Dom 08.04.2012
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HITOS > LA REVISTA CLARIDAD Y SUS INMEDIACIONES EN EL MNBA

La revolución es un sueño eterno

Desde hace casi un siglo, buena parte de las polémicas y discusiones culturales argentinas sobre el arte, el compromiso y la forma están atravesadas por las posiciones de dos grupos vanguardistas de entonces: por un lado, el de Florida, nucleado alrededor de la revista Martín Fierro, cosmopolita, desenfadada y en busca de la novedad; por otro, el de Boedo, reunido alrededor de la revista Claridad, comprometido políticamente con la izquierda, de aire proletario y compasivo ante el dolor del mundo. Igual que lo hizo hace dos años con la muestra sobre Martín Fierro, ahora Sergio Baur vuelve a revolver en el inagotable depósito del Museo Nacional de Bellas Artes para curar una muestra extraordinaria sobre la revista Claridad, su influencia estética e ideológica, sus largas ramificaciones y la actualidad de una disputa ya constitutiva de la cultura argentina.

› Por Claudio Iglesias

No ser una revista más. Con esta consigna editorial salió al ruedo en julio de 1926 Claridad, la revista dirigida por Antonio Zamora cuya misión declarada era terciar en el debate de ideas monopolizado hasta entonces por los martinfierristas, en la edulcorada década del ‘20 bajo cuyos auspicios optimistas se incubaban contradicciones sociales muy graves, que estallarían poquitos años después. Claridad era, por un lado, el house organ de la nueva intelectualidad hija de la vida moderna y la inmigración, con un pie en el bajo fondo y el otro en la tribuna pública; era también la compañera de periodicidad mensual de la editorial homónima (Zamora es pariente lejano de Larry Flynt en la larga prosapia del editor obsesivo) y la continuadora de Los pensadores, con la que empalma directamente. La revista formaba parte de una gran franquicia latina de Claridades (todas primas de la francesa Clarté) cuyo objetivo era la difusión de las ideas artísticas de vanguardia desde la perspectiva del pensamiento de izquierda internacionalista. Y Claridad fue, también, la demostración práctica de como una revista funciona como espacio de nucleamiento, sociabilidad y recambio generacional en la historia de la cultura. La exhibición que actualmente alberga el Museo Nacional de Bellas Artes, curada por Sergio Baur, canta las proezas de la revista y su grupo, de los escritores de Boedo, de los Artistas del Pueblo y, por extensión, de cuanto hito en la historia de la cultura de izquierdas pueda vincularse con la enorme red intelectual de las revistas que, con recursos mínimos, atravesaban el mundo como un tendido de cables de fibra óptica.

La muestra es una producción del MNBA para investigar y exhibir su propio patrimonio inagotable. Si uno fuera un periodista de espectáculos y el museo un teatro de revistas, podría decir que este estreno pone en cartel nuevamente a varias vedettes legendarias que el museo venía escamoteando. El protagónico indiscutible es el de Sin pan y sin trabajo, el trabajo de Ernesto De la Cárcova de 1894 a partir del cual la representación de la realidad en el arte argentino da un giro definitivo. A su alrededor giran algunas estrellas más jóvenes, como Medianoche en el mundo, de Antonio Berni, y Madre del Pueblo (1931) de Agustín Riganelli. Las portadas emblemáticamente modernistas de la revista y los libros de la editorial animan la puesta como radiantes coristas en formato menor.

La exhibición está dividida en núcleos temáticos que contemplan el arco del pensamiento de izquierda en la primera mitad del siglo XX: Los charcos rojos (alrededor de la mencionada obra de De la Cárcova) hace hincapié en el impacto de la lucha obrera en la cultura, con las referencias de rigor a la Revolución de Octubre. Las puertas de Babel (inspirada en un título de Pedro Blomberg) relaciona el internacionalismo de la izquierda con los flujos poliglotas de inmigrantes trabajadores; Los destinos humildes pone la mira sobre ciertas figuras asociadas con el pietismo (mendigos, vagabundos, etc.), que ya desde el comienzo minan los esfuerzos de todo arte que quiera considerarse político; El arte y las masas trata de la función social del artista; La rosa blindada, sobre la Guerra Civil Española; Versos de la calle, sobre la llamada generación de Boedo, que en el catálogo cae en manos de Noé Jitrik, mientras Diana Wechsler escribe un ensayo bastante revelador sobre la propia crítica de arte de la revista, a cargo de Ricardo Bernardoni y Rogelio Vázquez Paz, que preconizaban la lucha de clases en el arte denunciando a “los jurados prostituidos”, en lo que puede reconocerse una crítica del establishment cultural. Vaya como muestra de su labor y de su tono este fragmento: “El actual salón de Retiro, de tan mediocre factura, sobrepasa todo límite de paciencia. Parece que ni el crítico de La Prensa, siempre tolerante, encontrará en el algo pasable”.

Sin pan y sin trabajo, Ernesto De la Cárcova, 1894.

Además (y a través) de cuanta polémica pasó por las páginas de Claridad, en la mejor tradición humanista del marxismo y sus afluentes paralelos, muchos autores nucleados alrededor de la revista sostenían el desarrollo estético como consustancial a la toma de conciencia. Muy lejos de los lugares comunes en los que derivaría la discusión sobre modernismo y política, para Claridad lo moderno y lo edificante eran en definitiva lo mismo. Si la sociedad sin clases es el futuro, lo más moderno es lo que se sitúa en su dirección. Un moderno buque a vapor, desde este punto de vista, no solo es más lindo que la Victoria de Samotracia, sino también más cercano a una humanidad reconciliada en el socialismo que un arado tirado por bueyes. Puestas las cosas de esta forma, no sorprende el rampante modernismo de la comunicación editorial ni el encuentro (tantas veces puesto en duda) de formalismo y crítica social.

Con su curaduría siempre erudita y algo coqueta, Sergio Baur vuelve a contar esta historia a la manera de una composición entre documentos, piezas y textos de sala con espíritu riguroso, pero abierto a la intuición. El curador hace hincapié en los contactos interdisciplinarios y plantea, también, un problema exhibitivo de largo aliento: el de cómo resolver una muestra legible (o transitable) con un sinnúmero de piezas en exhibición, material documental y, particularmente, toneladas de cine (con clásicos como ¡Huelga! de Eisenstein y La madre de Pudovkin) para ver cómo se puede ver cine en una exhibición, si es que se puede.

Como la misma revista, Claridad. La vanguardia en lucha tiene por supuesto una precuela que es, de algún modo, su antónimo: El periódico Martín Fierro en las artes y las letras, 1924-1927, también curada por Baur en el MNBA (en el 2010, observando la diferencia de dos años entre los número 1 de ambas publicaciones), hacía hincapié en el llamado grupo de Florida, apiñado alrededor de aquella revista fundada por Evar Méndez en 1924 por la que pasarían Borges, Girondo, Prebisch, Lange y tantos más. Boedo y Florida: entramos rápidamente en la zona de la rivalidad imborrable y de las polarizaciones consabidas. Es que Martín Fierro y Claridad, como revistas y como exhibiciones, podrían ser dos hermanas antitéticas, a la manera de Juliette y Justine. Una es cosmopolita, desenfadada, urbana; sabe despreocuparse y preferir lo nuevo a lo bueno (o a lo justo, para el caso). La otra hizo camino en los barrios bajos y entre los desangelados, está llena de compasión y siente profundamente el dolor del mundo. Las dos son ecuménicas, proclives a la promiscuidad intelectual y el rejunte: en Martín Fierro convivían imposiblemente el racionalismo de los ’20 y el liberty de 1890. Claridad era amiga por igual de anarquistas, comunistas y socialistas. Pluralistas, ambas tenían sus agendas recargadas. Hay que recordar, de paso, que el arco de publicación de Martín Fierro coincide a grandes rasgos con la presidencia de Alvear, cuyas variables fueron paz social y prosperidad económica a fuerza de granos con precios altos. Era la época en la que todo estaba bien y decenas de celebridades culturales visitaban Buenos Aires. Pero Claridad sostenía el mensaje inverso: que todo estaba mal y que podía estar peor, en una época en la que ya podían sentirse las nubecitas del nacionalismo que iba coagulando sobre el cielo de Europa, una de cuyas ramificaciones remotas sería un golpe de Estado en el Río de la Plata (el de 1930) con efectos seculares devastadores.

En la historia cultural argentina, Claridad y Martín Fierro siguen durante décadas su guerra de baja intensidad por quedarse con el cartel de la vanguardia en el Atlántico Sur. Cuanta discusión se promoviera en el siglo XX sobre la cuestión del arte comprometido, de la política y la forma, de lo vernáculo y lo internacional, etc., lleva la firma de agua de una o de otra. Las salomónicas exhibiciones que Sergio Baur dedicó a cada una de ellas en el mismo espacio ayudan a sacudir ciertos prejuicios, en este sentido. Primero con una y después con otra, pero un poco con las dos a la vez, lo que hizo Baur es digno del personaje de Antonio Banderas en Two much, y una enseñanza para los devotos locales de la vanguardia: demostró, con toda la entrega del caso, que él las quiere mucho a las dos.

Claridad. La vanguardia en lucha (1920-1940) Museo Nacional de Bellas Artes Av. del Libertador 1473 Martes a viernes de 12.30 a 20.30 hs.

Sábados y domingos de 9.30 a 20.30 hs.

Hasta el 20 de mayo Entrada gratuita

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