PERSONAJES > SANDRA BULLOCK, UN ENCANTO A PRUEBA DE TODO
› Por Mariano Kairuz
A mediados de los ‘90 Sandra Bullock se convirtió, con apenas dos o tres películas seguidas, en la nueva Novia de América, casi a la par de Julia Roberts y en temprano reemplazo de la menguante Meg Ryan. Ni siquiera eran comedias románticas, sino en parte películas de acción en las que le tocaban tareas improbables para las otras chicas de su época: en una tenía sexo virtual con Sylvester Stallone (El demoledor); en la siguiente era la chofer accidental de un autobús que no debía bajar de los 120 kilómetros por hora para no volar en pedazos (Máxima velocidad). En su primer protagónico romántico –Mientras dormías– se ganaba al galán gracias a su torpeza. Y es que lo de Sandra Bullock nunca fue tomarse las cosas muy en serio que digamos. Nada de hacer de leading lady, estrella protagónica delicada y elegante. Su fuerte fue enseguida parecer una chica común y corriente, la hija del vecino que sí está buena. Lamentablemente, poco después filmó el tecno-fiasco La red, su carrera empezó a derrapar y el resto de los ‘90 fueron un agujero negro. Su mejor trabajo en esos años fueron sin duda los sketches que hizo para The Muppets Tonight, donde interpretó con gracia imbatible a la chifladísima psicóloga de la Rana René (en un sketch que hoy puede verse en YouTube). Casi ninguna película le dio la oportunidad de probar, como lo hizo en esos pocos minutos, esa saludable propensión a reírse de sí misma, esa combinación de belleza y falta de vanidad, de gracia y desvergüenza que eleva a Sandra sobre sus compañeras generacionales. Al menos por sobre las pocas otras que ganan cerca de 20 millones de dólares por película. Esa es la mujer que el domingo pasado, a los 45, se llevó su primer Oscar a mejor actriz.
Y fue merecido, pero no por eso termina de desterrar el gran misterio que la acompaña desde los comienzos de su carrera: cómo hizo para retener su estrella a través de una serie de películas irredimiblemente malas. Nacida en Arlington, Virginia, en 1964, hija de una cantante de ópera y de un entrenador vocal, criada hasta los 12 años en Alemania, tras el tropiezo de los ‘90 (¡Máxima velocidad 2!), Sandra se recuperó a principios del nuevo siglo, pero sólo desde el punto de vista comercial. Su film más exitoso fue Miss Simpatía –para quienes no lo recuerden, el modelo del que toma su argumento la actual tira Botineras–, que no era exactamente memorable, pero sí el ejemplo de la ética de trabajo Bullock: películas en las que ella suele estar mejor que el resto, incluidos el guión y la dirección. Su perseverancia fue increíble: siempre desatenta a su status de star, interpretó a la primera heroína de comedia romántica con un ataque de diarrea de la historia del cine, en Amor a segunda vista, otra cosa olvidable, con Hugh Grant. Una y otra vez ella termina siendo la única razón para llegar hasta el final de los mayores bodrios.
Días atrás, apenas uno antes de ganar su Oscar por Un sueño posible (The Blind Side, que se estrena acá el próximo jueves), subía al escenario a aceptar su Razzie Award a la peor actriz del año, por otra película, All About Steve (Alocada obsesión). Con ambos premios en su haber, y el humor que la caracteriza –y la seguridad que le da haberse convertido con Un sueño posible en la primera mujer cuyo nombre solo sostiene un éxito de más de 200 millones de taquilla, uno de esos hitos que la industria no olvida–, dijo: “La vida está perfectamente equilibrada”.
Y no está mal que el Oscar se lo haya llevado por Un sueño posible. En ella interpreta a uno de esos personajes que la han convertido en quien es, pero el más adulto que le haya tocado hasta la fecha: el de Leigh Anne Tuohy, personaje real de mujer sureña rica, católica y ultraconservadora, que incorpora a su familia a un adolescente negro sin hogar y lo ayuda a terminar el colegio y convertirse en un gran deportista. Donde muchas otras actrices hubieran vuelto insoportable la buena conciencia de Tuohy, y le hubieran sacado lustre a la importancia de su autoimpuesta misión, Bullock sigue poniendo primero la simpatía y la empatía. Si la película tiene bastante de institucional inspirador para blancos adinerados y culposos, ante el Hollywood liberal, demócrata y bienpensante Bullock consiguió hacer creíble y sincera a una republicana con sentimientos.
Y al subir a recibir su Oscar, lo hizo de nuevo: honró el personaje que ha desplegado a lo largo de su vida hollywoodense, repartiendo agradecimientos a su marido (un fabricante de motos caras llamado ¡Jesse James!), a la gente que corresponde en los estudios, y a Meryl Streep, su competidora, a quien besó en la boca en una entrega de premios de la crítica que las cruzó unos días antes, y ante quien dice o finge no sentirse digna. Miss Simpatía, una vez más: la única superestrella millonaria capaz de hacernos sentir que podríamos ser sus amigos.
p.s. Sandra Bullock ríe mejor
Como bien se menciona en la nota de al lado, cada año, un día antes de la ceremonia de los Oscar, se entregan las Frambuesas de Oro. Una suerte de “anti-Oscar”, estos premios conmemoran lo peor del año. Su creador, el escritor y publicista John J. B. Wilson, solía juntarse con amigos a ver los premios de la Academia. Una de esas noches, en 1981, improvisó una ceremonia en su living, en un podio hecho de cartulina. La cosa resultó tan divertida que se convirtió en algo regular. Al principio lo hacían el mismo día que los Oscar, pero luego Wilson se dio cuenta de que tenían más cobertura de prensa si lo hacían la noche anterior.
Este año, Sandra Bullock ganó el premio a la peor actriz por su película Alocada obsesión (que en Argentina fue derecho a DVD). Igual que otros artistas que fueron a retirar su premio, como Paul Verhoeven y Halle Berry, la señorita Bullock apareció de cuerpo presente en la ceremonia con un carrito lleno de DVD. “Algo me dice que ustedes no vieron la película –dijo ella, aceptando el trofeo–, porque no estaría aquí si ustedes la hubieran visto con cuidado, si hubieran entendido lo que quise decir.”
Entonces explicó lo que contenía el carrito y les propuso un trato: “Voy a volver el año que viene si todos ustedes miran mi película y siguen pensando que merezco el premio”. Así fue como esa noche alrededor de 700 personas se fueron a casa con una copia de Alocada obsesión; un regalo que, como Bullock dijo desde el podio, “no sé si es para que me agradezcan”.
Al día siguiente, recibió el Oscar a la mejor actriz por su trabajo en Un sueño posible. No mucha gente puede recibir premios, al mismo tiempo, por ser la mejor y la peor en algo. Menos gente aún puede reírse de ello con tantas ganas.
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