Dom 24.04.2011
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PERSONAJES MICHELLE WILLIAMS Y SUS PERSONAJES FUERTES Y TRáGICOS

Tan triste como ella

› Por Mariano Kairuz

Michelle Williams nació para sufrir. Bueno, no es para tanto, pero al menos sí en la ficción: ya era así en Dawson’s Creek, la serie televisiva en la que interpretó a Jen Lindley y que la convirtió en un icono adolescente durante seis años. Jen era, para quienes no lo recuerden, la púber neoyorquina de vida “disoluta” a quienes sus padres enviaban al pueblo de Massachusetts en el que transcurría todo el asunto, al cuidado de su católica abuela, que debía encargarse de “enderezarla”. A lo largo de sus seis temporadas, Jen (Williams, teñida de rubia por exigencia de la producción) tenía varios novios, Dawson entre ellos, una hija, y una enfermedad cardíaca que los guionistas dispusieron para fulminarla sobre el final, exprimiendo hasta el último gramo del cariz trágico de la chica.

Ahora, en Blue Valentine, la película por la que estuvo nominada al Oscar este año y que, recién vista en el Bafici, se estrena comercialmente el mes que viene, tiene una escena de sexo antológica: llevada casi a rastras por su marido (Ryan Gosling) a la patética habitación “futurista” de un hotel alojamiento de mala muerte con el explícito propósito de ver qué queda por rescatar de su matrimonio, se encuentra de pronto en el piso, desnuda, desinteresada, frustrada, diciéndole a él que si lo que realmente quiere es pegarle, que le pegue. Pocas veces las películas proponen escenas de sexo que no estén destinadas a calentar al público, y como corresponde a la chica que nació para sufrir, esta es sencillamente devastadora. Blue Valentine lleva como subtítulo para su estreno local, Una historia de amor, pero es más bien lo contrario: un relato de desamor, de los últimos estertores de un matrimonio, atravesado por el recuerdo de los complicados pero apasionados comienzos de la pareja, con un tono narrativo en el que no faltó quienes encontraran más de un rasgo casavettiano. Hay naturalidad en las actuaciones de ambos y en particular en esa escena de mal sexo, y Michelle eligió representar el paso brutal del tiempo –apenas unos pocos pero decisivos años en sus vidas– engordando su cuerpo y esa cara naturalmente redonda y exponiéndose sin reservas al desnudo.

Por su franqueza sexual, Blue Valentine recibió en Estados Unidos una restricción NC17, el equivalente a un “sólo apto para mayores de 18 años”. Un periodista del sitio The Onion señaló con ironía que el exagerado rigor de la calificación se debe a “esa escena que sugiere que el sexo en el contexto de un matrimonio moribundo puede ser frustrante e incluso desagradable”; y de hecho, el cronista estaba parafraseando a un crítico del New York Times que señaló respecto de una película anterior de Michelle Williams, Wendy & Lucy –que la tenía como protagonista en cada plano, haciendo de una homeless que roba comida de los supermercados y busca desesperadamente a su perra y única compañía–, que su dura restricción por edad estaba destinada a “proteger a los chicos y evitar que aprendan que la gente es solitaria y que la vida puede ser muy dura”.

En todo caso, está claro que Michelle Williams (Montana, 1980) no eligió el camino más sencilla para su carrera, y que después de la popularidad entre los sub 20 que se ganó con Dawson’s Creek tomó una ruta indie que puede confundirse fácilmente con una pose de “artista sensible” pero que seguro que no es tan simple de sostener, y que ella además supo hacer rendir. Antes de la nominación al Oscar por Blue Valentine (en la que nunca tuvo chances porque el premio este año estaba marcado con el nombre de Natalie Portman), ya había sido nominada una vez, como actriz secundaria por Secreto en la montaña, en la que no sólo los hombres sufrían por amor; también sus respectivas mujeres abandonadas. Debe decirse que, sufridos como son, los personajes de Michelle Williams nunca se abandonan ni se victimizan ni se dejan derrotar del todo, sino que suelen sobreponerse lo mejor que pueden, con entereza, a sus padecimientos. Basta verla en una de sus últimas películas, Meek’s Cutoff (que se vio hace unos días en el Bafici y se estrenó la semana pasada en Estados Unidos y por ahora no tiene estreno confirmado acá, lamentablemente), el western en el que es el único personaje que cuando empuña un arma lo hace con sensatez y decisión. Dirigida nuevamente por Kelly Reichardt (Wendy & Lucy); Meek’s Cutoff –el relato de tres matrimonios de “pioneros” perdidos en medio del desierto de Oregon en 1845– va llevando paulatinamente al primer plano la mirada de las mujeres, que ha sido tradicionalmente cegada y marginada en el género, y confirma la radicalidad de las elecciones profesionales de Williams, ya que se trata de otra película hecha, como todas las de Reichardt, por un presupuesto ridículamente bajo (en este caso un poco menos bajo, pero aún muy poco). Reichardt habrá visto en ella la misma fortaleza, la misma resolución de carácter que, cuando Williams tenía 15 años, la llevó a emanciparse de sus padres (un republicano experto en transacciones bursátiles y un ama de casa) para mudarse a California en busca de una carrera como actriz. Y la misma por la que años después eligió hacer películas de un perfil tanto más bajo que el de su programa de televisión.

Que el año pasado haya participado de una producción más cara como fue la última de Martin Scorsese, La isla siniestra, no hace más que confirmar la sinuosa senda elegida, ya que su papel era reducido pero esencial, y más trágico que cualquiera de los anteriores: interpretaba a la esposa de Leonardo Di Caprio, quien, enloquecida, había ahogado a sus hijos, y luego muerto en un incendio; y aunque aparecía poco, su apariciones eran intensas y perturbadoras como las de un fantasma. Lo mismo puede decirse de que uno de sus últimos papeles haya sido en la todavía inédita My Week With Marilyn, donde hace de ¡Marilyn Monroe! en plena, conflictiva relación con Laurence Olivier (Kenneth Branagh). Y de que en la vida real le haya tocado lidiar con el asedio de la prensa tras la muerte inesperada de Heath Ledger mientras criaba a la pequeña hija de ambos (Matilda, viva imagen, con acento en la palabra viva, de él); acaso otra parada más en el ríspido camino recorrido y por recorrer; adentro y también un poco, afuera de la pantalla.

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