En 1989, Susana Fiorito y el escritor Andrés Rivera llegaron a Córdoba con los fondos que venían juntando desde 1981 y compraron un depósito de forraje en el barrio de Bella Vista. Apenas cuatrocientos libros apoyados sobre tablones y ladrillos les alcanzó para inaugurar lo que hoy es el secreto mejor guardado de la provincia: una Biblioteca Popular donde funciona además un centro cultural que ofrece cursos de toda clase (arte, oficios, computación y hasta una huerta orgánica), inspirados en el trabajo de una figura emblemática de la lucha sindical del siglo XX: Pedro Milesi.
POR CLAUDIO ZEIGER
La historia de la Biblioteca
Popular de Bella Vista empieza en 1990, pero si se quiere rastrear sus orígenes
más finamente, si se quiere, inclusive, hundir las manos en las raíces
sociales y culturales de este emprendimiento que va en camino de convertirse
en uno de los mejores tesoros ocultos (o no tan oculto) de la ciudad de Córdoba,
hay que remontarse mucho más atrás; recrear un tiempo y un territorio
despoblados, y a un hombre llamado Pedro Milesi, que viviría muchos años
recorriendo esos campos de la pampa gringa empeñado en peleas
clandestinas y luchas contra los poderosos de entonces, los dueños de
la tierra. En su nombre, y en honor de su memoria, se creó la Fundación
que hoy en día, doce años después, sostiene a la biblioteca
popular y al centro cultural que fueron creciendo al calor de un primer aporte
de cuatrocientos libros en plena Bella Vista, populosa barriada ubicada a unas
quince cuadras de los Tribunales, situado sobre un río emparedado conocido
como La Cañada. Susana Fiorito, alma mater de la Biblioteca Popular de
Bella Vista, lo recuerda así:
Pedro Milesi había sido militante sindical de los de antes: empezó
como anarquista pero después firmó las 21 condiciones de la Primera
Internacional, así que pasó al comunismo. Se había formado
como autodidacta gracias a la prédica de un tal Boglich, un intelectual
que vivía en medio del campo en la provincia de Santa Fe y había
participado en el Grito de Alcorta, una huelga contra los terratenientes de
Santa Fe y el este de Córdoba. Pedro Milesi era un autodidacta que estudió
hasta tercer grado porque el padre lo había sacado de la escuela para
cargar baldes con arena. Después de formarse en el estudio de idiomas
terminó carteándose con los sindicalistas revolucionarios del
movimiento italiano y francés. Trabajó en los sindicatos de oficios
varios él hacía vitraux dart y estuvo en la
fundación de lo que después fue la UOM. Fue muy amigo del dirigente
Agustín Tosco a fines de los años 60 y presidió el
congreso de los gremios clasistas Sitrac-Sitram.
Este hombre murió a avanzada edad 92 años en la clandestinidad,
escapando a la represión de la dictadura militar, que ya se había
cobrado muchas víctimas entre sus allegados. Cuando murió,
sus amigos pensamos que lo que necesitaba no era ni una placa ni ninguno de
esos homenajes. Él había fundado muchas bibliotecas y centros
de estudios sociales en la pampa gringa. Los centros de estudios eran creación
del Sindicato de Oficios Varios: unas piecitas donde había una vitrina
con una bandera roja, un libro de Kropotkin, uno de Marx, un diccionario, un
cuaderno y un montón de lápices para ir aprendiendo a leer en
castellano porque la mayoría de los trabajadores eran extranjeros. En
memoria de estos centros y bibliotecas populares que fueron creados por trabajadores,
nos planteamos crear una biblioteca en su memoria.
¿QUE HACÉS
VOS ACA?
Desde 1981 a 1989 juntamos plata en pequeñas cuotas y en 1989
compramos un depósito de forraje en el barrio de Córdoba que era
más barato, Bella Vista, en la esquina de las calles Rufino Zado e Iriarte.
Tenía que ser un barrio de trabajadores porque él siempre había
estado en el movimiento proletario. Pusimos unos 400 libros sobre pilas de ladrillos
sostenidos en tablones de andamio. Y entonces abrimos las puertas. No entraba
nadie, ni un solo adulto. Pero pronto se llenó de chicos, que entraban
por las ventanas. No sé por qué les gustaba más entrar
por la ventana que por la puerta. Nosotros habíamos entrado al barrio
como un aerolito. Compramos allí porque era el barrio más barato,
así que no conocíamos a nadie. ¿Quiénes éramos
nosotros? Había gente que había estado en los sindicatos Sitrac-Sitram,
como Carlos José Masera, que había llegado a ser su secretario
general. Había otros militantes provenientes de la enorme cantidad de
grupos de izquierda existentes en Córdoba en los 70, y estábamos
Andrés y yo. Entre nosotros había un muchacho, activista sindical,
que había nacido en ese barrio pero que se había ido de jovencito.
Un buen día estábamos todos sentados en laentrada, con la puerta
abierta, cuando pasa una mujer, se vuelve, se lleva las manos a la cintura y
le dice a este muchacho: Josecito, ¿qué hacés vos acá?
Ella era Isabel Carreño, una mujer ya mayor que fue la que finalmente
nos introdujo en el barrio y que después, con otros ancianos del barrio,
trabajaron en una historia oral de Bella Vista. Esto empezó a darle a
la gente la idea de que nosotros no éramos unos extraterrestres.
DOÑA FIORITO Y
DON ANDRES
Quien habló hasta ahora es Susana Fiorito, presidenta del Centro
Cultural. Es hora entonces de hablar de esta mujer de energía increíble,
extremadamente lúcida y cruda a la hora de describir la vida cotidiana
en el barrio de Bella Vista y de analizar cómo se relaciona el centro
cultural con la geografía territorial y humana del lugar. Susana Fiorito
vive en la ciudad de Córdoba desde 1990 junto a su pareja, el escritor
Andrés Rivera. Se habían unido en los fogosos días de 1968.
Y juntos habían vivido en La Docta durante cuatro años en la década
del 70, hasta 1974. Luego regresaron a Buenos Aires hasta fines de los
80, es decir, que en esta ciudad pasaron los años duros de la dictadura.
Ahora, la casa de Rivera y Fiorito queda a escasa cuadra y media de la biblioteca
popular en Bella Vista; allí el teléfono y el mail están
activos todo el día, porque es en la casa del matrimonio donde funciona
la Fundación Pedro Milesi.
Susana militó en política desde los veinte años, pero desde
que su organización, el MLN (Movimiento de Liberación Nacional,
familiarmente conocido como el MALENA), se disolvió a fines de los 70,
dice, no encontró partido que la representara. También trabajó
en el ya mítico sindicato clasista de Sitrac-Sitram, donde hacía
los boletines y también limpiaba los inodoros. Pero además
del pasado militante, el apellido Fiorito trae resonancias de dos ámbitos
conocidos: la villa donde nació el Diego y el Hospital de Avellaneda.
Susana cuenta sin problemas la historia de estos lugares que llevan el apellido
de su familia.
El Hospital Fiorito lo donaron el padre y los hermanos del padre de mi
padre porque Barceló, el caudillo conservador de Avellaneda, les había
dado a su empresa gran parte de la pavimentación de Avellaneda.
Barceló hacía que la empresa donara algo, y ellos donaron ese
hospital, que alrededor del año 1914 costó 16 millones de pesos.
Imaginate lo que habrán ganado para donar semejante obra,
dice Susana. Mi bisabuela compraba grandes extensiones de tierra porque
venía de una zona de Italia donde las parcelas eran muy pequeñas.
Ella, aquí, compraba la tierra por leguas, y mi abuelo las loteaba. Él,
entre los años 1900 a 1910, sostenía que los pobres pagaban los
créditos mejor que los ricos. Se lotearon esas tierras a pagar a diez
o veinte años, a diez centavos por mes. Y nunca perdió plata.
Villa Fiorito es uno de los loteos. Mi abuelo, vale aclararlo, se hizo rico.
En el barrio es don Andrés; un hombre más bien callado
que se dedica al duro oficio de escribir por el que actualmente se lo reconoce
(no sólo por los premios, sino también en la consideración
del público) como uno de los narradores más destacados que dio
esta dulce tierra. Pero Andrés Rivera se ubica en un discreto segundo
plano cuando se habla de las actividades que desarrolla actualmente el centro
cultural (que van de cursos de toda clase, de arte y oficios, incluyendo la
computación y una huerta orgánica) y lo hace, en principio, por
respeto a la actividad protagónica de su mujer. Él se considera
su acompañante en esta aventura que, entre otras cosas, los decidió
a radicarse en Córdoba.
Mi función es muy secundaria, considera el autor de La revolución
es un sueño eterno. Colaboro en la biblioteca en el área
de cine, y participo en las reuniones de coordinadores y asambleas generales
codo a codo. Conozco la vida de la biblioteca, y la vida y las desventuras de
los chicos que concurren a la biblioteca. Eso ya es bastante. Escribir es otra
historia. No tengo que apartarme ni encerrarme para escribir. Yo no lo necesito.
La nuestra es una casa de planta baja, y da a la calle, así queescucho
los ruidos y escribo. No me produce impedimento alguno. O me siento debajo del
limonero. El limonero ha participado de algún libro mío.
Con respecto a la decisión de irse a vivir a Córdoba, Rivera considera
que fue algo bastante fácil. En el fondo me daba lo mismo vivir
en Buenos Aires o en Córdoba. Con Susana ya habíamos vivido en
Córdoba de 1970 a 1974. Cuando regresamos en 1990, ¿cuáles
eran los improbables impedimentos? Las relaciones con mis amigos se dan una
vez por mes. Vengo a Buenos Aires a cobrar la jubilación, el premio nacional,
o a ver a mi madre. Eventualmente hay alguna reunión con escritores,
de esas que se dan cada vez menos. Esto ocurre en la Capital Federal y es para
mí una noche de viaje muy placentero.
RADIOGRAFIA DE BELLA
VISTA
Empezamos con cuatrocientos libros y hoy tenemos unos catorce mil.
Es un barrio de ocho mil personas y hay unas dos mil inscriptas con ficha en
actividades que van del yoga al cine-debate pasando por plástica, deportes,
gimnasia, y una huerta orgánica a donde van los chicos de la escuela
del barrio con las maestras a hacer todo el ciclo del cultivo. Hace tres años
que se dan cursos de computación, de operador básico a Internet.
Hay chicos que empezaron aprendiendo en el centro cultural, fueron a la universidad
y hoy están de vuelta en el centro: ellos son los profesores de computación,
dice Susana Fiorito.
A pesar de la inserción que han logrado en el barrio y de las actividades
exitosas en cuanto a concurrencia de vecinos, ella hace un diagnóstico
más que objetivo de la situación económica y social de
un barrio que podría ser válido para tantos otros barrios de grandes
ciudades como Córdoba, Rosario, o del conurbano bonaerense.
Hay una guerra de pobres contra pobres. Aunque en realidad el barrio tiene
una mala fama por encima de lo que es en la realidad. Hay dinastías de
choros, como les dicen allá a los chorros. Es, además, zona libre
para la distribución de droga. Viene Blanquita, el distribuidor, toca
la bocina de determinada manera y van los chicos a buscar. Los chicos llevan
los paquetitos para los boliches y los lugares donde la venden. Ahí mismo
mucha cocaína no se consume porque es cara, pero sí la fana, que
le dicen al pegamento, cuenta Susana Fiorito y enseguida, en la mejor
tradición de educadora, busca encontrar las causas del efecto. El
problema es que los hombres que trabajaban en fábricas ya no lo hacen.
La Renault, de once mil obreros que tuvo, hoy no llega a dos mil; la mujer mantenía
la casa limpiando en los barrios de clase media o alta, y todo esto fue trayendo
muchos cambios en las relaciones familiares, mucho abuso, mucho maltrato, golpes.
Pero de dos o tres años a esta parte las mujeres también se fueron
quedando sin trabajo en los hogares de clase media porque éstos se fueron
ajustando. Una madre me dijo: Mi hijo no se pincha ni snifea: trae buena plata
a casa. El que trae la plata a casa es entonces el chico de 12 o 13 años.
Todo está dado vuelta para abajo.
No siempre se trata de conflictos sociales agudos. Susana cuenta otro caso de
cómo intervenir, con paciencia, en la realidad del lugar al que alguna
vez llegaron con unos cuatrocientos libros, ladrillos y maderas de andamios.
A veces tiramos alguna propuesta, a ver si prende o no prende. Por ejemplo,
nos llevó tres años poder hacer un campamento de mujeres solas.
¡Había que conseguir que sus maridos las dejaran ir un sábado
a quedarse a dormir en un campamento! Ese tipo de trabajo es por otro lado muy
fascinante, porque vos te das cuenta entonces que un cambio cultural es posible,
aunque sea lento, o algo tan primitivo como que los hombres autoricen a las
mujeres a dormir fuera de casa.
Cuando se le pregunta algo un tanto obvio, si frente a tanto problema, el centro
cultural no puede verse desbordado por pedidos que no están directamente
ligados a su quehacer, la respuesta es tajante.
Nosotros tenemos prohibido el asistencialismo y el cluequismo, eso que
nos da a los que alguna vez pudimos estudiar o tener trabajos fijos, deproteger
a los pobrecitos bajo el ala de la gallina. Partimos de las potencialidades
de las personas, no de sus carencias. La palabra carenciados, como los llama
la iglesia, está prohibida entre nosotros.
EL LIBRO DE ESTOS AÑOS
Inevitable, y necesaria, sobre el final de la conversación surge
el tema de los tumultuosos días de este verano. ¿Se pueden sacar
conclusiones, avizorar un panorama de alguna clase de salida, o por lo menos
presagiar cómo se van a ir encauzando las mil y una protestas que atraviesan
no sólo la Capital, también las provincias (Córdoba entre
las más agitadas desde bastante antes de que cayera el gobierno de De
la Rúa). Para Susana Fiorito, si se trata de reflexionar a partir de
la actividad cultural que desarrollan en un medio difícil,
lo considera un proyecto que si bien lleva más de una década,
igual se plantea a largo plazo. El trabajo tiene objetivos políticos
aunque no es nada partidario. No es un proyecto de transformación de
la sociedad sino de transformación de la gente, permitir que surjan condiciones
a través de las cuales la gente pueda crecer y organizarse.
Como escritor, Rivera aporta una atendible opinión: Me parece que
sería un error, al menos en mi caso, llevar estos tumultos y estas insubordinaciones
espontáneas, esta aparente disolución del país y del Estado,
al papel. La fórmula es clásica pero por eso no deja de ser correcta:
uno tiene que tomar distancia. Hay que dejar enfriar esto. Otros lo harán,
bien o mal.
La tentación para los escritores (sobre todo aquellos que responden a
una tradición de realismo político o histórico) es bastante
fuerte. Rivera reconoce que pudo frenarla tras largo aprendizaje. Muchas
lecturas de buenos escritores que supieron tomar distancia. No hablemos de Borges
que quizá no sirve para este ejemplo, pero me pregunto a veces qué
hubiera pasado con Rodolfo Walsh con respecto al mundo de la clandestinidad
y de los grupos guerrilleros. ¿Qué hubiera escrito? En mi caso,
bueno, tomé mucho distancia para abordar a Castelli en el caso de La
revolución es un sueño eterno, o a Rosas en El Farmer. Saldrán,
en los próximos meses, unas cuatro nouvelles que transcurren en el siglo
XX. Algunas son historias de militancia, algo de lo que mencionaba Susana: ¿cómo
eran estos señores que tenían poder y grandes fortunas o tierras
y eran burgueses del siglo XIX, con mentalidad positivista? Hay una historia
que nos toca a todos de una forma o de otra, sobre un torturador. Son relatos
que fui escribiendo durante estos años. Y hay historias más cercanas,
como un cuento que reelabora nuestra estancia en Córdoba de los últimos
años, cuando Córdoba dejó de ser una ciudad industrial,
cuando empezó a ser cruzada por la droga y cuando apareció una
delincuencia familiar entre comillas, pero cuyos integrantes ya
conocieron los precintos, como les dicen a las comisarías. En fin, es
la historia de estos años.
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