Dom 24.04.2011
radar

El eterno retorno

Parecía una tarea titánica: adaptar para una versión teatral Las islas, la novela de seiscientas páginas que Carlos Gamerro publicó en 1998. Una novela pavorosa, excesiva y altamente literaria en la que Felipe Félix, ex combatiente de Malvinas, hoy hacker, que alberga una esquirla de casco en su cerebro, es convocado por el fastuoso millonario-villano Tamerlán a sus oficinas, donde recibe un encargo. Pero la novela es, claro, mucho más que ese punto de partida: el menemismo, la dictadura, los sobrevivientes de la guerra y de la represión, los héroes y los malvados, los que quieren volver y los que creen que nunca se fueron, los padres y los hijos, todo encaja y se desborda. A pesar de la complejidad, la adaptación se completó. Y ahora finalmente se estrena en el teatro Presidente Alvear, con dirección de Alejandro Tantanián y actuaciones de, entre otros, Luis Ziembrowski, Diego Velázquez y Analía Couceyro, más una escenografía magnífica de Sebastián Gordín. Y lo que sube a escena es una pieza de rasgos shakespereanos, donde conviven el absurdo, la crueldad y el dolor, lo trágico y lo cómico.

› Por Angel Berlanga

Sacudir, provocar, invitar a pensar, conmover y hacer reír, retratar el espanto, revisar mitos cristalizados: no son pocas ni chicas las intenciones que se entrevén en Las islas, la obra que dirige Alejandro Tantanián en base a la versión teatral que Carlos Gamerro hizo de su propia novela, emblemática al tiempo de contar Malvinas desde la bola espejada del menemismo. Si hasta 1982 la expectativa sobre Malvinas se alimentó de reivindicaciones e historias, fantasías y discusiones, la guerra introdujo lo que suelen producir las guerras: dolor, ausencias, muertos. Tenemos desde entonces un caudal de historias de pibes que fueron al muere por decisión de los generales y almirantes que, poco antes, habían asesinado a miles. Y aunque la improvisación, la irresponsabilidad y las aberraciones de los militares en la gesta parecen quedar claras en perspectiva, para quienes perdieron allí compañeros o amigos o familia, partes de sus propias existencias, acaso sea difícil terminar de digerir lo absurdo de esa guerra, lo siniestro de los resortes que la activaron, la exaltada obsesión nacionalista centrada en ese árido territorio, con tanto asunto pendiente a lo largo de la nación. Los masacrados resignificaron Malvinas, pero vale la pena no perder de vista que a esas muertes fueron conducidos de la mano o a empujones por los criminales de la última dictadura, cuya llegada al poder fue auspiciada por establishment e iglesia, esos sectores, como se decía en lo de Neustadt y Grondona, a los que les interesa el país. “La dictadura militar y el menemismo son espejos uno del otro, dos procesos que no pueden entenderse uno sin el otro –dirá Gamerro dentro de un rato, unas líneas más allá–. Lo que me parece interesante no es decir esto, que ya ha sido dicho muchas veces, sino hacerlo funcionar en una trama y un espacio escénico”.

Ahora Gamerro, Tantanián y Diego Velázquez, el actor que encarna al protagonista de Las islas, el ex combatiente y hacker Felipe Félix, acaban de sentarse en un bar de la avenida Corrientes, a un par de cuadras del teatro, y se disponen a hablar de sus trabajos y experiencias, de la obra, de Malvinas. Ahora, en el presente desplazado por el tiempo en el que ellos dijeron, dicen, dirán, es de noche y han pasado unos pocos minutos desde que terminó el ensayo en el Alvear. Un rato más atrás, entonces, sobre el escenario, a diez años exactos del fin de la guerra, este veterano treintañero era convocado por el megaempresario Fausto Tamerlán (Luis Ziembrowski) a una de sus flamantes torres en Puerto Madero. Este magnate está recibiendo, le cuenta ahí, una serie de extorsiones: un tal “Mayor X” le pide dinero a cambio de información sobre el destino de su primogénito, que fue como voluntario a la guerra y permanece desaparecido desde entonces. Fausto hijo y Felipe fueron compañeros allá, pero el hacker no recuerda nada de lo que vivió en las islas: una esquirla de casco que permanece incrustada en su cabeza le borró, al parecer, la memoria sobre esos días. Tamerlán es un megalómano con ideas deliradas acerca de la pureza de la descendencia y el poder y tiene cerca suyo compañías inquietantes: matones de los servicios, un psicólogo-consejero-montonero que lo secuestró en los ’70 (el doctor Canal, interpretado por Pablo Seijo) y un hijo menor, César (Nahuel Cano), resentido y despreciado. Pero Felipe, que tiene contacto con ex compañeros, acepta el encargo y encara un recorrido de investigación que dejará retratados a una serie de personajes vinculados a la guerra: el capitán Verraco (Julián Vilar), fanatizado con volver y recuperar las islas; Gloria (Analía Couceyro), una ex detenida guerrillera que termina yéndose a vivir con un torturador (“Cuervo”, Iván Moschner) que también combatió en Malvinas. Y sus viejos compañeros, de un lado y otro en su propia consciencia.

Fabuloso asomarse con el libreto leído a los ensayos en el Alvear, a pocos días del estreno, como para ver los hilos de la adaptación, la encarnadura de los personajes del libro, la adaptabilidad de las dos semiesferas que diseñó para la escenografía Sebastián Gordín, el modo deslumbrante en el que los actores entran y salen de sus roles y prueban palabras y gestos, el quinteto de músicos dirigidos por Diego Penelas como clima y parte vital de la obra, las broncas ante los incontables contratiempos y escollos con los que funciona el Complejo Teatral General San Martín bajo la administración Macri sin que esto socave el enganche emocional e intelectual del grupo con la puesta. Un par de elementos dan cuenta de la calamidad macrista: que Las islas se estrene dos semanas después de lo previsto y la irrupción de Ziembrowski hace unos días, en plena inauguración del Bafici, para reclamar al ministro de Cultura porteño, Hernán Lombardi, la firma de contratos y el pago de sueldos atrasados que se fueron acumulando. Por encima de estas sistemáticas desidias, Tantanián es contundente: “Nunca me tocó trabajar con un elenco tan comprometido con un material –asevera–. Y creo que tiene que ver con el grado de pertenencia que tiene Malvinas, y el enfoque de la obra, con todos nosotros”.

FANTASMAS Y ESPEJOS

Sostiene Tantanián que los discursos oficiales sobre Malvinas son casi inexistentes y que Las islas transita uno diferenciado que señala esa ausencia, ese olvido. Hay una escena de la obra que le va a servir como ejemplo de aproximación a esa idea: el primer encuentro entre Gloria y Felipe. “Cada uno, ahí, le cuenta su pasado al otro –dice–. El relato de ella es boscoso, barroco, complejo, lleno de detalles, tiene el padecimiento en primer plano, está cargado con la épica del detenido-desaparecido. Cuando le toca contar a él, en cambio, su relato se reduce a una línea. Me parece que esa diferencia entre estos dos relatos, puestos en los platos de la balanza, claramente no marcarían el centro del fiel, porque uno es mínimo y el otro está aceptado y forma parte del acervo histórico y de la información, hoy, sin restarle a esta presencia validez, por supuesto”. Lo fantasmático, señala, sintetiza bien Malvinas: “Félix lo dice, acá: es un fantasma, tiene relación con esos soldados muertos en las islas, pero también él es un ser que no es visto –sigue Tantanián–. Me gusta mucho una definición de Joyce en el Ulises: Un fantasma es alguien que ha devenido en la impalpabilidad por muerte, por ausencia o por cambio de costumbres. El personaje de Felipe Félix tiene de esas tres cosas. Y eso es Malvinas, me parece, en la obra y en Argentina. Sigue siendo ese lugar vacío que se llena con lo que venga. Funciona un poco como el Test de Rorschach: uno le pone la imagen que quiere ver. Las islas son esa falta permanente: la Argentina está incompleta porque no las tiene. Y es paradójico, porque si uno mira Malvinas, tampoco hay mucho ahí”.

“¿Qué era Malvinas para nosotros hasta el momento de la ocupación? –se pregunta Gamerro–. La figura de esas dos islas era un icono, como la cruz o la imagen arquetípica del Che Guevara que retrató Korda –empieza a responder–. Y después de la guerra, para la mayoría de nosotros quizás, dejando de lado a los que fueron, no se convirtió en mucho más que eso. Lo único reconocible de Malvinas es el dibujito. Una foto de su paisaje perfectamente nos puede hacer pensar en cualquier provincia de la Patagonia. Y eso tiene que ver con lo que decía Alejandro: como no son nada pueden serlo todo. El doctor Canal ve en ellas la forma de su deseo, sobre todo el deseo por antonomasia del nacionalismo argentino, sea o no militar. Una especie de Santo Grial. A tal punto que la anécdota que él cuenta, de los años ’60, el plan de un grupo de llevar a Perón a Malvinas para traerlo de vuelta del exilio, no es algo que inventé: está tomado prácticamente de la historia. La historia produjo mitos, versiones y fantasías de Malvinas mucho más poderosos que los que podría crear la imaginación de cualquier individuo”.

La potencia del imaginario respecto a Malvinas, plantea Gamerro, también debe una parte fundamental a que las islas sean dos, a que tengan esa forma de Rorscharch, o de reflejo especular. “Y por eso, tanto en novela como en la obra –explica– todo sucede dos veces. El libro transcurre muy claramente en las primeras dos semanas de junio del ’92, a diez años de las dos primeras semanas del ‘82, los últimos días de la guerra. Lo que ocurre en el presente recrea lo sucedido en el pasado: así como lo usaron los militares en la guerra, a Félix lo vuelve a usar este millonario tan característicamente menemista, Tamerlán. Y estoy pensando más bien ahora, también, que así como todos fuimos usados en esta patraña de la recuperación de las islas y participamos de eso voluntariamente, y que la sensación de bronca, estafa y culpa sucedió después de la derrota, cuando en 2001 se derrumbó lo que había nacido con el menemismo pasó algo parecido, la sensación de haber sido usados, de haber comprado un gran buzón y de haber participado activamente, haber colaborado con eso. Dictadura y menemismo son espejos, uno del otro.”

Los actores ensayando Las Islas en el Teatro Presidente Alvear, con escenografía de Sebastián Gordín

EXPERIENCIA Y REPRESENTACION

Gamerro nació en 1962, la clase que fue a Malvinas, pero tuvo la ocurrencia de haber pedido prórroga para hacer el servicio militar y recibió la noticia de la ocupación mientras estaba en México. Tantanián es del ’66 y por aquellos meses de 1982 cursaba en el Nacional Buenos Aires: cuenta que a esa altura ya había ido a alguna marcha de las Madres en Plaza de Mayo y que los preceptores del Colegio procuraron arrearlos a la manifestación de aquel 2 de abril. Por entonces Diego Velázquez tenía seis años: “El recuerdo más persistente de esa época es haber visto por televisión la propaganda de la nenita cantándole al hermano que estaba en el frente”, dice. “Hoy le mandé una carta, a mi querido hermano”, conmovía la niña en la propaganda militar. “Estaba el disco en casa –sigue Velázquez–. De un lado tenía eso y del otro ‘Bobby, mi buen amigo’, el tema de la policía. Es una canción muy triste y la tengo muy asociada a Malvinas. Recuerdo cierto temor porque mi tío pudiera ser llamado, aunque había terminado hacía varios años el servicio militar. Mi sensación, hoy, tiene que ver con el olvido: algo que sucedió, que está ahí, pero de lo que no se sabe mucho”. “Es más –agrega–, muchas veces al contar que iba a hacer una obra me preguntaban sobre qué era: ‘Malvinas’. ‘¡Uhhh!, reaccionaban, como si hubiera algo malo ahí. Subyacía una idea de ‘bueno, ¿para qué?’ ‘¿Vos qué hacés?’, me preguntaban. ‘Un ex combatiente’. ‘¡Uh!’”.

Tantanián plantea entonces que Las islas, tanto en la novela como en el texto para la obra de teatro, y en el espectáculo en sí, es “absolutamente imprevisible respecto a lo que uno cree que va a ver”. “Cuando el espectador dice ‘Malvinas’ tiene fijado su imaginario en Iluminados por el fuego, con Gastón Pauls –ensaya el director–. Y esto está tan pero tan lejos de eso, es tan otra cosa. La comunión que propone de lo trágico y lo cómico, el grado de distorsión que encierra, es uno de los tantos rasgos shakespereanos que contiene”. Es curioso que la vertiente de lo humorístico y de lo angustiosamente espantoso provenga del mismo sitio: la bestialidad de los militares. Sigue Tantanián: “La obra es una suerte de montaña rusa, de repente desemboca en cosas tremendas y muy límite, y se dicen cosas incómodas, políticamente muy incorrectas. Hay un adicional en poder hacerlo en un teatro público: yo estoy convencido de que estamos haciendo una especie de caballo de Troya. El grado de ideología que tiene no está contemplado por el sistema del macrismo. Aunque no les va a importar, porque no les importa nada la cultura”.

La primera idea de la puesta remitió al patio de una escuela: el lugar donde todos escuchamos o supimos de Malvinas, el segundo hogar, rebobina Tantanián. Ahí, la imagen de un escenario para los actos. La unión entre idea e imagen le huyó a una concreción realista y rumbeó hacia lo abstracto: al director le gusta ligar ese patio de escuela con el viejo Teatro del Globo, “un espacio que era siempre el mismo, en el que la escenografía era hablada”. Los procedimientos de escritura de Gamerro para la puesta de Las islas, dice Tantanián, “son claramente deudores de una concepción isabelina del teatro”. “Aunque los personajes no son neuróticos –continúa–, están plenamente dados vuelta: todo lo que sucede en su interior está exteriorizado, y hasta desmadrado. Con la excepción de Félix, que es claramente un testigo de todo eso, de los otros, de quienes lo rodean.”

“El personaje de Felipe es una cosa en la novela y otra en la obra –retoma Velázquez–. Si en la novela es el narrador y el que lleva la cosa adelante, acá, como dice Alejandro, es un testigo que asiste a todo. Y aunque está en escena toda la obra, hay muy pocas pistas en el texto respecto a qué hace. Es más, casi no hay acciones. Así que al principio me tomé el tiempo, simplemente, para estar y ver qué pasaba con el encuentro con mis compañeros. Asistir, ver, escuchar, y generar espacio para que eso tenga eco en mí y pueda transformarse en el desarrollo de la obra. Por otro lado estaba el tema de qué es y qué significa el personaje: Malvinas, ex combatiente. Leí muchos relatos, vi material de archivo, pero no para tratar de copiar algo, sino para intentar achicar la diferencia entre esa experiencia que ellos vivieron y lo lejano que está de mi realidad. No deja de ser una fantasía para mí la guerra y lo que vivieron. Pero también creo que todas las situaciones son fantasía para un actor, por más que hagas realismo norteamericano alrededor de un living. Así que busqué entender no desde un lugar lógico, sino sensible. Y en un momento de los ensayos hubo un click: encontré un parentesco entre ellos y yo. Muchos relatos de ex combatientes hablan de querer volver a las islas, de haber dejado allí algo que no se sabe muy bien qué es, aunque es parte fundante de cada uno. Haber ido niños y haber vuelto vaya a saber uno qué. ¿Quién no quiere volver al lugar donde perdió todo? La inocencia, la niñez, las expectativas. Y si encima todo eso se perdió por culpa de terceros, por intereses ajenos, por irresponsabilidades de la gente en la que uno confía, las circunstancias se vuelven dramáticas. Y eso sí puedo usarlo para enmarcar el rol de Felipe. Eso y el trabajo de mis compañeros, que es el alimento principal para el desarrollo del personaje”.

El trabajo de Velázquez en Las islas estremece.

Maquetas

ADAPTAR LAS ISLAS

“Me produjo hepatitis”, contesta Gamerro cuando se le pregunta por el trabajo de adaptación de su novela. No es un chiste: “Quedé amarillo como la tapa de la primera edición del libro, en Simurg”, grafica. “Estaba totalmente trabado, y no por decir ‘ay, no se me ocurre’ –explica–. Pensaba que por más que lo condensara no sería dramático, que su estructura no era apta para teatro”. Esto fue hace dos años, pero Tantanián tiene otra hipótesis respecto a la hepatitis: “Te habías comido unos ravioles de búfalo”, recuerda. “Yo sostengo que fueron Las islas”, se mantiene Gamerro, y se larga a desgranar el proceso. “El libro es un bodoque de 600 páginas y de esto no queríamos hacer una obra de seis horas, sino una de dos, como corresponde. Pensé en qué escenas me gustaría a mí, como espectador, ver, y metafóricamente hablando las puse arriba de la mesa. Luego pensé en qué trama podía hilarlas sin cambiar personajes o escenas en su funcionamiento dramático. Y salió otra historia: en la novela el centro está puesto en el crimen que comete César, el hijo menor de Tamerlán, y la necesidad del padre de eliminar a los testigos: para saber quiénes son los testigos contrata a Félix. En medio de esto surge la devastación que produce en Tamerlán la desaparición en Malvinas de su primogénito, el hijo casi clonado: en la obra voy directamente a esta otra parte. Desde ahí surgieron otros cambios: aquí lo central es si Félix tuvo contacto con Fausto hijo y lo recuerda, y para complicar eso y convertirlo en motor de la trama tiene una amnesia que parece de origen traumático o psíquico. Eso me llevó un año y medio, y llegó un punto en el que le dije a Alejandro ‘mirá, yo solo no puedo hacer más nada’”.

Cuenta Gamerro que ahí empezó el mayor aprendizaje: ver a los actores interpretando y diciendo sus textos. Porque casi sin pensar pescaba qué funcionaba y qué no, qué debía quedar y qué salir. Estuvo en la mayoría de los ensayos: “Cuando lo cuento suelen decirme ‘ah, claro, para que no te toquen el texto’, y no, es al revés: voy para que me ayuden a cambiarlo”. “Que escuchen esto los autores de teatro”, insta Tantanián, contentísimo con la participación activa de Gamerro ahí pero bueno, aclara, llega un punto en el que es útil que el autor se borre, ese asunto de moverse sin la mirada del padre de la criatura, que también incluye al director, claro.

Enseguida cada uno va a tomar su rumbo, pero queda todavía alguna pregunta, alguna respuesta. El rol de quienes fueron militantes en la obra, las resonancias de Las islas hoy. “Es difícil decir algo que no sea chupado por cualquiera de las dos posturas tan crispadas y antagonistas que hay en este momento alrededor del tema –dice Gamerro–. Acabo de publicar Un yuppie en la columna del Che Guevara, que trata muy directamente el tema de los ‘70, la militancia y la guerrilla, y por las pocas lecturas de las que tuve noticias veo que hay gente que la toma como una especie de burla y condena de los ideales de los ‘70, sobre todo de la lucha armada, y otros que la ven como un homenaje. La verdad es que es las dos cosas, pero si tuviera que inclinarme diría que es más un homenaje que una crítica. La burla y la exageración, bueno, qué sé yo, es una constante en mí, es lo que me sale. El respeto podrá ser útil en la vida cotidiana, pero para la literatura es una pésima fuente de inspiración. En cuanto a la relación de todo eso con el presente está clarísimo que contra todos los pronósticos, y sobre todo los de los ‘90, que daban a esa época por liquidada, vemos que esas discusiones vuelven enriquecidas, modificadas, desplazadas. El pasado reciente es político, no es histórico todavía, en el sentido de que es parte activa del presente. Hoy más que nunca una obra sobre la guerrilla, la militancia o Malvinas está hablando profundamente de nuestro momento actual.”


Las islas se estrena el próximo 27 de abril en el Teatro Presidente Alvear, Avenida Corrientes 1659. De miércoles a sábados a las 20, y domingos a las 19:30. Entradas desde $ 15. Miércoles día popular.


Fotos: Ernesto Donegana

Subnotas

(Versión para móviles / versión de escritorio)

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS rss
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux