EVENTOS
El miércoles 16 arranca la quinta edición del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires: diez días de lujo, excitación y voluptuosidad para la comunidad cinéfila. Más amplia que la del año pasado, y también más osada, la muestra propone, además de la competencia oficial, un intrincado racimo de paralelas, retrospectivas y homenajes. Aquí van algunas claves para no perderse en el laberinto.
Hong
Kong mon amour
Come Drink with Me, superclásico del cine de Hong Kong, prueba
que ni Tsui Hark ni John Woo nacieron de un repollo.
Por Horacio Bernades
Acontecimiento mayor para devotos del cine asiático sección Hong
Kong: por primera vez en Argentina, el Bafici exhibirá Come Drink with
Me, piedra de toque para la revitalización definitiva del género
de espada y artes marciales (wu xia pian) que el gran King Hu, uno de los maestros
indiscutidos del rubro, filmó allá por mediados de los años
‘60. Lo que se verá en el festival es el superclásico en
versión recién restaurada; la copia, en pantalla panorámica,
va a dejar boquiabiertos a propios y extraños. Quintaesencia absoluta
de lo que se entiende por “cine de Hong Kong”, filmada bajo el ala
del estudio Shaw Brothers (la casa de producción que entre los ‘60
y ‘70 reformuló para siempre los géneros clásicos
hongkoneses), Come Drink with Me es un pastiche descarado de pura imaginación,
sentido del humor, plasticidad e inventiva. Una vez que arranca, King Hu va
levantando la apuesta de escena en escena. Fusionando ópera china, artes
marciales, cine de samurais, épica histórica y los westerns de
Sergio Leone, el Rey Hu desencadena memorables batallas campales, desafía
lo imposible, se ríe de toda verosimilitud y se divierte como loco, pavimentando
un camino que lleva en línea directa hacia Tsui Hark, John Woo, Ringo
Lam et al. Consejo: prestarle atención a la heroína, Cisne Dorado,
que se pasa toda la película vestida de hombre y es una evidente trasposición
del Hombre sin Nombre que Clint Eastwood encarnara para Leone. La actriz que
le da vida no es otra que Cheng Pei-Pei, la “mala” de El tigre y
el dragón, una de las tantas películas que le deben todo –literalmente
todo– a ésta.
Otar,
el magnífico
Entre Buñuel y Tati, el georgiano Otar Iosseliani prueba que Rusia no
termina en Tarkovski.
por H. B.
Los que conocen algo de gentes, costumbres y pueblos sostienen que, aun bajo
el sistema soviético, la ex república de Georgia siempre se distinguió
por el hedonismo, la vitalidad y el espíritu poético de sus habitantes.
(Pasemos piadosamente por alto el hecho de que José Stalin era georgiano.)
Si la presunción es cierta, el hedonista, vital y poético Otar
Iosseliani debería ser entonces el más georgiano de los cineastas.
Nacido en Tbilisi en 1934 y radicado en París desde hace más de
veinte años, Iosseliani es, desde fines de los ‘50, dueño
de una obra considerable y variada –cortos, largos, films de ficción
y documentales– que la retrospectiva del Bafici permitirá conocer
íntegramente. Dos de las películas de este cineasta inclasificable
tuvieron estreno comercial en Buenos Aires, aunque no mucha repercusión.
A principios de los ‘90 se conoció ... Y se hizo la luz, un documental
filmado en Africa, y el año pasado la muy idiosincrásica Hogar,
dulce hogar, su penúltima película hasta la fecha. Ninguna duró
en cartel más de un par de semanas, por lo cual el ciclo que está
por verse bien puede considerarse la presentación oficial de Iosseliani
en el país.
Con esa voluntad de simplificación que suelen inspirar las obras mal
conocidas y estéticamente escurridizas, a Iosseliani se lo identifica
como “el Jacques Tati georgiano”. No le falta verdad a la etiqueta.
Como el autor de Mi tío, el de La caza de las mariposas observa a sus
criaturas desde una lejanía que no es enemiga de la calidez. Como en
Tati, cada plano de Iosseliani tiene el aspecto de un hormiguero superpoblado.
Además, el georgiano, igual que el francés, suele preferir las
pequeñas viñetas a las narraciones muy estructuradas, y su tono
narrativo es leve, despreocupado y juguetón aun cuando da cuenta de los
hechos mássiniestros. Muy digna de Tati es también esa suerte
de melancolía caballeresca con la que observa, sencillo y gentil, cómo
todo se derrumba. Pero en Iosseliani hay un gusto por dejar que el mundo –en
su acepción más accidentada, azarosa e imprevisible– desordene
sus ficciones, y ése es un placer que el obsesivo, maniático y
perfeccionista Jacques Tatischeff –descendiente de rusos blancos, no de
georgianos– jamás se hubiera permitido.
Historia argentina
Recién salidos del horno, los últimos gritos de la producción
local.
Por M. K.
Dos títulos nacionales pelean en la competencia oficial. Uno es Nadar
solo, la opera prima de Ezequiel Acuña, que describe desasosiegos juveniles
en la clave distanciada del Martín Rejtman de Rapado. La otra es Los
rubios, segundo largometraje de Albertina Carri (No quiero volver a casa), un
documental absolutamente excéntrico en el que la directora recrea o alucina
su propia tragedia familiar y política (sus padres fueron secuestrados
y desaparecidos por la dictadura militar) con el lenguaje de un cuento infantil
macabro.
El resto de las novedades locales se agolpa en la sección “Lo nuevo
de lo nuevo”, donde en ediciones anteriores enfrentaron al público
por primera vez films singulares como Sábado, Taxi, un encuentro, Balnearios
o Ciudad de María, entre los más memorables. Este año,
el juego sigue abierto con un combo de debuts, reincidencias y hasta el regreso
de algún veterano.
Tal vez la capacidad de generar expectativas sea el único denominador
común de una sección que es pura diversidad. Una parte de la muestra
de este año, sin embargo, insinúa un parentesco casi secreto,
tipo trivia. Por un lado, Willi Behnisch, guionista de ¡Que vivan los
crotos! y La fe del volcán (las dos películas de Ana Poliak),
presenta Cantata de las cosas solas, su debut como director; pero también
se reencuentra con Poliak (en calidad de director de fotografía él,
ella como montajista) en los créditos de Extraño, ópera
prima del cordobés Santiago Loza. Premiada este año en el Festival
de Rotterdam, Extraño cuenta la relación entre un hombre de 40
(Julio Chávez) y una mujer sola y embarazada (Valeria Bertuccelli), aunque
Loza prefiere definirla menos por su argumento que por su voluntad de “transmitir
un estado de ánimo y captar los estados del alma”.
La que vuelve a decir presente es Cine-Ojo, la productora de Marcelo Céspedes
y Carmen Guarini, que en ediciones anteriores presentara en esta misma sección
La fe del volcán y los documentales HIJOS, El alma en dos y Por la vuelta,
el film sobre Leopoldo Federico dirigido por Cristian Pauls. Cine-Ojo presenta
ahora Nocturno, segundo largometraje de ficción de Pauls, cuya estructura
de historias cruzadas pone en escena –en sus propias palabras– “cierta
situación de los afectos, e intenta describir el estado de cosas amoroso
en estos tiempos”. Lo protagonizan Damián De Santo, Alejandra Flechner
y Jimena Anganuzzi.
Por el lado de los documentales se suman Flores de septiembre, de Pablo Osores,
Roberto Testa y Nicolás Waiszelbaum (una investigación sobre el
Colegio Pellegrini durante la dictadura) y Trelew, de Mariana Arruty, que recoge
testimonios sobre la masacre de presos políticos de 1972. Toda una promesa
encierra Hoteles, del hasta ahora fotógrafo Aldo Paparella, un experimento
narrativo “sobre el tiempo detenido y fraccionado”.
El veterano de la sección es sin dudas César D’Angiolillo
(Matar al abuelito, 1993), montajista de más de cuarenta películas
argentinas que ahora, en su segundo largo, arremete con Potestad, sobre la obra
de Tato Pavlovsky. Otra segunda película es Sudeste de Sergio Belloti
(Tesoro mío), que con el escritor Daniel Guebel adaptó la novela
homónima de Haroldo Conti en clave neorrealista. Por último, el
crítico Sergio Wolf (dos veces guionista de Raúl Perrone) estrena
Yo no sé qué me han hecho tus ojos, largo documental codirigido
con Lorena Muñoz que se zambulle en el misterio de Ada Falcón,
la legendaria estrella del tango que se retiró de la escena en 1942 para
convertirse en monja franciscana.
Guay con los Quay
Sombríos, elegantes, fanáticos de lo siniestro, llegaron los gemelos
ingleses que hacen temblar a Tim Burton.
Por Mariano Kairuz
Las imágenes y sonidos que emanan del mundo de Timothy y Stephen Quay
parecen producir dos formas de suspensión del tiempo. Una tiene que ver
con cierto poder hipnótico, con la fascinación irresistible de
sus ritmos extraños y la absorbente oscuridad de sus animaciones. La
otra es la incomodidad que se experimenta ante ellas, por momentos cercana al
sopor. Eso es lo que suele reprochársele a Instituto Benjamenta, el único
largometraje que dirigieron los hermanos: casi sin animaciones –el punto
fuerte del dúo–, el film es de verdad exigente en materia de concentración
y paciencia. Pero sus responsables jamás esperaron que fuera de otro
modo. Incluso Terry Gilliam, que el año pasado se ofreció a producirles
su próxima película, admite que Benjamenta es una experiencia
“fascinante y aburrida” a la vez. Los Quay, por su parte, van aún
más lejos: después de ver Satantango, la épica de siete
horas del húngaro Béla Tarr que proyectara el Bafici 2001, se
mostraron arrepentidos de no haber asumido un riesgo mayor al debutar en el
largometraje. “Tendríamos que haber hecho una película de
tres horas e involucrar realmente al espectador en ella. O hacer un film de
60 minutos con una historia que se entienda y listo. Ahora Benjamenta se debate
incómodamente entre ser simplemente aburrida –porque es muy larga–
y no ser lo suficientemente larga como para llevarte a otro universo. Es como
la escena inicial de Satantango: un plano de diez minutos. Pero una vez que
te acomodaste a ese ritmo, podés seguirlo durante las siete horas sin
problema. Sólo que hay que establecerlo desde el comienzo para que el
público sepa lo que le espera. Tal vez se vayan, pero está bien:
así es como separás a los niños de los adultos.”
Hecha la advertencia y la recomendación, agreguemos que la oportunidad
que ofrece el ciclo “Británicos: excéntricos y visionarios”
es única. Además de Instituto Benjamenta, se proyectarán
varios de los cortos de animación más bizarros y celebrados de
estos gemelos norteamericanos radicados en Inglaterra desde sus años
universitarios. Allí despliegan cuadro a cuadro –así es
como se mueven sus muñecos– sus obsesiones más oscuras:
la artificiosidad extrema de las marionetas (las rusas, las polacas y en especial
las checas, como el legendario animador Jan Svankmajer, uno de sus principales
referentes); la angustia finisecular del 1900, expresada en la obra de Kafka
pero sobre todo en la de sus contemporáneos, el escritor suizo Robert
Walser y el polaco Bruno Schulz. De Schulz es la idea de “realidad degradada”
con la que operan los Quay, pero las referencias, aseguran los hermanos, podrían
ampliarse bastante y abarcar a Buster Keaton y las tradiciones de los cines
sueco y danés. Consejo: no dejar pasar el segundo corto de la colección
“Stille Nacht”, Are we still married?, de 1991, protagonizado por
un conejito de movimientos frenéticos e insistentes y musicalizado con
una extraña canción a cargo de la agrupación His name is
Alive: un viaje al corazón del mundo de los cuentos de hadas, sólo
que en este caso son cuentos “enigmáticos, donde el príncipe
no trae el beso de la vida sino el de la muerte”.
“Británicos: excéntricos y visionarios” se completa
con la serie “London Orbital”; un documental on the road de Christian
Sinclair y Christopher Petit; A Canterbury Tale, un Michael Powell/Emerich Pressburger
de 1944 (narración contemporánea con inspiración en Chaucer);
London de Patrick Kelly y The angelic conversation (1985), exploración
shakespeareana de Derek Jarman.
Imágenes rigurosamente vigiladas
Extraña lección, la del alemán Harun Farocki: créase
o no, pensar en imágenes puede ser adictivo como una droga.
Por Alan Pauls
De madre alemana y padre indio, Harun Farocki nació en la isla de Java
en 1944. Estudió cine en Berlín. Entre 1973 y 1984 fue editor
de Filmkritik, la revista de cine más influyente de Alemania. Dio a conocer
la desconcertante potencia de su concepto del cine en 1969, con El fuego inextinguible,
un documental que en plena guerra de Vietnam examinaba con parsimonia y desapego
el proceso de producción del napalm. Desde entonces no ha parado de filmar
–lleva ya unas 60 películas, de las cuales 12 son largometrajes–,
de profundizar la pertinencia excéntrica delos temas que aborda y de
perfeccionar una forma cinematográfica única, regida casi exclusivamente
por el principio del montaje, donde la curiosidad periodística se entrelaza
con la reflexión y engendra, en la huella de Godard, de Jean-Marie Straub
o de Alexander Kluge, un “cine de ensayo”. Por su precisión,
su escrupulosidad, su pasión por el detalle, los de Farocki son verdaderos
documentales clínicos; exploran sus objetos con paciencia, con tenacidad,
con una exhaustividad compulsiva que hace de su nitidez conceptual una forma
nueva de la hipnosis o la alucinación.
Los nueve films que integran la retrospectiva del Bafici dan una idea de la
diversidad de los objetos que elige. Farocki se ha ocupado de las técnicas
y prácticas de entrenamiento profesional con que el mundo del trabajo
“domestica” a los desocupados (Solicitud de empleo, 1997); ha descifrado
el modo en que la televisión registró el proceso que derrocó
a los Ceaucescu en la Rumania de 1989 (Videogramas de una revolución,
1992); volvió sobre cierta legendaria ópera prima de Lumière
para pensar la convergencia entre el cine y la fábrica como institución
capitalista (Obreros saliendo de la fábrica, 1995); analizó el
parentesco extraño, a la vez aberrante y despreocupado, entre la naturaleza
muerta tal como la practicaba la pintura flamenca del siglo XVII y la que practica
hoy la fotografía publicitaria (Naturaleza muerta, 1997); diseccionó
el mundo bizarro de los diseñadores de shoppings, con sus ideas, sus
estrategias, sus cálculos y sus delirios prospectivos (Los creadores
de los mundos de compras); examinó las cámaras de vigilancia de
las prisiones como emblema de la sociedad de control (Imágenes de prisión);
y desplegó, en poco más de una extraordinaria hora de cine, la
solidaridad que une la tecnología de la imagen con la tecnología
de guerra a lo largo del siglo XX (Imágenes del mundo, epitafios de guerra,
1988).
Pero esa diversidad de temas sólo subraya la obstinación con que
la obra de Farocki vuelve una y otra vez al punto que la desvela: la imagen.
De película en película, Farocki sigue las mutaciones que la industria
de la imagen (el cine, por supuesto, pero también la TV, la publicidad,
el “diagnóstico por imágenes”, las cámaras
de vigilancia, la imagen de síntesis, las simulaciones digitales, etc.)
introduce en todas las esferas de la vida, desde el trabajo y la política
hasta el cuerpo y las relaciones intersubjetivas. Como el Godard de las Historias
del cine, Farocki sabe que no hay un “afuera” de la imagen, y usa
las imágenes para leer imágenes, para deconstruir el modo en que
se fabrican, dialogan entre sí, circulan, afectan. El verdadero blanco
de su cine es el poder de lo visible, es decir: el vértigo de la luz.
Y de todos los instrumentos con que podría desmenuzarlo, Farocki elige
el más simple, que es también el más eficaz y el más
alucinógeno: la lentitud. De esa colisión –la velocidad
del objeto y la mirada en cámara lenta-. procede el efecto droga de los
films de Harun Farocki.
La retrospectiva, que contará con la presencia del realizador, se completará
con la edición local y la presentación de Crítica de la
mirada, una antología de textos de Farocki.
En
el nombre del padre
Una retrospectiva integral redescubre la obra de Jorge Cedrón, autor
de Operación Masacre, asesinado en París por la dictadura
militar.
Por Mariano Blejman
“Para que sobreviva la esperanza. Esta esperanza que crece y crece y no
me deja descansar”, escribió el exiliado Jorge Cedrón sobre
sus propias películas. El cineasta nunca se cansó de buscar formas
de hacer crecer la esperanza. Tanto hizo que ahora, a 23 años de su muerte,
sus frutos crecen lentamente en su hija Lucía, realizadora delcorto En
ausencia, premiado en el último festival de Berlín. Lucía
se fue de París para vivir en Argentina –un muy mal año
para volver–, para resucitar públicamente las imágenes acuñadas
por su padre. La retrospectiva Jorge Cedrón que tendrá lugar en
el Malba hará realidad su deseo.
“Es una forma de reencuentro”, dice Lucía, que acaba de llegar
de Toulouse. Allí estrenó esta muestra dedicada a su padre, el
autor de Operación Masacre, acaso su film más conocido, basado
en el libro de Rodolfo Walsh. Hermano del Tata (el músico) y de Alberto
(el pintor), Jorge Cedrón fue asesinado en Francia en 1980, a manos de
miembros del Centro Piloto de París –algunos sospechan que intervino
el propio Servicio de Inteligencia francés–, en circunstancias
nunca esclarecidas. Al momento de morir, Cedrón escondía una importante
carrera fílmica en la sonrisa que lo pintaba como un atorrante eterno.
Sus primeros films La vereda de enfrente (1962) y El otro oficio (1967) tuvieron
formato de cortos. Luego vendría el largo de ficción El habilitado
(1970), el documental Por los senderos del Libertador (1971) y Operación
Masacre (1972), todos rodados en el país. Resistir (1978) y Gotán
(1979), en cambio, los filmaría en el exilio, donde compartía
encuentros con Julio Cortázar. Si sus películas no desaparecieron
fue, primero, por Marta Montero, su mujer, que conservó las latas en
París; después fue por Lucía. Cada película encierra
una historia, y las historias suelen ser angustiantes.
Apenas exilado, Cedrón llevó los originales que pudo rescatar
a un laboratorio francés llamado Telcipró. “En aquella época,
el laboratorio estaba relacionado con un director francés llamado Thevenet,
muy importante en el ‘80”. Pero cuando Lucía fue a buscar
las copias se enteró de que la empresa había quebrado; de los
depósitos faltaban La vereda de enfrente (historia del debut de un adolescente
entre las prostitutas de la isla Maciel), que se encontró después
en una cava de su casa en París, y El otro oficio, un film “bastante
autobiográfico”, primer trabajo de ficción de Héctor
Alterio, cuya copia Lucía encontró por azar en una filmoteca de
La Habana, mientras hacía un curso de guión.
El habilitado hizo debutar a Héctor Alterio en el largometraje. La crítica
la premió como mejor película, pero en cartel sólo duró
una semana. Pocos entendieron por qué Cedrón hizo Por los senderos
del Libertador, un film sobre San Martín financiado por el Banco Ciudad
y el Instituto Sanmartiniano bajo el gobierno de Lanusse. “Explotaba el
espíritu revolucionario y popular de San Martín”, cuenta
Lucía. Lanusse fue al estreno y se sacó una foto junto a Cedrón,
que luego la tendría a mano, como un seguro de vida, mientras filmaba
en la clandestinidad Operación Masacre. (También solía
llevar el baúl del auto cargado de armas y uniformes policiales.) Ya
en el exilio hizo Resistir, una extensa entrevista con Mario Firmenich encargada
por Montoneros, y Gotán, un documental sobre el tango. Jorge Cedrón
decía que recién haría una buena película a los
40. No tuvo tiempo: lo asesinaron a los 38.
Personas
en la sala
De Noam Chomsky a Jacques Derrida, pasando por la genial Martha Argerich, “Personas
y
personajes”presenta una jugosa galería de retratos contemporáneos.
Por M. K.
“Todo el mundo está preocupado por frenar al terrorismo. Pues bien,
hay una manera realmente sencilla: dejen de participar de él.”
El que habla es Noam Chomsky, protagonista exclusivo de ¡dos! de las películas
que integran el programa “Personas y Personajes” del Bafici 2003.
En Manufacturing Consent: Noam Chomsky and the media, completado por los documentalistas
norteamericanos Mark Achbar y Peter Wintonick en 1992, el polémico lingüista
del MIT la emprende contra los efectos de la manipulación discursiva.
“La propaganda es a las democracias lo que la violencia a los sistemas
dictatoriales”, dice, para pasar luego a teorizar sobre las maneras de
“activar el disenso”. Más cercano –y contextualizado
por los sucesos del 11 de septiembre– es Power and terror: Noam Chomsky
in our times (2002), donde el director John Junkerman registra diversas declaraciones
públicas de su protagonista centradas mayormente en la política
exterior de los Estados Unidos; entre ellas, la que definió a su país
como “el estado terrorista más grande del planeta”. Norteamericano
de origen pero radicado en Japón, Junkerman utiliza un soundtrack nipón
definido en una reseña estadounidense como una suerte de “oscuro
Neil Young oriental”. Según Jonathan Rosenbaum, influyente crítico
del Chicago Reader, el resultado es de visión imprescindible.
Algo más difícil como tema de documental habrá sido el
protagonista de Derrida, de Amy Ziering Kofman (ex alumna del septuagenario
filósofo) y Kirby Dick. Fruto del montaje de más de noventa horas
de material registrado a lo largo de unos ocho años, realizado, según
Kofman, en “el más puro estilo independiente” (casi sin dinero),
el film no se propone sólo dar un perfil del padre de la deconstrucción,
sino también expresar en términos cinematográficos algunas
de sus ideas. Una tarea exigente, que Derrida complejizó, además,
asumiendo la prerrogativa del corte final del film. “Así que esto
es lo que ustedes llaman cinema verité”, dice sin más el
hombre que-tiene-problemas-con-su-imagen: “Es todo falso. Yo no soy así”.
La sección incluye otros seis documentales que abordan una variada galería
de figuras, de las más prominentes a las más secretas. A saber:
un escritor experto en el arte de desaparecer en Thomas Pynchon: a journey into
the mind of P., de los hermanos Dubini; una pianista genial en Martha Argerich:
conversación nocturna, del francés Georges Gachot; un boxeador
y poeta surrealista en Cravan vs. Cravan, del español Isaki Lacuesta;
un intelectual argentino en Ismael Viñas, de Diana Hunter; una familia
de Harlem en Love & Diane, de la norteamericana Jennifer Dworkin; Ebsen
Benestad (alias Esther Pirelli), un padre travesti filmado por su hijo, el noruego
Even Benestad, en Todo sobre mi padre.
Completan el programa Gabriel Orozco, de Juan Carlos Martín, y Who the
hell is Bobby Roos?, de John Feldman, “un viaje hacia la locura y el interior
de la mente de su protagonista”, un imitador de celebridades –de
Marlon Brando a Robin Williams– que suele perderse en las identidades
de sus imitados.
Y algunas perlas imperdibles
Por M. K.
Gerry de Gus Van Sant (Sección “Panorama”)
Dos chicos, Gerry y Gerry (Matt Damon y Casey Affleck, hermano de Ben), caminan
por el desierto como perdidos, buscando algo. Para muchos, esta película
marca el regreso de Gus Van Sant al cine independiente de la era de Mi mundo
privado, después de sus flirteos con el mainstream hollywoodense. Para
sus detractores, en cambio, sólo es un film vano, vacío, pretencioso.
Sus partidarios hablan de “minimalismo” y citan a Beckett y a Kerouac.
Pero nadie fue tan lejos como John Waters, que advirtió: “No se
acuesten con nadie que no ame este film”.El lobo de la costa oeste de
Hugo Santiago (“Panorama”)
Intriga en Biarritz con música de Schumann, libremente inspirada en una
novela del californiano Ross Macdonald. Hugo Santiago vuelve a filmar un largometraje
de ficción después de casi dos décadas, el primero desde
Las Veredas de Saturno (1985), y lo hace explorando ese extraño noir
detectivesco que ya ensayara en Los otros (1974) y El juego del poder (1979).
Un dato aparte para los fanáticos de Anna Mouglalis, la protagonista
femenina del film: rara, bella y talentosa, a la chica que el mundo descubrió
en Gracias por el chocolate, de Chabrol, también se la puede ver en otras
dos películas de esta sección: Novo, de Jean-Pierre Limosin, y
La vie nouvelle, de Philippe Grandieux.
Ken Park
de Larry Clark (“Panorama”)
Como no podía ser de otra manera, la nueva película de Larry Clark
empieza con un adolescente que se vuela la cabeza. Esta vez el director de Kids
comparte la dirección con el director de fotografía Ed Lachman
(Lejos del paraíso), y el guión es otra vez de Harmony Korine.
Pero aunque los adultos juegan un papel más importante que antes, siguen
siendo los teenagers (en su mayoría actores no profesionales o debutantes)
quienes llevan adelante el asunto. Preocupados como siempre por el abúlico
destino de la sexualidad yanqui, Clark y Korine ponen en pantalla varias escenas
de impacto asegurado; entre ellas, una masturbación con autoasfixia y
una cama de tres filmada con sinceridad, ternura y calidez.
Pistol Opera
de Seijun Suzuki (“Panorama”)
Fiel representante de la fiebre productiva que la industria cinematográfica
oriental conoció entre los ‘50 y ‘60, Seijun Suzuki filmó
decenas de películas y llegó a completar hasta cuatro por año.
Luego el legendario estudio Nikkatsu decidió despedirlo, fastidiado por
los extremos a los que había llevado los excesos estilísticos
de sus films sobre la yakuza (La juventud de la bestia, Tokyo Drifter, Branded
to kill). En este sentido, Pistol Opera –que nació como una suerte
de secuela de Branded to kill y devino en otra cosa, con su cóctel explosivo
de violencia y colores pop– funciona como la revancha personal de uno
de los directores nipones más influyentes de su generación.
Year of the devil
de Petr Zelenka (“Panorama”)
Folk-rock, alcohol y poco sexo. Con algo de This is Spinal Tap (el falso documental-rock
por antonomasia) y de los Leningrad Cowboys (de Kaurismäki), esta melancólica
rareza del checo Petr Zelenka (Praga, 1967) es sin duda una de las mejores sorpresas
del Bafici. Jaromir Nohavica, su protagonista, existe y es un músico
muy popular en su país. Cuando su amigo y guitarrista Karel Plihal deja
repentinamente de hablar, Nohavica se embarca en una búsqueda mística
que lo lleva de gira junto a una banda “de bodas y funerales”, un
trip plagado de apariciones angelicales y episodios de combustión espontánea.
Nunca termina de quedar claro quién es el demonio (“el alcohol,
la industria, la apatía generalizada”) de esta historia incandescente,
pero su director está seguro de una cosa: “Si no pudiera poner
música en mis films, ni me molestaría en hacerlos”.
Onibus 174
(“Panorama” y “Foco Brasil”)
Caso real, televisado en vivo y en directo, que conmovió a Brasil en
junio de 2000. Lo que debía ser un robo veloz a los pasajeros del colectivo
174 a cargo de Sandro do Nascimento, un chico de la calle de Río, se
convierte en secuestro y exige una larga negociación con resultados poco
felices. Además de armar el relato con las imágenes de los noticieros,
el director José Padilha indaga en la vida de Sandro -correccionales
de menores, masacre infantil de Candelaria– y reconstruye la oscura trama
social en que se inserta el episodio policial. Según los programadores
del Bafici, una de las joyas del “Foco Brasil”, dondetambién
se destacan Durval Discos de Anna Muylaert y Edificio Master de Eduardo Coutinho.
Homenaje a Stan
Brakhage
Junto a Jonas Mekas, uno de los exponentes fundamentales del cine experimental
norteamericano. Stan Brakhage murió hace poco más de un mes, a
los 70 años de edad, y el Bafici le rinde tributo programando varios
de los cortos del director, verdaderos “viajes perceptivos” que
exploran las posibilidades rítmicas de la imagen fílmica, y Brakhage,
el documental completado por Jim Shedden en 1998, donde críticos, historiadores
y cineastas perfilan y contextualizan la figura del director de clásicos
vanguardistas como Dog Star Man (1962) y The art of vision (1965).
Vendredi soir
de Claire Denis (“Panorama”)
La nueva película de la parisina Claire Denis (Nénette y Boni,
y esas dos experiencias subyugantes que son Bella tarea y Trouble every day,
que el Bafici proyectó el año pasado) abre este año el
festival porteño. Su protagonista, Laure (Valérie Lemercier),
queda atrapada en un embotellamiento en la ruta. La premisa, que tiene algo
de Buñuel pero también ecos de La autopista del sur, dispara el
resto de su historia sexual con Jean (Vincent Lindon): la historia de una noche,
esa “noche de viernes” del título. De lo más prometedor
de la muestra.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux