REGRESOS > MISS PIGGY, RENé Y EL RESTO DE LOS MUPPETS SE JUNTAN PARA SALVAR AL ESTUDIO
› Por Mariano Kairuz
Se la ve espléndida a Mademoiselle Cochonnet en la nueva película con que Disney planea resucitar la franquicia de los Muppets que adquirió hace casi ocho años. Mademoiselle Cochonnet es, por supuesto, la encantadora, caprichosa, algo egoísta e irritable cerda de cabello rubio platinado y aires de diva conocida desde hace algo más de 35 años como Miss Piggy, aunque en su versión, por así decirlo, afrancesada. Y es que la flamante Los Muppets, que trata precisamente sobre la resurrección de la franquicia (“¿Se habrá olvidado el público de nosotros?”, pregunta la rana René), la pandilla de muñecos de fieltro y gomaespuma se ha desbandado: Gonzo vende inodoros, el oso Figueredo canta en un tugurio de mala muerte y ella terminó, como corresponde a una chancha de su estilo, categoría y ambiciones, al frente de la edición parisina de Vogue. Su secretaria no es otra que la inglesa Emily Blunt, quien reedita el personaje que compuso en El diablo viste a la moda, en uno de esos cameos “estelares” que en los ‘70 ayudaron a consolidar el carácter de culto de la creación de Jim Henson.
La leyenda cuenta que el propio Henson estaba en negociaciones para venderle su principal marca a la casa del ratón Mickey –empujado por la evidencia de que cada vez le sería más difícil manejarse como el productor independiente que había sido toda su vida, “en una época de concentración multimediática”–, cuando murió prematuramente, de neumonía, en 1990. La ausencia de Papá Muppet –que era además la voz y el hombre debajo de la rana René– obviamente no iba a ayudar a sostener el ritmo habitual de los muñecos más vitales de la historia de la televisión, pero antes de partir había dejado un formidable equipo de expertos muppeteros, y a mediados de los ‘90, con su hijo Brian Henson al frente, hubo una serie, The Muppets Tonight, que aunque no tuvo el éxito del programa original grabado en Londres entre 1976 y 1981, supo recuperar en buena medida el espíritu de aquél. Espíritu que era, esencialmente, puro zeitgeist, humor e incorrección política, y nada de cinismo. Cancelado por su principal responsable cuando todavía se encontraba en su pico de popularidad, El show de los Muppets había conseguido capturar la efervescencia de su época, incorporando la cultura gay (el número de “Macho Man” a cargo de un vecindario poblado por cerdos y gallinas, así como el de los vikingos que cantan “In the Navy” son dos auténticos clásicos), la explosiva situación política internacional (el episodio piloto llevó el elocuente título de Sexo y violencia) y la herencia del movimiento hippy de la década anterior (expresado en buena medida en la clara predilección por la música folk de Henson, y a través de invitados como Joan Baez), al universo de estos bicharracos cuyo modelo de espectáculo era el viejo teatro de vodevil. Un universo repleto de entusiasmo en el que Miss Piggy se convirtió pronto en una favorita de todos, por sus veleidades de movie-star y su amatambrada sensualidad, por su amor no correspondido hacia la pobre rana sureña al frente de esa troupe de descastados, y también porque dejó varios números extraordinarios grabados en la memoria de una generación, como cuando cantó a dúo con Elton John “Don’t Go Breaking my Heart”, o su competencia de sex appeal, cadera a cadera, con Raquel Welch, que estaba tan buena a los casi 40.
Algo de toda aquella energía contracultural sobrevive en los Muppets versión 2011 impulsada por el comediante Jason Segel y el director James Bobin (co-creador de la serie de culto The Flight of the Conchords), en la que René debe reunir a la banda para salvar al viejo estudio de las garras del inescrupuloso empresario petrolero Tex Richman (el extraordinario Chris Cooper, más extraordinario que nunca). Pero lo mejor de todo llega cerca del final, con la balada existencialista en la que Segel se pregunta: “¿Soy un hombre o soy un muppet?”. Aunque a los espectadores más jóvenes no les importará, corresponde avisar que Mademoiselle Cochonnet ya no es exactamente la que era, porque el hombre que estuvo detrás de la chancha durante más de 25 años decidió no participar en la película. Frank Oz –también el marionetista detrás del maestro Yoda de La guerra de las galaxias, y un cineasta con varias películas exitosas en su carrera– leyó una primera versión del guión y dijo que le parecía que no respetaba a los personajes, pero no hizo demasiado escándalo: simplemente dio un paso al costado. Es, al menos para los fans y los nostálgicos, una pena: Oz no sólo fue el mago que le dio la voz, los movimientos y los gestos a la chancha más famosa del mundo del espectáculo sino que la dotó de personalidad y de un pasado: nacida en Iowa, la señorita Piggy Lee perdió a su padre de joven, se llevaba mal con su madre y debió, como tantas chicas de su origen, zambullirse en el mundo de los concursos de belleza para sobrevivir, y luego “ocultar sus vulnerabilidades debido a su extrema necesidad de convertirse en una superestrella”, según le contó el marionestista al New York Times en 1979. En otras palabras, Oz fue quien le dio vida, y por lo tanto el actor Eric Jacobson, que tomó la posta, hizo lo que había que hacer: imitó la voz de Oz, su actitud y su gestualidad, para que Miss Piggy siguiera siendo Miss Piggy.
La culpa en todo caso no es de la marrana, y al menos alguien le está dando de comer de vuelta, logrando un improbable éxito de público con todos estos maravillosos espantajos de trapo y alambre que se ven tan materiales, tan palpables, tan poco digitales y tan intemporales, por no decir tan-poco-modernos, que uno se pregunta si no será un sueño.
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