Dom 13.09.2009
radar

Todo lo sólido se desvanece

› Por María Moreno

Austria no siempre evoca una sucesión culta del género (Viena fin de siglo - socialdemócratas en el Café Central - ópera El Murciélago - Bergasse 19). Esta semana el país ha sido ultrajado por una anécdota policial menor. Durante una reunión cervecera realizada en Estiria, un joven habría acompañado su fuck you a la policía con un pedo o una ristra de ellos. No vamos a detenernos a especular sobre el criterio para calibrar la condena –pagar cincuenta euros por violar el artículo segundo de la Ley de Seguridad que castiga cualquier falta de respeto a la autoridad– ni en el hecho de que el pedómano bien podría haber alegado su inimputabilidad, ya que lo que Quevedo denomina en sus Gracias y desgracias del ojo del culo “soltar un preso”, lo que haría al culo alcalde, no suele ser un acto voluntario. Cabe en cambio sospechar que el anónimo ciudadano de veinte años poseía la destreza que llevó a la fama a Joseph Pujol, un hijo de picapedrero marsellés que triunfó en el Moulin Rouge con un instrumento de viento que no necesitaba ser comprado. Según sus biógrafos, Pujol descubrió su vocación durante un baño de mar en el que observó que moviendo los esfínteres entre las olas a modo de compuertas podía lograr sonidos variados y de singular potencia. Ya profesional, se transformó en una suerte de sociólogo de la ventosidad, ya que durante sus actuaciones de café-concert podía –como el actor eximio que hace varios personajes a la vez– interpretar el pedo de una niña pequeña, el de una recién casada antes y después de su noche de bodas, el de un mariscal, el de un ingeniero obeso, el del Papa y así siguiendo. Mediante una cánula conectada a una ocarina interpretaba el Claro de luna de Debussy y otras piezas para neófitos aunque provistos de medios técnicos tradicionales. Su actuación culminaba cuando lograba apagar una vela colocada a diez metros de distancia. De Pujol queda poco en la historia de la cultura –existen grabaciones que datan de 1906–, aunque en el cartelito colocado junto a un recipiente expuesto en el American Dime Museum de Baltimore, hoy desaparecido, informaba que allí estaba encerrada la primera nota de la marcha de Sousa Stars and Stripers “tocada” por el artista.

El episodio austríaco provoca la pregunta de por qué en la era de la intimidad y en donde hasta las heces han alcanzado un lugar teórico (incluso existe una Historia de la mierda de un tal Dominique Laporte), la investigación de la vida cotidiana ha admitido como objeto de papers a las letrinas y la coprofagia se organiza en corporaciones de degustateurs, el pedo permanece invisible, como lo es efectivamente pero también lo son el inconsciente y el alma.

Aunque habría que investigar si el conocido interés de Sigmund Freud sobre los espectáculos de Joseph Pujol no alimentó su teoría de la sublimación (atención Escuela de orientación Lacaniana, consignar para un cartel de investigación). La filósofa Luce Irigaray ha señalado el privilegio de lo sólido sobre lo líquido en su célebre texto La mecánica de los fluidos, para especular líquidamente sobre la femineidad, luego Zygmunt Bauman sobre la economía, pero y ¿lo gaseoso?

Las obras transgresoras de eternas vanguardias hacen las loas cloacales en nombre de un Eros jolgoriosamente contra natura. pero no dejan de considerar el culo como productor de placer cuando no acaparador, en una economía utilitaria sobre la que el teórico trotskista Mario Mielli, autor de Crítica de la razón Homosexual, debería haber dado mayores explicaciones. ¿O es que siempre la integración de lo antes interdicto deja afuera alguna zona oscura, innombrada, gaseosa? Sí, sí, sí, están Rabelais y Naty Menstrual, pero se conoce poco la obscenidad femenina escrita cuando no se detiene a la altura de las tripas (atención, Estudios de Género, consignar para un congreso intedisciplinario).

¿O debemos, como siempre, recurrir a los padres de la Iglesia a la que tanto se vitupera? Filosofando sobre la erección de Adán, San Agustín enumeraba casos en donde lo involuntario podía orientarse y dirigirse: el hombre que podía sudar a propósito, el que movía los cabellos y el pedómano (“No faltan algunos que, sin fetidez, emiten por el fondo sonidos tan armoniosos que se diría que cantan por esa boca”).

El pasaje del pedo del arte a la política, como impasse de su semi-silenciamiento (paradójico, el chiste sería redundante) histórico y cultural ha tenido, sin embargo, un antecedente heroico; aunque involuntario para su emisor e involuntario él mismo, tal vez impidió una masacre. En el excelente libro colectivo Del otro lado de la mirilla, olvidos y memorias de ex presos políticos de Coronda, 1974-1979 se relata una escena estremecedora. El 5 de julio de 1977, los prisioneros fueron sacados al patio bajo una lluvia torrencial y totalmente desnudos. Los guardias, movilizados, no lograban encubrir con sus capotes la presencia de los FAL. Era uno de esos tantos momentos en que, más allá de que se hubiera impartido una orden o no, cualquier cosa podía desencadenar la violencia. “Ese silencio profundo –dice el libro– esperábamos que lo rompiera la voz de orden, la última, quizás, que escucharíamos. Sucedió entonces... Un pedo de concurso, estrepitoso, explosivo... un pedo marca cañón, dirían los chicos de hoy, rasgó el silencio de la tarde ya muerta. Observamos entonces que los capotes de los gendarmes se sacudían al unísono, rítmicamente, tratando de contener las carcajadas. Nosotros no estábamos como para grandes risas, no obstante comprendíamos inmediatamente que no nos iban a matar y que todo eso no era más que un simulacro.”

En una semana en que el conflicto político en torno de la nueva ley de medios de comunicación, la derrota en el fútbol y otras notas de tapa eran los nombres del malestar, el pedo austríaco tuvo una sospechosa difusión: es que, como él, existían pocas figuras tan precisas para la evasión.

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