MúSICA > EL NUEVO DISCO DE KATE BUSH
Desde que empezó su carrera con una canción inspirada en Cumbres borrascosas de Emily Brontë –donde interpretaba a una Catherine aniñada y fantasmal–, Kate Bush se definió valientemente como una excéntrica que, siempre, iba a hacer sólo lo que quería. Y de eso se trata 50 Words for Snow, su nuevo disco, una suerte de álbum conceptual sobre la nieve con colaboraciones de Stephen Fry y Elton John donde canta sobre amantes, espíritus de los bosques, perros perdidos y hasta cómo hacer el amor con un muñeco de nieve.
› Por Rodrigo Fresán
El Mondo Pop está lleno de locas pasajeras –Cindy Lauper, Tori Amos, Lady Gaga, Florence + The Machine y un largo etcétera–, pero sólo hay una que llegó para quedarse. Y es la más loca de todas. Y (aunque alguno propondrá la candidatura de Patti Smith) para mí la más talentosa de todas y todos de pie: Kate Bush.
Y en 50 Words for Snow –su opus diez y apenas su segundo álbum de material nuevo en 17 años, hace unos años tuvimos el sublime y doble Aerial en 2005, y a principios de este 2011 que se acaba esa reinterpretación de material añejo en Director’s Cut– Lady Bush nos entrega el más bizarro y formidable christmas album desde aquél de Bob Dylan. Aunque en realidad, más que christmas album es un winter album. Pero aquí, en verdad, el tema es la nieve. La nieve como la supieron ver y mostrar Orson Welles y Frank Capra y Tim Burton. La nieve –como alguna vez apunté y vuelvo a admirar– como el mejor efecto especial y acaso la única prueba atendible de la existencia de Dios. La nieve como milagro al que Bush le pone letra tormentosa y música calma (recordando más a las atmósferas reposadas de The Sensual World y al lado B de Hounds of Love que a los orgasmos rítmicos de su lado A o a Never For Ever) y, como de costumbre, dejando caer historias y tramas que hacen siempre un perfecto equilibrio entre lo gótico y lo absurdo, lo dramático y lo ridículo. Y, por supuesto, el que en 50 Words for Snow –título que remite a las cincuenta palabras diferentes que los esquimales utilizan para percibir y definir las diferentes texturas y tipologías de la nieve– Kate Bush tenga frío no significa en absoluto que Kate Bush no esté caliente. Como siempre.
Porque, recuerden, desde los tiempos de ese éxtasis giratorio que fue su triunfal single debutante “Wuthering Heights”, recién descubierta por David Gilmour, Kate Bush –53 años para decir genia– no ha parado de cantarle al amor como fuerza desenfrenada y latido de torch songstress. No importa el destinatario de su pasión, que va del suspiro al alarido –llámense Heathcliff, un niño fantasmagórico y jamesiano, Leopold Bloom, un lavarropas, Wilhelm Reich, Peter Pan, su propio hijo y siguen los amantes y los amores–, pero sí importa el modo en que, con cada canción, decide amarlos cantando.
50 Words for Snow es, por supuesto, otro disco de amor y de amantes en el que los siete tracks que van de lo breve a los casi catorce minutos se apoyan casi por completo en Bush y su voz y su piano amparados por colaboraciones de lujo: la sutileza en la batería de Steve Gadd, las suaves guitarras y bajo de los habitués Dan McIntosh y Del Palmer y sorpresas como el actor Stephen Fry (en el rol de Profesor Joseph Yupik, apellido que no es otra cosa que el nombre de una tribu innuit de Alaska y Siberia), Andy Fairweather-Low y un inesperado (pero no tanto, si se tiene en cuenta que Bush siempre lo señaló como uno de los héroes de su juventud) Sir Elton John. Pero, por debajo de melodías sinuosas que parecen caer y disolverse en nuestros tímpanos (y que aquí exigen de varias felices escuchas antes de desenredarlas y apreciarlas en su justa medida y gracia) lo que aquí se impone, como en cada uno de sus trabajos desde The Kick Inside (1978), son las letras o, como prefiere decir ella, los “cuentos” o “pequeñas historias” o “personajes”. Ideales, en este caso, para que nos los cuenten y oírlos junto a una chimenea.
Así “Snowflake”, “Lake Tahoe” y “Misty” funcionan como una suerte de suite en tres movimientos y treinta y cinco minutos. Una canción fundiéndose en la otra. La primera –en la que participa Bertie, trece años, hijo de Kate Bush– es la emocionante odisea celestial-terrena y en primera persona de un copo de nieve contando su descenso desde las alturas. En la segunda –acompañado por los cantantes líricos Stefan Roberts y Michael Woods y, tal vez, el fantasma de Schubert– un espíritu hembra de los bosques que vaga junto a las orillas de un lago experimenta la felicidad de encontrar a Snowflake, su perro perdido. La tercera –de la que está hablando todo el mundo y que puede considerarse como la piéce de rèsistence de 50 Words for Snow– son los diez minutos y segundos de la muy comentada y muy conocida como “La-de-Kate-Bush-Haciéndole-El-Amor-A-Un-Muñeco-De-Nieve”. Y lo del principio: lo que en cualquier otra cabeza y garganta sonaría a tontería freak aquí es algo emocionante y, sí, excitante rematando en sábanas mojadas y en la pregunta de a dónde se ha ido ese amante frígido pero ardiente. Lo que podría considerarse la segunda parte del asunto abre con el apenas saltarín single “Wild Man” en el que Bush cuenta las soledades y fugas y placeres singulares del yeti y, por momentos, parece referirse a su propio perfil de artista distinta, inasible y a la que ahora ves y ahora no ves (y aprovecho aquí para recomendar esa muy seria y esclarecedora biografía suya que es Under the Ivy, de Graeme Thompson). “Snow in at Wheeler Street” –en la que canta Elton John– es algo así como la versión bizarra de una de esas arias de Andrew Lloyd Webber, algo así como un fragmento perdido de un musical de Broadway filtrado o cruzado por el pasadizo secreto de Bushway: la saga cronotópica y flamígera e inflamable de dos amantes que se conocen en la Roma en llamas de Nerón, se reencuentran primero en el París de Madame La Guillotine y en la Londres del Blitz y vuelven a reunirse en las torres del World Trade Center una neoyorquina mañana de septiembre del 2011. “50 Words for Snow” es el inevitable tema “loco” que siempre asoma la cabeza en toda empresa de Bush Inc. Allí, Bush aparece como una suerte de dominatrix lingüística azotando a un Stephen Fry obligado a enumerar cinco decenas de variaciones de la palabra nieve yendo de “braile de mirlo”, pasando por “flema de neige” y “mala para los trenes” hasta llegar, por supuesto, a la número cincuenta: “nieve”. El cierre es “Among Angels”: Bush sola al piano –un poco en plan Keith Jarret, un poco en plan Michel Nyman– confiándonos, con voz madura y sentida, que “hay alguien que te amó por siempre pero tú no lo sabes / Puede que lo sientas, pero no puedes mostrarlo”.
Y volver a empezar, volver a nevar. Porque entre tanta reedición del catálogo de Pink Floyd, del Aqualung de Jethro Tull, de la Quadrophenia de The Who, del Achtung Baby de U2, del Smile de The Beach Boys, de la Melody Nelson de Serge Gainsbourg y de las Some Girls de The Rolling Stones como productos a plantar en el arbolito de adultos navideños con mucho dinero para volver a gastar en algo que ya escucharon tantas veces, y no me parece mal que así sea pero...– me parece algo digno de celebrar la aparición de algo nuevo –un presente con mucho futuro– que ya es un clásico.
Y que no dejará nunca de sorprendernos y de regocijarnos.
Como si fuese siempre la primera vez.
Como la nieve.
Hace frío y no nos falta un abrigo: tenemos 50 Words for Snow.
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