› Por Marcos Zimmermann
Algunos podrían preguntarse qué tiene que ver la muerte de un ex presidente con la fotografía de arte. Paso a explicarlo. Durante los últimos veinte años recorrí nuestro país intentando plasmar en fotografías ciertos rasgos de una identidad nacional, a veces difusa, a veces perdida. En el transcurso de estos viajes me pregunté reiteradamente cómo traducir en imágenes las infinitas características que pueblan nuestra nación y que encontré en el camino. Pero los fotógrafos caminamos por el universo visible intentando descifrar el alma de un lugar, de una persona, o de una cosa, muchas veces sin lograrlo. Y la fotografía es un maravilloso sistema de exploración del mundo que nos acerca y nos aleja de la verdad, casi sin control posible.
Más de una vez, durante esos largos años fotografiando la Argentina –y especialmente en tiempos políticos de un presidente peronista que tomaba decisiones mientras jugaba al golf– pensé que toda esa obsesión por mostrar la tierra a la cual pertenezco era inútil. Que mi pasión por exhibir nuestro país real era sólo un sueño adolescente, que sólo me interesaba a mí. Dudé entonces de lo hecho y de lo por hacer, aunque, a pesar de todo, continué fotografiando lo que sentía.
Más tarde, confronté públicamente con críticos, curadores y colegas que, coincidentemente con el auge que la fotografía de arte tomó en los últimos tiempos, desplegaron al unísono la teoría de que la relación intrínseca entre realidad y fotografía era un concepto antiguo. Y que, en cambio, la abstracción o el armado de escenas irreales como paradigma, la fotografía conceptual como vehículo y la falta de temas nacionales como contenido, eran los nuevos caminos que debía tomar la fotografía argentina para ser “valiosa” y “apreciada” por el nuevo mercado.
Confieso que, en un primer momento, me quedé helado. Pensé que se había acabado el tiempo de los que, como yo, defendemos ciertas ideas detrás de nuestras fotografías. Que era la hora de lo artificial y lo decorativo, y que nuestro mundo real –nuestro país y nuestra Sudamérica– no le interesaba más a nadie como tema de una fotografía. Imaginé también que, en consecuencia, mi manera de fotografiar el mundo estaba también perimida y que mi obsesión por la fotografía directa –por la cual se me llegó a acusar de “realista arcaico”– era también obsoleta. ¡Qué decirlo, la decepción era infinita!
Pero en estos días pasados, como siempre que suceden acontecimientos políticos que tocan al país, fui a Plaza de Mayo. Necesitaba rendir un homenaje a un ex presidente que, para mí, exhibió en política la misma manera que tengo de pensar y debatir la fotografía: es decir, sin pelos en la lengua. Quería honrar su proyecto de país y fotografiar a mis compatriotas en este momento histórico. Vagué entonces entre la gente, fotografié carteles y tristeza, y hasta una especie de ángel kirchnerista envuelto en una bandera argentina, que velaba la vigilia junto a la catedral. Conmovido, no terminaba de comprender cabalmente la dimensión de lo que estaba sucediendo cuando, una vez más, una fotografía que tomé me dio la clave para resolver el enigma.
En medio de la gente, dos jóvenes metieron de repente sus pies en una de las fuentes de la plaza. Igual que en aquella famosa fotografía del ’45, que sirvió a algunos para tildar al peronismo de “aluvión zoológico”. Allí estaba. Tomé la cámara y apreté el disparador. ¿Qué más que esa imagen hacía falta para explicarlo todo? ¿Qué fotografía conceptual o abstracta podría sintetizar de otro modo este momento único de participación argentina? ¿Cuantas explicaciones más de curadores serían necesarias para contar que los jóvenes habían llegado nuevamente a la política y que allí estaban cómodos, y a su manera? Ninguna.
En ese momento, los miles de paisajes y de argentinos que nutrieron en estos años de realidad mis fotografías, y que dieron sentido, pertenencia y nacionalidad a mi trabajo, reaparecieron. Y, junto a ellos, una manera de mostrar nuestro país a través de una fotografía directa volvió a estar viva. Tanto, como todo este sueño fotográfico que arrastro desde hace tiempo, y que es mi forma política de expresión y de vida.
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