HALLAZGOS
El sub 100
Algunos fueron referís de la AFA. Otros jugaron profesionalmente cuando los partidos sólo se podían escuchar por radio. Algunos otros tienen hijos y nietos que ya no pueden jugar, y hasta bisnietos en las inferiores. Y la mayoría recibe el mismo consejo: colgar los botines. Sin embargo, desde hace 45 años un grupo de amigos que ya promedia los ochenta y pico se junta a jugar al fútbol en cancha grande todos los sábados a la mañana. A pesar del frío, los cabezazos que vuelan los peluquines y los compañeros que murieron en la cancha.
POR MARIANO BLEJMAN
El pasto fresco de la mañana recibe un grito de potrero: “¡¡¡Dale boludo!!! Pasala... pedazo de pelotudo. Si nunca supiste hacer la gambeta, te pensás que ahora a los 79 años te va a salir.” El pibe cruza la pelota por el aire con una precisión que no ha perdido con el paso de los años. No vuela sólo un balón sino miles de recuerdos ovalados por el tiempo. Del otro lado espera una panza rechoncha de más de 65 años (es uno de los más jóvenes) que la baja con clase como si jugara en cámara lenta; y la pone al pique para el volante que acaba de subir al área grande intentando sorprender a la férrea defensa. Pero corre tan lento que la defensa no sólo lo vio venir sino que hasta tuvo tiempo de conversar un poco. El que “pica” tiene 82 años y está dispuesto a pegarle con todo (nunca de puntín, eso sí). Toma la pelota en el borde del área, se mete unos pasos adentro y casi desde el punto de penal prueba al costado izquierdo del arquero, que se suspende en el aire como una palomita, vuela con las manos extendidas y alcanza a tomar la pelota entre sus 89 años. El arquero se llama Eugenio Cela y es el más experimentado jugador del equipo llamado El Chocón que desde hace 45 años se encuentra a jugar un picadito en GEBA (Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires, sede San Martín), los sábados a las 9. Hace 45 años se insultan así, adentro de la cancha, como en el mejor potrero suburbano. Se desligan de sus propios modales refinados a la hora del asado, de ese club aristocrático irrumpido por la plebe. Y su vocabulario estaría de más entre sus nietos a la hora de la merienda. Descargan la rabia de estar en el borde de la vida en el balón. Pero vaya que uno quisiera llegar así.
El arquero cumplió los 89 años hace poco y va a festejar en el quincho del club, donde comen un poderoso asado que no se suspende por lluvia. “Mi hijo me dice que no venga más, pero mientras pueda voy a seguir jugando”, dice el arquero veterano con impronta de locutor; y no se pierde un partido. Su hijo es médico y sesentón. Pero no hay caso con el padre. Todos ellos jugaron al fútbol durante decenas de gobiernos (democráticos y de facto) y soportaron toda clase de medidas financieras. Pero la pelota no se les manchó nunca. ¿Cómo fue que un grupo de deportistas estiró tanto su retiro del fútbol? ¿Qué los mantuvo unidos? Bueno: hay otro secreto. Desde hace 29 años viajan a Punta del Este a enfrentarse con otro equipo de edades similares.
–¿Y usted a qué se dedica? –pregunta el cronista.
–Soy jubilado –responde uno.
–Jubilado, de comercio, hace 28 años –otro.
–Jubilado, fui gerente de banco.
–Jubilado, trabajo en una casa de cambio.
–Soy corredor comercial.
El jubileo ha conocido hasta el hartazgo eso de pararla con el pecho.
DINOSAURIOS
Cuando la barra tempranera decidió un nombre para el Equipo, alguien propuso: El Chocón. ¿Por qué?, le preguntaron. Y acercó una respuesta erudita: “El área de Villa El Chocón es una zona rica en restos fósiles de una antigüedad de 100 millones de años”, leyó. Y quedó. Pero a diferencia del museo donde se exhiben los restos milenarios, estos dinosaurios vivos tienen su propia vitrina de trofeos de Campeón en 1988 y 1989 dentro del GEBA. “El Chocón, como aquella famosa nariz de Cyrano que decía: Érase una nariz a un hombre pegada, es un equipo pegado a un grupo”, escribió alguien en su sitio web (www.el-chocon.com.ar). “En su origen, El Chocón debió ser sólo un Equipo –continúa–. Pero el Equipo dio lugar al Grupo, su propia criatura. El Equipo se mantuvo pegado al Grupo, un conjunto de muchachos que disfrutaron de momentos colectivos imborrables y que mantienen la capacidad intacta. El Grupo es el Grupo y el Equipo es el Equipo. Pero es cierto que entre la nariz y el propio Cyrano había una relación muy fuerte difícil de esconder.” Eugenio Cela, Arnaldo Caplunik, Carlos Ballone, Alfredo San Filippo, Hugo Tejeiro, entre otros, comenzaron a jugar picaditos 45 años más jóvenes. La mayoría tenía pelo. Por poner un ejemplo, Caplunik ingresó al club en 1952, aunque antes había jugado profesionalmente en la Argentina y en Estados Unidos. Del ‘46 al ‘51 estuvo en Almagro, del ‘52 al ‘53 en Macabi, del ‘61 al ‘66 en Milan y Portuguesa de Newark (EE.UU.) Y después volvió. En GEBA jugó en los equipos Catamarca, Yapeyú, Sargento Cabral, Güemes, Santiago del Estero, Los Andes y El Chocón. Sus amigos dicen que es “capaz de hacerse amigo de todo aquel que se cruce en su camino”. “Pasamos todos los campeonatos de este club y cuando terminaron, volvimos al picadito. Pero no jugamos papi fútbol, eh: corremos en cancha grande. Y (¿puedo decir una mentira?) jugamos 90 minutos”, confiesa Ballone, que sobrepasa los 70. Cela nació en 1914, “cuando el fútbol se jugaba en blanco y negro”. Fue referí y linesman de Primera División. “Actué 12 años en la AFA entre 1943 y 1955, época de Perón. Sí, una época hermosa”, afirma el arquero que –según sus amigos– tiene un record insólito: “Le hicieron más goles durante cuarenta años que a todos los arqueros juntos de todos los equipos. Si no me cree, pregúntele a Grondona”, se cuelga Ballone del brazo. Ballone es un buen apellido para un futbolista.
Hace 29 años que El Chocón juega un partido internacional con unos amigos uruguayos. Alguno bromeó con ponerle al encuentro Viven. En mayo, después de Semana Santa, se juega en Buenos Aires y en noviembre, en Punta del Este. En 1974 viajaron por primera vez. “Ibamos a jugar un partido de veteranos”, cuenta Eduardo Mouriño, a quien apodan “El Jefe” y oficia también de tesorero. “Nos encontramos con un señor que con el tiempo llegó a ser intendente de Maldonado y después secretario de Turismo del Uruguay.”
Un partido de El Chocón debería poder verse en blanco y negro. Tal vez estén jugando de memoria o piensan que juegan como jugaban. “¡Tenés que pasarla al pie, pibe, si no, no sirve!”, grita uno en el centro de la cancha, deschavando lo tácito. El amague que la mente pensó hace tiempo nunca llega en el momento esperado. Los piques de 15 metros son un mero recuerdo de un pasado fibroso donde uno llegaba hasta la línea de fondo, antes de tirar un centro. Y la pelota llegaba. Pero Caplunik se defiende: “Acá somos todos pendejos”. El partido es a cara de perro, como si una Copa estuviera esperando al final. “Pero termina el partido y se enciende una sonrisa”, dice la panza de Ballone.
A LOS BIFES
Después del partido, hay ducha en el vestuario, acompañada de un mate “para llegar al asado”. El asado: ¿con sal o sin sal? No importa. Es puro prejuicio, pibe. Cuarenta personas se juntan para darle vida al Grupo. “Che, ¿quieren venir ustedes?”, invitan. Es un asado en el quincho de GEBA donde alguien cuenta una historia con status de mito. “Los Lumpen”, también conocidos como los de “El cielo puede esperar”, jugaba los domingos a la mañana hace cuatro o cinco años, y sus jugadores eran la veteranísima resaca: “Esos sí que fueron de novela”, recuerda Alfredo Carchio con una botella de tinto enfrente, el mismo vino que toman desde hace años. Un vino que es casi un sponsor. Uno de los lúmpenes tenía un problema en la espalda y no podía agacharse. Cada vez que entraba a la cancha, pedía: “¿Me atás los botines?”. Y, claro, ¿quién no iba a darle una mano? Muchos recuerdan la vez que uno hizo un cabezazo de frente y le levantó el reciente injerto de pelos que tenía en su calva. El hombre salió con su otrora frente lustrada, que sangraba, hacia el hospital. Y no cabeceó más. Pero “Los Lumpen” –gerontocracia del fútbol– se disolvió cuando “uno se murió en la cancha”. Así no más, sin saludar ni avisar, se dio por muerto como mejor podía hacerlo. Cerca del círculo central.
Carchio, que no juega más desde hace 8 años porque tuvo una fractura de peroné y quedó para el asado, sigue obituario: “Ya se han muerto muchos, pero seguimos jugando. Cacho Quintana se murió hace dos meses, tenía 78. También falleció un muchacho, jefe de redacción de Ricotipo, hace tres o cuatro años. Desde el ‘56 se hacía un picado con mucha gente que hoy está muerta. Carlitos Palmioti también, y estaba un gordito simpático que también se murió...”. Otro intercede: “¡Pará, viejo, no matés más gente. Sos un enterrador!”. Cada año, dicen, hay que actualizar las agendas. En la web, el espacio Los que están jugando arriba está dedicado a Julio “el Negro” Brizuela y Alberto Gargiullo, dos que gambetean a San Pedro. Y el sitio tiene sus máximas. Dice, por ejemplo, que el Chocón-Man no se emborracha: se pone en pedo; no te llama por teléfono: te pega un tubazo; no saluda: te dice ¡Qué hacés, che!; no se cae: se va a la mierda; no espía: es un mirón; no se burla: te bardea; no llena su estómago: comió como un hijo de puta; no tiene amantes: tiene amigovias; no va rápido: va a los pedos; no corre ligero: va a las chapas; no está activo: está re-pilas; no pide que lo lleven: hace dedo; no dice la verdad: dice la posta; ¡¡El ChocónMan es una masa!! Los nietos piensan lo mismo. Pero no están invitados al asado.
¿QUÉ ESTÁN FESTEJANDO?
La crisis económica pega en los sectores postergados por más que sean buenos jugadores de fútbol. Ante el salario pinchado, algunos no pueden seguir trotando. “Cuando alguno dice no va más, entonces cada uno pone lo que puede y nadie se entera cuánto pone el otro”, cuenta Mouriño, que trabajó en la industria naval, en ingeniería industrial y estudió en Inglaterra. “¿Cómo ingresé al club? Había solicitado ser socio, pero en esa época no daban corte si no eras de la elite. Todo se desvirtuó con los countries: la clase alta se fue y quedó la clase media-alta. Esto fue bajando cada vez más hasta lo que es ahora. Me hice socio porque me encontré con un amigo, que fue mi cuñado después, y me preguntó si estaba jugando al fútbol. Había partidos los sábados. En el ‘53, me dijo: Si jugás para Sargento Cabral –equipo del club–, te hago socio en 24 horas”, cuenta Mouriño, que a pesar de su problema en la rodilla –no juega más al fútbol–, con 77 años hace gimnasia con aparatos. Antes practicó remo, navegó en velero y jugaba football de wing izquierdo. “Las copas que ganábamos se entregaban en la casa de la madre de un amigo, ahí conocí a mi señora”, cuenta Mouriño.
“Muchachos, traje el viagra”, dice otro. Y muestra una tableta de pastillas. “Sin esto, a la noche no puedo dormir”, confiesa Mouriño. Es un calmante. Los nuevos integrantes para el partido con Uruguay llegaron hace 13 años, “cuando nos dimos cuenta de que no éramos suficientes”. Trajeron un par de pibes de 60.
“¿Qué están festejando?”, pregunta una mujer bien vestida que pasa por el quincho. “Nada”, responden. No hay mujeres en la cancha, ni en el vestuario, ni en el asado. “Las traemos una vez por año. El viernes anterior a cada Navidad”, cuenta Mouriño. ¿Por qué? “Las mujeres son competitivas, se quieren sentar con unos o con otros. Y arman unos líos bárbaros”, confiesa. Hubo alguien que en sus tiempos de ocio se dedicó a ponerle nombres de películas a cada jugador: A Juan Carlos Cortese (“Tarzán”) le tocó El pájaro canta hasta morir. Forrest Gump fue para Miguel Cersósimo, El Padrino fue para Ruben Rodolfo García, Cyrano de Bergerac (el de la nariz del Grupo) fue para Daniel Santiago Díaz, Gente como uno para Arnaldo Caplunik, mientras que Jurassic Park fue para José Colanciano. Todos los hombres del presidente fue para la barra completa de El Chocón. Se sienten elegidos. Cuando se pone un puñadito de más de 70 años para la foto, juntan más de un milenio.
A pesar del tiempo transcurrido, hay algunos tabúes que el equipo no termina de digerir en la comida. Uno, el asunto del truco: “Desde hace unos meses se escuchan opiniones coincidentes sobre la nociva influencia del truco en la comunicación; algunos estudiosos del tema concluyen: El truco en el quincho es como el televisor en el hogar. Sin embargo, no han conseguido modificar la actitud de quienes se levantan interrumpiendo la sobremesa para disputar los seis lugares disponibles”, dice la web. El otro tema es la política de la que no se habla. “¿Sabés por qué? La política separa.” El fútbol es más bien un opio duradero. Una sola vez, dicen, hubo una piña, “y bien puesta”, en un asado. “Un señor muy autoritario empezó a hablar mal de los judíos. Uno de nuestros compañeros, judío, escuchaba en la mesa y no se lo permitió.” Resolvió el asunto como en los mejores potreros: le dio un cross en la mandíbula que lo dejó tirado de espaldas. “El autoritario no vino más”, recuerda Carchio. La mañana del sábado se evapora una vez que la parrilla vacía de presente va dejando lugar al futuro lleno de promesas. La meta es llegar al próximo sábado. “Oíme, pibe –dice Carchio–, ¿cuándo sale esto en el diario?”