Dom 24.04.2011
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DVD > LOS VIGILANTES, EL REGRESO DE JENNIFER LYNCH, LA HIJA DE DAVID, DESPUéS DE 15 AñOS

El festín de las máscaras

Después de un fugaz paso por las salas de videoproyección, se estrena en DVD Los vigilantes, un perturbador policial con citas al género de horror e influencias del negrísimo Jim Thompson. Detrás de cámara está Jennifer Lynch, una directora que pasó quince años sin filmar después de un debut extrañísimo (Boxing Helena) y problemas personales que la mantuvieron alejada de los sets. Ahora, con la producción de su padre, David, por fin demuestra su talento en esta historia de psicópatas enmascarados, policías corruptos y voyeurismo.

› Por Nicolas Pichersky

El tiempo siempre ha sido punto cardinal en el policial o el suspense. Desde E. A. Poe, que comenzaba por la solución del problema y retrocedía paso a paso hasta la amnésica anarquía de Memento, los principios y finales son menos importantes que los nortes que se narran. Se trata de un género que admite tantas perspectivas del crimen a resolver –el antes y el después en estos relatos– como testigos y personajes existan. Y cada personaje, nos (des)vela su “verdad”, con su singular orden temporal. O, en el caso de Los vigilantes (Surveillance) –que acaba de salir en DVD tras un fugaz paso por los cines en video ampliado–, con su desorden y su caos. Donde lo más perverso y opresor son los hombres y mujeres de la ley y el orden.

Dos únicos paisajes son dominantes aquí: uno es la inmensidad del desierto de Nebraska, eco de una serie de enfermizos asesinatos a cargo de dos psicópatas. Sus únicas marcas son unas caretas espeluznantes que pueden infartar al más templado. El otro, el espacio claustrofóbico de una comisaría, donde distintas versiones de esos crímenes son escrutados ante cámaras de vigilancia que registran cada uno de los rostros de los testigos. En este sentido, la película podría haber comenzado con una frase aun instructiva del escritor G. K. Chesterton: “La novela policial es un drama de caretas y no de caras. Es un baile de máscaras donde todos se disfrazan de otra persona, diferente de sí mismos”.

Hay dos agentes del FBI con el charme y la sinergia de los protagonistas de Los X-Files. Hay también unos retorcidos policías locales que se divierten disparando en la ruta a los autos de los turistas, para trastornarlos con una performance aggiornada del clásico policía bueno / policía malo: policía cínico / policía gatillo fácil. Y están una campechana junkie, y Jennifer, una nena de ojitos perspicaces que ven demasiadas cosas y cuya familia fue masacrada por los enmascarados en el medio de la ruta... justo después de ser blanco de bromas pesadas por la policía de la región.

Dirigida por Jennifer Lynch, Los vigilantes puede ser una experiencia perturbadora pero –según el estómago del espectador– saludable y original. Una dirección femenina le imprime al terror y al policial que se desarrolla un humor y un romanticismo negro alejado del Hollywood más facilongo y mojigato. Como si fuera poco, y con una producción de bajo presupuesto a cargo de su padre, David Lynch, nos encontramos con unas actuaciones deliciosas a cargo de actores de lujo. Nuestro queridísimo Michael “V Invasión extraterrestre” Ironside, como un subnormal comisario de pueblo; Bill Pullman, que parece haber seguido el método de actuación de Alec Baldwin (gordura + papada = inmejorable actuación + voz de lija), y Julia Ormond, yegua salvaje de pelos al viento. Sin exageraciones, los tres hacen aquí algunos de los mejores papeles de su vida. Y eso no es todo. El film muestra además una división del tiempo y la narración que remite al Rashomon de Kurosawa –cada testigo cuenta una diferente versión de los crímenes– y la influencia estilística del más noir de los escritores ídem: Jim Thompson.

No es poco para apenas la segunda película de Lynch Jr., luego de un hiato de 15 años desde su olvidada ópera prima, Boxing Helena, aquella película morbosa con Julian Sands y Sherilynn Fenn como una mujer mutilada por su amante hasta quedar convertida en un torso con cabeza (vivo). Antes de esta película, que causó estupor y rechazo entre la crítica, Jennifer fue asistente de su padre desde la adolescencia y escribió el libro El diario de Laura Palmer como acompañamiento de la serie Twin Peaks.

Como en Boxing Helena, el guión es de roja cosecha propia junto al guionista Kent Harper. Pero la película parece atravesada por la autoría del escritor de 1280 almas y El asesino dentro de mí: en Los vigilantes se palpitan una ley y un poder representados por psicópatas, policías disfrazados de enfermos sociales, homicidas travestidos en investigadores y personajes que se desdoblan con inteligencia y sin trucos. Y lo que reina es una específica moral thompsoniana: ningún bueno, todos malos, algún inocente.

Con guiños directos al cine de papá (como la presencia de Pullman, también protagonista de Carretera perdida, o el FBI lidiando con la policía de un pobladito olvidado, que remite a Twin Peaks) y acaso otros indirectos (Barry Gifford, guionista de David Lynch, es un declarado fan del estilo Jim Thompson), lo más importante es que Lynch tiene algo propio que decir. Con desenvoltura hilvana los relatos de cada personaje mientras son filmados en distintas oficinas de la comisaría local. Surveillance en inglés significa vigilancia y el monitoreo que hace el FBI de los testigos da una idea del espanto voyeurista que el film detona. El espanto de revivir el código criminal más popular para oscurecerlo: los asesinos vuelven al lugar del crimen, pero para continuar con placer erótico, tenebrosamente lúdico y compinche, su acercamiento a los sobrevivientes. Oler su miedo y su trauma y terminar lo que se comenzó.

Al igual que en esa joya contemporánea del terror que es Los extraños, de Brian Bertyno –que comparte con ésta la explotación de la máscara como recurso absolutamente siniestro y humano–, los verdugos gozan de mirar de cerquita a sus futuros torturados antes de revelárseles. Así su placer orgásmico es más intenso. “Huelen igual ustedes dos” le dice una víctima a uno de ellos. La contestación, orgullosa, ante el improbable piropo a los tórtolos, no se hace esperar: “¿En serio? Me tenés que prometer que se lo vas a decir a mi pareja cuando vuelva”.

Así como Scorsese custodia el lenguaje de violencia de sus gangsters, Lynch cuida a sus criaturas sin imponerles, ni imponernos a los espectadores, finales tranquilizadores. Hay algo puro en el amor de la pareja asesina, como lo hay también en el final del film, romántico a su manera. Un vital ir hacia el horizonte, entre distintas versiones de muertes que vendrán, en rededor de vidas cuyos principios y finales son menos importantes que lo que ocurre en el medio.

“¿Alguna vez le perdonan la vida a alguien?”, pregunta desesperada una víctima fatal. “Sos de las que empiezan el libro por el final, ¿no...? Esa no es manera de vivir”, contesta él, poco antes de matarla.

Y ahora conocemos sus rostros al descubierto.

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