INVESTIGACIONES > DANIEL RIERA HABLA DE SU LIBRO SOBRE EL MUNDO DE LOS VENTRíLOCUOS
Un día, mientras trabajaba en su libro Buenos Aires Bizarro, Daniel Riera —periodista, escritor y uno de los directores de la revista Barcelona— entró en contacto con el mundo de la ventriloquia. Unos años después, su vida es otra: descubrió una vocación inesperada, tiene su propio muñeco con el que presenta un show y acaba de publicar Ventrílocuos, un libro apasionante sobre ese mundo de gente que habla con la boca cerrada, entabla hondas relaciones afectivas con sus muñecos y conforma una cofradía cuyas ramificaciones van de Chasman y Chirolita al Borda, pasando por los programas de Tinelli. Acá, el mismo Riera habla de ese mundo que lo transformó.
› Por Mariana Enriquez
Todo empezó con una rifa.En rigor, empezó un poco antes, cuando Daniel Riera periodista, uno de los directores de la revista Barcelona, novelista, poeta, buscó y encontró el Círculo de Ventrílocuos Argentinos (Civear) y les dedicó un capítulo de su libro Buenos Aires Bizarro. El Civear, agradecido, lo invitó a la cena de fin de año. Ahí se hizo la rifa. Salió el nº 30, el que tenía Riera. El premio era un muñeco de ventrílocuo, creado por la señora Jesús de la Cruz Rivera, una artista de Florencio Varela. “La cena fue alucinante: estaba la gente con los muñecos sentados y había muchos. Yo los miraba con cierta distancia. Pero en el transcurso de esa cena me fue pasando algo, incluso previo al sorteo. Cuando gané, fui a buscar a Oliverio -que en ese momento no se llamaba Oliverio, claro- y un par de ventrílocuos empezaron a gritar ‘que lo done, que lo done’. Claramente recuerdo haber pensado: ‘Ustedes están en pedo’. Hubo un acercamiento emotivo al muñeco. Lo senté sobre mi regazo, le acaricié el pelo, con una cierta inconsciencia. Había un fotógrafo, le pedí que me sacara una foto con Oliverio. Y le mandé un mensaje de texto a mi mujer: ‘No sabés lo que me gané’. Cuando llegué a mi casa con Oliverio, bueno, ella lo vio y fue un poco plop.”
De esa epifanía salió una idea tenue: hacer un libro sobre ventrílocuos argentinos contado “desde adentro”, escrito mientras el propio cronista tomaba clases de ventriloquia. Pero el proyecto se convirtió en algo mucho mayor: las clases con Miguel Angel Lembo, maestro zen de la ventriloquia, resultaron una revelación y, pronto, Riera se dio cuenta de que la aventura no se quedaría en una crónica. Ahora el libro está listo, recién editado: Ventrílocuos. Gente grande que juega con muñecos es un recorrido por el arte de la ventriloquia en la Argentina y un poco en Chile, y en el cine—, pero también es el diario de un ventrílocuo, la construcción de Paco y Oliverio, el dúo que actúa hace ya cuatro años.
¿Por qué elegiste esos nombres?
Siempre me pareció equivocada esa división artificial de la literatura entre los imaginativos y los comprometidos; siempre me pareció que los artistas de verdad eran un poco todo, integraban áreas. Yo disfruto igualmente de Aira y de Viñas, por ejemplo, los dos me parecen escritores fundamentales. Por eso Paco y Oliverio: es un homenaje a Urondo y Girondo, a la imaginación y al compromiso unidos al servicio de algo.
También me parece que en el nombre del dúo hay una suerte de igualación: los muñecos suelen tener nombres “pequeños”, chistosos. Aquí son dos poetas de igual talla.
Es cierto. Es que nunca pensé en Oliverio como un niño. Siempre lo pensé como un tipo inteligente, seguro de sí mismo. Nunca lo pensé como un hijo o un adolescente, como piensan algunos ventrílocuos. Siempre fue un par, como un amigo. Esa fue la lógica. Aunque mi psicóloga dice que hay algo de lo paternal, porque yo no tengo hijos y en el afecto que desarrollé por mi perrito y por Oliverio hay algo paternal. Puede ser. Pero mi vínculo con Oliverio, arriba y abajo del escenario, es más bien el de un intercambio intelectual. El es alguien con un proyecto, que quiere concretarlo.
¿Cuál es su proyecto?
Conquistar el mundo. Oliverio es una estrella de rock.
El primer show de Paco y Oliverio fue un manifiesto. Riera invitó a Norma González Falderini, la hija de 74 años del ventrílocuo Osiris, que llegó acompañada de Casimiro, el muñeco de su padre, y leyó un poema. Después, Angela Urondo, artista plástica e hija de Paco, medio desnuda y embarazada de ocho meses, se pintó lágrimas en la cara y en el cuerpo mientras la voz de su padre leía el poema “La pura verdad”; y, por fin, en la oscuridad, la voz de Girondo leyó un poema de Lamasmédula. “Quisimos definirnos: invitando a Nora nos incluíamos en la tradición de la ventriloquia, pero también aparecía mi origen personal heterodoxo que tiene que ver con la literatura, el rock y el periodismo.”
Ventrílocuos, el libro, desborda de historias. La de Wilson De Caro (Wilson y Panchito), cuya hija le quemó al muñeco y que, en el libro, es rastreado y hallado en un geriátrico, contento con su vida, sin intenciones de volver a los escenarios. La de pioneros como Carl Herrman, que debutó en Buenos Aires en 1859. La de Cecile Charré, la ventrílocua que conducía Telejuegos en ATC con su muñeco, el perro Alfonso. La de Dani, ventrílocuo de la comunidad Jabad Lubbavitch que trabaja exclusivamente en fiestas de la colectividad. La de Leticia, la otra muñeca de Riera, un regalo que va creciendo de a poco como personaje. Y, por supuesto, la de Chasman, el gran maestro, y su compañero Chirolita: “La admiración por Chasman es masiva pero no unánime”, dice Riera. “Hay quien destaca a otros, como a Wilson. Hay un consenso, no obstante, y es que Chasman estilizó la ventriloquia, le dio un sentido de arte, la sacó de la feria de atracciones donde él mismo empezó. Pero hay quien prefiere el ventrílocuo de la feria de atracciones, más atorrante, desfachatado, menos prolijo, menos pulcro. Sin embargo, el peso de Chasman es tan enorme que uno dice que es ventrílocuo y te dicen ‘tenés un Chirolita’. El próximo ventrílocuo, si es que hay quien pueda instalarse artísticamente y tener un vínculo masivo con la gente, no va a poder ser un imitador de Chasman: va a ser alguien que renueve este lenguaje. Yo admiro a Chasman con locura. Era un narrador, de técnica perfecta, un actor brillante. Para mí era genial.”
Algunas de las historias de Ventrílocuos son tiernas, como la de Sair y Luchito. Sair es un niño ventrílocuo talentoso, que cuando debutó en la tele, en Talento Argentino, con un guión escrito por Riera -la mamá de Sair es la creadora de Oliverio- olvidó su rutina, por nervios, por presión, y se puso a llorar al aire (“yo me sentía loco de culpable, pensé que le había escrito algo muy difícil”, dice Riera). Sair pudo sobreponerse, volvió a presentarse en ese programa y después en Este es el show y ahora es una especie de héroe en Florencio Varela, actúa para mucha gente, en plazas, en actos benéficos.
Otras son historias perturbadoras, como la de Charlie y Rosita; Charlie es un ventrílocuo que supo trabajar en cabarets y un buen día se dio cuenta de que estaba enamorado de su muñeca. Cuando se pudo hacer cargo de ese amor, directamente abandonó el trabajo y se internó en el Borda. Ahora está mejor. “Lo que pasa con Charlie es muy interesante”, dice Riera. “Cuando él dijo que estaba enamorado de Rosita, algunos pensaban que era un chanta y otros que era un loco. Y la verdad, está en el medio. No está enamorado de Rosita como lo estaría de una mujer ni es una patraña que armó para promocionarse con un escándalo. La verdad de lo que le pasa es más sinuosa. Es impactante verlo actuar. Rosita es impactante. Tiene un tamaño humano, es grande, tiene ojos de vidrio, tiene dentadura postiza. Es como una mujer que te lleva puesto sexualmente. Tiene algo de verosimilitud antropomórfica mucho mayor que el de otros muñecos. Y a él le gusta que le digan que Rosita es linda. Siente que la hizo con su costilla.”
Durante la escritura de Ventrílocuos, cuenta Riera, fue perdiendo el pudor. Al principio había descartado los capítulos más personales, no sólo los de su educación como ventrílocuo, sino los de sus sensaciones personales, complejas, en este encuentro con una vocación inesperada. Pero después se dio cuenta de que esos aspectos eran fundamentales: esta historia era también suya. Y, además de compartir secretos técnicos, lecciones, frustraciones y pequeños milagros, se atreve a contar momentos de gran vulnerabilidad: por ejemplo, cómo se ofende con su mujer cuando ella no le devuelve el saludo a Oliverio. Cómo casi trompea a un amigo de su primo, que se le burla. Cómo, en voz de Oliverio, se atreve a decirle tres o cuatro verdades a su madre, cristiana evangélica. Escribe: “Hay una seriedad en mi compromiso con Oli que el resto del mundo apenas puede atisbar, aun cuando yo mismo la explique. Y no estoy hablando de algo abstracto como el compromiso con el arte de la ventriloquia o algo así. Estoy hablando de mi compromiso personal con Oli. Puede que algunas personas que me conocen empiecen a mirarme distinto luego de leer esto”.
¿Muchos te miran distinto?
Claro. Mucha gente muestra una sorpresa que es medio mala onda. O directamente te preguntan: “¿Vos estás bien?”. Está implícito que creen que estoy reloco. Ser escritor o periodista son profesiones que gozan de una consideración que ser ventrílocuo no tiene, aunque un escritor, por ejemplo, se la pase pensando en personas que no existen y en cómo hablan, aunque vivan en la ficción. Los prejuicios se disipan cuando me ven actuar. Pero a mucha gente la inquieta o la asusta la construcción de un vínculo con un muñeco. Ven cierto animismo o la herencia de las películas de terror, donde los muñecos son malignos: la típica del muñeco maldito. Le ven algo oscuro, o bien relacionado con un desorden mental de mi parte o con supuestos poderes que Oliverio tendría. Pero esos prejuicios en general se disipan cuando me ven en acción. Aparte, Oliverio es rebuena onda.
Melison, un ventrílocuo, te dice en el libro que posiblemente en la inquietud que causan los muñecos funciona un miedo atávico, relacionado con la impresión de vida en un objeto inanimado...
Sí; él incluso habla de Frankenstein, de un intento fallido de querer ser Dios: no podés crear a una persona y creás a un muñeco. Puede ser que tenga relación con temores profundos y que la posibilidad de elaborarlos y vencerlos genere extrañeza. Pasa que, en el proceso creativo, es necesario establecer un vínculo. No funciona con distancia, no funciona diciendo “bueno, voy a sacar a mi muñeco que es mi herramienta de trabajo y después lo guardo y me olvido”. Para que el proceso de la ventriloquia tenga alma, tenga onda, hace falta estar muy compenetrado.
El libro también es una defensa de este arte, una argumentación a favor de sus capacidades expresivas.
La ventriloquia siempre ha sido considerada un arte bastardo o menor, o directamente fue considerado una atracción. En general, siempre fue menospreciado. Yo pretendo que el libro, además de una historia, incluya la formulación de una teoría, la defensa de las posibilidades artísticas de la ventriloquia. Lo que yo tengo que hacer para apoyar esta teoría es poner el cuerpo y sustentarla con mi laburo como ventrílocuo. Es un libro que tengo que defender con mi propio proyecto artístico. También promueve una mirada respetuosa, interesada e inquieta sobre un arte considerado bastardo. Y defiende un medio de expresión que no tiene limitación: hay una idea estereotipada de lo que se puede hacer con la ventriloquia y en realidad se puede hacer cualquier cosa. Es un punto de partida. Chasman expandió la ventriloquia en relación con lo que había y se puede expandir más todavía. En eso estamos, Oliverio y yo.
Paco y Oliverio después de un parate involuntario de varios meses vuelven a los escenarios con su World Tour Interruptus el 21 y el 28 de septiembre, a las 21, también en Los Chisperos, Carlos Calvo 240. La capacidad es limitada y se recomienda reservar escribiendo a [email protected]
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