ESCULTURA > LAS MARIONETAS A MOTOR DE CAMBARIERE
Desde hace años que Juan Pablo Cambariere viene experimentando con unas increíbles marionetas de madera. Pero durante una muestra en Berlín el año pasado, en la que él no iba a estar para explicar cómo usarlas, terminó de tomar forma una idea que le venía dando vueltas: colocarles un motor para que se muevan solas. Ahora, ocho de sus muñecos se exponen en permanente movimiento como una metáfora del tema que atraviesa todo su trabajo: la representación de los argentinos.
› Por Angel Berlanga
Son ocho, los tipitos. Están colgados, son de madera y, cada tanto, se animan, cobran vida, hacen algo. Cada uno tiene una habilidad específica. Solos, por la suya, se largan a hacer. Bueno, los engranajes andan a corriente eléctrica: los cables están a la vista. Y se les ven los mecanismos que los articulan, los hilos que tiran de las distintas partes de sus cuerpos, las poleas que otorgan sus propias cadencias. El más ruidoso es el futbolista, una especie de Clemente Rodríguez que transporta el balón con toques cortitos y alternados entre derecha e izquierda, dientes apretados y una cabeza un tanto estática, que en verdad no preanuncia un gran panorama del campo de juego, de sus compañeros. El hombrecito que está a su lado, en cambio, radiografía toda la galería con una mirada que va y viene de un lado al otro aunque, eso sí, sus ojos parecen un poco desorbitados y los brazos, que suben como para protegerse, le dan un aire paranoico. Hay otro con ojos grandes aunque estáticos, cuya movilidad está en una bocota infatigable y en un brazo que cada tanto se eleva para pontificar. Su vecino es un caminante expeditivo, ágil y de nariz pinochesca, que contrasta por su vivacidad con el tipito que se lamenta agarrándose la cabeza o con otro que cae hincado para rezar y se levanta para volver a caer y así, de acuerdo con hilos que penden de su cruz. Las energías parecen irle escaseando también al gimnasta que hace bíceps agarrado a una barra, lento subir y bajar de la barbilla hasta la altura de las manos. El último de los hombrecitos es el más espasmódico: no tiene cabeza y aunque de a ratos parece congelado en una caída de espaldas, cada tanto se larga a patalear con fuerza.
Juan Pablo Cambariere acaba de montar sus criaturas, de conectarlas, de disponer las cajas interruptoras en el pequeño local que es la galería. “La idea es abrir lecturas posibles, y de ahí que cuando decidí como título Siete ejercicios básicos me pareció apropiado que fueran ocho marionetas –dice–. Si me apuraras, diría que más que encarnados en las marionetas, los ejercicios están representados en lo que sucede con la persona que viene a ver la obra, en esa interacción con mi propio trabajo, con otras acciones, otros ejercicios.” En anteriores muestras de sus criaturas, puede rastrearse, Cambariere apeló a títulos como Usted está aquí y, al comienzo, Ensayo sobre el poder. “En todas las relaciones se puede hablar de la transferencia o la dialéctica del poder –dice–. Uno puede observar eso en películas u obras tan distintas como La celebración o Hamlet pero también en Rambo. Opto por títulos suficientemente amplios, que podrían ir en esta muestra o en cualquiera. Yo creo que alguien que dibuja, pinta o hace escultura busca comunicarse liberándose del lenguaje, que es algo maravilloso pero, como toda herramienta, tiene sus limitaciones: sirve para ciertas cosas y no para otras. Como toda herramienta, además, depende de quién la use. Sin lugar a dudas, lo mío no es el lenguaje hablado, y menos escrito; me encantaría, pero por una cuestión de práctica nunca lo trabajé. Me siento más cómodo transmitiendo a través de otros elementos, en este caso a través de la escultura en madera o de la instalación.” Por eso mismo, se intuirá, los tipitos no tienen nombre. Cambariere pensó, en algún momento, en enumerarlos: un proceso que diera cuenta de un avance, de un aprendizaje, con el infinito como horizonte. Un viaje en el que ninguna criatura será perfecta, un viaje en el que importa el recorrido que se va haciendo.
Hasta horas antes de ser colgadas en la galería, estas marionetas estaban en el taller que Cambariere tiene armado en la terraza de su casa, en Chacarita, junto a sus antepasados, sus antecesores: los primeros son tipitos de madera algo más tosca (alguno hecho con cortes de palo de escoba, incluso). Durante seis años trabajó como ayudante del escultor Enio Iommi, que un buen día le planteó “bueno, qué tema vas a trabajar, y cómo”. “Yo venía trabajando durante muchos años con esculturas abstractas pero mecánicas, que se colgaban y tenían poleas –dice–. Escultura como masa en movimiento. Y por otro lado trabajaba con humanoides, figuras antropomórficas con chatarra. Lo que vengo haciendo surgió de la fusión de esas dos cosas con el tema que más me inquieta, que probablemente sea el tema de toda mi vida: la representación de la argentinidad y de los argentinos. De ahí se dio de hacer un sistema, una serie de marionetas siempre incompletas, que se complementan unas con otras. La característica principal de todas, creo, es más lo que les falta que lo que tienen. Están más definidas por las limitaciones que por lo que pueden hacer.”
Hasta el crack de 2001 solía manejarse con materiales de descarte. “Trabajar con chatarra está bueno porque propone mucho, pero también te genera un desgaste: el equivalente para un escritor sería trabajar con párrafos ya redactados por otros escritores –explica–. Como si viniera ya hecho parte de tu trabajo. Me parecía bien, para hablar de la argentinidad, utilizar elementos que tiran los argentinos; la madera es un material muy noble y puro, podía rescatarla de entre los desechos, pegarle un par de lijadas y cortes y estaba otra vez en su estado original, ni se notaba que venía de la basura. También tiene mucha riqueza desde sus vetas, el carácter único de cada pedazo, como huellas digitales, irrepetibles. Hay una cosa muy modular en mis marionetas, pero yo no puedo hacer jamás una réplica exacta, porque el trozo de madera que use va a tener distintas vetas, únicas, aunque provenga del mismo tirante. Eso me parece muy rico: que hubiera una similitud tan fuerte y, a la vez, que hubiera una singularidad también evidente.” Con la crisis, con tanta gente rebuscándoselas entre los desechos, a Cambariere le pareció “como un acto de snobismo burgués” seguir procurándose así sus materiales.
Cambariere nació en 1973 en Buenos Aires. Diseña gráficamente el suplemento NO de este diario. Estudió diseño en la UBA y Bellas Artes en la Prilidiano Pueyrredón. Elaboró e ideó decenas de tapas de libros y discos. Sus argentinitos de madera fueron expuestos, además de aquí, en Nueva York y en varias capitales europeas; el año pasado, por ejemplo, montó Ensayo sobre el poder en Berlín. Esa muestra desencadenó, de algún modo, el leitmotiv de ésta: como iba a estar montada un mes y él no podría permanecer todo ese tiempo allí, le pareció buena ocasión para poner a funcionar una mecánicamente, idea que le rondaba ya hacía tiempo. “La exposición era, como las anteriores, de marionetas convencionales –cuenta–. La gente entraba, podía agarrar la obra, jugar, interactuar. Estaba hecha para eso. Pero como yo tenía que explicarlo sin estar, hice una mecánica, como para que se viera cómo se accionaban.” Se le intuye un entusiasmo contenido cuando cuenta cómo resolvió velocidades, secuencias, engranajes, péndulos, recorridos de los hilos, contactos eléctricos, apariencias, efectos, el gusto de hacer en detalle.
“Lo que tienen de lindo la madera, o el lápiz y el papel, es que te devuelven mucho más, te dan incluso a partir del accidente –dice Cambariere–. Vos hacés un corte y no te queda derecho; hacés una línea y no queda perfecta. Y eso termina diciéndote y proponiéndote cosas que son muy ricas, que está bueno acompañarlas. La cosa no pasa por tratar de decir algo que no sos. Las marionetas simulan estar perfectamente cortadas, parecen muy geométricas, pero no hay una sola esfera o un solo cuadrado que sean perfectos.” Todo está algo chingado. “Y eso –retoma– como metáfora de la argentinidad me parece pertinente. Como sociedad tenemos leyes, sistemas, pero tratamos de cumplir lo menos posible con las normas. En ese sentido, acá se me planteaba hacer todas las marionetas con ángulos rectos, ¡y ninguna los tiene! Está todo como un poco desplazado. A partir de ahí surgen cosas encantadoras, de cierto modo, y parte de la gracia. Y surge, a la vez, algo que no me gusta mucho: cuando los argentinos se tiran flores y hablan sobre sí mismos, esto de que somos queribles por nuestras imperfecciones, me da mucha bronca. Y me fastidia que eso suceda también con las marionetas.”
¿Autómatas? ¿Robots? ¿Hombres? ¿Trabajadores? Las preguntas se suceden en una lista que acompaña a un plano-bosquejo que funciona como tarjeta de presentación. Los tipitos siguen con sus rutinas: las repeticiones van quitándoles encanto. Puede que uno, entonces, piense en las propias repeticiones, en la naturaleza del propio hacer, de las propias rutinas. En el destino de la energía, de los impulsos eléctricos. ¿Autómatas? ¿Robots? ¿Hombres? ¿Trabajadores? En el epígrafe de una foto de su página en Internet, Cambariere anota que a los niños les gusta su trabajo. “Creo que tiene que ver con por qué me gusta el arte concreto, el minimalismo y dejar espacios –dice–. No es sólo que parecen juguetes; si ponés el rostro, los brazos, ropa, situación, ya definiste todo; pero si en cambio ponés un muñeco hiper abstracto, con un nudo de madera que insinúe un ojo o la boca, queda sitio para que un niño, o un adulto, complete ahí con lo que quiera. La mayoría de la gente lo que quiere es expresarse, decir un montón de cosas. Cuando proponés una muestra donde se pueden agarrar las obras y ponerles cosas propias, en general es bien recibido. Lo que más me gusta en una exposición es cuando veo a la gente relajada, despreocupada de si entiende o no la obra. En los museos grandes ves a la gente angustiada porque no entiende, preocupada porque puede ‘entender mal’. La lectura que vos hagas es única, es tu lectura y siempre va a ser buena. Cuando veo a alguien así, preocupado, me dan ganas de abrazarlo y decirle ‘pero está bien...’. Creo que las cosas que hago, si bien alguna puede ser fuerte o dramática, no provocan esa angustia primitiva de no entender, en la que está como el origen de los miedos, de la segregación, del odio si querés. Es lo desconocido. Si con cualquier persona profundizás sobre qué le provoca miedo, siempre es a lo desconocido. La xenofobia, sin ir más lejos, surge de ahí.”
Siete ejercicios básicos
Juan Pablo Cambariere
Turbo Galería Doma
Costa Rica 5827, Buenos Aires
Miércoles a sábados de 16 a 20
Hasta el 16 de noviembre
www.cambariere.com
www.turbogaleria.com
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