en terapia”) y los dos se quedan en silencio cuando se les señala la doble lectura de una de las tiras más fácilmente “cuestionable” del libro, esa en la que un nene que hace preguntas sobre la circuncisión ve pasar a un judío ortodoxo y piensa “qué dolor ser muuuuy judío”. No, ni se les había cruzado la idea de que podía leerse como dolor físico y a la vez como dolor espiritual. “Evidentemente hay muchas cosas que salen del inconsciente que no manejamos”, dicen (no en vano Freud supo ser de “la cole”). El punto es la diversidad de lecturas de un libro que parece tan sencillito. Si a la hora de las (re)definiciones los estereotipos ya están caducos, tal vez la clave sea sumar estas tiras a la multiplicidad de opiniones sobre eso que solemos llamar judaísmo.
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