Dom 08.01.2012
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CINE > 50/50: EL CáNCER EN EL CINE, ENTRE LA RISA Y EL DRAMA

Esa cosa que empieza con C

El cine y las series de televisión han desarrollado en la última década y pico una relación cada vez más frecuente con el cáncer: como metáfora, como castigo, como manipulación, como resolución, como disparador narrativo. Ahora, 50/50 lo aborda sin solemnidad, sin moral y con una dosis de humor inédita. Pero no por eso, menos sentida.

› Por Javier Alcacer

“No tiene sentido. No fumo, no tomo...reciclo.” Adam (Joseph Gordon-Levitt) rechaza el diagnóstico del médico con una sonrisa a mitad de camino entre la sorpresa y la incredulidad. El profesional, con absoluta falta de empatía y tacto, le cuenta que su tumor maligno, ubicado en la médula espinal es, en realidad, fascinante y comienza una larga explicación que Adam no puede escuchar. Cuando recupera el habla, le pregunta: “¿Voy a estar bien?”. El médico le informa que si necesita alguien con quién hablar, el hospital cuenta con excelentes profesionales. Quizá por estar filmada sin subrayados, esta secuencia de 50/50 resulta brutal: el protagonista tiene cáncer y no hay nada que pueda explicar por qué (ningún destino, ningún vicio, ninguna culpa, ningún pecado...). La relación causa-efecto queda anulada. Tanto las películas como las series de TV recurrieron al cáncer como metáfora, dispositivo narrativo manipulador o condena punitiva, rara vez presentada sin caer en el golpe bajo (el premio mayor se lo lleva Magnolia). Series como Breaking Bad y The Big C se animaron a meterse con un tema que nunca deja de incomodar para centrar sus relatos en personas cuyas vidas cambian drásticamente cuando les es diagnosticado un cuadro terminal de la enfermedad. Lo mismo pasaba en la última película de Judd Apatow, Hazme reír, en la que Adam Sandler interpretaba una versión ficticia de sí mismo a la que le descubrían un caso fatal de leucemia. El otro protagonista de aquella película era Seth Rogen, quizá el actor más exitoso salido de la camada de Apatow, quien trabaja también en 50/50 y, además, se encargó de la producción. Es que la historia de Adam está basada en la de su amigo Will Reiser, autor del guión, y Rogen repite en la ficción situaciones y diálogos que mantuvo durante los días del tratamiento en el que tenía un cincuenta por ciento de probabilidad de salvarse (de ahí el título). Cuando se lanzó el trailer online, Reiser lo presentó a los espectadores invitándolos a los cines para descubrir si sobrevivía o no.

En Nueve reinas, el personaje de Ricardo Darín le decía al de Gastón Pauls que tenía una ventaja que le hacía la vida más fácil, algo que no se compra: cara de buen tipo. Lo mismo podría decirse de Gordon-Levitt, uno de esos actores con capacidad de generar simpatía de inmediato. Sorprende enterarse que éste se sumó a último momento a la película, a pocos días de empezar el rodaje, cuando James McAvoy (Expiación: orgullo y pecado y X-Men: Primera generación) tuvo que dejar el rol por cuestiones personales. Las escenas entre Gordon-Levitt y Rogen, en las que se nota un gran trabajo de improvisación, se inscribe en la tradición del bromance (una expresión que surge de la combinación entre brother y romance, y que designa relatos de fuertes amistades masculinas) que caracteriza a la Nueva Comedia Americana. Kyle, el personaje de Rogen, cree que el cáncer de su amigo es una oportunidad dorada para mostrarse como un hombre sensible y no tiene ningún prurito en usarlo a la hora de la conquista ni de recomendarle a Adam para que saque provecho. A pesar de estos momentos, no podría decirse que 50/50 se inscriba estrictamente en el género cómico, se trata más bien de un drama con pizcas de humor irreverente pero con un registro realista y un enorme respeto por la enfermedad que atraviesa el protagonista. Además de Kyle, 50/50 pone también el foco en las mujeres de Adam y en cómo lidia cada una con la situación: por un lado, la madre sobreprotectora que quiere estar presente en todo momento (Anjelica Huston), por el otro, la novia que no lo acompaña al hospital porque “no quiere mezclarse con la mala energía” (Bryce Dallas Howard). Para ayudar a Adam aparece Katherine (Anna Kendrick), una psicóloga novata que debe estar entre las peores profesionales que se vieron en la historia del cine. Su relación con él, más apropiada para una comedia romántica, rompe con el verosímil realista que 50/50 pretende mantener; la desesperación de su paciente es demasiado amable con ella. Con quien el guión no tiene un trato para nada cordial es con Rachael, la novia artista de Adam. A lo mejor se trata de un personaje inspirado en alguien real con quien los autores tienen una vendetta, aunque viendo también que ella reúne todos los vicios del new age bien puede ser un vehículo para incluir y repudiar esos pensamientos mágicos y falacias cada vez más difundidas.

50/50 es, además, la primera oportunidad que tenemos en el país de ver en cine una película de Jonathan Levine, en lo que es hasta ahora su proyecto más mainstream. Levine, que supo ser asistente de Paul Schraeder, debutó en 2006 con All the Boys Love Mandy Lane (editada en DVD con el título de Todo por ella), una vuelta de tuerca interesante al slasher, y en 2008 estrenó The Wackness, que anduvo muy bien en el festival de Sundance de aquel año. Ambientada en Nueva York durante los primeros meses de la gestión de Rudolph Giuliani, contaba la crisis sentimental de un vendedor de droga adolescente que debía mantener a su familia de clase media venida a menos y el desencanto de su terapeuta (Ben Kingsley), harto de la vida que había llevado, con el que termina vagando por la ciudad, fumando porro. Es una gran película, con muchos puntos en común con Adventureland, y hay algo de aquella mirada melancólica de The Wackness que persiste en los mejores momentos de 50/50, en especial en el último tramo, cuando Adam, que siempre se mostró fuerte ante los suyos, reconoce estar asustado y llora en los brazos de su madre, que lo consuela y le dice que todo va a estar bien. ¿Y cómo hace uno para no creerle a Anjelica Huston?

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