Dom 13.04.2003
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MúSICA

Amigos son los amigos

Firmó con Gustavo Santaolalla la música de Plata quemada. Debutó en 2001 con Meditaciones, un disco de “covers” de música clásica que cautivó a Alejandro González Iñárritu, el director de Amores perros. Ahora presenta Ahora, un álbum de cálidas canciones de amor en el que los invitados prestigiosos –de dos Café Tacuba al Chango Spasiuk, pasando por Fernando Kabusaki y Francisco Bochatón– son legión. Sepa quién es Sebastián Escofet, el músico en el que confluyen todos los músicos.

Por Martín Pérez
Allá lejos y hace tiempo, cuando decir Internet significaba apenas correo electrónico y no mucho más, apareció un juego irreverente y caprichoso llamado Seis grados de separación de Kevin Bacon. Su premisa aseguraba que era posible ir de cualquier actor a cualquier otro en seis pasos, poniendo siempre a Kevin Bacon en el medio. Se dice que en un mundo globalizado, cualquier persona está a no más de seis grados de separación –amiga de un amigo de un conocido, y así sucesivamente– de otra. En el mundo de los actores, ese link siempre se puede establecer pasando por Bacon, como allá lejos y hace tiempo lo comprobaron miles de adictos al jueguito haciendo sus propias listas de relaciones.
Sebastián Escofet podría ser el Kevin Bacon de los músicos de la última generación. Eso es lo que viene a la mente al recorrer la lista de agradecimientos y músicos invitados de Ahora, el primer álbum de (catorce) canciones de este nativo de La Plata aporteñado desde chico. Allí están, a modo de prueba, las colaboraciones de Rita Cantalagua y Quique Rangel de Café Tacuba, de Fernando Kabusaki, del histórico Pipo Lernoud, de Francisco Bochatón, de Martín Carrizo, del Chango Spasiuk y hasta la de una tal Paramahansa Yogananda, entre muchos otros. Si a eso se suma su trabajo como colaborador en las producciones de Gustavo Santaolalla, su paso por el rock local como músico de La Guardia del Fuego, María Gabriela Epumer, Los Siete Delfines y Fabiana Cantilo, e incluso su trabajo como productor televisivo en canales y programas como Music 21, “La Cueva”, “Hacelo x mí” o “El Rayo”, entonces, decididamente, Escofet es más Kevin Bacon que Kevin Bacon.
El músico sorprendió al debutar en 2001 con un disco de versiones de música clásica llamado Meditaciones, que Alejandro González Iñárritu –el director de Amores perros– eligió para musicalizar comerciales internacionales (una decisión muy rentable para Escofet en términos de derechos de autor). Ahora Escofet escucha la teoría de los seis grados de separación y se ríe. “Es todo fruto de la inquietud y la curiosidad generada en mí por quienes me rodearon cuando recién empezaba con todo esto”, intenta explicar. “Y también tiene que ver con que en un principio me pude acercar a los músicos como un chico que trabajaba para otros en televisión. Porque cuando los músicos tienen puesto el overol de músico son medio inaccesibles. Pero cuando los conocés por el lado humano son iguales que vos y que yo.” Lleno de proyectos que algún día irán concretándose, lentos pero seguros, como los que ya se concretaron –con la revista Colors, con el Kronos Quartet o la National Film Chamber Orchestra–, Escofet ya podría lucir tranquilo su overol de músico. Pero prefiere mostrar su lado más humano a la hora de presentar el continuum sonoro de Ahora, un disco de canciones querible, con casi ningún grado de separación.

DE LO ABSTRACTO AL REMIX
Todos los vinilos del mundo por unas ropas. Así fue como el niño Escofet ingresó en el mundo del rock más exquisito. Sucedió cuando sus padres ya estaban separados. “La nueva mujer de mi viejo vendía ropa, y entre sus clientes estaba Jimmy, el dueño de una disquería exclusiva”, recuerda Sebastián. “Como el tipo no le pagó una ropa que le trajeron especialmente, lo llevaron a juicio y terminaron consiguiendo una orden judicial para entrar en su casa y llevarse valores por todo lo que les debía.” Como corresponde al dueño de una disquería, muchos de esos valores resultaron ser vinilos espectaculares, la base del aprendizaje musical de Escofet. Un aprendizaje que había nacido del fanatismo de su abuelo por la música clásica, la pasión de una tía de La Plata por Los Beatles y, luego, escuchando discos con los músicos de la escena rosarina que le presentó una novia de la Escuela de Cine de Avellaneda. “El primer disco que compré fue la 5ta Sinfonía de Beethoven dirigida por Wurangler. Y después Tattoo You de los Rolling Stones, que se acababa de editar”, confiesa Escofet, que también hace posible el inesperado link entre el eterno Ludwig Van y el eternamente joven Mick Jagger.
“Si te sacás buenas notas te pagamos el profesor de guitarra”, le dijeron sus padres. Un boletín lleno de números en rojo lo condenó a ser autodidacta. Primero se contagió el entusiasmo que Pappo había despertado en un amigo de la infancia, pero a los doce años ya tocaba también el piano de su hermano mayor. Además de la escuela de cine, Sebastián empezó a coquetear con el conservatorio. Hasta que a los dieciocho entró por primera vez una computadora en su casa y le cambió la vida. “Los compositores antiguos componían obras que tocaban otros, pero la tecnología actual me permite componer todo un disco, por ejemplo”, explica, y asegura que lo que más le interesa como músico es componer. Y agrega que, dentro de ese interés por la composición, la canción es apenas un lenguaje más. “El que primero me hizo dar cuenta de que era multiinstrumentista fue Ulises Butrón”, recuerda. Con Butrón, además, se puso a tocar el bajo y a cantar. Después de integrar Cálidos Extraños, una banda de amigos que deambuló por el tan dark under porteño a fines de los ‘80, Sebastián conoció a (y tocó con) Richard Coleman, María Gabriela Epumer y Fabiana Cantilo. Paralelamente había empezado a trabajar en televisión, en el embrión de lo que luego sería Music 21, el primer canal musical argentino.
Talentoso, inquieto y simpático, Escofet extendió y entrecruzó sus intereses laborales y artísticos hasta formar parte, a mediados de los ‘90, de un curioso colectivo artístico llamado Body Bag que integraban “amigos no músicos” dedicados a la música electrónica abstracta, cuyas presentaciones eran letárgicos after hours psicodélicos. Pero su despegue llegó a fines de los ‘90, cuando empezó a hacer remixes de grupos ascendentes como los porteñísimos Turf o los uruguayos El Peyote Asesino. Eso lo acercó a Gustavo Santaolalla, productor de lo más granado del nuevo rock latino. “Lo primero que hicimos juntos fue la música de Plata quemada, después trabajé en el proceso de producción del disco de Erica García y finalmente en un álbum junto al Kronos Quartet”, enumera Escofet, cuyo trabajo con las texturas de sonido deslumbró a Jorge Drexler, que lo invitó a tocar con él en las presentaciones porteñas de su álbum Frontera y en la grabación de Sea. Y terminó desembocando en un proyecto de registro sonoro patagónico para la revista Colors. Ah, y también en sus discos. Meditaciones, primero. Y ahora, justamente, Ahora.

DE LA TEXTURA A LA CANCIÓN
A pesar de que las primeras reminiscencias que evoca son Café Tacuba –por sus melodías abiertas– y en especial el disco solista de Joselo, uno de sus integrantes –por su trabajo de esconder/orquestar las voces, propio del que no es un vocalista convencido–, Sebastián Escofet asegura que Ahora es un homenaje a Charly García. “Porque de Charly se dicen y escriben muchas cosas, pero nunca se subraya el hecho de que todos sus discos están cuidadosamente orquestados”, asegura este rocker que para los rockers es “académico” y para los académicos un “caradura”. “Mi interés es que este álbum tenga un atractivo distinto para cada uno de los que lo quieran escuchar. Un disco con canciones, pero que ponga en acción ideas de armonía y orquestación, un álbum en el que haya un movimiento permanente”, dice Escofet, que también produjo los discos de grupos como Auge o los Parraleños.
Ahora es un disco de esos que cuando se ponen no se sacan hasta que se terminan: un álbum de canciones de amor que no se imponen, sino que transcurren. “Me gusta meter en mi universo a la gente que quiero, así que invité a grabar a mi casa a todos los que participaron del disco. Salvo los Tacuba, que grabaron sobre un boceto de la canción definitiva”, explica Sebastián, que se enorgullece de haber reunido a sus padres, separados desde hace tiempo, para hacerlos cantar en un mismo tema. Con todo siempre listo para grabar en el living de su departamento, Escofet cuenta que no ha dejado de componer canciones. Que Ahora se vende en Japón, y que a fin de año irá hasta allá a presentarlo en una gira junto a Kabusaki. Que su próximo disco será un álbum de musicobiología con texturas sonoras patagónicas. Que sus proyectos incluyen un álbum de música electrónica (“pero en permanente movimiento, sin el estatismo del bombo en negras”, aclara), una exploración de músicas autóctonas y un trabajo audiovisual con el que viajará por todo el país recolectando sonidos en imágenes y que presentará luego en el Sonar barcelonés. Y, por supuesto, también fantasea con discos a dúo con sus amigos: Francisco Bochatón, Manuel Moretti (de Estelares), el Chango Spasiuk. “Todos los artistas son bastante individualistas, pero hay que darse cuenta de que toda obra se enriquece con el contacto con el otro”, asegura. “Hay que darse cuenta de que el mundo no es ‘contra’ sino ‘con’. Ése es el único secreto.”

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