MúSICA > ANDY IRVINE, LEYENDA DEL FOLK IRLANDéS, EN ARGENTINA
Es uno de los nombres más importantes del folk irlandés, especialmente gracias a la banda que formó en los años ’70, Planxty, con el también legendario Christy Moore. Pero Andy Irvine siempre eligió ensanchar las fronteras del folk investigando en música de Europa del Este, especialmente de los Balcanes y Grecia, sin perder su esencia de trovador rockero. El mes pasado estuvo tocando en Capital y ahora está de gira por la Patagonia con el violinista holandés Rens Van der Zalm presentando su último disco, Abocurragh.
› Por Sergio Kiernan
Allá por el lago Puelo, bien al sur, anda ahora un personaje. Es un irlandés feliz por el vino tinto, que se confiesa raro por su flojo gusto por la cerveza. Es una estrella totalmente legendaria en varios países que es feliz en el anonimato argentino, dando un par de conciertos para poder venirse y tocando en Bariloche y El Bolsón para quedarse en uno de sus lugares en la tierra, la Patagonia. Andy Irvine se preocupa sólo por saber si el viaje en micro es cómodo, y ahí se va cargando una rara cítara.
A partir de que parecía que se hacían ricos, los irlandeses se pusieron de moda, lo que hizo que florecieran pubs por el mundo y que hasta los chinos aprendieran qué es una pinta. Pero la Guinness vino atrás de la verdadera exportación cultural, que fue la música, seductora como pocas y de las que no necesitan traducción. Lo que descubría el mundo no era, en rigor, la música folklórica de Irlanda –que es un gusto adquirido, insular, como todos los folklores– sino la suerte de fusión que inventa un país que mira televisión y escucha rock.
Irvine andaba por ahí en esos sesenta y para el Verano del Amor ya tenía su primera banda, los Sweeney’s Men. Irvine y la mayoría de los entonces jóvenes nuevos músicos eran skifflemen, tocadores de ritmos nerviosos, bluseados, música campesina norteamericana que había nacido irlandesa y se había contagiado de todo tipo de influencias. Para 1966, Irvine ya había mochileado por toda Europa y había encontrado el raro instrumento de sus amores –el que anda arrastrando por nuestro sur–, que es un laúd griego llamado bouzouki.
Pero el Irvine que uno ama realmente es el de Planxty, la banda que formó en 1971 con Donald Lunny, Christy Moore y Liam O’Flynn, un raro producto que suena exactamente contemporáneo cuarenta años después. Ni siquiera hay que lamentar los arreglos, porque este cuarteto nunca se movió por ninguna moda, lo que explica que Bob Dylan fuera un fan e hiciera sus versiones de algunos temas, y que Ian Anderson los silbara hasta en la ducha. Es difícil sobreestimar el poder que fue Planxty, que casi que creó lo que hoy llamamos música irlandesa.
Lo curioso de tener sentado a Irvine en un café de Buenos Aires es la perfecta ausencia de estrellato. El hombre es un profesional, contento de hacer lo suyo, y el momento de orgullo es sólo cuando abre la billetera y saca su credencial de la IWW, la Federación Internacional de Trabajadores Industriales que fundaron los anarquistas en tiempos del bombín, que dio los mártires sindicales más conmovedores de Estados Unidos y sigue siendo “una leyenda romántica, un gesto de desafío”, como la define este afiliado.
Irvine viene siempre que puede a la Argentina y anda agradecido a la Embajada de Irlanda por organizar este tercer viaje y un concierto en el Borges. Para el sur se va con su amigo y violinista Rens Van der Zalm, evidentemente holandés. Allá los espera el productor, editor vía Internet, granjero y músico Sergio González, un viejo amigo que es la razón de ir al lago Puelo. Estas redes “de trovador” ya crearon largas estadías en lugares como Australia o Canadá, y ahora les darán a unos suertudos patagónicos algunos conciertos.
Andy Irvine toca el viernes que viene en Azúcar Pub, Islas Malvinas 2771, El Bolsón.
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