FOTOGRAFíA > LAS FLORES EXPLOTADAS DE JULIETA ESCARDó
¿Cuán frágil es la belleza? ¿Es capaz de seguir siéndolo en el instante en que es destruida? ¿Es posible capturar ese instante en que lo que era y lo que quedará de ella se encuentran? Con trotil, pólvora y ayuda de expertos en efectos especiales, a fuerza de un par de lentes y cámaras dañadas y para salir del clima de tristeza que venía respirando en su vida y en sus fotos, Julieta Escardó se dedicó durante el último año a fotografiar flores en el instante en que explotan. Su muestra Nada que temer las expone en su trágica belleza y en su plasticidad formal, rodeadas de sugestivos testigos capturados –ellos también– en el instante en que sucede lo inesperado.
› Por Mercedes Halfon
Hay un sonido antes del estallido y otro después. El antes es el sonido del campo, los pájaros, apenas matizado por el zumbido tenue de la mecha consumiéndose. Después no se escucha nada. Hasta los pájaros se llaman a silencio. Es que en el medio tuvo lugar el instante decisivo en que todo voló por el aire. Un momento de inmensa belleza que el ojo humano no podría contemplar sin la ayuda de un lente fotográfico. A esta tarea se dedicó Julieta Escardó durante un año. A escuchar y registrar, tirada en el pasto, la imponente danza que forman las explosiones. Claro que no se trataba de cualquier estallido: no eran previsibles demoliciones de edificios, ni dementes bombas de destrucción masiva. Los objetos llamados a desmembrarse veloz y violentamente eran flores. El símbolo de la belleza por excelencia, las más delicadas y frágiles integrantes de la naturaleza, destruidas en mil partes. Eso es Nada que temer, la muestra que Escardó inaugura en la galería Meridion. Fotografías de estallidos multicolores de tallos y pétalos, acompañadas por otras de animales de igual resonancia mítica –ruiseñores, lobos, cisnes– observando tan extraño acontecimiento.
Julieta Escardó, fotógrafa, curadora, docente, hace años que viene fotografiando flores. No como serie, sino como un objeto privilegiado para su mirada. Tanto en su libro recientemente editado Perras lunas (La luminosa, 2011) como en su muestra anterior Viaje doble (Mapa líquido, 2008), aparecían una y otra vez. Pero la forma en que aparecían era en su costado menos esplendoroso, es decir, marchitándose. Ella cuenta que cuando fue a ver esa muestra suya y se encontró con aquellas imágenes tan tristes, tuvo la certeza de que ese período había terminado. “Fue una etapa medio tanática de mi vida. Pasaron muchas cosas, la muerte de una amiga muy querida, mi pareja de ese momento y yo perdimos el trabajo, fue el 2001, mi papá quebró, en fin. Esa muestra fue importante por eso, por la honestidad de representar toda esa época. Pero mirando esas fotos, tuve ganas de hacer otras, más grandes, coloridas, vitales y hasta más eróticas. Me dieron ganas de explotar todo eso que veía. Pero no metafóricamente, sino de verdad. De la idea al hecho. Una forma bastante contundente de decir basta de esa cosa un poco depre que me había tomado durante tantos años.”
Y después fue una especie de fiebre. Ponerse a investigar cómo llevar esa demencia a cabo. Consultar con expertos en efectos especiales, en explosivos, casi destruirle el estudio a un amigo, romper cámaras, lentes, probar trotiles de distintas clases, en distintas proporciones, hasta dar con el tipo exacto que buscaba. Lo interesante es que toda esa investigación, todos los intentos fallidos, forman parte de lo que se ve en las fotos. Hay una aventura implícita en cada imagen. Un proceder que las emparienta con la fotografía documental. Eso de ir en busca de un hecho que dura una fracción de segundo y que la cámara puede captar, o no captar. Exagerando, podríamos decir que hasta hay una relación con la fotografía de guerra. Como si al registrar explosiones, atrincherada tras una chapa acanalada, fuera una suerte de Robert Capa más liviana y colorida.
Nada de esto es casual. Julieta Escardó trabajó años como foto-reportera en distintas revistas, y en fotografía documental como parte del archivo visual de las Abuelas de Plaza de Mayo. Y esto, inevitablemente, se filtra en su obra. Sin embargo, estas flores voladoras no son para nada espontáneas. Alguien las puso ahí, alguien las detonó. La misma Julieta que, quebrando la línea que venía dibujando su obra hasta el momento, le puso fastforward al devenir: en vez de esperar que los capullos fueran flores y luego iniciaran su descomposición, cargó de explosivos su mochila y se puso a disparar (la cámara).
Por eso, si bien las imágenes son formas de la naturaleza, lo que pasa con ellas no es natural. ¿Cómo podrían si no las flores estallar? Hay una apuesta por la ficción al crear una imagen que ocurre en un orden de cosas sobrenatural. Hay también un pajarito –un ruiseñor, podríamos imaginar– que mira con un gesto como de quien sabe algo. Y un cisne que fosforece en la noche y un lobo que escapa, pero en su huida echa un vistazo hacia a la cámara. ¿Qué hacen esos animales ahí? ¿Qué advierten? Su presencia es clave, ya que al adquirir testigos, un punto de vista, lo que está pasando se vuelve más real. El estallido floral deja de ser sólo un hecho bello para tomar resonancias de extraña catástrofe. Un desastre del que sólo los animales tienen noticias.
Más allá de estos pequeños e inciertos relatos, Nada que temer pone de manifiesto otra cosa. Cada una de las fotos plantea una disposición de elementos inédita, incitándonos a disfrutarla, con un placer similar al que produce mirar nubes. No se puede eludir la belleza puramente formal de las explosiones, igual que la que casi cien años atrás proclamaban los futuristas italianos. Dice Julieta Escardó: “Se producían muchas sorpresas con las fotos. Era muy inesperado lo que se creaba en cada imagen, todas formas nuevas. Volví a enamorarme de lo plástico con estas fotos. A veces me hacían acordar a esas esculturas de Ennio Iommi, que son como unas construcciones que parecen sujetas por un hilo invisible. En este caso también, parecen esculturas en las que no se ven los tensores. Con las explosiones pasa algo peculiar: la mitad de las esquirlas vuela hacia adelante, la otra mitad vuela hacia atrás. El humo le da una especie de perspectiva atmosférica. Me llegaban a preguntar si eran imágenes en 3D”.
Entre lo documental y lo puramente formal, entre la naturaleza bucólica y la fantasía postnuclear, Nada que temer –título-mantra que conjura el peligro de toda la muestra– propone una síntesis. Aunque la tensión mayor, tal vez la más grande dicotomía que presentan las fotos, es ésta: si bien estamos viendo algo a punto de sucumbir, nunca estuvo más vivo que en el instante de ser fotografiado. El movimiento es extrañamente vital. Algo que nuevamente nos lleva al proceso de producción de las fotos: “Parte de la vitalidad del trabajo tiene que ver con las tomas. Te tenés que tirar en la tierra, cubrir y fotografiar como si estuvieras en medio de una batalla. Y siempre se cuela el azar en lograr sacar una imagen. Las explosiones son tan rápidas, tan fugaces, que la velocidad de la cámara no llega a hacer más de una toma. O tenés una, o no tenés nada”.
Por eso, además de lo documental, además de lo ficcional, estas fotografías se adueñan de otro costado de su disciplina: el de revelar algo que estaba ahí, pero oculto a nuestros ojos. En vez de duplicar lo que vemos –para conservar o para contar una historia–, mostrarnos algo nuevo, insospechado. “Me gustó aprovechar esa cualidad de la fotografía como posibilitadora de ver lo que no ves.”
Nada que temer es también un trabajo sobre la velocidad. Sobre alterar los tiempos y acelerar el ritmo de los hechos para luego detenerlos con la cámara para siempre. Tiempos acelerados que contagiaron a la misma Escardó, que por primera vez en su vida muestra sus fotos en un lapso inferior a los diez años. De hecho, estas fotos son del 2011. Tienen la pólvora aún fresca. Nada que temer propone un viaje así, veloz, intenso, tanto en sus imágenes como en el proceso de conseguirlas. Tal como dice la frase de Alberto Greco que Escardó cita: “La única obra de arte es el hombre en función de la aventura”. Ir en busca de los estallidos que nos hagan estallar.
Nada que temer
Julieta Escardó
Galería Meridión (Chile 1331)
Tel.: 15 5761 4116
Abierto de miércoles a viernes de 14 a 19
Hasta el 17 de diciembre
(Versión para móviles / versión de escritorio)
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