PLáSTICA > LAS FOSFORESCENCIAS DE CARLOS BISSOLINO
Las pinturas de Carlos Bissolino parecen a simple vista paisajes de una luminiscencia radiante. Pero miradas con más detenimiento, se revelan como universos en los que se interconectan perspectivas de varios puntos de vista, espacios distorsionados, naturalezas metafísicas, visiones de color y una fosforescencia que parece peculiar y en realidad es mucho más: la esencia misma de su concepción de la pintura.
› Por Santiago Rial Ungaro
Mirando desde la vereda a través de las ventanas de la galería, la pinturas de esta nueva muestra de Carlos Bissolino irradian una fosforescencia que invita a entrar. Hace tres años que Bissolino, maestro de la incandescencia, no muestra en el país, y está contento, casi radiante: “Yo uso estos colores en superficies grandes y el fluorescente es bastante nuevo en la historia de la pintura. Antes lo que había eran relaciones cromáticas que generaban algo parecido en el ojo. Y eso es algo que me interesa: en una obra siempre se produce una irradiación o radiación de algo y, cuando estoy frente a una obra, quiero que me genere ese efecto. A la hora de pintar, eso se traduce en una búsqueda técnica”.
Paisajes internos y subjetivos, las obras de este pintor pueden ser consideradas como visiones: aunque estos colores aparezcan en la naturaleza, los paisajes de Bissolino tienen algo de metafísicos, de espacios puramente pictóricos, puras fantasmagorías de color y radiactividad.
“Por supuesto mi obra son paisajes, aunque al final los paisajes terminan siendo anecdóticos: hay algo que pasa más por el color, por las presencias o por las distorsiones del espacio. En mis cuadros, los puntos de fuga son rebatidos o excesivos.” Las perspectivas de esos diversos puntos de vista se interconectan, convirtiendo los paisajes en representaciones de un universo múltiple –un “multiverso”–. Así, las obras de Pintura (tal es el escueto nombre de esta exhibición) se instalan, delibera y alegremente, del lado de la pintura retiniana.
Pintor jovial y experimentado (la incandescencia de estas obras tienen algo de novedoso, de atrevido) y docente influyente (hace un mes Florencia Braga Menéndez le curó una fascinante muestra en la que se lucían los alumnos de su cátedra Proyectual de Pintura en el IUNA), Bissolino se tomó su tiempo para darle forma a una muestra de lo que puede ser la pintura en 2009 y, aunque la fluorescencia de estas imágenes soporte una digitalización, su valor auténtico sólo se puede percibir en vivo y en directo, con los ojos.
Tiene entonces un profundo valor simbólico que el catálogo lo escriba Luis Felipe Noé, donde destaca que, como todo buen pintor, Bissolino es un investigador visual. Para Noé, Bissolino (que nació en 1952 pero es un pintor joven con un aire a Brett Anderson) ha logrado en esta serie una “restructuración del ojo”, acorde con las velocidades relativas y las simultaneidades de un tiempo histórico como el actual, que impone su dinámica abstracta sobre cualquier pretensión objetiva.
“Yo siempre trabajé con la idea de la ilusión, de la pintura como ventana. Creo que es una tema de la pintura y que yo he tratado de potenciar. Al principio respetaba mucho el color local: los pastos eran verdes, los cielos azules. Pintaba con aerógrafo y la distorsión la trabajaba en las perspectivas. Hasta ahora, esas pinturas nunca las mostré, porque las hice en Italia. En un tiempo no demasiado lejano tengo la idea de hacer un libro con toda esa obra.”
Luego de estudiar justamente con Noé, sus pinturas le permitieron instalarse como becario en Roma entre 1982 y 1988, experiencia que claramente fue decisiva para su desarrollo: “Me acuerdo de que algunas pinturas que hacía tenían una idea pampeana del paisaje y para los romanos, que tienen otro tipo de naturaleza y que están en un entorno en el que la cultura está todo el tiempo presente, esas obras eran una abstracción total, algo muy geométrico. Yo en realidad sentía que la mía era una pintura metafísica. Pero además de todas esas capas y capas de arte estratificados y de las 285 iglesias históricas que hay en Roma, del Vaticano y todos esos museos que visitaba todas las mañanas, me influyó mucho el auge que por entonces tenían el diseño de indumentaria y el diseño industrial. Y cuando volví acá mi intención era trabajar por ese lado, algo de lo que pronto me fueron disuadiendo algunos amigos arquitectos que me explicaron que no era el momento acá para hacer algo así”.
Más allá de que en Wussman aún existan algunas increíbles piezas únicas, materialización de aquel entusiasmo, como una mesa de madera con pies de ciervo, funcional y dinámica, el tiempo fue llevando a Bissolino a decantar una obra pictórica en la que los colores vibran, con cielos de fuego que seducen más de lo que intimidan, bosques psicodélicos encantados y caminos multicolores por los que a uno le encantaría perderse y encontrarse. ¿Se podría hablar de un estilo Bissolino?
“La palabra estilo siempre la relacioné con poner cierto límite. El estilo está, es inevitable. Por eso creo que proponerse lograrlo es una operación que no tiene nada que ver con el proceso creativo real.”
En uno de los cuadros, Bissolino hizo algo que nunca antes había hecho: tirar un tacho de pintura roja sobre una imagen. “De algún modo puedo decir que cancelé la imagen, porque era un imagen que tenía una perspectiva, pero como no encontraba la tensión que estaba buscando y se me derramó accidentalmente un tacho de pintura, la tiré sobre el cuadro, pero con cierto control.” Es interesante la sutil conexión que existe, salvando la distancias, entre las obras de esta muestra de Bissolino y las de Cátedra, en la que asomó una nueva camada de artistas alumnos de Bissolino: como él se siente libre para crear su obra, este proyecto (que tiene profesores adjuntos de lujo como Pablo de Monte, Pablo Siquier y Daniel Rudnick y jefes de trabajo práctico como Martín di Paola, Carlos Varagli y Viviana Blanco) recupera el trabajo de taller, insertando una dinámica horizontal en la que la interacción parece beneficiar tanto a los alumnos como al maestro. Una búsqueda, si se quiere, de la búsqueda. En sus palabras: “A veces hay cuadros que son prototipos, en los que me permito hacer cualquier cosa. Quizá no están bien, quizá hay errores o un montón de ideas agrupadas. Pero a veces ese error o desajuste me permiten experimentar en otras direcciones. Y a veces me preguntan cuál es mi obra favorita y yo elijo ésas”.
Bissolino es, también, un espectador de su obra. “Me gusta transportarlas, mudarlas de lugar y ver cómo van cambiando según el contexto. Me gusta, al pintarlas, pensar en que la materia esté encendida. Si aparece un color cálido yo quiero que se encienda, que queme, que sea radiactivo.”
La muestra se puede visitar durante septiembre y octubre en Wussman, Venezuela 570.
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