Dom 25.03.2012
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TEATRO> RUBéN SZUCHMACHER VUELVE A ESCENA CON ESCANDINAVIA

Esa salvaje soledad

Después de diez años sin actuar, de dedicarse al teatro sólo como director, Rubén Szuchmacher vuelve al escenario para protagonizar Escandinavia, escrita por Lautaro Vilo, a partir de un hecho real y doloroso: la muerte de la pareja de Szuchmacher y el posterior duelo. Pero, más allá de este punto, la pieza abandona el teatro documental y se dispara hacia la ficción hasta incluso usar como referente el grotesco argentino: ese lugar donde se puede pasar de la comedia al más profundo de los dolores.

› Por Mercedes Halfon

Escandinavia es una región, una novela y una obra de teatro. Es también la pieza con la que Rubén Szuchmacher vuelve a subirse a un escenario después de diez años de estar abajo, en esa butaca privilegiada que es la de la dirección. La novela que titula la obra es inventada y es en realidad una excusa para hablar de otra cosa, algo delicado, duro y arriesgado a la vez: es nada menos que la forma que Szuchmacher encontró para despedir a Daniel Brarda, su pareja de toda la vida. Escandinavia, entonces, tiene lugar en un velatorio, ese lugar triste y frío –como también imaginamos aquella península– donde se despide a los muertos.

Así que lo que vemos apenas comenzada la función es a un actor solo, agradeciendo un poco maquinalmente a los que vinieron, espectadores pero también asistentes a esa ceremonia mortuoria, en un furor, una cabalgata emocional entrecortada, que avanza con la velocidad de una road movie delirante hacia el campo, previo paso por un hospital, el cementerio de Chacarita, una celda y un departamento que fue de dos personas y donde ahora vive sólo una. Ese desgarramiento y la necesidad de volver a sentirse entero, explica la razón por la que este director está actuando otra vez. Szuchmacher cuenta: “Creo que la necesidad de volver a actuar vino frente a todas las pérdidas que tuve, mi pareja, dos meses después mi padre, luego mi tía, mi hermana y mi madre, en un período muy corto. No tenía tiempo de elaborar los duelos, a pesar de hacer análisis, se me venía uno atrás del otro y tuve la sensación de que se me había producido una especie de pérdida de cuerpo. Como si algo del narcisismo que encarna el cuerpo se hubiera diluido con tanta muerte. Y empecé a pensar que la actuación era una buena salida para este momento. Porque la actuación requiere poner el cuerpo, exponerse, ser visualizado. Me daba la impresión de que volviendo a actuar algo iba a pasar”. Y viendo la obra, algo pasa. Como en un velatorio donde el que más sufre es también el que más es mirado, un espectáculo que fatalmente conmueve. Porque la naturaleza no tolera los espacios vacíos y eso faltante debe ser compensado, aunque sea, por nuestra mirada.

ARRESTEME SARGENTO Y PONGAME CADENAS

“Disculpame, yo... Me broté. Estoy atravesando un momento... Obvio que para cualquiera lo sería, no es ninguna particularidad, no te estoy pidiendo un trato preferencial, entiendo que me corresponden las generales de la ley, como a cualquier persona, somos todos iguales. Pero yo creo que... Digo, quiero decir... Dada mi condición y cierto sentido común, que uno podría aplicar al lugar en el que estamos y que vos, usted, puede darse cuenta perfectamente... Yo no soy una persona peligrosa, un asesino, no soy un reo. ¿No? No soy un reo.” Cuando creíamos que la historia de Escandinavia se iba a circunscribir al velatorio y acompañamiento del viudo flamante, aparecemos, de pronto, en el lugar menos pensado. Con ese texto empieza el segundo acto, haciéndonos comprender lentamente que ese personaje no sólo abandonó la casa de sepelios, sino que en ese viaje... se llevó al muerto. Y que tuvo la mala suerte de ser parado por la policía en un chequeo de rutina. ¿Esto es posible? O mejor dicho ¿es verdad? Y en todo caso ¿importa? El relato que estamos presenciando se vuelve ambiguo, desconcierta. Trastrueca las reglas del juego de los géneros. Y eso es lo interesante. Parte de la vida de Szuchmacher está en escena, no hay duda, pero, la narración empieza a, justamente, tomar vida propia. Hay detalles que se borran, otros que mutan, crecen.

Lautaro Vilo, codirector y dramaturgo de la pieza, hace años que viene trabajando en un registro cercano al que propone esta obra. Desde Un acto de comunión, donde se tomaba el caso del caníbal alemán que puso un aviso en el diario para comerse a alguien y lo hace, hasta Cáucaso, donde se tomaba la historia de las mujeres-bomba chechenas que tomaron por asalto un teatro repleto de gente para detonarse, pasando por American Mouse, que narraba una macabra aventura personal en Disneylandia. Como en Escandinavia, las tres piezas eran en formato unipersonal. Las tres también tomaban casos reales para llevar al escenario. Una modalidad muy en boga hace ya varios años bajo el título genérico de Biodrama. Pese a lo que uno podría pensar en primera instancia viendo esta obra, Vilo toma distancia de esa filiación: “Me parece que todo el discurso de teatro documental es una saraza. Es un envoltorio del marketing para hacer la cosa. No escribí ‘Rubén, el viudo’, escribí Escandinavia. Que tiene contactos con lo real como toda mi producción que, por otra parte, no es ninguna novedad. La relación de la ficción con la realidad, tomar elementos y transfigurarlos, es una forma de composición que está absolutamente incorporada no sólo en el teatro sino en todas las artes”.

Szuchmacher por su parte también se despega de lo más reality del formato documental: “Para mí todo eso es totalmente antiartístico. Mostrar mi vida privada, mis calzoncillos, no creo que sea interesante, la idea era hacer una obra y trabajar con las problemáticas específicamente teatrales”. Por eso se encuentra más afín con ficciones como Monserrat de Daniel Link o Intemperie de Gabriela Massuh, que toman hechos de las vidas de los autores para luego despegarse de ese riguroso verosímil y pegar el salto ficcional.

CLONAZEPAM, CAFEINA Y CIRCO

En el tercer acto Escandinavia nos ubica en un campo en Rauch, donde el personaje entierra a su pareja bajo un viejo eucalipto. El personaje ha hecho un pozo en la tierra y está agotado. Después de la noche en la comisaría, estar nuevamente bajo cielo abierto, lo pacifica. Se multiplican las asociaciones acerca de ese enterrar, partiendo de Antígona y otras resonancias mucho más argentinas acerca del destino de los cuerpos que ya no están. Sin embargo, la obra nuevamente quiebra su presunto registro, cuando él dice: “En algún momento de ese delirio que tuviste, ¿no pensaste en cómo se pone la tierra debajo de los eucaliptus? Dura como una piedra. Estos árboles de mierda resecan todo. Decí que tenía el pico, porque con la pala no hubiera podido. No sabía que el señor era la pareja de Sansón”. Todo el tiempo se juega esa dualidad: se nos ubica en un lugar despojado, doloroso y luego se nos hace un chiste. También había sucedido antes, durante su encierro nocturno, cuando les gritó a los carceleros que él no era ningún loco, que no se hubieran molestado en ir a buscar un enfermero a las dos de la madrugada para que le extraiga sangre, que él mismo podía contarles lo que tenía: “Clonazepam y cafeína”.

Szuchmacher explica: “El trabajo con Lautaro me sirvió mucho para potenciar algo que tengo que es el humor. Yo soy una persona con un gran sentido del humor. Y como actor también, soy medio payasito. Por eso creo que la obra está organizada como si fuera un grotesco argentino, ese es el referente, un grotesco que puede pasar de una cosa muy cómica a una cosa muy dolorosa”. Una de esas puntas de comedia mutante emerge en lo referente a la novela Escandinavia. Se trata de una novela de guerra, un best seller que el personaje le leía a su pareja en sus últimos días. Fue a partir de una escena allí narrada en la que entierran a un soldado después de una contienda, que el enfermo pidió, que en vez de cremarlo, lo enterraran. Y bajo ese eucalipto. Dice Lautaro Vilo: “Hay una línea que atraviesa el asunto que es la de la experiencia estética. Esta pareja es una pareja de lectores, se da a entender que el muerto era un gran lector, pero en el último momento de su vida, la epifanía se produce a partir de una novela de supermercado mal traducida. Hay una idea que a mí me causaba risa que es que cuando estás mal hasta los temas de la radio te conmueven y te parecen grandes obras de arte”.

Es en estos cruces donde tiene lugar Escandinavia. En la paradoja de una obra documental que abandona sus principios enamorada de la ficción delirante, de un grotesco al mejor estilo Esperando la carroza, desde donde a su vez se opina sobre la literatura y su relación con la vida y con la muerte. Escandinavia también discute con todos esos géneros y con el teatro de Buenos Aires, desde su sensibilidad de corazón abierto: ser una obra que carece totalmente de ironía y sin embargo hace reír en el dolor. En este sentido Szuchmacher cierra: “Este espectáculo también es una reflexión sobre los tiempos teatrales. Creo que se sigue haciendo un teatro que hereda su forma de los ’90, de la descripción de las banalidades que hubo en un momento. Y los tiempos dejaron de ser banales, se volvieron más fuertes, intensos, de mayores contrastes y el teatro, bueno, como siempre, llega tarde. La mayor parte del teatro hoy no está en esa dirección. Por eso este espectáculo también es un pensamiento sobre eso, es un espectáculo sobre la tristeza y la muerte. El objetivo era que la gente salga tocada. En la mayor parte de los espectáculos la gente no sale tocada”. Escandinavia demuestra que eso es posible: reír y llorar sin mirar hacia otro lado, como si lo mejor fuera algo que está más allá de la escena. Un hombre solo en todos los sentidos, arriba de un escenario, es algo así como el grado cero, lo inevitablemente teatral.


Escandinavia se presenta los viernes y sábados a las 21 en ElKafka Espacio Teatral, Lambaré 866. Entrada: $ 50.

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