Dom 28.02.2010
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FOTOGRAFíA > STEVE MCCURRY PRESENTA SU MUESTRA

Todos estos años de lente

Fotógrafo emblemático de National Geographic, convertido a la fama por el retrato de una niña afgana en un campo de refugiados a mediados de los ’80, miembro de la agencia Magnum y especializado en culturas, oficios y lugares en extinción, Steve McMurry llegó a Buenos Aires para inaugurar su muestra Culturas. Y habló del oficio y el estilo curioso, plástico y colorido que forjaron el modo en que Occidente conoce los sitios más desconocidos del planeta durante los últimos treinta años.

› Por Mariana Enriquez

En la conferencia de prensa que dio poco antes de la apertura de su muestra Culturas, el fotógrafo Steve McCurry se definió como un cirujano, que al operar está obligado a mantener la cabeza fría. Y es una definición asombrosamente apropiada, sobre todo cuando se dice con esas magníficas fotos alrededor, que a primera vista podrían describirse de mil maneras, entre las que no se cuenta la frialdad. Es que la maravilla del color lo domina todo: los ocres y amarillos en esa niña musulmana que mira tranquilamente a la cámara, la locura y belleza del festival Holi en el norte de India, los ojos rojos de un pájaro que está negro de petróleo y agoniza en el Golfo, el azul del mar bajo pescadores de altura en una isla remota, el verde de los ojos de la niña afgana que lo hizo famoso. Y sin embargo tiene razón McCurry: hay distancia en estas fotos tan hermosas, una precisión de cirujano –en el agua que se curva a los lados del bote de ese hombre pakistaní que lleva flores, en los horizontes casi siempre rectos, en el equilibrio clásico, documental, del registro de la imagen. Son fotos deslumbrantes pero que incomodan: ¿debe ser bella una mujer afgana cubierta por completo bajo la burka? ¿Debe ser tan hermosa esa foto que la muestra cubierta de amarillo sobre un fondo de seda azul? ¿No debería hablar un poco más de la injusticia que vive esa mujer? Pero, al mismo tiempo, ¿no es también éticamente confuso hacer alardes artísticos en fotos blanco y negro que muestran el sufrimiento con mayor crudeza pero con –sobre todo– gran demostración de los talentos del autor? ¿Cuál de los dos es más distante? La fotografía documental, el fotoperiodismo, siempre se enfrentó a estos dilemas, que tienen diferentes respuestas, pero ninguna definitiva, ninguna tranquilizadora. Las fotos de McCurry exponen estos cuestionamientos hasta la desnudez. El no se cuestiona mucho las cosas, sin embargo; por lo menos no habla de eso. Pero toma decisiones. Una de ellas, la más importante quizá, fue no traer a su primera muestra argentina la foto de la “niña afgana”, ya mujer, tomada en 2002. La historia es conocida. En 1984, McCurry le tomó una foto a una asustada y bellísima niña afgana en Pakistán: estaba en un campo de refugiados. Su mirada hipnótica apareció en la tapa de National Geographic un año después y se convirtió en una imagen icónica. Tanto que McCurry recibía cartas que no le hablaban de otra cosa. Se convirtió en la foto más famosa de la revista. En 2002, un equipo de National Geographic viajó a Afaganistán a buscar a la chica, ya una mujer de unos 30 años: la encontraron en una remota región del país. Nunca había visto la foto, pero recordaba haber sido fotografiada porque fue una de las dos únicas veces en su vida que la pusieron frente a una cámara. Cuando supo que había sido hallada, McCurry volvió y le tomó una foto a Sharbat Gula, que así se llama la mujer, y también fue publicada en la revista. Esa foto es la que está ausente en Culturas. McCurry dice que no hubo una razón particular para no traerla, que sencillamente le gusta más la foto de la niña. Pero se puede intuir que McCurry no se involucra con los sujetos que fotografía. Que prefiere que pasen por su vida, y conservarlos en la imagen. El reencuentro con Sharbat quizá lo obligó a un método con el que no se siente cómodo y una cercanía a la que no está acostumbrado. Por eso a lo mejor quedó afuera: porque no lo representa tanto.

¿Por qué esa foto de 1984 se hizo tan famosa, cuando la mayoría de los occidentales lo ignoraban todo sobre Afganistán y la invasión soviética? McCurry cree en el poder de esa imagen: “Provoca una mezcla de emociones. Ella es muy hermosa pero tiene algo nervioso, hechizado, enigmático. Es bella, pero algo está mal. En Occidente no estamos acostumbrados a esa ambigüedad. Y es genuina, tiene algo que no está posado, que no está preparado”.

McCurry es un especialista en Afganistán. Entró por primera vez al país en 1979, disfrazado, sin pasaporte, y por su cuenta. Fue poco antes de la invasión soviética, y sus fotos fueron de las primeras publicadas sobre el conflicto. La cobertura le ganó la medalla de oro Robert Capa poco después. Enseguida su carrera se volvió súper exitosa. En 1980 entró a National Geographic y en 1986 ingresó a la agencia Magnum. Siguió yendo a Afganistán: entró al país más de 30 veces desde 1979. En Myanmar estuvo más de diez veces (“es fácil entrar”, dice). Trabajó en Líbano, Yemen, Camboya; tantos lugares que pocos occidentales visitan. Asia es su territorio favorito. “Mucha de la gente que vive allí no está tocada, su existencia es tradicional, incluso durante los conflictos suele ser más tranquila. Afganistán es un país antiguo, remoto en más de un sentido. Ahora mismo los afganos están viviendo mal por cuestiones externas, otra vez, ha sido así por más de treinta años. Pero son esencialmente sobrevivientes: los afganos van a resolver sus problemas solos y hay que dejarlos solos. Ahora hay un falso statu quo: los afganos no creen en el gobierno que tienen, ni tienen fe o confianza en la invasión o en Occidente. Tienen motivos clarísimos para sentirse así: el país era mucho más seguro de lo que es ahora. Era muy seguro, diría, se podía caminar por todos lados, sin problemas para nada. Ahora es extremadamente difícil, hay extremo peligro en todos lados, no sólo por la guerra, sino por bandidos y crímenes comunes, una violencia social que es consecuencia de la desintegración que produce la guerra”.

Parece muy preocupado por preservar culturas en extinción, oficios o recorridos que desaparecen...

–Es exactamente así. Me alegra, de alguna manera, que los Budas de Bamiyan estén conservados al menos en mis imágenes. Pero el mundo cambia muy rápido, demasiado, uno se queda sin aire. Y los cambios son mucho más rápidos ahora: lo sé porque hace treinta años que lo recorro. Es triste perder las cosas y por supuesto no es suficiente mantenerlas en una foto, pero es inevitable. El cambio no se puede parar.

También los retratos parecen capturar algo fugaz.

–Un buen retrato se hace cuando entendés a la persona, cuando capturás algo de la personalidad, de lo que siente. A veces soy paciente para encontrar esa empatía, otras veces es una reacción rápida. En general, debo reconocer que es algo rápido, espontáneo.

Resulta curioso lo que dice, porque sus imágenes tienen algo pictórico, cuidado, casi lento.

–Eso ocurre después, en la edición. Debo reconocer que soy obsesivo.

¿Cuándo empezó a usar color?

–Cuando empecé a trabajar para National Geographic. Ellos me lo pidieron, y nunca tuve ningún problema. Mis primeras fotos de Afganistán en los ‘70 son el blanco y negro. El cambio me resultó lógico. El color es la vida, es como vemos, es lo que vemos, es más natural que el blanco y negro, para mí no es un tema ni un interrogante ni un problema: es lo más normal. Es cierto que a los críticos les costó aceptarlo y que el blanco y negro conserva un prestigio arty, pero son cosas que no me interesan. Mi trabajo es posible por el color.

¿Ahora trabaja en digital?

–Sí. Y tampoco me costó el cambio. Siempre me preguntan si saco más fotos. No lo sé, nunca las conté. En algún momento se deja de disparar. Hay una conclusión lógica para dejar de tomar fotos, así como el sexo tiene una conclusión lógica.

La foto de Sharbat Gula fue tomada con Kodachrome 64, la película color icónica. Se dejó de fabricar, después de 74 años, por el crecimiento del digital. ¿Lo sintió como una pérdida?

–Claro. Era mi película. Me queda un rollo, el último. Voy a hacer un documental con ese último rollo, probablemente en Nueva York, porque es mi ciudad, y para alejarme de mis temas tradicionales. Pero a lo mejor incluyo fotos de India. O quizá cambie de idea y lo haga allá. Porque si hay un lugar que personifica el color, ese lugar es India.

Culturas

Centro Cultural Borges

Viamonte esq. San Martín

hasta fines de marzo

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