Dom 10.10.2010
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INVESTIGACIONES > ALICIA DUJOVNE ORTIZ Y SU INVESTIGACIóN EN EL BASURAL DE JOSé LEóN SUáREZ

El basural argentino

Conmocionada por el asesinato en 2004 de un chico asfixiado, sepultado y desaparecido bajo toneladas de residuos en los basurales de José León Suárez, donde se había metido para ganar algo de dinero, la escritora y periodista Alicia Dujovne Ortiz se acercó a los familiares, se contactó con las cooperativas que reciclan la basura para venderla a mejor precio, convivió con sus miembros en las villas y escribió ¿Quién mató a Diego Duarte? Antes de viajar a Buenos Aires para presentarlo, charló con Radar sobre este libro poderoso que, en el mismo territorio que recorrió Walsh para escribir Operación Masacre, recorre las complejidades invisibles de marginalidad, contradicción, lucidez y calidez humana que la Capital, nada más que a media hora, sigue sin entender.

› Por Angel Berlanga

Pérez, uno de los policías, se queda al pie de la montaña y el otro, Peireles, sube. Andan con reflectores: han visto movimientos, pibes hurgando entre los desechos. Es bastante común que se manden a rescatar metales, alimentos en estado aceptable, plásticos, electrodomésticos descartados, algo que sirva para juntar unos mangos. Basurales de José León Suárez, una y algo de la noche, el verano va acabando y recién empieza el lunes 16 de marzo de 2004. Es bastante común, también, que quienes son descubiertos allí la pasen mal: los corren, les dan palos, los asustan con disparos al aire o al piso, los obligan a desnudarse y les dicen “negro, pegate un baño”, y los llevan a meterse en las piletas de lixiviado, el jugo que destila la basura. Por eso Diego y Federico están inmóviles, conteniendo la respiración, a cinco metros uno del otro, camuflados bajo un cartón y una bolsa grande. Los reflectores no alcanzan a detectarlos y por eso los policías han pensado en otra solución: una topadora se acerca a donde está Peireles, en lo alto, y en pocos minutos deja caer unas toneladas sobre el sector en el que vieron los movimientos. Desde entonces Diego Duarte, de quince años, no volvió a aparecer.

Alicia Dujovne Ortiz señala que ese nombre, Diego Duarte, aparecía una y otra vez cuando, tres años atrás, se propuso entender quiénes eran los cartoneros y cómo, arrojados a la basura, anota, “han descubierto en ella su salvación”. Ocurre que ¿Quién mató a Diego Duarte?, el libro que esta periodista y escritora acaba de publicar, enfoca en ese asesinato archivado y nunca esclarecido, pero también en las aguerridas formas de organización que surgen en los barrios y los asentamientos de José León Suárez. Crónicas de la basura: el subtítulo del volumen abarca historia del sitio, cooperativas, plantas de reciclaje, especulaciones y manipulaciones políticas, punteros, rivalidades, una causa judicial tratada con desidia y los retratos de quienes allí la luchan, en medio de un paisaje compuesto por los restos de lo que el sistema descarta por inservible, podrido, indeseable. Uno de los sueños de Diego Duarte era hacerse millonario con los metales de la quema, pero esa noche había ido al basural con la idea de juntar dinero para comprarle unas zapatillas nuevas a su hermano.

LA VIDA SUBTERRANEA

“En principio pude entrar en contacto y luego en confianza con dirigentes cartoneros extraordinariamente lúcidos e inteligentes –relata Dujovne Ortiz–. El más importante fue Ernesto Pared, Lalo, que me llevó a este recorrido por los infiernos, a lugares donde no creo que hubiera podido llegar sola. El y sus compañeros me contaron la historia de Diego Duarte. Lo pensé durante casi un año y cuando volví a Buenos Aires me decidí a hacer algo porque no podía quedarme sin contar, callada la boca. La historia de José León Suárez me la contó Lalo, porque es cartonero de tercera generación. El mismo me dijo que a los fusilados del ‘56, lo que cuenta Rodolfo Walsh en Operación Masacre, los tiraron en la basura porque ya por entonces era un sitio de descargas clandestinas. Los barrios que estuve recorriendo, todos, más o menos nuevos, están sobre tierras de ocupación que la ley no discute a nadie. Barrios construidos sobre la basura. Los más recientes tienen apenas una capa de tierra encima y durante el verano, cuando la basura fermenta, al pisar fuerte a veces salen llamas del piso. Y no hablemos de las ratas. No fue ningún placer escribir este libro. Pero me lo habían contado y yo tenía una obligación.”

La escritora dice eso por teléfono, desde París; cuando se publique esta entrevista ya estará aquí, en Buenos Aires. Va y viene, nunca hay nada fijo, dice, depende del libro en el que esté trabajando. Acaba de terminar, anticipa, una novela sobre Santa Teresa de Avila; estuvo en Granada investigando sobre el Siglo de Oro para otra ficción. “Cuanto más avanzo en edad, más escribo”, apunta desde la casa que le prestaron unos amigos, en el barrio 18: típico otoño parisiense, gris, lloviznas. Está en Europa desde junio. El punto final de ¿Quién mató a Diego Duarte? está fechado: 25 de mayo de 2010. “Me pareció tremendamente simbólico –dice–. Un libro sobre la miseria, los cartoneros y un chico asesinado por la policía que termino de escribir el día del Bicentenario.”

Las personas con las que habló en las cooperativas, dice Dujovne Ortiz, son lo más lúcido que le ha tocado conocer en su vida. “Así como suena –recalca–. Es gente que ha sido tirada a la basura y consiguen ahí mismo soluciones. No te diré que salen adelante, ni que estén en una condición humana deseable, pero hay una fuerza asociativa extraordinaria. Lo más interesante que he encontrado en los últimos años en la Argentina es la capacidad de organizarse en cooperativas. Lo que Lalo llama construcciones subterráneas. Está lleno de proyectos vitales, con una polenta increíble. Yo espero haber logrado, con esta pequeña crónica escrita muy desde afuera, no decir ‘ay, pobrecitos, los cartoneros’, o ‘qué sucios’, sino mostrar esa enorme fuerza de vida para optimizar lo vendible de lo que recolectan, inventarse maquinaria para moler plásticos y así conseguir más valor agregado para vender a fábricas de alta tecnología, inventarse la vida. No hay trabajo y este tema no es sólo argentino: cada vez hay más gente en el mundo que va a parar a la villa miseria. El avance y el crecimiento tienen su correlatividad en la miseria. Creo profundamente en el decrecimiento, porque el crecimiento lleva a esto. Lo que pasa en Suárez es una imagen de lo que pasa en muchas otras partes del mundo.”

Dujovne Ortiz dice que el asesinato de Diego es la imagen más aterradora de lo que pasa en Suárez y que la hermana mayor del chico, Alicia González, es “la imagen de la construcción subterránea positiva, porque ella reacciona como Antígona, es totalmente heroica –enfatiza la escritora–. Se opone a la policía, arriesga su pellejo, hace la denuncia, no para de protestar. Una chica de Formosa con una fuerza increíble. Creó la Asociación Diego Duarte, donde les da comida a los chicos del barrio y apoyo escolar. Yo me centré en esta zona, pero está lleno, he visto en La Matanza cosas así, proyectos hechos a pulmón, quizás apoyados por alguna ONG. Así que acá están las dos cosas: gente que reacciona y el crimen. La metáfora tremenda de un chico arrojado a la basura como único medio de supervivencia que es asesinado, conscientemente, bajo toneladas de basura”.

LOS OFICIOS TERRESTRES

En el libro escribís: “Más allá del Camino del Buen Ayre, los derechos humanos quedan en suspenso”.

–Sí, eso me lo dijo el abogado, Raúl Alvarez, que es un especialista en la materia y ha escrito varias tesis sobre la basura, cuando resolví que iría al Ceamse. Era evidente que ir como invitada del Ceamse, en un auto limpito, cuando los cartoneros no están, era una payasada: no me habría mostrado nada. Entonces mis amigos me dijeron: “Mirá, te producimos, te ponés unos guantes, porque tenés manos demasiado blancas, y venís con nosotros”. Fui con uno de los cirujas, el cuñado de Lalo, que me esperaba con un carrito, para ver si, dados mis achaques, era capaz de correr los cuatro kilómetros, en subida. Después de lo de Diego Duarte, la policía sólo los deja pasar una hora por día, de cinco a seis de la tarde: el que corre más rápido llega y aplasta al otro. Y la policía sigue reprimiendo, de modo que me arriesgaba a que me descubrieran como una infiltrada y a sufrir las vejaciones y humillaciones que sufren los que van ahí.

Decís también: “Su hermano es un desaparecido, como los del Proceso”.

–Sí, eso es lo que Alicia entendió cuando empezó a protestar. Ella me decía que en su pueblito, en Formosa, nunca oyó de lo que pasó durante la dictadura. Pero se empezó a relacionar con familiares de desaparecidos y con la otra cacica de Suárez, Lorena Pastoriza, de la cooperativa 8 de Mayo, una chica uruguaya de clase media muy lúcida que también se lo dijo. Entonces Alicia pudo enmarcar la historia de Diego de otro modo. No es un caso único, forma parte de un aparato represivo que sigue existiendo, que sigue vivo. Y por eso no se llegará a saber quién mató a Diego Duarte. Yo lo sé, ella me lo dijo. Pero en este libro evidentemente no lo pude poner.

Los nombres de los policías están comprendidos en esa advertencia inicial de que algunos fueron cambiados.

–Sí, porque el abogado de la editorial... No puede haber pruebas si no hay cadáver. Cuando no hay cadáver, no hay delito. Fue robado de debajo de la basura, es evidente, y surge de los testimonios de los testigos. Es impresionante la mala fe con que se llevó adelante ese juicio, lo que se oculta, cómo nadie tiene ganas de desenmascarar a estos policías.

¿Cómo fue evolucionando tu relación con los cooperativistas?

–De entrada soy una señora de cierta edad que vengo de París: no es fácil. Porque en las calles de Buenos Aires parece no haber más remedio: son ellos y nosotros. No nos miramos. Lalo me otorga su confianza, me lleva y me muestra sin decirme qué quiere de mí; me doy cuenta, él sabe que soy periodista y escritora, pero no puede saber que yo me lo voy a tomar como un pacto. Yo he terminado por ser amiga de él, de Alicia, de Lorena. Nunca me había sucedido antes, porque uno está preso de su grupo social. Y yo nunca milité; soy hija de un comunista, mi padre fue agente soviético, directamente, pero eso no significa que haya tenido una relación viva, directa, con las villas. Por más de un motivo no fui militante; de alguna manera, digamos, lo soy ahora con este libro.

En un par de momentos en el libro surge esta noción: la necesidad por encima de la ideología.

–Me habían hablado pestes de los punteros, tenían muy mala prensa; Lalo es un puntero, pero en sentido positivo, porque, ¿cómo se establece la relación entre el mundo político y económico y la gente de las villas, que a lo mejor no sale de ahí? Lalo hace de puente. Y me llamó la atención que, a pesar de que todos trabajan con algún líder político, están increíblemente desencantados de la política. El tema roza el anarquismo, la idea de arreglárselas solos: ese asado al que asistí, un 1º de mayo, en el que había un bingo para de ahí comprar unos palos de luz, es el principio del anarquismo. Están despolitizados y desconfían de todo el mundo, incluso de los grupos de izquierda. Lorena decía que algunos grupos vienen con un CD en la cabeza, que no los escuchan y que pretenden explicarles a ellos lo que les pasa. “No tenemos ideología, tenemos necesidad”, eso dijo ella. Uno ahí se da cuenta del abismo que hay entre la teoría y la práctica.

Te quedaste deslumbrada con el taller literario de la cárcel.

–Lalo me llevó al pabellón 48, de alta seguridad: ahí hay unos 90, ponele, que se enganchan con todo, gente que se va a salvar. Están haciendo la carrera de Sociología con la Universidad de San Martín. Cuando les pregunté por qué estudiaban y querían hacer el taller, me dijeron: “Para entender lo que nos pasó y para que nos escuchen”. Todos morochos del barrio, pibes que han caído por la droga, la falta de padres, ellos mismos lo dicen, y quieren saber. Como voy y vengo, Lalo me pidió que aunque sea inaugurara el taller, que está bajo la advocación de Azucena Villaflor y de Rodolfo Walsh. Al año siguiente, cuando volví, me encontré con el trabajo extraordinario que habían hecho Pedro Nazar y Cristina Domenech: hay entre ellos verdaderos poetas. Me encontré con poemas desgarradores, pero no patéticos sino muy refinados. La clase media de Buenos Aires no conoce estas cosas: no conozco a nadie a mi alrededor que haya subido a la colina del Ceamse. No he visto en ningún lado miradas como las de la gente de la cooperativa: ojos verdaderos en caras trabajadas desde adentro, humanas.

¿Y en torno de la Bonaerense, descubriste algo?

–No, porque no me animé a ir a la policía. Eso sobrepasaba mis posibilidades. Probablemente otro investigador más corajudo lo habría hecho, yo no. Todo lo que sé de la policía lo sé desde afuera, y en el expediente. Los vi, paraditos en la colina del Ceamse, todos con su uniforme, sacando pecho y panza. Al contrario que los cirujas, que estaban agachados rebuscando en las bolsas. Pero las caras eran las mismas, y eso es muy impresionante. Son todos morochos. Una persona que finalmente saqué del libro me dijo que otro sueño de Diego y de su hermano era ser policías. Era como llegar a un status. Y, sin embargo, el policía es el enemigo.

¿Quién mató a Diego Duarte?
Crónicas de la basura
Alicia Dujovne Ortiz
Alfaguara
192 páginas

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