Sáb 19.07.2003
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MúSICA

Nuevas reinas

Una es universitaria y sensual, aparece en las tapas de las revistas de moda y puso a las chicas punk de nuevo en escena. La otra es dark, recatada y cristiana, tiene legiones de fans lesbianas y una encendida polémica con la derecha evangélica. Entre las dos, arrasan en los rankings de todo el mundo. ¿Quiénes son Karen O de Yeah Yeah Yeahs y Amy Lee de Evanescence, las chicas que lideran el regreso del rock urgente y vigoroso?

por Mariana Enriquez

Karen O y Amy Lee son las estrellas de rock del momento. Son mujeres muy diferentes, aunque las emparienten esos nombres tan inmediatos y perfectos. Karen O es la cantante de Yeah Yeah Yeahs, la nueva banda mimada de la prensa y la escena neoyorquina, que acaba de debutar con el excelente Fever to tell, recién editado en Argentina por Universal. Amy Lee es la voz de Evanescence, el grupo de nü metal gótico que está arrasando en las listas de ventas de todo el mundo, inclusive en las de nuestro país. La semana pasada Fallen (Sony), el debut de Evanescence, se ubicó entre los diez más vendidos de las disquerías locales y ya se puede encontrar en los puestos callejeros de CD pirateados, una patente indiscutible de popularidad. Ambas son la avanzada de la industria discográfica, que percibe que las divas pop necesitan una contraparte y que existe un público ávido de mujeres fuertes, de frontwomen rockeras. Y ambas son las artífices del éxito de sus grupos: sin Karen O, Yeah Yeah Yeahs sería un muy buen grupo punk-new wave y Evanescence un clon de Linkin Park. Gracias a ellas, las bandas son mucho más atractivas: lejos de ser objetos decorativos, las chicas aportan sensualidad, furia y sinceridad brutal y desbaratan géneros dominados por la mirada y la sensibilidad de varones.

La reina de Nueva York
Karen O creció en Nueva Jersey, como Patti Smith, pero su historia personal poco tiene que ver con la de la poetisa punk. La cantante de Yeah Yeah Yeahs es una chica de clase media de suburbios; su credibilidad no descansa en credenciales de callejera sino en el hecho de que es una representante rebelde de la clase media confortable y asfixiante que engendra el grueso de las jóvenes norteamericanas. “Estamos saturados de información –dice Karen, que tiene veintitrés años–, y hoy los jóvenes norteamericanos tenemos la información antes que la experiencia de la realidad. Es algo retorcido. En una canción, ‘Our Time’ (‘Nuestro tiempo’), escribí que el 2002 era el Año Chino de los Perdidos y Confundidos. Todo está demasiado compartimentado, pero al mismo tiempo crecemos en ambientes extraños y complicados. Todo lo que queremos es cuestionar y crear algo nuevo, algo nuestro, aunque remita a un pasado.”
A los 17 años, el padre de Karen (un prestigioso diseñador de modas) la envió a una escuela de arte liberal en Ohio. Allí conoció a Brian, un chico fan del heavy metal y el jazz. Se hicieron amigos y juntos abandonaron el colegio para mudarse a Nueva York, donde encontraron a Nick, un fotógrafo de Massachusetts. Así se completó la formación de Yeah Yeah Yeahs. Pero antes de armar el grupo, Karen O deambuló por el ambiente artístico neoyorquino, que le pareció pretencioso y fatuo. En el 2000, la banda ya estaba formada: Karen O en voz, Nick Zinner en guitarra y Brian Chase en batería (como los White Stripes, prescinden del bajo). Y con sólo un EP fueron tapa de los especialistas en hype New Musical Express.
La prensa, mientras tanto, se preocupa mucho más por Karen que por las canciones, una reacción lógica pero sin duda injusta. La definen como la mujer más perra y más cool del rock neoyorquino desde Debbie Harry. Y los vuelve locos su ropa: fue tapa de revistas de moda gracias a un estilo personal que abreva en las remeras cuello bote y los borceguíes, un lugar común del punk del ’75 a esta parte pero que, gracias a una diseñadora personal (una ignota amiga), tiene una rara originalidad; el verdadero secreto es que a Karen, con su corte de pelo calcado de Crissie Hynde, le queda todo bien. Ella, sin embargo, está un poco incómoda con tanta exposición, pero al mismo tiempo juega el juego. Parece comprender que la frontera entre el pop y el rock ya no se mide en términos de bajo perfil o autenticidad sino apenas en estilos musicales. Sin embargo, no puede evitar ponerse arisca y caer en contradicciones, algo predecible teniendo en cuenta que carga sobre sus hombros un megaestrellato con una banda que apenas tiene un disco debut y un celebrado EP.
Karen O se enciende en el escenario. Al principio solía cubrirse la piel con aceite de oliva para aparecer transpirada y brillante. Ahora prefiereempaparse de cerveza. “Decidí formar una banda porque estaba harta de los shows aburridos. La gente dice que soy una puta, que soy hipersexual. Creo que esos calificativos me subestiman. Lo que trato de sacar afuera con esta banda es el sexo, la violencia y la perversión. Quiero experimentar las cosas de una manera más intensa. No soy una chica callejera: soy una chica universitaria. Necesito tener un espacio para desenvolverme como una persona dinámica y ansiosa, hacerme cargo, ser el alma de la fiesta. Si la banda no funciona, por lo menos habré intentado darle a la gente algo que no sea aburrido. Quiero que el público tenga más posibilidades para elegir. Si quieren pop, que tengan pop... pero que también tengan ruido, rabia, amor y tristeza. Cualquier cosa con tal de pelear contra la indiferencia. Porque la indiferencia mata.”

La reina de la noche
¿Qué puede hacer una chica en Little Rock, Arkansas, si tiene gustos un poco raros, si le encanta vestirse de negro y prefiere a Bauhaus antes que a Pink? Bueno, dice Amy Lee: encerrarse en su habitación con una vela a escuchar discos viejos, porque a los chicos de Arkansas les parece divertido pasársela en el shopping o recorrer la noche en auto. Y si con eso no alcanza, entonces que arme su propia banda. Eso hizo Amy a los catorce años con su amigo y ex novio Ben Moody. Y ahora, a los veinte, Amy es la reina dark. De ojos azules, preciosa, con el pelo negro atado y desmechado y alas de hada pegadas en su vestido de graduación, canta con una voz envidiable y casi operística, una característica que es muy común en las bandas de heavy gótico escandinavas (The Gathering, Theatre of Tragedy) pero que nunca había alcanzado la masividad.
Amy es una chica melodramática. En la secundaria le gustaba estar sola y hacerse la muerta en la cocina de su casa para que su familia desesperara y llamara una ambulancia. Nunca se sintió cómoda en su pueblo: “En cualquier sociedad conservadora hay gente que se opone; es imposible no confrontar con los adultos en pueblos tan estrechos como Little Rock. Me pasó a mí, les pasa a todos. Por eso nos va bien en el interior de Estados Unidos”. Le gustan Portishead, Tori Amos y Björk, pero también bandas oscuras como Type O Negative, Nine Inch Nails o Living Sacrifice. Y siempre le gustó el hip hop. No le gusta que el rock, para enfrentarse con el pop “manufacturado”, haya perdido glamour. “Me gusta que Evanescence sea una banda única; no hay otro grupo heavy con una chica al frente. Creo que el rock, para pelear con Britney y Christina, se volvió duro y chato. Los varones decidieron vestirse mal, mostrarse enojados... y se convirtió en una polaridad. No tiene sentido. Yo escribo y canto lo que me gusta; no me inspiro negativamente: no estoy en la vereda de enfrente de nadie.”
Lo que sí conserva Amy de su crianza puritana es la negativa a exponer su cuerpo sobre el escenario. “Estoy harta de las chicas que muestran las tetas. Yo me respeto. No creo que haga falta andar en pelotas. Es una lástima y me ofende. No soy una stripper. Y no voy a serlo si a mi banda le va mal, para llamar la atención. Haría cualquier cosa por el rock’n’roll, pero eso no.” Le encanta, sí, que las chicas le tiren con corpiños. Amy Lee tiene una leal base de fans lesbianas, y ella es la que se lleva a todas las groupies. Y sus varones son de lo más elegantes: le besan la mano y le piden casamiento. La única mujer del heavy EE.UU. es otro exponente típico de las hijas de la clase media: una chica que se emborracha y putea pero es cristiana; que levanta el puño en el aire pero cuida que no se le levante la pollera: una mezcla de represión y rebeldía que encuentra en una música anacrónica su mejor forma de expresión.

Fiebre
Yeah Yeah Yeahs lanzó su primer EP (que llevaba de título el nombre de la banda y un simple excelente, “Miles Away”) en el 2001. Era un disco con sentido del humor, obvias referencias a la tradición de Nueva York y del proto punk-garage y citas de Velvet Underground, Sonic Youth y The Stooges. Las compañías empezaron a cortejarlos después de que The Strokes y Lee Ranaldo hablaron maravillas de ellos. Finalmente los sedujo Universal y grabaron el debut, Fever to tell, que no tiene una sola canción del EP. Muchos opinaron que el gesto era un suicidio comercial.
El disco, excelente, tiene toda la frescura de una banda que no se preocupa por sonar como el pasado, que considera que una identidad se puede construir con los retazos de todas las bandas que la influenciaron. Dura apenas treinta y siete urgentes minutos y comienza con canciones que a veces apenas rozan los dos minutos: “Rich”, por ejemplo, o el enérgico corte “Date with the night” (“Tengo una cita con la noche/ que me quema los dedos”). Y es un disco obsesionado con el sexo y el amor. En “Cold Light”, Karen canta “Luz fría, noche caliente/ que seas mi estufa, que seas mi amante/ y podemos hacerlo toda la noche, como si fuéramos hermanos”. En “Man”, con algo de blues sensual y deforme, murmura: “Tengo un hombre que me da ganas de matar/ Tengo un hombre que me da ganas de morir”. Karen escribió las canciones finales (las más influenciadas por el blues y Velvet Underground), “Maps” y “Modern Romance”, para su novio Angus Andrew, cantante de la banda punk Liars. “Esperá, ellos no te aman como yo”, le dice, y asegura que tiene miedo de muchas cosas pero no de quererlo. La chica dura y nocturna se cae a pedazos y se convierte en una chica real. Su voz, que se parece a la de Excene Cervenka (líder de X, más famosa por ser la esposa de Viggo Mortensen), Siouxsie y P.J. Harvey, es despojada, áspera y dulce cuando hace falta, como en “Maps” o el tema escondido, “Porcelain”.
Lo llamativo es que Yeah Yeah Yeahs parece confirmar que la nueva ola neoyorquina no es un invento de la industria ni de cierta prensa (puntualmente NME) sino una indiscutible realidad. Hay mucha gente que no cree en la promesa de futuro de la electrónica y descree del “progreso”. Explica Karen O: “Hace un tiempo la gente estaba entusiasmada con el jungle, el house o el tecno. Pero de pronto muchos sintieron la necesidad de escuchar algo más natural. Volvimos a sonidos despojados y brutales que afectan los cuerpos y conectan a las personas físicamente. La gente necesita una guitarra, y quiere escribir canciones con urgencia y vigor. Da la impresión de que esta música será la expresión para los que no se resignan a la insensibilidad ni al vacío emocional”.

La caída
El nuevo heavy metal, que se dio en llamar nü metal, abreva en muchas fuentes: los sonidos extremos de Sepultura y los grupos death, el hip hop, el rock industrial, el rock “gótico” (o dark, categoría esquiva que puede incluir a bandas tan diferentes como Sisters of Mercy y Joy Division) y el heavy más oscuro de Black Sabbath. Los nuevos grupos de la tendencia impusieron la vestimenta negra, los piercings, la barba candado y una propensión a quejarse y quejarse que, en sus formas más irritantes, encarna en Linkin Park y Papa Roach, jóvenes norteamericanos alienados de los suburbios, angustiados por sus vidas vacías y tan malcriados que resultan francamente insoportables. Nada nuevo podía esperarse de ahí, salvo los grupos que le (se) toman el pelo al estilo (Powerman 5000 o Rob Zombie). En los rapidísimos tiempos del rock popular, Nine Inch Nails y Marilyn Manson ya son historia.
Y de pronto apareció Evanescence. Su principal virtud musical es reconocer la influencia del heavy metal teatral, tanto el de los ‘80 (Ben Moody es fan de ¡Europe y Meat Loaf!) como el escandinavo, con esos grupos oscurísimos que aluden al vampirismo y al satanismo y usan dos voces, una gutural masculina, la otra etérea femenina. Evanescence es el punto de confluencia de estas tendencias y también de las anteriores, pero, lejos de saturarse de multirreferencialidad, consiguen un saludable equilibrio musical y estético: una canción como “My Inmortal”, con la voz de Amy Lee al frente, algunas cuerdas y un piano, podría ser una balada heavy clásica o una canción de Tori Amos. La letra es exagerada, sencilla y desgarrada, como corresponde: “Estas heridas no se curan/ Este dolor es demasiado real/ Hay tanto que el tiempo no puede borrar/ Tu rostro acecha mis sueños/ Tu voz me quitó toda cordura”. Hay mucho melodrama: una canción macabra como “Haunted” dice: “Siento que me derrumbás/ Salvándome/ Violándome/ Observándome. “Bring me to Life”, la canción que los catapultó al ser incluida en la banda sonora de Daredevil, es la que se ajusta mejor a la categoría de nü metal porque incluye un rap de Paul McCoy, pero la letra sigue la línea teatral (“Decí mi nombre y salvame de la oscuridad”), y la música es una mezcla de Nine Inch Nails con el gótico más clásico de Sisters of Mercy. Pero por encima de todo está la voz de Amy, enorme y virtuosa, sublime. Se nota que escuchó a Kate Bush y The Cocteau Twins.
Tanta lírica referida a la salvación le valió a Evanescence un malentendido incomprensible para quien desconozca el complejo mercado (y la compleja sociedad) norteamericano. Al principio, gracias a que Ben y Amy declararon que eran cristianos y que su misión era decirle al mundo que “Dios es amor”, se la consideró una banda cristiana. En este momento hay varios grupos de rock cristiano muy populares (Creed, 12 Stones) que se encarga de distribuir en locales de CD cristianos el sello Wind Up Records. En abril pasado, Ben Moody le dio una entrevista a Entertainment Weekly y declaró que no tenía idea de por qué les iba tan bien entre los consumidores evangélicos. Aseguró que “no somos una banda de predicadores. Soy como el tipo que crucificaron al lado de Jesús: sólo quiero que me recuerden”. El chiste cayó como una bomba entre los puritanos y los discos de Evanescence fueron retirados de los locales cristianos. A la banda no le preocupa mucho. Dice Amy: “Ben y yo somos cristianos, pero no somos una banda religiosa. Ésa fue una idea preconcebida. No queremos alienar a nadie. Si a los cristianos les gusta nuestra música, perfecto. Pero la gente interpreta demasiado. Creyeron que una canción como ‘Tourniquet’ hablaba de Dios, cuando en realidad es sobre el suicidio”. Fallen había vendido tres mil quinientas copias en el mercado cristiano, una cifra bastante menor para un grupo que ya certificó platino en EE.UU. y Europa; pero muchos creen que son soldados cristianos que ahora no se hacen cargo de sus creencias porque les va bien comercialmente. A Amy no le importa. “Soy una chica normal”, dice. “Y también puedo ser bastante reventada. Sólo Ben sabe las veces que le vomité encima en esta gira.”

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