URBANIDADES > LOS HOMBRECITOS DEL SEMáFORO
Por su ubicuidad da la impresión de que siempre fueron parte del paisaje de las ciudades. Pero no: los hombrecitos verdes que dan permiso para cruzar en las calles del mundo fueron inventados en la República Democrática Alemana por el psicólogo y diseñador Karl Peglau y en pocos años se diseminaron por todas partes. Hoy, una instalación artística ubicada cerca del Ground Zero en Nueva York muestra una colección de fotografías globales que exhibe al hombrecito en toda su diversidad cultural. Y también se dieron a conocer campañas, incluso en Argentina, que proponen otra diversidad básica: la de incluir mujercitas, porque las peatonas también existen.
› Por Federico Kukso
Los hombrecitos verdes existen. Están entre nosotros. De hecho, están en todos lados: en las esquinas porteñas, en las calles de París, en los caminos de Kiev, Moscú, Londres, Seúl, Nueva York, Roma. Y más. Desde hace 50 años que observan a todo el mundo pasar y de vez en cuando son mirados con desdén, desinterés y demás actitudes encabezadas por el prefijo “des”. Desde su llegada o aparición, se camuflaron progresivamente entre la invisible escenografía urbana deshistorizada, se convirtieron en aquellos cotidianos elementos de utilería que luchan por resaltar en el bombardeo visual que empieza y termina todos los días (publicidades engañosas, afiches electorales, stencils ingeniosos, volantes de chicas deseables por 20 pesos o menos). Sin embargo, la constante de estos extraños y a la vez conocidos personajes es el fracaso. Y la indiferencia su condena: no hay peatón que piense en ellos por más terrestres, globales y geométricamente simples que sean.
Estrellas del diseño, estas figuras verdes cuyas naves espaciales son los semáforos peatonales no vienen de Marte sino de una tierra también congelada en el tiempo: la extinta República Democrática Alemana o Alemania del Este. Así como los primeros Homo Sapiens salieron de Africa hace unos 70 mil años, estos hombrecitos verdes partieron de Berlín Oriental el 13 de octubre de 1961. El ancestro más antiguo de estos humanos verdes en miniatura no se llama ni Australopithecus afarensis (o Lucy) ni Ardipithecus ramidus (o Ardi) sino Ampelmann (o Ampelmännchen, en plural), cuyo look era (y es) más jovial, simpático y burgués que el de sus descendientes.
Fue lo que quiso su creador olvidado, el psicólogo Karl Peglau. “Por entonces, con el aumento de autos en la ciudad, los accidentes de tránsito que involucraban a peatones estaban en aumento –recordaba el padre del símbolo, antes de morir en 2009 a los 82 años–. El Ministerio de Tráfico alemán me encargó desarrollar un nuevo tipo de semáforo. Las luces rojas, amarillas y verdes no hacían más que confundir a las personas que caminaban por las calles así que se me ocurrió la idea de utilizar un hombrecito cuyo lenguaje gestual fuera comprensible por todo el mundo. Debía ser simpático, atraer la atención de los chicos y ser reconocido con facilidad por los ancianos. Mi secretaria Anneliese Wegner dibujó los primeros bocetos. Tenía sombrero, sus piernas y brazos eran cortos y transmitía cierta calidez humana. Temí que lo fueran a rechazar pero el ministerio lo aprobó casi sin objeciones”.
Sin saberlo, Peglau –infinitamente menos conocido que Walter Gropius, cerebro de la Bauhaus, y que el gran diseñador gráfico Gunter Rambow– había creado una contradicción: un icono pop del comunismo, un símbolo cultural que sobrevivió a la caída de un régimen político, económico, social e ideológico al volverse global.
Ya en los ‘80, los Ampelmänchenn se habían escapado de sus manos (y de los semáforos): precursores de Fleco y Male (pero exitosos), estos hombrecitos verdes evolucionaron y se convirtieron en las caras visibles y los personajes centrales de la educación vial en las escuelas alemanas. Protagonizaron cómics, programas radiales y hasta tenían su espacio en televisión en una tira llamada Stiefelchen und Kompaßkalle que se emitía en el programa infantil más visto, Sandmännchen (u Hombrecito de arena).
Ni siquiera los terremotos políticos como el vivido en Alemania a partir de 1990 durante la reunificación lograron tumbar a los Ampelmänchenn. No bien varios de estos semáforos peatonales de Alemania del Este fueron reemplazados por los occidentales, las campañas de protesta se multiplicaron y salvaron a estos hombrecitos verdes de la extinción. De meras señales del tránsito, los Ampelmänchenn se habían convertido en objeto de culto, el fetiche de la simbología de la llamada “Ostalgia” (o nostalgia por la República Democrática Alemana) junto el auto Trabant (o Trabi), el café Mocca Fix Gold y los pepinos Spreewald (o Spreedwaldgurken), como se ve en la película Goodbye, Lenin!.
Como ya ocurrió con la imagen del Che Guevara, la máquina capitalista del merchandising –la tiranía del souvenir y del gift shop– en los ‘90 abdujo a los hombrecitos verdes y ahora se los puede ver en cada rincón de Alemania (y fuera de ella) en remeras, llaveros, bolsos, hieleras, tazas y demás productos-fragmentos de la identidad alemana hallables y comprables en Ampelmannshop.com, como parte de un negocio que factura 2,5 millones de euros al año.
El verdadero éxito de los Ampelmänchenn, en realidad, se dio fuera de las fronteras teutonas. No hubo límite político ni geográfico capaz de detener su dispersión por el mundo. Como todo signo eficaz –simple y útil–, rápidamente fue adaptado en cada país donde hubiera un auto y un potencial peatón atropellado. O sea: en todo el mundo. Pero para transformarse en un icono universal los Ampelmänchenn tuvieron que sufrir una pérdida: su historia, el nombre de su creador y las circunstancias de su nacimiento fueron olvidadas. En un proceso de selección más artificial que natural, estos hombrecitos verdes se adaptaron a sus nuevos ambientes. Si Darwin los viera: en cada país, su fisonomía se alteró para concordar con un ideal, con la imagen social (y cultural) del cuerpo masculino. Y al hacerlo, estas figuras se incorporaron como un elemento más de la identidad visual que cada ciudad genera. Se volvieron un signo multiculural. En China tienen cabeza redonda, en Inglaterra caminan para la izquierda, en Austria son bastante musculosos, en Bélgica los acompaña una mujer, en Polonia parecen robots, en Grecia son luchadores olímpicos y en Dinamarca son soldados y llevan rifles.
Las diferencias entre unos y otros son en general mínimas e imperceptibles pero saltan a la vista una vez que se los alinea y se los ve uno al lado del otro. Así, por ejemplo, lo hizo la fotógrafa israelí Maya Barkai. Tras recibir la ayuda de cientos de conocidos (y desconocidos) y de amigos de amigos que subieron al sitio Walking-men.com los retratos fotográficos de estos hombrecitos tomadas en distintas ciudades del planeta, Barkai con paciencia los juntó y, también, los admiró. El resultado es una instalación artística urbana emplazada cerca de Ground Zero en Nueva York: un gigantesco collage compuesto por 99 de estos hombrecitos bidimensionales –estandarizados pero aún así diversos– dispuestos de tal manera que exhiben sus semejanzas pero sobre todo sus diferencias como parte del vocabulario gráfico de la humanidad.
Al ver la instalación de cerca o de lejos, lo primero que se advierte es la predominancia de testosterona. De las 99 figuras, sólo tres son femeninas. “La silueta masculina prevalece como representación de toda nuestra especie en todas las sociedades del planeta –indica la artista plástica uruguaya Luz Darriba–. Hay una ausencia de representación femenina en las calles que contribuye a la invisibilidad y la falta de autoestima.”
Para empezar a revertir la situación, junto a su hija, Micaela Fernández Darriba, y varios voluntarios, esta artista comenzó en 2006 una iniciativa de bajo costo económico pero de alto valor simbólico. El 8 de marzo de ese año (Día Internacional de la Mujer) salieron a las calles de Lugo, al norte España, y estamparon en cada semáforo peatonal que vieron un sticker con iconos femeninos. La intervención urbana llamada “Señales: peatona, tú también puedes cruzar” tuvo su repercusión: en ciudades españolas como Fuenlabrada, La Coruña y Zaragoza se adoptaron semáforos peatonales mixtos.
En 2009, la misma acción se realizó en 200 semáforos del microcentro porteño (www.luzdarriba.com/senales_II.htm) pero sin muchos cambios en un país como la Argentina donde existe un proyecto presentado en 2006 por Osvaldo Nemirovsci y Diego Sartori en 2006 en la Cámara de Diputados para volver a los semáforos peatonales de calles y avenidas más diversos.
Los hombrecitos verdes reclaman compañía.
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