HALLAZGOS > EL CUADRO QUE ESCONDíA LA COLONIA BAJO LA INDEPENDENCIA
El inesperado hallazgo de un cuadro oculto de Fernando VII debajo de una pintura de un independentista chileno empieza a alzar el manto que en la Argentina caía sobre la figura y la obra del peruano José Gil de Castro. Mulato, nacido en Lima, formado en sus talleres e instalado en Santiago, Gil de Castro vivió, presenció, encarnó y participó del paso de la colonia a la Independencia. Sus retratos de San Martín, Bolívar, Sucre, O’Higgins, Las Heras, Rodríguez Peña, Necochea, Alvarez Thomas, Bouchard, entre muchos otros, lo convirtieron en el pintor de la emancipación continental. Y ahora este descubrimiento es parte del rescate biográfico y pictórico que está haciendo un equipo de investigadores e instituciones de tres países (Perú, Chile, Argentina) que, con suerte, culminará en un catálogo y una exposición itinerante.
› Por Angel Berlanga
“Es como tocar la historia con la mano”, dice el restaurador Néstor Barrio. La definición sintetiza bastante bien un hallazgo fabuloso: bajo el retrato de un revolucionario chileno realizado por José Gil de Castro en 1823 descubrieron una pintura anterior, hecha por él mismo en 1816, en la que el retratado era ni más ni menos que el monarca español Fernando VII, alias El deseado, alias Rey Felón. “Para nosotros, hoy, la reutilización que él hizo de esta tela tiene una gran carga simbólica, porque es como si por ella hubiera pasado la revolución”, apunta la historiadora del arte Laura Malosetti Costa. La aparición sorpresa del espectro real, el enemigo emblemático en los años iniciales de estas naciones nuevas, parece ser una gran ocasión para contar de este pintor mulato nacido en Lima, y de las investigaciones que sobre su vida y su obra está haciendo un equipo multidisciplinario de especialistas de Perú, Chile y la Argentina. Gil de Castro es casi un desconocido aquí, a pesar de haber retratado varias veces a San Martín y también a unos cuantos oficiales que lo acompañaron en sus campañas libertadoras por el continente. Y es, además, uno de los pintores latinoamericanos más decisivos del siglo XIX.
“José Gil de Castro. Cultura visual y representación del antiguo régimen a las repúblicas sudamericanas.” Así se llama el proyecto que encaró, inicialmente, la directora del Museo de Arte de Lima, Natalia Majluf. Tras conseguir un subsidio de la Fundación Getty, convocó a un equipo de expertos de los tres países. Cuando en abril pasado se reunieron en Chile para trabajar con las obras del pintor que se conservan en el Museo Histórico Nacional de Santiago, les llamó la atención una firma tachada en el reverso del retrato del mariscal Francisco Calderón Zumelzú, un oficial que luchó desde temprano por la independencia chilena, que formó parte luego del Ejército de los Andes y participó en las batallas de Cancha Rayada y Maipú. “Néstor miró la tachadura con sus poderosos lentes y descubrió que esa firma tenía además una fecha, 1816 –reconstruye Malosetti Costa la escena del hallazgo–. Vimos, también, que no coincidían los bordes y que había otro fondo: era un indicio claro de que abajo había algo. Cuando lo llevamos a radiografiar apareció ese algo, que en ese momento no pudimos identificar. Pero esa misma noche, mientras Natalia nos mostraba otro retrato de Fernando VII, Néstor gritó: ‘¡Es ése!’”
“Y hay grandes posibilidades de que encontremos otras pinturas ocultas”, dice Barrio. “Estamos corroborando material, para determinar bien qué es lo que hay debajo –se suma el historiador del arte Roberto Amigo, otro integrante del equipo–. Es tanto el caudal de información que generamos que se necesita tiempo para procesar bien de qué se trata. Somos muy cuidadosos en determinar qué es, si es de él o no. En éste es evidente: son dos pinturas de Gil de Castro.”
Malosetti Costa, Barrio y Amigo hablan en el Museo Histórico Nacional: dentro de un rato se sacarán fotos delante de uno de los retratos que Gil de Castro hizo de San Martín. En este sitio hipercustodiado y asociado al proyecto está la colección pública más amplia que existe de este artista: 29 cuadros (en el país hay 32). Aquí hay, también, pinturas que hizo de Las Heras, Rodríguez Peña, Necochea, Alvarez Thomas, Bouchard. “Muchos de esos retratos se hicieron en Chile, durante el período en el que los patriotas del Río de la Plata se preparan a seguir en campaña –apunta Amigo–. Triunfaron, están vivos, van a irse para Perú. Y entonces, antes se hacen retratar para enviar los cuadros a la familia. Por eso muchos están dedicados: a la mujer, a la madre, a los hijos. En esa dedicatoria está la despedida de aquel que se va a una nueva batalla.” “Es lo que hacen ahora los soldados al fotografiarse, antes de ir a una guerra”, señala Malosetti Costa. “Es interesante que lo hagan en un formato convencional, porque podrían haber mandado una miniatura –dice Amigo–. También demuestra cierta importancia del uniforme, las medallas, los atributos: es el modelo de militarización.” “Y la aceptación del modelo que proponía Gil de Castro –tercia Barrio–. ¿Por qué todos con él? Uno se lo recomendaría al otro. En algún momento aceptaron esa imagen como la que querían ser.” “Bueno, es la manera en que se retrató San Martín –vuelve Amigo–. Todos emulan esa manera.”
Gil de Castro retrató a Bolívar, Sucre, O’Higgins: es el pintor de la emancipación continental. Lo que ocurre con su figura en la perspectiva de los bicentenarios sudamericanos es significativo: “Para la Argentina no existe –dice Malosetti Costa–. Entre Chile y Perú, en cambio, hay como cierta disputa por ver de quién es el autor nacional”.
“Su historia está llena de mitos, así que, por un lado, estamos haciendo la biografía de un artista que, hasta ahora, no la tuvo”, dice Malosetti Costa. José Gil de Castro nació en Lima, se formó como artista allí y viajó a Santiago de Chile en los primeros años de la década de 1810, donde hizo óleos con imágenes religiosas y retratos en la alta sociedad. Hasta ahora no había precisión sobre la fecha de su muerte, pero el equipo de investigación determinó que fue en 1837, en Lima. Nunca estuvo en la Argentina, asevera Amigo. No hay autorretratos de él. Ni escritos, salvo alguna anotación en los cuadros.
“Es uno de los artistas principales del período –dice Amigo–. Un peruano activo en Chile que luego sigue a los ejércitos patriotas. Pintó el mismo año a Fernando VII y a San Martín: hizo el tránsito desde la colonia a la representación de toda la iconografía de los héroes de la revolución y la segunda plana de oficiales.” “Era un artista muy refinado, formado en los talleres de arte coloniales de Lima, por entonces un centro virreinal muy importante”, señala Malosetti Costa, y Barrio agrega: “Cuando terminemos con esto, que es un proceso largo, tal vez exista una revalorización y una reubicación. Se dijo muchas veces de él que era un ‘primitivo’, pero quizá pase a ser un tipo con un ojo muy especial y una metodología para pintar muy curiosa”. Retoma Malosetti Costa: “Lo que están observando los técnicos es que trabajaba con muchísimas capas, veladuras y veladuras, para lograr colores a partir de eso”. Amigo: “Y su calidad pictórica, que demuestra una tradición en el oficio, nos obliga a repensar un período de la pintura regional calificado como pobre. Marca continuidades técnicas y rupturas discursivas, iconográficas, ideológicas en la simbología. Que estos próceres argentinos, además, hayan sido retratados en Chile, nos obliga a reflexionar sobre la región, los procesos de movilización y las construcciones de la historiografía del arte, siempre encasilladas en los corsets nacionales”.
El trío está encantado con la multilateralidad del proyecto. En Lima también está investigando el historiador de arte Luis Eduardo Wuffarden; por el lado chileno se suma Juan Manuel Martínez, curador del Museo Histórico Nacional de Santiago. Amigo trabaja en la UBA, en la Universidad Nacional de General Sarmiento; Malosetti Costa es investigadora del Conicet y dirige la maestría de Historia del Arte en la Universidad Nacional de San Martín; a la Unsam también pertenece el Centro Tarea, dirigido por Barrio, coordinador de los estudios técnicos, en los que también participa el Centro Nacional de Conservación y Restauración de Chile. El proyecto incluye la elaboración de un catálogo razonado (que ya abarca 160 cuadros) y una exposición itinerante que comenzaría en 2011.
Que Gil de Castro haya sido mulato enriquece todavía más su historia. Su cuadro más admirado es el retrato que hizo de José Olaya, un pescador negro que fue capturado en Perú por los realistas mientras cumplía una misión para los patriotas: lo torturaron y lo asesinaron. “Aparentemente, además, es el primero en conseguir una emancipación artística –apunta Barrio–. Es muy interesante que un tipo que venía de las clases bajas, de la milicia, pase a ser el retratista de la emancipación.” Malosetti Costa destaca que descubrieron que ascendió dos grados de golpe y que eso indica que su éxito como retratista lo sacó de la primera línea de combate. “Además era cartógrafo y cosmógrafo –añade Amigo–. Si uno quiere pensar en un sujeto social que sea una condensación de todo, en ese tránsito entre colonia y república, es él, su biografía. Hasta en los vacíos biográficos: no saber dónde estuvo en algún período es propio de los sectores populares. De las elites es más fácil encontrar registros.” “En Chile es donde más leyendas se han tejido sobre él –vuelve Malosetti Costa–. Hay como un deseo de que sea chileno. Tienen una plaza que se llama Mulato Gil de Castro, e incluso se han escrito biografías noveladas. Un grupo de rock, además, se puso Mono con Navaja porque en un cuadro suyo hay un niño que tiene una caja con esa imagen. Hay mucha imaginación circulando alrededor suyo.” “Y mucho deseo de que ‘mi antepasado de no sé qué’ haya sido pintado por él –remata Barrio–. Aparecen cuadros y cuadros: ‘¿Será Gil, será Gil?’”
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