TEATRO > LA COMPAñíA FUNCIONES PATRIóTICAS
Desde hace dos años, la Compañía de Funciones Patrióticas se entrega a un proyecto inédito: aprovechar las fechas patrias para subir a escena, en una única función, grandes textos relegados del teatro argentino. Ya hicieron a Alberdi, a Ramos Mejía y al gran independentista Ezequiel Soria. El próximo 12 de octubre le llega el turno a Castelli, el orador de la Revolución. Y mientras tanto preparan una obra propia sobre Malvinas. Martín Seijó, el director de la Compañía, explica cómo y por qué llevan adelante esta silenciosa pero increíble reivindicación del teatro y la historia argentinos.
› Por Mercedes Halfon
Edificios de cartulina, un texto solemne aprendido de apuro, un bigote de corcho quemado, un peinetón incrustado sobre un rodete: el germen del teatro se vislumbra en los actos escolares. Tal vez por producirse como un juego a espaldas de la educación formal, tal vez por el cosquilleo existencial que implica pararse a declamar frente a un improvisado público, esa experiencia constituye lo que muchos teatristas recuerdan después, ya vueltos expertos, como el inicio de una vocación. Los actos escolares son también una de las formas de la proto-representación más adorable. Porque, ¿quién puede permanecer indiferente frente a esas escenas de la apenas pautada improvisación de soldaditos, damitas y próceres de voz de pito?
Sin dudas no Martín Seijó, que tiempo antes de la fiebre bicentenaria que inundó este año la ciudad, decidió restaurar el espíritu de aquellas manifestaciones infantiles hacia la patria, con un propósito mucho menos naïf que la sola recuperación, y bastante más cercano a las búsquedas del teatro contemporáneo. En 2008 nació la compañía Funciones Patrióticas. Desde entonces su labor es continuada, aunque escasa. Sólo una función de cada obra, una suerte de happening realizado especialmente en una fecha patria y basado en un texto de la no virgen pero sí un poco olvidada cantera de textos dramáticos nacionales. La función es única y eso la convierte en un hecho excepcional. Público y actores comparten algo que no volverá a suceder: un escenario austero por el que pueden transitar Castelli, Alberdi o Ramos Mejía, dejando a su paso frases célebres, chistes, destellos de fugacidad. Todo esto, claro, anclado en un calendario muy argentino, pero lejos, a kilómetros del homenaje serio, del acartonamiento que implica casi de modo automático tocar ciertos temas.
Y ya la idea de una Compañía trae perfumes del origen del teatro. Es imposible no recordar a aquella primera, mítica, la de los hermanos Podestá, con la que nació el actor criollo, aunque en ese momento nadie reconociera que eso era lo que estaba pasando. Afín a ese espíritu de grupo, Seijó armó junto a su mujer, Claudia Mac Auliffe, y otros amigos, un grupo de trabajo. Desde el comienzo la idea no era montar obras para hacer las típicas temporadas del teatro off sino hacer algo más pequeño y radical. “Venimos desde 2005 trabajando en este tipo de formato de evento efímero. Comenzamos con la Subasta de objetos disfuncionales, objetos que si ese día no se compraban, se destruían. El siguiente hecho fue en 2008: la Experiencia agónica. Allí contacté a diferentes actores, que nunca se pusieron en contacto entre ellos, les di un texto que era una adaptación de la novela de William Faulkner, Mientras agonizo, y un personaje a cada uno. Luego los cité un día y a una hora específicos, donde se conocieron con el resto del elenco, e hicieron la obra. Una única vez. Podría haber durado cinco minutos y ser un fracaso, pero no pasó y el público quedó alucinado. En todos los casos hacemos todo el esfuerzo para que salga lo mejor posible, podemos incluso generar un gasto excesivo. Pero el público recibe esa energía de lo irrepetible. Es un vínculo diferente el que se establece a hacer algo seriadamente.”
Así fue como después de esas experiencias, Seijó y compañía empezaron a pensar sobre motivos patrios. Su primer trabajo fue El gigante amapolas, de Juan Bautista Alberdi; el segundo, una versión del tratado científico La neurosis de los hombres célebres, de Ramos Mejía; el tercero, Política casera, del pionero teatral Ezequiel Soria; y, finalmente, Tres jueces para un largo silencio, de Andrés Lizarraga, que es la que estrenarán el próximo martes 12 de octubre en Fundación Proa.
La nueva aventura de estos patriotas es un drama histórico escrito en 1960, donde Andrés Lizarraga expone con detalle los últimos días del revolucionario Juan José Castelli, “el orador de Mayo”. En esta larga obra épica se suceden su participación en la Campaña del Norte, la derrota en la batalla de Huaqui, el juicio grotesco al que se ve sometido, la traición de sus antiguos camaradas, el avance implacable de su simbólico, o mejor dicho sintomático, cáncer de lengua.
La adaptación de Funciones Patrióticas retoma dos fragmentos fundamentales del texto original. Y es significativo: en esta puesta, Castelli nunca aparece. En el primer acto hablan de él su carcelero y su compañero de celda, entre el cinismo y la mordacidad, como aquellos ladrones colgados a ambos lados de Jesús. En el segundo presenciamos el mentado juicio. Los encargados de hacer justicia llevan a cabo un proceso kafkiano y amarillista, donde llaman testigos a declarar y les hacen preguntas retóricas, tendenciosas, anotan mentiras, contradicciones y ridiculeces, dignas de un texto de Samuel Beckett.
Dice Martín Seijó: “Me interesó hacer una obra sobre Castelli en esta fecha porque él luchó contra los españoles y murió un 12 de octubre. Es curioso, ¿no? Además es un personaje que, a pesar de haber sido fundamental en los sucesos de Mayo, no tuvo tanta trascendencia. Incluso fui hasta Plaza Constitución a ver su monumento y me sorprendió ver que el de Alberdi es dos veces más grande. La Historia no lo trató bien”.
Es justamente este costado del extremista marginado de la historia oficial, del elocuente conocedor del día y la noche, lo que hace atractivo el personaje de Castelli, y lo que se rescata en la obra. Funciones Patrióticas le hace un singular homenaje con una marcha compuesta especialmente para la ocasión sobre ese hombre que murió “con su lengua mordaz hecha pelota / paradójico final para un patriota”.
Las puestas en escena de Funciones Patrióticas siguen una consigna que, si bien varía de función en función, busca homogeneizar a los integrantes del equipo, que por algo son una Compañía. En El gigante amapolas, la primera puesta que hicieron allá por 2008, el vestuario consistió en equipos de gimnasia. Se vivía un clima olímpico –la función coincidió con el apogeo de los festejos en Beijing– y apoyándose en esa fortuita coyuntura tomaron la decisión de vestir el enfrentamiento entre unitarios y federales con joggings de tres tiras. “Hoy en día la Patria como sentimiento surge sobre todo en relación al deporte. ‘La selección de todos’, la camiseta, el Himno, levantar la copa, representar al país. Al final de la función, le entregamos a cada espectador una medalla y un diploma. En el diploma, firmado por todo el elenco, se certificaba que ese espectador había presenciado esa única función.” En La neurosis de los hombres célebres, al suceder la acción en un neuropsiquiátrico, el vestuario elegido para todos –doctores y pacientes– fueron ambos médicos. En Tres jueces para un largo silencio, los miembros de la Compañía lucen apliques de cartulina, corbatines y pecheras compradas en tiendas de cotillón. Como si finalmente asumieran esa primera filiación de su proyecto con los actos escolares.
Dentro de los proyectos que este equipo creativo cranea se encuentran varias innovaciones. Estrenar un texto propio sobre un suceso que aún no se ha visto en teatro: la guerra de Malvinas. La idea es abordarlo desde la comedia romántica. Planean también hacer una función patriótica no argentina, adaptando un texto dramático uruguayo.
En las Funciones Patrióticas, actores y espectadores cantan el Himno, comen pastelitos y toman mate cocido, reflexionan sobre algún episodio de la historia. La pregunta sobre si eso es teatro político o teatro histórico hace sonreír a Martín Seijó. “Yo podría decirte que sí, que todo es político. Pero creo que hay gradaciones dentro de lo político. Cuando armé la gacetilla para la función de Política casera, me tomé el atrevimiento de hacer un montaje con unas fotos de políticos actuales. Estaban Carrió, Kirchner y De Narváez... ¡y se armó un quilombo dentro del elenco! Me pedían que saque esas fotos, que las deje, que no se podían comparar las figuras de esa manera. En fin... Ahí ves las gradaciones de lo político, habíamos pasado a un nivel mayor, más conflictivo.” Evidentemente, ponerse de acuerdo sobre Castelli, e incluso Rosas, les resultaba mucho más fácil. Seijó concluye: “Para mí, un ejemplo de teatro político es Alberdi. El es claramente unitario, y les pegaba muchos palos a los generales unitarios, incluso más duros que los que pegaba hacia afuera. Ese es el valor de su farsa: él dice que con sólo soplar a ese gigante que era Rosas se caería, pero son tan estúpidos e inútiles sus enemigos que no pueden hacerlo. Me parece que ahí hay algo, el escenario no es el lugar para transmitir cosas directamente ideológicas sino para mostrar problemas, distintas voces, facetas, que después en el público harán eclosión. Incluso desde lo que no decís. Hacer nuestra función el 25 de Mayo de este año, con todos los festejos del Bicentenario sucediendo al mismo tiempo, la megaestructura de Fuerza Bruta en la 9 de Julio y nosotros en una salita de Villa Crespo, es una mirada política sobre lo historia, si lo querés ver así”.
Tres jueces para un largo silencio, con Paolo Baseggio, Ernesto Fontes, Leandro Ibarra, Claudia Mac Auliffe, Daniel Miranda, Natalia Olabe y Guillermo Valdez. Se dará el lunes 11 de octubre a las 18.30 en Proa, Pedro de Mendoza 1929. Entrada: $ 25 (incluye merienda patria).
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