> EL FENóMENO DEL SKATE EN ZONA NORTE: INTERNET, DISNEY, SPONSORS, COLONIA DE VACACIONES Y SEGURIDAD PARA ANDAR CON LA TABLA
› Por Soledad Barruti
Zona Norte de Buenos Aires, miércoles cuatro de la tarde. Ultimos días de vacaciones y el cielo azul, inmenso y sin preocupaciones, que se descubre después de días enteros de lluvia. Brisa fresca del río y sol radiante. De fondo, Bob Marley vuelve todo incluso más agradable, más distendido, como si fuera posible. El bar Toién expende licuados y tostados y alguna que otra Coca Cola bien fría. Hay grupos de madres en las mesas dispuestas sobre el pasto. Al fondo, elevando la orilla de un río que desde acá se ve plateado pero que nadie realmente querría pisar, un deck de madera lustrada con adolescentes en shorts de jean y zapatillas posando para una foto que nadie les está tomando. Ellos, los skaters, están a la izquierda, en el espacio esponsoreado por Gravedad Zero –nuestro canal de TV local sobre deportes extremos– Snickers y Gatorade. Es el Skate Park de Perú Beach (complejo de deportes in y out doors, negocios “alternativos”, Pilates y gimnasio de Acassuso) que nació hace dos años como el extraordinario presentimiento de una moda que finalmente estalló.
En lo que bien podría ser una escena montada por la factoría de Cris Morena, diecinueve chicos y chicas preciosos de diez años en adelante –-mucha ropa de colores y casco reglamentario– vuelan sobre las rampas, se ríen, se enseñan trucos, se dan la mano, se invitan a pasar, aprovechando los últimos ratos de pista libre antes de que empiecen las clases, entremezclándose con los profesores que hacen las piruetas más osadas. Mecu (Paula Videla) es una de ellas. Veinte años de edad y seis como skater; una expresión delicada, pelo rubio, ojos celestísimos. “Cuando empezamos con la escuela no venía nadie; ahora mirá, está lleno”, señala. Mecu enseña a chicos de cuatro años en adelante y su principal preocupación es que entiendan que el skate no es un juego; un mensaje cierto y claro que tiene que derribar el que viene imponiendo hace un tiempo uno de los principales portadores y difusores de esta moda: la TV.
Porque la megaindustria que existe para generarles necesidades a los chicos y satisfacerlas inmediatamente, hace rato que se fijó en el nicho y lo tradujo en películas, series de tv y merchandising variopinto. Hay de todo y para todos los gustos y uno no entiende cómo pero a través de sus pantallas –alrededor de sus chicos siempre sonrientes, siempre felices, con un olor que no se percibe pero se sabe tan a free shop– las actividades más extremas parecen lúdicas, amistosas y sobre todo seguras.
Olvidemos a Bart Simpson, que no es ejemplo de nada. Disney, como ejemplo, tiene ofertas dentro de casi todas sus líneas: videojuegos de Goofy y el Ratón Mickey sobre las tablas para los más chiquitos. Para cuando pasan a la primaria, desde su señal Disney XD lanzaron Zeke y Luther: dos amigos de carne y hueso súper cool con quince años, un skate en una mano y un casco bien ajustado a la cabeza que juegan y compiten en olas de cemento. “Quieren ser profesionales del skate y tienen un mensaje moral para los chicos: sigue tus sueños y valora la amistad”, dijeron sus actores en las ruedas de prensa de lanzamiento. Los más grandes, finalmente, el año anterior pudieron deleitarse con X Games 3D, The Movie; un documental centrado en las estrellas del deporte extremo, con una gran presencia de skaters de lujo realizado en una coproducción de Disney con ESPN.
Aggiornado y pulido para chicos sin mucha calle, no sólo se lo consume puro, sino con variaciones a medida. Sucedáneo de la moda skater, el Ripstik es una tabla “de diseño” con un eje en el medio, creada en Estados Unidos en 2007 por la empresa Razor, orientada al mercado de chicos y adolescentes, y que invade los countries, barrios cerrados y calles privadas de Zona Norte. Mezcla de skate y snowboard (el movimiento que debe hacerse para andar es muy similar, no hay que tomar impulso para darle velocidad, por ejemplo; una similitud semejante a la que hay entre los rollers y los esquís), este “skate evolucionado” es un objeto de desprecio por los amantes del skate. Al igual que lo es el Streetboard, antes llamado Snakeboard: patines articulados en forma de skate, con un movimiento muy similar al del Ripstik, que si bien son muy anteriores, tuvieron un impasse en el mercado cuando sus principales fabricantes quebraron. La trampita que más enfurece del Streetboard es que para andar hay que atarse los pies.
Otro juguete de moda que volvió moda al skate es el Fingerboard. Una réplica en miniatura de una tabla profesional, creada en Alemania a fines de los ‘70, extendida en Estados Unidos a principios de los ‘90 y resucitada también por varias marcas hace dos años, con la alemana Dech Deck a la cabeza. En Buenos Aires, a fines de 2009 ninguno bajaba de los 70 pesos (precio que se derrumbó hasta los $15 cuando terminó el ciclo lectivo y aparecieron marcas chinas y nacionales). Vienen con rueditas para cambiar en miniatura, herramientas y stickers para tunnearla como a una de verdad. Hay rampas y circuitos (como los de autitos Hot Wheels) por alrededor de $150.
Con los dedos haciendo de piernas (quien mejor lo hace es quien no despega las yemas de la tabla), aseguran los que saben, se pueden hacer los mismos trucos que en tamaño real. Hay tres estilos acordados (en rampas “profesionales”, dando saltos en el suelo o por escaleras, paredes y demás) y tal es el furor global, que en junio del 2009, tuvo en Alemania su primer campeonato mundial, en el que no competían niñitos sino grandotes aplaudidos por los pequeños fans.
Más o menos para la misma época, Disney –a través de su señal de cable para chicos DisneyXD– lanzó el desafío Fingerskate: los interesados podían grabar sus videos y subirlos a la web. En la tanda, había micros con “expertos” explicando técnicas y cada tanto le hicieron un upgrade a algún video casero para insertarlo en su señal.
Los Fingerskates, entonces, como los conocerían los consumidores argentinos, se vendieron en locales como Cristobal Colón e, incluso, en los kioscos de los colegios (sí, también, a $70) y este año –con más merchandising en el primer mundo (las minifiguras para fingerboard, por ejemplo)– nadie anticipa que la tendencia vaya a menguar.
Si bien en Second Wind, la tienda que acompaña toda la movida skater en Perú Beach, venden todos esos productos, lo que pregonan en la escuela es diferente. “A los chicos se les enseña desde el comienzo la diferencia entre las patinetas de juguete y lo que sucede acá”, asegura Mecu. De hecho, para ingresar, deben firmar un acuerdo de riesgo que podría hacer retroceder a más de un padre temeroso. “La cantidad de chicos que viene porque el skate está de moda es muchísima. Por eso siempre hay rotación.”
Un día de pista libre en Perú Beach cuesta $15 y una hora de clases, $40. Una tabla ya armada nacional arranca en los $330 y una para armar puede pasar los $1000. También, por supuesto, hay ropa, gorrita, casco y muñequera.
Juan tiene 13 años, es alumno de un colegio inglés de la zona y vecino del Norte. Con dos años de práctica diaria se destaca en la rampa en todas las pruebas. “Me compré una mochila especial para poder llevar la tabla a todos lados enganchada”, cuenta. Y en su recorrida, “todos lados” es a todos los lados del mundo a donde lo lleven de vacaciones. Si bien su sueño es ser skater, sus padres ya le anticiparon que de la universidad no zafa y que todos los días del colegio también a casa para estudiar. Pero él se las ingenia para salir y patear. “En la calle de mi casa casi no pasan autos y si pasa uno me avisan los de la garita de seguridad. Además, mi vecino de la vuelta hizo las veredas de mármol; el skate ahí va como un avión.”
Del otro lado de las rampas, custodiando la entrada, anotando los nombres, repartiendo cascos y demás necesidades de sus clientitos está Cristian. Un chico de 25 años, oriundo de Escobar, que trabajaba en la construcción y a fuerza de mirar y darse maña, ahora sabe cómo montar y mantener las rampas. Hace un año, tentado por lo que veía todos los días, empezó a probar. Se fue hasta Munro, se compró su propio equipo y a veces, cuando nadie lo ve, se cuela a dar sus saltos. “En mi barrio, para llegar al asfalto tenés que caminar un montón porque las calles son de tierra. Por eso me estoy construyendo mi propia rampa.” “¿Podré hacer una en casa?”, pregunta una madre que de lejos mira cómo su hijo de cinco años da sus primeros pasos sobre ruedas. “Sí, poder se puede hacer todo”, responde él que ya se está acostumbrando a esto de que se le acerquen los padres entusiasmados por que sus hijos tengan más horas de práctica y siempre se mantengan lejos de la calle. Con dos ya terminadas, “ahora hay un padre que está armando un bowl”, cuenta él.
Tal fue el fervor skater del año en Perú Beach que se animaron a organizar la primera colonia de vacaciones centrada en el deporte. El programa consistía en una clase por la mañana, una hora libre dentro de la pista, un almuerzo entre los amigos de la rampa y un encuentro para mirar videos sobre sus skaters preferidos en el local de venta de artículos con los dueños del lugar. “Se armaban charlas entre ellos, se hicieron súper amigos y se fueron involucrando más con la cultura skater. De a poco, les va gustando ese estilo de vida: no tenés horario, lo hacés dónde y cómo querés. Y acá a los padres les da seguridad.”
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